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El sueño del libro propio

No puedo decir cuándo alenté el sueño por primera vez, pero sé que era muy, muy pequeño. La mayor parte de mis coetáneos soñaba con convertirse en el futbolista tal o cual, pero yo soñaba con escribir libros. Y no me quedaba en la fantasía: escribía mis novelitas, las ilustraba (porque en esa época de la vida las ilustraciones en los libros son condición sine qua non) y las armaba con cola, hilo y una torpeza impar; mi admiración por los encuadernadores data de aquel entonces.

Creo que a pesar del tiempo transcurrido, nada cambió demasiado. ¿Cómo explicarles lo que siento cuando suena el timbre y un amable señor del correo me entrega una caja llena de ejemplares de mi nueva novela? A esta altura del partido debería estar fogueado, sin embargo la alegría y la excitación persisten, como si mis libros, en vez de sucederse uno a otro, se reemplazasen en el papel del primero. Lo más parecido que he visto a la escena es el final de Back to the Future: después de rearmar su pasado Marty McFly regresa a un presente idílico, en el que su padre ya no es el inútil de siempre sino un popular escritor de ciencia ficción que recibe, de manos de su viejo-enemigo-convertido-en-sirviente, la caja con los ejemplares de su nueva novela. Yo quiero creer que no soy tan nerd como George McFly (no escribo ciencia ficción, ni gané lo suficiente para comprarme una casa como la suya), pero en esencia la escena es igual: abro la caja (no sé qué ocurre con los libros de los demás, pero los míos siempre tienen un perfume fascinante), mi familia se reúne, intercambiamos ohs y ahs y los objetos tan preciados circulan de mano en mano; durante un buen rato, todos somos felices al mismo tiempo.

Hace pocas horas recibí ejemplares de mi primer libro para chicos, Gus Weller rompe el molde, que sale en España en octubre y durante el 2007 en mi país. Como ven, siempre me las arreglo para que cada libro nuevo sea el primero en algún sentido. La metáfora del libro-como-hijo está tan trillada que ya no queda grano en esa espiga, pero de alguna forma sigue funcionando, porque aunque amamos a todos nuestros hijos por igual las razones por las que cada uno nos seduce son distintas en cada caso. Gus Weller, por ejemplo, es mi primer libro ilustrado. Parte de mi alegría, pues, se debe a los dibujos de Jokin Michelena, que encontró lo que yo buscaba y le agregó elementos maravillosos que ni siquiera había imaginado. (Esa es la gracia de la creación en conjunto, que hasta hoy yo sólo asociaba a mi trabajo en cine.) El mérito de haberme conectado con Jokin es de Marta Higueres Díez y del equipo de Alfaguara Infantil, que obviamente sabían lo que hacían. La imagen de Gus Weller (dicho sea de paso, Gus es un grillo) era vital para mí, porque Gus nació como personaje de una película que quiero dirigir y en consecuencia nada era más importante que poder “verlo”. Jokin lo vio por mí, y no puedo hacer otra cosa que quitarme el sombrero en su presencia.

Otra cosa que me llena de orgullo es sumarme a la colección de la que forman parte, por ejemplo, las traducciones de Roald Dahl al español. Esos eran los libros que yo leía a mis hijas de pequeñas: Las brujas, Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda… Sentirme cercano a Dahl, aunque más no sea por proximidad en el estante, es otra de las razones que explican esta sonrisa idiota de la que no logro desprenderme. Estoy reblandecido, ya se habrán percatado. Me descubro diciéndole a cada persona adulta con quien hablo que por favor lean Gus Weller aunque sea un libro para niños, garantizándoles que se van a divertir, que tiene humor y aventura, que crea un mundo totalmente nuevo… Qué vergüenza. Creo con sinceridad que es de lo mejor que escribí (ah, la libertad que se siente al desprenderse de las pretensiones de la escritura “para grandes”…), pero debería controlarme un poco más para no hacer tantos papelones.

En fin, mis disculpas. Ojalá pasen un fin de semana tan beatífico como el que a mí me espera, en compañía de mis libros fragantes y de mi grillo favorito.

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15 de septiembre de 2006
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Pero volver, volver, volver…

Llego a mi ciudad cuando, como cada año, cae el diluvio universal. Estas repeticiones tienen mucho misterio, embelesan, parecen dar sentido a lo que no lo tiene. Vieja ley: una mentira suficientemente repetida se convierte en una verdad. Que el sol haya salido hasta hoy todos los días, parece garantizar la verdad del enunciado: “El sol sale todos los días”. Y sin embargo, es falso.

Una de las hermosas moreras que bordean la entrada del parque, en la plaza Boston, aparece tumbada, sus amplias hojas oscuras son como los faldones de una reina súbitamente muerta. A media mañana ya la han aserrado. Le pregunto al portero de la finca adyacente y suelta una risita sarcástica. No la tumbó la lluvia, sino un camión que maniobraba sobre la acera conducido por un chapuzas. “¿Y qué hacía encima de la acera ese animal? ¿Y por qué no lo denuncian?”, le pregunto a punto de amostazarme. “Es que era del ayuntamiento. De Parques y Jardines”. A la morera la ha matado su jardinero. Violencia de género.

