Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Malas bestias

Cuando sea grande, quiero ser un mafioso de Scorsese. Tengo esa fantasía desde que vi Buenos muchachos. Recuerdo a Ray Liotta consiguiendo las mejores mesas en los restaurantes, ganando todo el dinero que puede gastar y también el que no, partiéndole la cara a culatazos al niño rico que se ha propasado con su novia, en suma, jugando al dueño del mundo. Recuerdo el final de su personaje: después de acogerse al programa de protección de testigos, vive en una casa prefabricada, lleva una bata de felpa barata y piensa que se ha convertido en un triste pendejo.

Después de esa película, salí del cine preguntándome si en algún lugar de Lima habría un grupo de italianos armados para pedirles un trabajo cuidando sus limosinas. Y ya que no lo había, me limité a ver más películas de Scorsese. Mi reacción siempre fue similar. Lo fue en Calles peligrosas: Harvey Keitel y Robert de Niro van por la vida pegándole a la gente y divirtiéndose. Genial. Y en Casino: Robert de Niro le pega a Sharon Stone y se forra de dinero ¿Puede un hombre pedir más?
Creo que sí, sí puede pedir más.

Puede pedir ser un mafioso, y además, ser Jack Nicholson.

Porque lo mejor de Infiltrados, la última película de Scorsese, es ver al viejo Nicholson con su risa de psicópata después de pegarle un tiro en la nuca a alguien. O con la camisa manchada de sangre tras la barra de un bar. O las frases, algunas de ellas realmente notables como: “en este trabajo, alguien siempre sale muerto. En mi caso, siempre es el otro”. O: “puedes ser mafioso o puedes ser policía, pero cuando estás frente al cañón de una pistola ¿cuál es la diferencia?”. Es un delirio de violencia y sangre verdaderamente delicioso.

Y es que, después de El aviador -su máximo esfuerzo por juntar a un protagónico que se luzca, una historia profundamente americana y un presupuesto elefantiásico-, parece que Scorsese ha terminado por admitir una verdad difícil pero aparentemente indestructible: NO le van a dar el Oscar. Nunca. Seguro que es injusto, quizá sea estúpido, probablemente haya razones personales de la Academia, yo que sé. El caso es que El aviador era horrenda y Scorsese ya no tiene ninguna necesidad de montar otro bodrio como ese para ganarse el favor de nadie. Ya que de todos modos no lo va a ganar, puede dedicarse a ser él mismo.

Y eso es precisamente lo que hace en Infiltrados. Seguramente no pasará a la historia por esta película, y quizá ni siquiera destaque en su filmografía, pero Scorsese se reencuentra aquí con el cine vigoroso, masculino y de nervio que lo deja a uno atornillado a la silla durante más de dos horas, como en Al límite o Gangs of New York: sus personajes son asesinos a sangre fría, pero también víctimas de un mundo que se mueve demasiado rápido para ellos, y del que podrán desaparecer en cualquier momento por la vía rápida. Son a la vez agentes de la violencia y prisioneros de ella.

En todo este mundo, claro, había que poner una mujer por alguna parte. Es como obligatorio en Hollywood. De modo que hay una historia de amor medio descolgada por ahí, un pequeño escupitajo de femineidad en una historia dominada por la testosterona (hasta el gatito Leonardo di Caprio parece un macho bruto, por una vez). Quizá esa historia sea la más floja de la película, pero no alcanza a eclipsar lo mejor de todo, lo inolvidable: Jack Nicholson regodeándose como dueño de cine porno, follador veterano y mala bestia en estado puro, el viejo Jack regalándonos el gusto de soñar con ese día, que nunca llegará, en el que podremos ser como él.

Leer más
profile avatar
6 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Genius loci

Cuando los talibanes derribaron los budas gigantes de Afganistán destruyeron dos cosas: un conjunto monumental de cierta importancia religiosa (yo no creo que tuviera valor artístico) y un lugar excepcional para la historia de la esperanza humana (y eso sí era algo propiamente artístico).

En ocasiones, la obra de arte obtiene su valor, no tanto por la perfección del objeto construido cuanto por el lugar donde aparece ese objeto: un lugar que se transforma y deja de ser espacio insignificante para convertirse en fuente de significado. La obra de arte da contenido intelectual al vacío.

