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El retorno de Bond

Por 17 de noviembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Siempre sentí debilidad por James Bond. De pequeño representaba lo prohibido, todo lo que a esa edad estaba fuera de mi alcance: la virilidad y por ende las mujeres, la elegancia del hombre de mundo, la madurez (sus películas eran calificadas para mayores, lo cual me descalificaba de la peor manera) y la libertad que entraña –o que yo suponía entonces que entrañaba- la llegada a la adultez: la célebre licencia para matar era, en esencia, una licencia para hacer cualquier cosa que uno quisiese. En mi cabeza infantil equivalía a la libertad de la que gozaban todos los grandes, que habían tenido el buen tino de crecer.

Como no podía ver las películas, me contentaba con leer las novelas de Ian Fleming que estaban en la biblioteca de mi abuelo. Estoy seguro de que entendía poco y nada (las minucias de la Guerra Fría se me escapaban por completo), pero por lo menos me hacían sentir más grande. Recuerdo haberme pasado horas contemplando una producción de la revista Life, llena de fotos del rodaje de lo que aquí se llamó Operación Trueno. Me pregunto si mi fascinación con el buceo –porque allí Bond libraba su batalla más compleja bajo el agua- no habrá comenzado entonces.

Quise a Roger Moore porque venía de ser El Santo, y porque fue el primer Bond al que pude ver en el cine. Pero admito que hoy no soportaría volver a ver ninguna de esas películas, ese Bond es al verdadero Bond lo que el Batman televisivo de Adam West es al Batman que me gusta: una autoparodia, que se pasa del pop para entrar de lleno en el territorio del kitsch. Moore era demasiado educado (¿demasiado amanerado?) para ser Bond. Al igual que el comercialmente exitoso Pierce Brosnan, carecía de la oscuridad, de la violencia y del componente psicótico que Bond necesita para sostener el equilibrio entre su elegante exterior y su compulsión homicida. En algún sentido Bond es el antecedente más directo de Hannibal Lecter: sibarita y asesino por naturaleza al mismo tiempo, con la ventaja de haber encontrado trabajo dentro de la ley.

Bond era Sean Connery, sin dudas, aun después de asimilar la infausta noticia de que usaba peluquín. (Su prematura calvicie tan sólo lo volvía más humano.) La clase de tipo que es capaz de imponer respeto, y hasta producir miedo, sin necesidad de levantar la voz: bastaba una mirada y una sonrisa para sugerir que estaba más que dispuesto a devorarse a sus enemigos y escupir sus huesos como los carozos de las aceitunas del martini. (Connery nunca diría spit, escupir, sino sh-h-pit, con ese delicioso acento galés que nunca pudo quitarse ni siquiera cuando interpretaba al nada galés rey Arturo. Ahora que escribo esto recuerdo que lo entrevisté en Londres por el estreno de First Knight. No me acuerdo nada de la entrevista. Se ve que para entonces ya había dejado de impresionarme. O quizás se debió simplemente a que yo ya había crecido.)

Tengo muchas ganas de ver Casino Royale, la nueva película de Bond, que se estrena hoy en los Estados Unidos. Lo cual significa que es la primera vez en muchísimos años que tengo ganas de ver una de Bond, o por lo menos una que no figure entre los clásicos de Connery. Daniel Craig me da buena espina, a pesar de que los bondófilos le bajaron el pulgar apenas lo eligieron porque veían con malos ojos, por ejemplo, que el pobre fuese rubio. Me parece un buen actor, que invita a imaginarse qué hubiese hecho Steve McQueen con ese rol. Atractivo pero no bello, capaz de transmitir la dosis adecuada de amenaza sin siquiera mover un músculo. La elección de Eva Green como su interés romántico es otro plus: ella es lo más parecido a una chica Bond para el hombre pensante que ha habido desde Diana Rigg.

Las primeras críticas hablan muy bien de la película de Martin Campbell. La idea de mostrar a un Bond que aún no es del todo Bond, una suerte de prequel a toda la saga –aunque transcurra en tiempo contemporáneo-, es inteligente: se trata de pintar a un Bond que todavía no ha llegado a ser la figura cool y en perfecto dominio de sí mismo que uno identifica con el personaje; se trata de un Bond en formación –como lo es Daniel Craig.

En caso de que Casino Royale tenga éxito, me pregunto qué clase de archivillanos le imaginarán de aquí en más. Porque Bond podrá ser el mismo, pero el mundo ya no lo es. En nuestro tiempo Goldfinger es Ministro de Economía de algún país del Grupo de los Ocho y el Doctor No gobierna Corea del Norte. Y aunque lo envíen a asesinar a algún miembro prominente de Al Qaeda, todos sabemos que sus propios jefes –y sus aliados de allende el océano- dejaron hace ya mucho de representar al bando de los buenos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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