Cada año es lo mismo. El verano rabioso alarga su mano de fuego hasta septiembre. Antes, durante o después del Once de Septiembre, día de la orgía nacionalista catalana, se juntan las bajas presiones del atlántico y la borrasca de levante en una espiral casi perfecta. Cada año caen entre cien y doscientos litros en un solo día sobre una Barcelona amojamada, agria, leprosa, envenenada, mugrienta, en la que no ha asomado una gota de agua durante seis meses. La repetición le da un carácter de verdad incontrovertible, de necesidad fatídica al desastre. Es un momento magnífico, de limpieza general. La ciudad sale del trance rejuvenecida y enérgica. Aunque, eso sí, maltrecha.

Ayer cayeron 178 litros por metro cuadrado. El Euromed, el tren que enlaza con Valencia, quedó muerto en la provincia de Tarragona. Doscientos pasajeros tardaron catorce horas en llegar a Barcelona; hicieron noche en medio de la nada. El aeropuerto, cerrado. El polígono químico de Tarragona arrojó al mar una mancha de hidrocarburo de 2 km. Las líneas de Renfe C-3, C-4 y C-7 quedaron sin servicio, lo que equivale a paralizar el tráfico de cercanías. La Nacional II también estuvo cortada. Se averiaron 70 semáforos. Era muy estimulante ver el cruce Balmes/General Mitre colapsado y con todo el personal dándole al claxon como en Estambul. Ni un guardia urbano. Dos líneas de metro se paralizaron durante horas: estaciones inundadas. Y así sucesivamente.

Todo lo cual puede dar la sensación de una catástrofe colosal, y lo sería en cualquier lugar del mundo, pero no en Barcelona. Como dice el ayuntamiento, Barcelona es “la millor botiga del mon” y se queda tan ancho, estas minucias carecen de importancia. Sobre todo si tenemos en cuenta que se repiten cada año con marcada puntualidad y que por lo tanto son algo inevitable. Por eso el alcalde de Barcelona va a encargarse del Ministerio más estratégico del gobierno. Su eficacia, su capacitación, han quedado demostradas a lo largo de un montón de años. De repetición en repetición sin que jamás pasara nada.

Pensando en estas cosas, en el regreso de lo idéntico, en la irresponsabilidad de los jefes, en la arrogancia de los majaderos, en el maravilloso final del verano (esa estación inútil), y releyendo los poemas de Larkin elegidos por el distinguido público (no hubo ni una coincidencia: son doce poemas distintos), pensé si el más indicado no sería Church Going, incluido en el libro de 1955 The Less Deceived, un poema sobre visitas culturales, sobre iglesias, sobre la trivialidad de las visitas culturales a las iglesias, sobre la trivialidad de las iglesias, y sin embargo también sobre la necesidad ineludible de visitar iglesias para seguir creyéndonos gente seria, visitas repetidas una y otra vez con iguales resultados. Versos otoñales sobre la repetición.

Es un poema de una lucidez considerable sobre los hábitos de la gente ilustrada, sobre las excusas para matar el tiempo que nos damos incansablemente. Aunque la música es de Shakespeare, quizás sea una locura producida por la lluvia, pero me da a mí la impresión de que el poema podría haberlo escrito Antonio Machado en su última etapa, cuando narraba jornadas lluviosas y reguladas por el suave tic-tac de la extinción. Si sus padres hubieran regentado un negocio de corbatas en Birmingham, naturalmente.

Había una bonita edición de este libro, traducido por Álvaro García, en La Veleta (Granada), pero data de hace quince años y no sé si se encuentra en librería. De modo que ahí va el original.

Once I am sure there's nothing going on
I step inside, letting the door thud shut.
Another church: matting, seats, and stone,
And little books; sprawlings of flowers, cut
For Sunday, brownish now; some brass and stuff
Up at the holy end; the small neat organ;
And a tense, musty, unignorable silence,
Brewed God knows how long. Hatless, I take off
My cycle-clips in awkward reverence.

Move forward, run my hand around the font.
From where I stand, the roof looks almost new -
Cleaned, or restored? Someone would know: I don't.
Mounting the lectern, I peruse a few
Hectoring large-scale verses, and pronounce
'Here endeth' much more loudly than I'd meant.
The echoes snigger briefly. Back at the door
I sign the book, donate an Irish sixpence,
Reflect the place was not worth stopping for.

Yet stop I did: in fact I often do,
And always end much at a loss like this,
Wondering what to look for; wondering, too,
When churches will fall completely out of use
What we shall turn them into, if we shall keep
A few cathedrals chronically on show,
Their parchment, plate and pyx in locked cases,
And let the rest rent-free to rain and sheep.
Shall we avoid them as unlucky places?