A veces, la obra de arte en tanto que objeto puede ser muy poca cosa, como el cirio que arde en la oscuridad de la ermita representando a cada una de las diminutas almas que duermen el sueño eterno. La oscuridad de nuestro destino se construye alrededor de la breve llamita del cirio.

Lo mismo podríamos decir de las ruinas de Palmira, otra construcción que no deslumbra por su excelencia arquitectónica o escultórica, sino por la metamorfosis de los peñascos y arenales en los que aparece, exactamente igual que San Juan de la Peña convierte un descalabrado precipicio en poema. O la portentosa escalinata que baja hasta hundirse en el Ganges. O esos ramos de flores que aparecen en algunas curvas donde un motorista dejó la vida.

La Plaza de Toros de Ronda es uno de esos lugares transfigurados. Situada justo antes de llegar al Puente Nuevo que salta ese precipicio llamado el tajo, se construyó a lo largo del siglo XVIII en arenales sin valor para el cultivo. La ciudad antigua ocupa el portentoso promontorio que da sobre el vacío a cuyos pies se extiende el valle cerrado por la serranía, una de las panorámicas más soberbias de Europa. El puente sobre el tajo atrae la mirada hacia esa caída de cien metros que es uno de los antecedentes de las Elegías de Rilke. Aquí, tras numerosos paseos sobre el abismo, se formó el angel terrible que nos aplastaría si acudiese a nuestra llamada.

La plaza de Ronda es un objeto precioso armado con sillares de piedra acarreados de unas canteras prodigiosamente llamadas del Arroyo del Toro. Los dos niveles de columnas toscanas tienen una escala que le hacen sentir a uno en soledad, como durmiendo. Es un anillo acogedor y amable quizás no muy distinto del de una tumba elegida. Esos terrenos que nadie quería son ahora el corazón de Ronda, el lugar que le da sentido.

La Real Maestranza, representada en la actualidad por Rafael Atienza, ha cuidado del lugar durante tres siglos como si fuera, en efecto, un edificio sagrado. Es la plaza más antigua de España, pero es también la más viviente aunque apenas se use para el juego de los toros. No hay otra plaza en España que tenga esa potencia lírica que permite visitarla con recogimiento, como si uno entrara en la Sainte Chapelle.

En sus espacios adyacentes hay ahora, entre muchos documentos de un tiempo alejadísimo, una colección soberbia, la Real Guarnicionería de la Casa de Orleans. También los caballos se transformaban entonces en piezas de inigualable dignidad, cubiertos por los arneses de ceremonia minuciosamente labrados y preparados por los latoneros, los grabadores, los zurradores y curtidores. Gracias al trabajo de estos artistas, de la gente de oficio, los brutos se transformaban en estatuas animadas. La verdadera escultura ecuestre.

Los lugares se transfiguraban, los animales se transfiguraban, el trabajo de los humanos llenaba de signos el espacio abstracto y los cuerpos sin espíritu. Creo recordar que a esa actividad la llamaba Novalis “moralización de la naturaleza”.

Nosotros, más sabios, ¿verdad?, más justos, más progresistas, hemos restaurado en su estado natural a los animales, es decir, los hemos preparado para la extinción y el zoológico, al tiempo que cubrimos con cubos de hormigón los arenales. Nuestra función consiste, con toda exactitud, en la desmoralización de la naturaleza. Aunque los talibanes nos parezcan gente muy arcaica y maleducada.

Leer más
profile avatar
6 de noviembre de 2006
Blogs de autor

STYRON

Hace ya casi un cuarto de siglo pasé varios días con William Styron en la isla de Martha’s Vineyard. Era el fin del verano. Días de calor y tardes fresquitas. Hacía una larga entrevista al novelista para una revista semanal francesa. Se trataba de comprender el éxito mundial de su novela Sophie’s Choice. Una especie de mirada atrás para entender el encuentro entre una obra dedicada al malestar de una sobreviviente de los campos de exterminación nazi y una audiencia que abarcaba muchos países y culturas. No sé si Styron murió en su casa de Martha’s Vineyard o en el pequeño hospital de la isla, pero me acuerdo muy bien de su manera de comportarse en su casa. Era un hombre fuerte en su mundo, un mundo cómodo hasta el anochecer. El primer síntoma, imperceptible, de la disminución de la luz le provocaba una ansiedad obvia. Quería salir, moverse. Muy rápidamente entendí que quería beber y que para nada era una “happy hour” la hora de la bebida. Styron era alto, daba una impresión de potencia hasta el atardecer, cuando había que interrumpir (creo que fueron tres tardes) sabrosas conversaciones. Me quedan dos recuerdos.

