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El lado oscuro del amor

Si los personajes de una historia se pareciesen a su autor, el coreano Kim Ki Duk debería ser: 1) mudo, 2) misógino y 3) maltratador doméstico.

Así son al menos los protagonistas de Hierro 3 y Bad guy, las dos películas suyas que yo había visto hasta hoy. El extraño talento de Kim Ki Duk le permite narrar historias con protagonistas que no abren la boca en los noventa minutos y que se enamoran sin sexo. De hecho, el sexo en ambos filmes no es más que una variante de la violencia. Los hombres golpean a las mujeres y a veces, si están de humor, también se acuestan con ellas. Pero en el universo del director coreano los verdaderos enamorados no hacen el amor, ni siquiera cuando trabajan como proxenetas de su mujer amada. 

Con esos argumentos, Kim Ki Duk ha cosechado una legión de fieles –sobre todo para alguien que no hace precisamente películas con Silvester Stallone- y una nada despreciable colección de osos, leones y toda la fauna de plata que se reparte en los principales festivales europeos. Y sin embargo, su última entrega, Time, es diferente.

Los fans ya se esperaban un cambio, porque ha pasado un año sin películas de Kim Ki Duk, y eso es mucho para un autor que lanzó su primer largometraje en 1996 y ya lleva trece. Pero los cambios son varios. Para empezar, esta vez los protagonistas hablan. A menudo, a gritos. En segundo lugar, el promedio habitual de porrazos y cachetadas se ha reducido considerablemente. Kim ki Duk es refinado en el arte de la tortura física: en Hierro 3 los rivales del triángulo amoroso se disparaban pelotas de golf. Pero esta vez, los golpes se reducen a un par de episodios y nunca están dirigidos a mujeres. Y en tercer lugar, quizá el más importante, esta película tiene escenas de sexo con amor. 

Tampoco hay que creer que estamos ante una comedia romántica. El coreano sigue siendo perturbador, perverso y siniestro. La premisa de la historia, de hecho, ya es bastante retorcida: un novio cuyo amor físico se enfría con el tiempo y una novia que, para remediarlo, decide cambiar de cara y cuerpo quirúrgicamente. No mejorar su cuerpo sino cambiarlo. No aumentarse el busto o quitarse arrugas, sino convertirse en otra persona. Una manera como cualquier otra de combatir la rutina.

A partir de aquí, toda la tortura es psicológica: durante los meses postoperatorios, la chica desaparece sin dejar rastro, pero vigila y persigue a su novio para impedir que se enamore de otra. Al reaparecer, convertida en una mujer distinta, empieza a sentir celos de sí misma. Hay una escena en que se hace una máscara con una foto de su antiguo rostro. Hay una escultura en que un perro muerde el pene de una estatua. Y todo da mucho, mucho miedo.

Paradójicamente, lo que más atemoriza es que la pareja resulta mucho más “normal” que los personajes de películas anteriores. Los personajes de esta película no son prostitutas, marginales o allanadores de morada, sino una pareja enfrentada a lo que todos conocemos: el deterioro que el tiempo le inflige al deseo. Nosotros vivimos con eso. Los personajes de esta historia buscan una solución. Lo más perturbador de Time es la sensación de que esa gente en la pantalla se parece a la de aquí afuera más de lo que nos gustaría. Así, Kim Ki Duk añade una nueva dimensión a lo que, en el fondo, ha sido su tema desde siempre: el lado oscuro del amor.

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20 de diciembre de 2006
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EL HOMBRE Y LA COSMÉTICA

Aunque parezca una boutade de la perfumería, la cosmética fue anterior al cosmos.
Cosmética no es una palabra más. Con ella se invoca la disciplina que configura el mundo (kosmos, le llamó Pitágoras), el orden deducido de la contemplación del firmamento, donde los astros desde tiempo inmemorial describen órbitas indubitables en un concierto perfecto que retorna eternamente.