Or, after dark, will dubious women come
To make their children touch a particular stone;
Pick simples for a cancer; or on some
Advised night see walking a dead one?
Power of some sort will go on
In games, in riddles, seemingly at random;
But superstition, like belief, must die,
And what remains when disbelief has gone?
Grass, weedy pavement, brambles, buttress, sky,

A shape less recognisable each week,
A purpose more obscure. I wonder who
Will be the last, the very last, to seek
This place for what it was; one of the crew
That tap and jot and know what rood-lofts were?
Some ruin-bibber, randy for antique,
Or Christmas-addict, counting on a whiff
Of gown-and-bands and organ-pipes and myrrh?
Or will he be my representative,

Bored, uninformed, knowing the ghostly silt
Dispersed, yet tending to this cross of ground
Through suburb scrub because it held unspilt
So long and equably what since is found
Only in separation - marriage, and birth,
And death, and thoughts of these - for which was built
This special shell? For, though I've no idea
What this accoutred frowsty barn is worth,
It pleases me to stand in silence here;

A serious house on serious earth it is,
In whose blent air all our compulsions meet,
Are recognized, and robed as destinies.
And that much never can be obsolete,
Since someone will forever be surprising
A hunger in himself to be more serious,
And gravitating with it to this ground,
Which, he once heard, was proper to grow wise in,
If only that so many dead lie round.

Nota y reparación:
En el blog anterior escribí apresuradamente que Fuerteventura carece de interés biológico o natural. Es una bobada que se me escapó llevado por la prisa que impone el género diario. Alfredo me escribe con muchas informaciones, de entre las que destaco la siguiente:

Fuerteventura, pese a ser la isla de mayor superficie de Canarias (a marea baja…) es una de las de menor territorio protegido, con tan sólo el 28,8 % de su superficie. En cualquier caso, en ese casi 28% de su territorio protegido encontramos tres Parques Naturales y seis Monumentos Naturales. Atesora el título de ser la cuarta región natural a nivel mundial en cuanto a endemismos florísticos se refiere, donde perviven plantas de la Era Terciaria que han desaparecido de la mayor parte del planeta. Y, por lo que respecta a su fauna, en la isla viven o transitan aves marinas y rapaces de alto valor biológico donde destaca la majestuosa hubara como emblema de sus no menos espectaculares llanuras y complejos dunares. Por no hablar de la importante colonia de cetáceos que habita en sus costas.

Pido perdón por mi impertinencia. Lo que trataba de explicar, a toda prisa y mal, es que la isla más extensa puede ayudar a mantener el equilibrio de la más pequeña y también más intensa Lanzarote.

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15 de septiembre de 2006
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Transnacionales

En mi último blog hablé del espectacular evento cultural Table of free voices de Berlín. Hoy debo añadir que el trato a los invitados fue suntuoso. Además de viajar sin pagar, los 112 fuimos alojados en el hotel Intercontinental. Disponíamos de piscina temperada y jacuzzi. Había minibuses a nuestra disposición, incluso para transporte particular. Cerca de la plaza, por si acaso, estaban preparadas dos ambulancias. Doscientos voluntarios se nos acercaban constantemente para verificar nuestra comodidad. Nos ofrecían comida, bebidas, café, incluso gotas para los ojos.

La pregunta que todos nos hacíamos es: ¿quién está pagando esto y por qué?

En la noche del evento, asistimos a una cena de despedida en una especie de hangar berlinés iluminado con velas y reflectores. En el centro había un escenario. Sucesivamente, se presentaron una cantante tibetana, un saxo soprano de jazz y un espectáculo circense con veinte músicos. Y frente a mí precisamente, se sentó el jefe de marketing de una de las transnacionales que auspiciaba el evento. 

Su apariencia era un cruce entre la mandíbula de Val Kilmer y el aire sano y bien talqueado de Hugh Grant: el ejecutivo joven, seguro de sí y forrado de pasta. No pude resistirme a hacerle LA pregunta. Él respondió con una sonrisa luminosa:

-Marketing. Este tipo de eventos asocia el nombre de la firma a mensajes más positivos y forma parte de la estrategia de responsabilidad social de la empresa.

-¿Y vale la pena? Es mucho dinero sólo para quedar bien.

-Para una corporación no es mucho dinero. La empresa produce mucho dinero. Hay que hacer algo con él. Y es posible que, en los próximos años, el rango de acción de los operadores privados desplace al sector público de algunas de sus funciones. Esa es nuestra apuesta.

-Ya, pero al menos la mitad de los invitados se ha manifestado precisamente en contra de eso. Detestan profundamente a las corporaciones y han hablado en el evento contra ustedes.

-Sabíamos que sería así. No queríamos censura. Queremos saber lo que realmente piensan los líderes de opinión e intelectuales de todo el mundo. Esa información nos sirve para reorientar nuestras estrategias de marketing hacia los sectores que consideramos más sensibles a nivel global. El evento es una especie de sondeo planetario. Visto así, ni siquiera es caro. Más bien, al contrario.

Recordé a la ecologista que se había sentado a mi lado, advirtiendo sobre el peligro de las transnacionales. Me pregunté qué pensaría si supiese que estaba trabajando precisamente para una multinacional, ofreciéndole información barata. Y por otro lado, me pregunté si podía ignorarlo. No era un secreto. Nadie pretendía engañarla. La transnacional pagó su viaje, su hotel, su dieta vegetariana, vegana o sensible, su yogur de aloe vera, su fin de semana berlinés, su almuerzo y cena con productos de comercio justo, incluso su espacio de denuncia. Si eventualmente ella quisiese atacarlos, ellos responderían: “nosotros solo hacemos nuestro trabajo, y al menos somos claros. En cambio ella, que ahora nos denuncia, se veía muy contenta cuando la invitamos. Nunca rechazó la invitación”. Me pregunto si son ellos cínicos o somos nosotros hipócritas.