El primero tiene que ver con los sacapuntas. Styron escribía a mano, con lápiz sobre papel. El lápiz era cualquier lápiz, el papel era amarillo, con ligeras rayas, lo que en EE. UU. se llama “legal pad” pues es el papel que se utiliza para tomar notas en un juicio. Pero el problema de Styron no tenía que ver con el papel o el lápiz. El problema era la punta. Solo podía escribir con un lápiz puntiagudo. Cuatro líneas, quizás cinco y ya tenia que hacer algo. La solución cabía en dos enormes vasos. Un centenar de lápices listos para escribir a un lado de la mesa de trabajo; un vaso vació al otro lado. Poco a poco, al escribir, Styron pasaba los lápices de un lado al otro. Al final del día, tenía que sacar puntas a cien lápices, quizás ciento cincuenta. Aquí estaba el problema. ¿Era mejor el sacapuntas antiguo con manivela o se justificaba el uso de un sacapuntas eléctrico importado de Japón? Styron tenía tremendas dudas pues el tiempo dedicado a sacar puntas a los lápices era también el momento de revisión crítica de su labor del día. Me acuerdo muy bien de sus argumentos y sus dudas frente a una alternativa que no era frívola.

El otro recuerdo es más bien propio de su obra. El momento de la verdad en la entrevista, creo, fue una discusión sobre “the absolute evil” (el mal absoluto). Styron afirmaba creer en el mal absoluto, lo que su obra dice a gritos. Contesté su postulado con una maniobra judeo-cristiana diciendo que se podía aceptar la existencia del mal absoluto bajo una condición: la existencia simultánea del bien absoluto. Y Styron respondió: “con relación al bien, no sé, pero creo en la existencia del mal…”.

Último recuerdo: Styron había empezado a escribir su novela en la tercera persona del singular, optando después por la primera, por la voz de Sophie que es la narradora. “Es imposible ahora escribir una novela en la tercera persona pues falta la audiencia que cree en la existencia de Dios, la audiencia dispuesta a creer lo que cuenta la voz del novelista/Dios”. Claro que era muy fácil oponer una larga lista de novelas para desmentir su teoría, pero era interesante escuchar un heredero de Faulkner citar la existencia de Dios como herramienta del novelista.

Los dos artículos del New York Times sobre la muerte de Styron ni siquiera tocan el tema de Dios (el de Michiko Kakutani es el mejor). Por casualidad, releí hace poco Las palmeras salvajes de Faulkner. No es difícil encontrar lo que decía uno de sus personajes en el tercer capítulo, poco más de treinta años antes de mi entrevista a Styron: “we have radio in place of God’s voice” (tenemos la radio en lugar de la voz de Dios).

Leer más
profile avatar
3 de noviembre de 2006
Blogs de autor

EL PUEBLO QUE PASA

Me parece que es Ortega quien dice que en España no han sido nunca los líderes u hombres insignes quienes han protagonizado nuestra historia sino el pueblo llano. El pueblo que conquista América, el pueblo que se alza contra la invasión francesa o el pueblo que decide la llegada de la segunda República. También es el pueblo quien determina la dirección de este país mientras los políticos ponen rumbo hacia otra –o ninguna- parte.

La actualidad es un refrendo de esta teoría orteguiana. Los representantes de cada partido claman o braman, las banderías autonómicas dividen a unos y otros, los directores de periódicos bogan hacia una u otra radicalidad, mientras el gentío hace su vida de espaldas a estas reyertas. Sucede como cuando se perdió Cuba, que mientras literatos y próceres pregonaban el desastre, los madrileños, como si tal cosa, llenaban las plazas de toros.

Durante el franquismo se repetía mucho que la promoción del fútbol buscaba enajenar las conciencias cegando la atención hacia las cuestiones políticas. Ahora viene a suceder lo mismo pero al revés: las cuestiones políticas agostan de tal modo la conciencia de los ciudadanos que estos se interesan cada vez más por el fútbol.

Puede concluirse que la política cada vez interesa menos pero además se hace muy fácil comprender el porqué. En las reiteraciones de los discursos del gobierno y la oposición, en la improductividad de sus debates, en el desgaste de tiempo y esfuerzos, en la ampliación de las corruptelas y corrupciones, en las mentiras, las farsas, las falsas alianzas, se desarrolla un argumento de tan bajo interés que la clientela se achica día a día.

¿Quién dirige el sentido de la nación? Efectivamente no el sinsentido de los combates parlamentarios o extraparlamentarios.

Leer más
profile avatar
3 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Por qué quiero vender muchos libros

Yo no soy de los que escriben para ser analizados en la universidad, ni para ser aplaudido por su núcleo de amigos, ni para dar pie a esas críticas exultantes de los suplementos literarios que jamás se traducen en una puta venta. (Por lo menos aquí, en la Argentina.) Yo escribo por varias razones, pero una de ellas, una de las más importantes, es porque quiero vender muchos libros. Y cuando digo muchos, quiero decir muchos: tantos como Stephen King, de ser posible, y no sólo aquí sino en el mundo entero.

No voy a pretender que el dinero no me interesa, porque estaría mintiendo: yo necesito mantener a mi familia como cualquier trabajador. Pero la parte más importante del deseo de vender muchos libros pasa por otro lugar, por mi forma de entender la narrativa, por lo que la ficción significa para mí. Ustedes saben mejor que nadie que los libros cuestan al público una cifra equis, que generalmente queda dentro de un cierto marco. En este sentido, nos cuesta igual un libro de Bucay que uno de John Irving –que a la vez, por su novedad, cuestan más que cualquier clásico. Pero cuando uno se encuentra con un libro que le vuela la cabeza, que lo hace gozar locamente, que lo eleva por encima del medio tono de su vida, entiende que ese goce no estaba incluido en los treinta o cuarenta pesos que uno suele pagar en la Argentina. Esos treinta o cuarenta son razonables cuando uno lee un Grisham, o incluso un Le Carré. Pero cuando uno lee David Copperfield, o Moby Dick, o El mundo según Garp, está recibiendo algo más que aquello por lo que pagó. Los momentos inolvidables no tienen precio. Las historias inolvidables tampoco. Cuando damos con uno de esos libros que nos iluminan la vida, es porque estamos recibiendo algo más que el producto del trabajo de un artesano competente, de un narrador profesional. Lo que estamos recibiendo es vida, más vida. Esa es la bendición más grande que el Dios de la Biblia y de la Torá nos imparte, según la traducción de Harold Bloom: más vida. Algo con lo que Dickens, Melville e Irving contaban, algo que buscaban cuando se sentaron a escribir. Pensaban darnos un libro, pero además soñaban con la posibilidad de cambiarnos para siempre, de que al llegar al The End ya no fuésemos los mismos de las primeras páginas. Si ese acto de amor de estos escritores no se hubiese traducido en infinidad de lectores habría quedado trunco. Estaría incompleto, como todo acto de amor que empieza y termina en uno mismo. Cuando uno pone su alma en un libro, lo que desea es que llegue a la mayor cantidad de lectores posible para que pueda cumplir su destino. Si hay algo que nos consta como lectores, es que los libros pueden costar lo mismo –pero nunca valen lo mismo.

Yo admiro a Ingmar Bergman, pero si tuviese que elegir me quedaría con Spielberg. Quiero decir que puedo ver una de Bergman y sacarme el sombrero, pero cuando me siento a escribir una ficción quiero que sea una de esas que inspira todas las emociones que yo asocio a lo mejor de la vida –como las películas más brillantes del amigo Steven: E.T., la trilogía de Indiana Jones, Encuentros cercanos del tercer tipo… A mí me gustan esas que me hacen reír como loco, comerme las uñas, indignarme cuando es justo y llorar en el momento indicado. Me gustan esas que me lo dan todo en el mismo paquete, así como yo lo demando todo de esta vida.

El primer mandamiento del escritor es para mí: honrarás al lector por sobre todas las cosas. Yo no les creo a los escritores que dicen que no piensan en el lector, o en ese caso creo que se equivocaron de profesión. ¿Cómo no voy a pensar en el lector, si es precisamente aquella persona a la que quiero enamorar? ¿Cómo no voy a pensar en el lector, si eso es lo que soy desde mucho antes de que fuese capaz de escribir mi primera historia, y lo que seguiré siendo aun cuando ya no me dé el cuero para escribir más? Consecuentemente, el segundo mandamiento es para mí: no aburrirás. El tercero es: nunca menospreciarás a tu lector. Y el cuarto: pondrás todo tu alma y todo tu empeño en lo que escribas. Es la única forma de que valga la pena. Y la única forma en la que vale la pena vivir, si me preguntan.