Al fin, llegó el momento estelar del jefe de marketing. El presentador –un artista alemán- pidió un aplauso para los que habían financiado el evento, y él subió al escenario su sonrisa Kilmer. Entonces, el presentador advirtió en público que esa empresa había despedido a cinco mil personas el mes anterior. Al regresar a nuestra mesa, el jefe de marketing estaba furioso. Minutos después, él y sus lugartenientes abandonaron el local.

No sé bien por qué se enojó tanto. Él tiene lo que quería, el presentador fue contestatario como le correspondía, mi ecologista comió sus alimentos ecológicos, y yo me bebí dos botellas de vino blanco. Todos hicimos un buen negocio. Mientras tanto, el mundo sigue igual.

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15 de septiembre de 2006
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LA LARGA COLA

La Revista de Libros del diario El Mercurio de Santiago de Chile publica las notas de una conferencia de Carlos Monsiváis sobre "La vida del libro en México". El autor mexicano hablaba en la Universidad de Brown (ubicada en el estado de Rhode Island). Hace ya tiempo, no lo dice el artículo, que tuvo lugar la conferencia; fue en el mes de abril, pero más vale tarde que nunca y El Mercurio no se equivoca en sacar unos apuntes de un asistente a la conferencia, pues ya circulan en blogs literarios como este.

Hay algo que me provoca en lo que dijo Monsiváis al responder a una auto-pregunta: ¿Cómo afecta la globalización a los procesos de lectura?

Su repuesta, según El Mercurio, incluyó lo siguiente: «Se perfeccionan, o si se quiere se vuelven casi inapelables, procesos que ya se advertían desde hace décadas. El primero: el avasallamiento de las industrias culturales de Norteamérica, que en materia de lectura imponen -proponer sería un verbo de enorme modestia- dos grandes zonas del consumo: los best sellers (a tal punto identificados con los viajes, que si uno está en su casa, de cualquier modo se abrocha el cinturón de seguridad) y la literatura de autoayuda o de expresión personal».

Con todo respeto para el (merecido) premio Juan Rulfo 2006, Monsiváis se equivoca. La globalización y su herramienta electrónica, Internet, provoca todo lo contrario al auge de los best sellers en la maquinaria literaria de EE. UU. Detrás de la venta de unos libros de tremendo éxito, que tapan el paisaje literario, se produce una fragmentación amplia del consumo cultural. Globalización quiere decir: ahora, cada uno lo hace a su gusto.

Monsiváis, supongo, no lee libros de economía, cosa que hago a veces, como lo demuestra The Long tail (La cola larga) de Chris Anderson, que está en mi mesa. Anderson es el editor en jefe de la revista Wired  y aquella cola larga es un libro dedicado a «la nueva economía de la cultura y del comercio». ¿Qué dice Anderson? Que la venta en línea permite salir de la doble tiranía del lugar donde está el consumidor y de la fama de los libros más vendidos. Una gran parte del negocio de Amazon (cinco mil millones de dólares por año) viene de muy pequeñas casas editoriales que nadie conoce. «No hay que despreciar la potencia de un millón de aficionados que tienen la llave para entrar en la fábrica» escribe Anderson.

Su libro (en inglés, casa editorial Hyperion) utiliza muchos casos de venta de música, pero también de prensa y de libros. No voy a aburrir a nadie con solo dos datos que explican el fenómeno de la larga cola (que no es otra cosa que la interminable lista de los productos vendidos).

1. Cuando Nielsen BookScan hace un estudio de los circuitos comerciales sobre una muestra de 1,2 millones de libros vendidos en línea en 2004, descubre que 950.000 libros corresponden a obras que no superaron vender más de 99 ejemplares.

2. Si eliminamos los cien mil libros que más venden en Amazon, todavía queda el 25% del negocio. Es decir: la cuarta parte de los libros vendidos por Amazon no pertenecen a la lista de los cien mil libros más vendidos.

La cola existe detrás de los libros más vendidos y es muy, pero muy larga.

Por otra parte, quiero decir que me gusta enormemente la retórica de Monsiváis sobre la necesidad de abrocharse el cinturón en el viaje para eludir tanto las turbulencias como los best sellers.

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14 de septiembre de 2006
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Mujeres al borde de un ataque de genio

Siempre he creido que las mujeres son nuestra última esperanza en este mundo. Es verdad que mi juicio dista de ser objetivo, porque adoro a las mujeres en general y además tengo tres hijas, lo cual no me deja mucho margen de elección. Pero creo que la Historia me va dando la razón. Con escasas excepciones, como las de Margaret Thatcher y Comepizza Rice (que no sólo es una vergüenza para las mujeres en general, sino también para los negros de los Estados Unidos, cuyo dolor, ay, nunca termina), han sido las mujeres las que echaron luz sobre los rincones más oscuros de la realidad.