Leer más
profile avatar
3 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Excelente resaca

Ayer jueves dos de noviembre, el cielo sobre Grazalema era borrascoso y cambiante, más propio de marzo que de este otoño que cuando comience ya lo habrá atrapado el invierno. Al capricho de un viento aún primaveral, los bultos opalescentes del nubarrón se entreabrían para que los haces de sol iluminaran un puñado de encinas o resbalaran sobre peñascos cubiertos de liquen verdinegro.

Antes, en el camino que viene de Ronda, las figuras fantasmales de unos toros zainos, a cuyos pies ramoneaban ocho o diez cerdos belloteros, se insinuaban entre troncos de un alcornoquero que cubre cientos de hectáreas. Algunos, recién pelados, rojo sangre, daban la impresión de desnudez exagerada del sátiro Marsias colgando cabeza abajo para el despelleje vengativo de una deidad melómana.

En Grazalema caían gotas, pero no desanimaban a los lugareños reunidos en la plaza para la consideración y befa común de los turistas. Ese inglés seco como un alambre, con pantalón corto y gorro de orejeras. La gordísima americana que ha de lanzar los senos por delante para luego adelantar la pierna en un delicado equilibrio de masas. O esos dos bárbaros, ignorantes, incultos capitalinos, que van haciendo preguntas y tomando notas como guardias de tráfico.

“Usted perdone, caballero, ese queso de oveja, ¿es emborrado?”
“¡No va a serlo!”
“¿Y con qué lo emborran?”
Mirada susceptibilísima del natural de la región.
“¿Con qué va a ser? ¡Con cascarilla!”

Naturalmente. ¿Con qué, si no? Un regional no puede concebir que el mundo entero ignore que allí el queso lo emborran con cascarilla. Me siento muy estúpido.

En la cafetería Rumores hay un estruendo ensordecedor. Los colegiales la han elegido para el almuerzo de media mañana y allí arman gresca, ellos con una tortilla de pelo sobre el cráneo rapado, ellas mostrando los temblorosos solomillos. En la barra de azulejo trianero, un par de adultos comentan con esa voz atiplada tan característica de la parte de Ubrique la condición inhabitual del clima. “Ya están todos los membrillos por el suelo”.  Una desolación.

Me pido un mollete caliente. “¿Con qué se lo pongo?”. “¿Qué tienen?”. El tabernero recita pacientemente algo por demás obvio y archisabido. “Pues tenemos zurrapa de lomo, de hígado, de sobrasada, o a la pimienta”.

Es agradable sentirse en casa, pero saberse forastero. Participar de una riqueza que es de todos y para todos. ¿Será esto lo que llaman “españolismo”? ¿No permitir que nadie te excluya de la fiesta? ¿Resistir el puritanismo de los endogámicos? ¿Su estreñimiento intelectual? Es odioso vivir entregado a lo doméstico. Hedor de zapatilla sudada, batín con remiendos en las coderas, tufo de sacristía y humo frío. Vírgenes en hornacinas donde se guarda la trenza de la niña muerta de escarlatina. ¡Artur Mas genuflexo ante la tumba de Wifredo el Velloso!

El miércoles ganaron las elecciones catalanas los amos de la finca. No podía ser de otro modo en un lugar perfectamente humillado por el dinero, pero se les colaron unos tipos descarados sin carnet y sin pedir permiso. Tipos cuyo valor supremo es la vitalidad de lo diverso, de lo múltiple, de lo heterogéneo. Tipos que quieren abrir ventanas en el asfixiante hospital regional. Que corra el aire, que limpie la atmósfera de miasmas, que las momias se pulvericen a la luz del sol.

La casa común no es ese patio de colegio que nos quieren imponer los sirvientes del pasado. La casa común tiene una diagonal de mil kilómetros. Y aún puede crecer.

Leer más
profile avatar
3 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Compre una bomba atómica

¿Está usted cansado de presidir un país pobre sin voz en ninguna instancia internacional? ¿Harto de ser vapuleado e ignorado por los líderes más poderosos? ¿O quizá simplemente ansioso de mostrarles a esos líderes y a sus compatriotas lo macho que es y lo fuerte que grita? Tenemos la solución para presidentes como usted: una bomba atómica.