En nuestro país las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo señalaron el único camino digno y efectivo para reclamar justicia: rechazando la tentación de la violencia e insistiendo sin bajar los brazos, aun cuando todo parecía jugarles en contra. Cuando los hombres se mezclaron en reclamos similares, la cosa siempre se enturbió. Miren lo que ocurre con el caso de Cromagnon, por ejemplo. Cromagnon es el local de conciertos de Buenos Aires que se incendió hace un tiempo, acabando con la vida de casi un centenar de jóvenes. Los que reclaman justicia son aquí madres y padres (o sea: mujeres y hombres). ¿Será casualidad que estos padres hayan enturbiado su reclamo recurriendo a amenazas telefónicas, actitudes patoteriles y hasta agresiones físicas –nada menos que a Estela Carlotto, una de las Abuelas de Plaza de Mayo?

Les doy otro ejemplo, el del caso Blumberg. Axel Blumberg era un joven que resultó víctima de un secuestro extorsivo y terminó asesinado, en buena medida a causa del deficiente –por corrupto, en especial- accionar de la policía. Axel tiene una madre, pero quien se puso al frente del reclamo fue su padre, Juan Carlos Blumberg. Lo que hizo este hombre fue capitalizar la ola de simpatía popular que despertó su dolor, aprovechando su cuarto de hora mediático para pedir más policía, penas más duras y la criminalización de los adolescentes. Estoy seguro de que si hubiese sido la señora Blumberg la que tomaba la iniciativa, su reclamo de justicia hubiese sido distinto; menos enamorado del poder de la violencia (ah, los hombres y nuestra debilidad por la dialéctica del garrote…), lo cual equivale a decir más humano.

Pensaba en todo esto cuando leí una noticia que ocurrió en Colombia, y de la que dio cuenta el diario español El País. Las esposas, novias y compañeras de más de cien pandilleros de la localidad de Pereira, a 350 kilómetros de Bogotá, decidieron tomar la iniciativa para poner fin a la violencia y sometieron a sus amados a una huelga de piernas cruzadas: nada de sexo hasta que abandonen la senda del delito. Esta decisión fue tomada el fin de semana pasada, durante una asamblea, y de inmediato obtuvo el apoyo de la alcaldía y del asesor de seguridad de la ciudad, Julio César Gómez, que lidera una campaña llamada Pereira con vida, cuyo objetivo es el desarme de las pandillas. Con 450.000 habitantes, Pereira es víctima de su proximidad al mayor cartel de droga del momento, el del norte del Valle: su tasa de homicidios es la más alta del país, noventa por cada cien mil habitantes.

Ignoro si la medida tendrá el efecto que buscan (me consta que, privados de sexo, los hombres solemos alterarnos más que de costumbre), pero no puedo dejar de saludar la imaginación de estas mujeres, su paso al frente y la intuición que es el espíritu mismo de la “huelga”: revelarles a esas bestias irracionales y autodestructivas (o sea nosotros), mediante el uso del rigor que es lo único que parecemos comprender, que sin las mieles del amor todo – y cuando digo todo, quiero decir todo- pierde su sentido.

Ojalá resulte. Si los hombres capitulan como deben, imagino que esa misma noche Pereira dejará de ser la capital del crimen para convertirse en la capital del amor.

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14 de septiembre de 2006
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MORIR TARDE O PRONTO

Determinadas personas en las reuniones de amigos suelen presumir de una probable longevidad supuestamente garantizada por herencia. Tales individuos fundamentan su orgullo en que sus antepasados  llegaron a cumplir muchos años y deducen, sin correcciones y contra el saber científico, que a ellos les ocurrirá lo mismo.

El grupo que escucha y observa al infatuado no encuentra en su apariencia  indicios suficientes para creer en lo que dice pero tampoco descarta la posibilidad de que esté profetizando con tino. De este modo el longevo en ciernes se erige, quiérase o no, en una figura desprendida de la rasa comunidad y, claramente, como un bendecido.

Como consecuencia, el efecto psicológico que desencadena sobre los demás se hace insoportable. ¿Cómo un individuo corriente, un ser humano común, puede perorar o enaltecerse desde un blindado plus de existencia? ¿Cómo aceptar sin detrimento propio que un azar le haya provisto arbitrariamente de un gen no repartido democráticamente?

La contraofensiva puede armarse a partir de otra perspectiva del fin. Ciertamente, la muerte es temible e indeseable pero a la vez posee el prestigio especial que corresponde a lo irreversible.
Contra la petulancia de no morir en el plazo de los demás se alza la importancia de morir muy pronto.

En las familias donde abundan  los longevos reina el convencimiento de ser más firmes. En las familias donde los fallecimientos han segado a padres jóvenes o incluso niños reina una melancolía que hunde la desdicha  en una suplementaria porción de amor. La resistencia de los linajes longevos remite a cuerpos enjutos y caracteres recios mientras la fácil mortalidad de otros racimos familiares evoca un blando corazón cuyos  frutos son más dulces.