¿Lo duda? Remitámonos a las pruebas. Al final de la guerra fría, resultó que los soviéticos no tenían sistemas de radar ni para detectar una avioneta alemana. Pero nadie los atacó, porque vaya a saber luego cómo responden. Hasta hace unos años, Irán no tenía ni embajada de EE. UU., y ahora es el eje de la política internacional del imperio. Y Corea del Norte… por favor, en Corea del Norte no hay ni siquiera luz eléctrica. Y ahí está Kim Jong Il, con su peinado afro eléctrico y sus lentes a lo Elton John, tiene a Bush suplicándole que se siente en una mesa a su lado y el de China. Ya quisieran eso países como Brasil o Argentina, aunque ahora que recuerdo, ellos ya negociaron sus programas nucleares. Más o menos, la cosa es así: si no tienes un programa nuclear, eres una piltrafa geoestratégica.

Construir la bomba es caro y complicado, además de lento. Pero no se preocupe: tampoco hace falta que tenga usted un arsenal listo para empezar a negociar. Hay alternativas interesantes que le permitirán ganar tiempo para ir ahorrando para terminar de pagar las letras de su cabeza nuclear o su lanzadera. A continuación le presentamos algunas de ellas para que escoja la que mejor se adapte a su bolsillo:

1. ¿La tengo o no la tengo? Esta opción es llamada también “la israelita”. Consiste en que usted nunca admite que tiene armamento nuclear pero todo el mundo lo sabe. Los periódicos hablan de la proliferación nuclear en la región y dicen: “Israel también cuenta con estas armas, aunque lo niega”. El encanto de esta idea es que nadie sabe cuántas tiene, ni en qué estado están, pero nadie quiere ser el primero en saberlo.

2. A que no me atacas. Este es un programa pujante y viril cuyos mejores representantes son los iraníes. Dicen que no quieren la bomba, y carecen de infraestructura para construirla –de momento-, pero cada día están más cerca. EE. UU. los odia profundamente, pero tras el desastre de Irak no puede invadirlos. Así que el presidente Ahmadineyad se pasa la vida gritando: “a ver, invádeme ¿no eras muy hombre? ¡Quiero verlo!”. Es como tocarle las narices a un ogro amarrado a un árbol.   
   
3. Por favor, atácame. Esta es la alternativa coreana, y en España se le conoce como “plan pulga cojonera”. Consiste en que, mientras EE. UU. invade un país por tener armas de destrucción masiva, uno le dice “yo también tengo armas de destrucción masiva ¡atácame!”. Luego resulta que el primero no las tenía, y entonces hay que repetir “¡Yo sí tengo armas de destrucción masiva!”. Al final, cuando parece que EE. UU. se olvida de uno, hay que usar las armas, aunque sea bajo tierra. Dos semanas después, están listos para negociar.

Así que ya lo sabe. No es obligatorio tener el arma para hacer rentable la inversión. Sólo necesita una planta nuclear que, a este paso, le saldrá más barata que comprar gasolina. Piénselo bien. Piense en su futuro, y en el futuro de los suyos. En Asia ya todos los hogares tienen bombas ¿Va usted a quedarse atrás?

Leer más
profile avatar
3 de noviembre de 2006
Blogs de autor

ZAGAJEWSKI Y LAS CIUDADES FEAS

He pasado la semana Zagajewski. Era como si no hiciera ni frío ni calor, todo el tiempo hacía Zagajewski. Hace tiempo comprobé lo que era pasear por su belleza ajena, por sus poemas, por sus deseos. Ahora estoy todavía bajo la influencia de ese libro tan hermoso, tan cercano y tan libre, tanto como un solo de Charlie Parker, tanto como Stravinski, como Malher. Qué gran escritor este polaco, aunque ahora su ciudad esté en Ucrania y su residencia se mueva por ciudades de Occidente. Por hermosas ciudades de Occidente, ya sean París o Nueva York. Dos formas que la belleza de las ciudades adoptó en diferentes siglos.

¿De qué siglo será la belleza de Madrid si es que se puede considerar bella? Para mí Madrid es muy hermosa. Pero no tiene un siglo, tiene varios mezclados. Algo del barroco, un poco de la Ilustración- poco, no hay que pasarse-, bastante del XIX, de la decadencia entre los dos siglos, del mundo galdosiano, un poco de la modernidad de los veinte, de la racionalidad republicana- ahora se puede ver una exposición del visionario Zuazo en la Biblioteca Nacional-, un poco de los excéntricos durante el franquismo y bastante de los renovadores de los últimos treinta años. Esa mezcla, ese caos, ese desorden de sus calles y plazas, hacen que me guste, que además me parezca hermosa mi ciudad. Habrá otras más ordenadas, con mejores ensanches, con catedrales más importantes y con barrios mejor conservados, pero esa vitalidad de esta ciudad para soportar sus baches, sus alcaldes, sus convencionales herederos del mal gusto del franquismo y otros feos monumentos y vecinos, hace que me siga pareciendo una de las más hermosas del mundo.

No, no estaría Madrid en la lista de las ciudades demasiado hermosas, esas acicaladas ciudades que nada gustan a Zagajewski, ni a nosotros. Dice el escritor polaco que las ciudades demasiado hermosas pierden individualidad. Las ciudades muy hermosas parecen siempre preparadas, acicaladas para los turistas y sus fotos. La fealdad individualiza. Y la parte fea de las ciudades las hace más interesantes. Cracovia le gusta al escritor porque, más allá de sus hermosas calles renacentistas, tiene muchos lugares poco agraciados, farragosos y melancólicos.

Madrid también. Una vez me propusieron hacer una guía de las fealdades de Madrid -a imitación de un libro que sobre Barcelona fea tuvo bastante éxito- pero me pareció que Madrid tenía tantos lugares feos que tampoco era cuestión de chulear también con nuestro feísmo. Los madrileños ya no somos lo chulos que fuimos. Eso también es parte de la belleza de la ciudad.

Alguien me dijo alguna vez que prefería las ciudades feas porque solían tener ciudadanos mejores que las consideradas hermosas ciudades. Seguramente no es más que una gracia, pero me hizo comenzar a hacer memoria sobre ciudades feas que conozco y gente encantadora. No me salieron muy bien las cuentas. Además, el otro día, en la ciudad más fea de España me di cuenta de que sus ciudadanos estaban contentos con su ciudad. ¿Cuál es la ciudad más fea de España?

Leer más
profile avatar
2 de noviembre de 2006
Blogs de autor

El miedo al Otro

Encuentro demasiado a menudo noticias sobre hombres que castigan, y muchas veces matan, a mujeres. El efecto que me producen es siempre el mismo: una tristeza insondable. Sin ir más lejos, en estas horas resuenan en las noticias de la TV argentina dos de esos casos. Uno es el de una niña, Evelyn, que llevaba semanas desaparecida y cuyo cuerpito muerto apareció muy cerca de su casa. Estaba enterrada en lo de unos vecinos. La autopsia reveló ya que seguía viva cuando la enterraron: su laringe estaba llena de tierra. El otro caso es el de una adolescente de 15 años, Rocío, cuyo cuerpo fue hallado en un basural de la provincia de Catamarca. La última vez que la vieron con vida estaba subiendo a la motocicleta de un vecino, policía de profesión.

Estas historias me sublevan en sus pormenores, pero también por lo que significan para todos nosotros, en nuestra condición de representantes de la especie humana. Hablan de un impulso que llevamos dentro desde que conseguimos pararnos sobre dos pies, y que sigue quemándonos por dentro mientras tratamos, de manera hasta hoy infructuosa, de elevarnos a un nuevo nivel de conciencia, a una versión más digna del animal humano: el miedo pánico al otro, al distinto, la incapacidad de tolerar la diferencia –que deriva, estoy seguro, de la dificultad para aceptar nuestras propias dualidades.

Esta compulsión a borrar al otro, ya sea porque siento que amenaza mi existencia física o porque me recuerda un aspecto mío que no quiero ver, está en la raíz de todo acto de violencia, y en suma de toda guerra: contra los judíos y los negros, contra los comunistas y los homosexuales, contra los musulmanes y las mujeres. Existen en Shakespeare dos summas humanas que representan este dilema, dos personajes que quizás sean los más perfectos de su producción: Hamlet y Macbeth. Hamlet representa las alturas a que podría llegar el hombre si potenciase sus mejores características. Este ideal que Hamlet sugiere se malogra a último momento, cuando el príncipe sucumbe al costado masculino de su naturaleza, la violencia, en lugar de ser fiel al costado femenino de su sensibilidad, representado por la imaginación, que en el contexto de la obra está encarnado por el teatro. (Harold C. Goddard nos recuerda que Hamlet nunca es más feliz que cuando interactúa con la compañía teatral que arriba a Elsinore.)