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14 de septiembre de 2006
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Que todo se mueve

La Fundación César Manrique gestiona fondos para la protección ecológica de Lanzarote. Manrique, muerto en 1992, fue un artista que logró juntar una fortuna en el mercado de pintura de Nueva York durante los años sesenta, años de oro, y luego concibió una obra más sólida: la isla misma. Así, por ejemplo, las carreteras menores de la isla son las únicas de España que no llevan señalización central, para que la línea blanca no rompa la tonalidad azabache del conjunto volcánico.

Con una visión adelantada del desarrollo de la industria turística, intuyó el problema que afecta a todas las islas oceánicas a las que llegan visitantes: son los lugares más frágiles de la tierra, los más amenazados. En menos de treinta años, el turismo ha pasado de ser una actividad secundaria a convertirse en la industria más rentable del mundo, por encima de la química, la automovilística, o la farmacéutica. En el año 2000 se movieron 668 millones de turistas. Allí en donde desembarca el turismo de masas la destrucción es inmediata, sean las Ramblas de Barcelona o un oasis tunecino. En pocos años los lugares más delicados, como Lanzarote, sufren un verdadero arrasamiento, una nueva erupción volcánica en la que coches, motos y autocares hacen la función de la lava.

Manrique adivinó lo que iba a suceder y se planteó crear cuatro o cinco centros de atracción, construidos con suma inteligencia para aglomerar el turismo de la isla en unos pocos puntos y de ese modo dejar en paz a la mayor parte del territorio. Así lo hizo, gracias a la colaboración del Cabildo, pero el éxito ha sido tan rotundo que en este momento hay ya serios problemas para digerir las masas turísticas incluso en los puntos diseñados para tal fin.

La visita del núcleo volcánico de Timanfaya es un buen ejemplo. El lugar sigue teniendo tal potencia telúrica que resiste bastante bien la avalancha de autobuses y las colas interminables de automóviles, pero el visitante se ve obligado a pasar frente a paisajes estremecedores y junto a cráteres abiertos como heridas, a toda velocidad y sin salir del autocar. Imposible tomárselo en serio.

De modo que aquello mismo que atrae al visitante, queda destruido por la llegada del visitante. Una paradoja que parece el núcleo de una tragedia griega. A lo que debemos añadir un segundo elemento.

La encantadora Idoya, una de las biólogas de la Fundación, nos contó que su abuelo transportaba camellos de África a Lanzarote, cuando todavía la población era mayoritariamente agrícola. Cuando los aljibes menguaban, en todos los pueblos y en las viviendas aisladas había que ir a buscar el agua a Arrecife, donde estaban las grandes maretas, depósitos muy capaces que proporcionaban agua de boca a toda la isla. El transporte aún se hacía sobre la joroba de los camellos. Su hermano todavía estudió a la luz del candil en 1973, porque la luz eléctrica no llegaría hasta el año siguiente. En resumidas cuentas: ha sido el turismo lo que ha sacado a la isla de una vida que había quedado estancada en el feudalismo.

De modo que los isleños no pueden rechazar el turismo, pero es el turismo lo que va a destruir a la isla, la cual se quedará sin turismo en cuanto se banalice lo que atrae al turismo. Hay síntomas de agotamiento en las zonas más explotadas, como Costa Teguise.

Otro amigo de la Fundación, Alfredo, expuso el proyecto que se avecina: siendo así que Fuerteventura carece de interés biológico o monumental, pero en cambio posee una capacidad de almacenamiento turístico casi intacta, la solución que están estudiando los expertos es usar la plataforma vecina como isla dormitorio (y jolgorio), unida por rápidas lanzaderas y carreteras de primer orden con los centros turísticos de Lanzarote. De ese modo se preservaría la joya del archipiélago, con el beneplácito de los vecinos, encantados de la riqueza que les caería encima.

Una pesadilla, seguramente, pero, ¿hay alternativa?

Y con esto (suena el finale de las “Noches en los jardines de España”) nos despedimos de este marco incomparable con nuestro habitual no es un adiós sino etcétera, etcétera. (v. 3 julio)

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14 de septiembre de 2006
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La Cadena Internacional del Polvo

Y pensar que todavía existe gente que cree que los escritores somos gente seria, que pasa el día abocada a los grandes temas, a los que sólo les dedica grandes pensamientos… Si me preguntan a mí, diría que es verdad que algunos escritores piensan en los grandes temas, pero agregaría que la ley de las compensaciones proporciona a sus vidas una generosa porción de frivolidad, aunque más no sea para compensar: no conozco a ningún gremio más proclive a los celos, la envidia y el chismorreo vil que el de los escritores.

Ya les conté que estaba leyendo la biografía de Capote, uno de esos raros artistas que no sólo no se esfuerzan por disimular la frivolidad que forma parte esencial de nuestras vidas, sino que por el contrario la subrayan. Voy por 1950, el año en que Capote y su amante Jack Dunphy pasaron en un chalet próximo a Taormina, alarmados por la presencia de un hombre lobo (parece que en Taormina eran cosa habitual), viviendo la erupción del Etna como una atracción turística y tomando martinis en el Americana Bar en compañía de Jean Cocteau, Orson Welles y Christian Dior. A pesar de estas distracciones Capote se sentía un tanto apartado del mundo, y enviaba cartas a troche y moche en las que, muy especialmente, reclamaba que le escribiesen también. Fue en el texto de una de esas cartas suyas, enviada al matrimonio amigo de los Cerf, que descubrí uno de los pasatiempos de Truman: un juego de relaciones que le gustaba llamar CIP, la Cadena Internacional del Polvo.