Macbeth, por el contrario, es la summa negativa, el personaje que representa las profundidades abismales que visitamos al abandonarnos a nuestras peores características. En este caso la imaginación (el yin, femenino y nocturno) está aplicada a interpretar aquellas cosas que llenan al hombre de miedo, aproximándolo a la violencia (siendo miedo y violencia las dos caras de una misma moneda): el yang masculino y activo de Macbeth ya no ve en los otros lo que son, sino tan sólo la amenaza que representan para él, el fantasma del daño que podrían infligirle. Las Brujas lo enfrentan a su mortalidad, Lady Macbeth le recuerda su impotencia, el rey Duncan representa las alturas a que no arribará por mérito, Fleance y el hijo de Macduff son un símbolo del futuro que  terminará arrasándolo, como hace con todos. Frente a estos espectros Macbeth se convierte en una máquina de matar, lo cual equivale a decir una máquina de negar; y al actuar de esa manera Macbeth acelera su propia muerte, porque lo otro, el otro, no puede ser eliminado: es parte esencial de nuestra propia naturaleza, el yang no sobreviviría sin el yin, se trata no de aspectos opuestos, sino necesarios y por ende interdependientes.

El día que cese en su impulso de borrar de cuajo al otro la especie habrá subido un peldaño. Ese será el instante glorioso en que nos convertiremos en el hombre viejo, recuerdo de un pasado remoto, como el Cromagnon lo es hoy para el homo sapiens sapiens. Mientras tanto, este hombre viejo seguirá soñando con ese día así como lo han soñado tantos desde hace siglos, mucho antes, incluso, de que Shakespeare concibiese a Hamlet. Fue Lao Tsé el que escribió, seis siglos antes de Cristo: “Aquel que entiende lo masculino y atiende a lo femenino se convertirá en un canal para el mundo entero. La virtud eterna no se apartará de su lado, y volverá al estado de inocencia del niño”.

Sabias palabras, todavía no atendidas.

Leer más
profile avatar
2 de noviembre de 2006
Blogs de autor

LA PESTE Y EL AROMA

¿Quién no ha padecido unos olores extraños y hasta fétidos en el interior de una tienda? Los momentos de rebajas, los días de verano, las fechas de Navidad, llevan a los establecimientos un gentío que termina concentrando sus vapores y reviniendo en una atmósfera que impulsa a escapar de allí.

Con el fin no sólo de evitar esta ignominia sino de transformarla en placer, Estados Unidos y otros países asisten a la creación de compañías especialistas en aromas para vender. No se trata de firmas compuestas por perfumeros. Ni siquiera de grandes profesionales de este ramo. La novedad consiste en que estas empresas buscan averiguar qué clase de fragancias inducen a comprar según la diferente naturaleza del producto. Por ejemplo, en los comercios de ropa de cama conviene rociar con una esencia compuesta por los olores del cachemir, el ámbar, el cardamomo, el cinamomo y la bergamota. Pero si se trata de vender ropa infantil lo lógico será diseminar un aroma a polvos de bebés y, en los supermercados de deportes debería olerse a cítrico, dado su poder energizante.

No siempre los expertos están de acuerdo en que un mismo aroma induzca las mismas sensaciones en todos los países. La vainilla, por ejemplo, evoca confort en Estados Unidos, en Francia se tiene por femenina y elegante, pero en los países asiáticos da asco.

Atendiendo siempre estas peculiaridades, la atención a los olores comerciales ha empezado a generar mucha clientela. El mismo Sony ha llegado a preguntarse que si había obtenido grandes resultados atrayendo la vista y el oído ¿por qué no conquistar también el olfato? Un mismo olor reina actualmente en sus 37 tiendas norteamericanas y pronto volará hacia otros continentes.

¿Y el olor de los Starbucks? No hemos sospechado que el mismo aroma en Seattle y en Pekín, en Madrid y en Roma o en Sevilla, no provenía del café sino de los sprays meticulosamente preparados para atraernos a tomar café? (Véase Time).

Leer más
profile avatar
2 de noviembre de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.