Yo conocía ya los Seis Grados de Kevin Bacon, que hace posible llegar desde Kevin Bacon hasta cualquier otro actor en un máximo de seis pasos, y que a su vez es una aplicación práctica de la teoría de los Seis Grados de Separación, tan bien explotada por John Guare en una magnífica obra teatral. Pero de la Cadena Internacional del Polvo no tenía ni noticias. “Es una cadena de nombres,” dice Truman en su carta, “todos enlazados por el hecho de que él, o ella, haya tenido relaciones con la persona previamente mencionada. Por ejemplo, esta es una cadena que va desde Peggy Guggenheim al rey Faruk. Peggy Guggenheim con Lawrence Vail con Jeanne Connolly con Cyril Connoly con Dorothy Walworth con el rey Faruk”.

Capote proporciona dos cadenas más. Una es la insólita que une a Henry James con la actriz Ida Lupino: James se acostó con Hugh Walpole que se acostó con Harold Nicolson que se acostó con David Herbert que se acostó con John C. Wilson que se acostó con Noel Coward que se acostó con Louise Hayward que se acostó con Ida Lupino. Y su cadena predilecta es la que une a Cab Calloway, el cantante de jazz que se hizo famoso gracias a Minnie the Moocher, con Adolf Hitler. Según Capote es así: Calloway se acostó con la marquesa Casamaury que se acostó con el cineasta Carol Reed que se acostó con Vanity Mitford (¡oh, Vanity, tu nombre es mujer!) que se acostó con el Führer en persona…

Para poder jugar hace falta un conocimiento enciclopédico del chismorreo y un grado equivalente de malicia, lo cual convertía a Truman en un candidato perfecto: “Puedes calumniar a diestra y siniestra, todo en interés de le sport,” se ufanaba.

Lo cierto es que el jueguito de Truman me puso a pensar en las cadenas de las que uno formó parte… o pudo haberlo hecho. Una vez, por ejemplo, ignoré los avances de una estrella internacional del pop, a quien estaba entrevistando en New York: si hubiese aceptado su juego, me habría convertido en un eslabón más de una cadena que puede dar vuelta a la Tierra varias veces. En todo caso, si quiero avergonzarme no tengo más que imaginar con quién me vinculan algunas cadenas de las que, ugh, formé parte en efecto.

Toda acción que aproxime a un escritor a la humildad es, en esencia, una buena acción.

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13 de septiembre de 2006
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11 DE SEPTIEMBRE: EL SÍMBOLO Y LOS HECHOS

Como cada año, Chile conmemoró el 11 de septiembre de 1973. En este día un golpe militar derrocó al presidente Salvador Allende y puso en el poder a una Junta Militar cuya figura más visible y al final única fue el general Pinochet. Los asesinatos, las desapariciones, el enriquecimiento acelerado de ciertas personas y la supervivencia de un país durante dieciocho años de gobierno militar empezaron con el muy conocido episodio del bombardeo del Palacio de La Moneda, en Santiago de Chile, por aviones de las FF. AA. de Chile. La imagen del golpe es el humo que sale del palacio presidencial. Pero la conmemoración ya clásica del 11 de septiembre no se hace siempre ese día,  ni tampoco en La Moneda, sino el día que mejor conviene, con una marcha hasta el memorial que recuerda a las víctimas del régimen militar en el cementerio central de la capital.

Este domingo, durante la marcha, unas decenas, quizás medio centenar de manifestantes con el rostro tapado, intentaron provocar disturbios en el centro de Santiago. Tiraron pintura roja sobre los muros blancos de La Moneda donde una pequeña bomba «molotov» consiguió el principio de un incendio en una ventana. Hubo unas llamas, un poquito de humo y una declaración de la presidenta Michelle Bachelet, consternada de ver las imágenes (no estaba en el lugar) de "La Moneda en llamas, como hace 33 años". La mandataria dijo que nadie tiene derecho a atentar contra La Moneda porque «los símbolos patrios como la bandera, como La Moneda, son símbolos de democracia que pertenecen a todos los ciudadanos».

Claro que la bombita de La Moneda no se compara con los hechos terribles del golpe, documentados de manera definitiva por una Comisión Nacional de verdad y reconciliación pero en este caso la presidenta chilena se preocupó de la mala memoria traída por la presencia de un símbolo del pasado: humo en un ventanal del palacio presidencial. El símbolo, para ella, no se puede apartar de los hechos.

Por su parte, el presidente venezolano y bolivariano Hugo Chávez Frías se dedicó también a la misma problemática pero dentro de un proceso que funciona al revés: buscando desnaturalizar los hechos para eliminar el símbolo. Hablando de otro 11 de septiembre, el del 2001 con el atentado contra las torres del World Trade Center en Nueva York, el mandatario declaró el martes que "La hipótesis que cobra fuerza... es que fue el mismo poder imperial norteamericano el que planificó y condujo este atentado». Al recopilar todas las teorías conspirativas sobre el atentado, Hugo Chávez fingió ignorar que la población civil de EE. UU. fue víctima y no promotora de un ataque terrorista que provocó 2.948 víctimas.

Sumando las desapariciones, hubo en realidad 2.996 víctimas del terrorismo ese día. Lo que permite a EE. UU. disponer, en la parte sur de Manhattan, de un lugar simbólico para justificar la “guerra al terrorismo” de su presidente. Al cambiar la naturaleza y el sentido de estos hechos (para los que lean el inglés, existe una demoledora refutación de las teorías conspirativas), Hugo Chávez busca, al contrario de Michelle Bachelet, eliminar la existencia de un símbolo. Son ejercicios de memoria política que recuerden la visión de Paul Valery: “la mentira y la credulidad se acoplan para engendrar la opinión”; la bombita no era bomba y el atentado era de verdad.

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13 de septiembre de 2006
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La verdad ya no es lo que era

¿Qué vendrá después del capitalismo? ¿La riqueza del primer mundo depende de la pobreza del tercero? ¿El desarrollo de los países pobres debería basarse en micro o macrocréditos? Prepárate para responder cien preguntas como esta. Tienes tres minutos para cada respuesta y estás rodeado de genios. Y lo peor de todo, hay una cámara frente a ti.

Esa fue la dinámica de la Table of free voices que se celebró el sábado pasado en Berlín. Cien preguntas enviadas desde todas las esquinas del planeta sobre temas como la paz, la guerra, la ecología, el mercado, la tecnología y el futuro recibieron 11200 respuestas por parte de 112 invitados alrededor de una mesa: físicos, artistas plásticos, activistas, actores, empresarios, expertos en informática. Como en el aleph de Borges, todo el universo estaba ahí, incluso yo.

Está claro que un lugar así no es normal. El día del evento, bajé a desayunar al comedor del hotel y me encontré con Willem Dafoe comiendo tofu y antojitos japoneses. Y como me distraje mirándolo, Bianca Jagger me robó el asiento. Yo me resigné en silencio -porque no es cosa de andarse peleando con Bianca Jagger, que ya ha sacudido a varios dictadores y algún Rolling Stone- y sobre todo, porque Terry Gilliam estaba contando chistes en la mesa de al lado.

Creo que hasta entonces nadie tenía muy claro que hacíamos ahí todos. Pero la organización germánica es a prueba de incompetentes como yo, y minutos después, estábamos los invitados reunidos en el significativo lugar del evento: la Bebelplatz, donde los nazis organizaron su famosa quema de libros. Ahí, en torno a una mesa gigantesca, cada uno tomaría su lugar y daría sus respuestas a una cámara.

Imagino que, como instalación plástica, no dejaba de tener interés: 112 personas de los más variados orígenes y con las más variopintas vestiduras hablando con sendas cámaras. El escritor norteamericano Eliot Weinberger estaba sentado entre un economista inglés y una payasa rusa que jugaba con su nariz. El cineasta argentino Fernando Solanas tenía al lado a una japonesa con una sombrilla azul. Había gente con saris y con túnicas y con barbas y con kimonos.

Yo me senté entre una ecologista sueca y un artista plástico alemán. De vez en cuando, escuchaba lo que ellos decían, especialmente en las preguntas ecológicas, tema del que no sé absolutamente nada. La sueca hablaba en inglés, así que podía entender con claridad que todas sus respuestas eran exactamente contrarias a las mías. Básicamente, ella consideraba que si continuábamos este ritmo de industrialización acabaríamos con el planeta. Yo, por mi parte, creo que si escuchamos a los ecologistas nos quedaremos todos sin trabajo excepto los agricultores artesanales de tomates. Por su parte, el alemán hablaba en alemán. Pero de vez en cuando, en las preguntas sobre calentamiento global, yo oía entresacados entre sus respuestas los nombres de Orson Wells, Macbeth y Doctor No.

-¿Se puede saber qué cuernos estás diciendo? –le pregunté en una pausa.
-Es que no entiendo las preguntas –me dijo.   

Un evento como éste te hace comprender que no tienes idea de nada. En una pausa, Eliot Weinberger me confesó que las respuestas ecológicas se las sopló su economista inglés, y yo comprendí que ni siquiera los más brillantes invitados tienen todas las respuestas. Sobre todo, creo que la Table of free voices nos puso en contacto con la naturaleza de la verdad en el mundo globalizado. En un siglo en que los grandes discursos se han venido abajo, la verdad es así de difusa y contradictoria. Dos enunciados pueden ser contradictorios sin dejar de ser verdaderos, y lo único cierto es que tendrán que convivir en paz. Como una mesa con Willem Dafoe y una payasa rusa y una cantante tibetana y un cineasta australiano: miles de millones de monólogos haciendo un esfuerzo por convertirse en un diálogo.

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13 de septiembre de 2006
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