La política sería así una rama de la cosmética en su propósito de organizar el mundo del mejor modo posible o, metafóricamente, a imagen y semejanza de la ordenación astral. Efectivamente no dan una a derechas que pueda tenerse por su razonable emulación.

La cosmética, antes de todo, en vida de Pitágoras, significaba solamente la ornamentación y  el maquillaje de las mujeres. Las mujeres preparaban su rostro, rectificaban sus cejas, diseñaban sus labios y la luz de sus ojos, para alcanzar una apariencia susceptible de mover el deseo de los hombres. Hombres o patrones.

El patrón de la belleza femenina se confundía con el modelo que entusiasmaba al patrón. Acomodaban artificialmente su realidad al deseo natural de aquellos a quienes debían agradar cerrando así un bucle tan paradójico como conmovedor, tan elocuente como retroactivo.

Lo femenino debía conquistar su naturalidad mediante un postizo que actuaba como catalizador de lo auténtico. La autenticidad y la falsedad no solo se conmutaban de la manera común de los top-mantas sino que el manto de lo falsificado se hacía indispensable para alcanzar lo auténtico. Lo real nacía gracias a la ficción y la ficción se volvía inmanentemente real en el proceso. El trampantojos procuraba de este modo la máxima visión y a su alrededor, detrás, flotando o soportando el objeto, no quedaba, al fin, más espacio que el de la representación, la verdad del espectáculo. (Véase: Vicente Verdú:  El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción).

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20 de diciembre de 2006
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The King of Movies

Stephen King volvió a la carga con su columna en la revista Entertainment Weekly, esta vez para elegir sus diez películas favoritas del año 2006. En el texto preliminar, King aclara que no se trata de la lista de un crítico (“Soy tan sólo otro tipo ordinario, en la cola para comprar gaseosa”), y establece una cuestión sobre la que hemos hablado aquí algunas otras veces: la forma en que la existencia de excelentes series de televisión pesa a la hora de retenernos en casa –en especial si la opción es ir al cine para ver películas de inferior calidad. Teniendo The Wire y Lost en casa (series de las que King es fanático y yo también), ¿a quién le interesa ir a ver El código Da Vinci?

Algunas películas de las que King habla no las vi, porque no se estrenaron en estos lares y también, para ser sincero, porque no me tientan en lo más mínimo: The World’s Fastest Indian, por ejemplo, o un policial llamado Waist Deep. Otras sí que se estrenaron, pero tampoco tuve ganas de verlas: The Descent, que es una peli de horror (y King debería ser considerado un experto en la materia), Snakes On A Plane, cuya premisa me suena divertida pero sabe a poco, y United 93. Una de las que menciona estoy esperando verla en DVD: The Three Burials of Melquiades Estrada, dirigida por Tommy Lee Jones sobre guión del colega Guillermo Arriaga (Amores perros, Babel): King dice que el título es horrible, pero le encanta que Tommy Lee consiga poner en pantalla algo que parece salido de las novelas de Cormac McCarthy.

Y después están las que sí vi, por supuesto. Con alguna de las elecciones de King disiento: más allá de la buena leche con que fui al cine, creo que The Illusionist es más bien floja, y que pierde en la comparación con la otra peli de magos, The Prestige. (King dice que también le gustó, pero a la hora de confeccionar la lista se quedó con el film protagonizado por Edward Norton.) The Departed me desilusionó, tratándose de una película de Martin Scorsese: creo que es mucho menos que la suma de sus prestigiosos actores, y muchísimo menos de lo que las críticas quisieron vendernos con sus loas. Pero en fin, coincido con el entusiasmo que King siente por Casino Royale (“La mejor película de Bond de la historia”), y ante todo con la peli que consagra en el número uno de su lista: El laberinto del fauno.

King se manifiesta deslumbrado por el film de Guillermo del Toro. “Creo –dice- que este cuento de hadas para adultos es el mejor film fantástico desde El mago de Oz. Y aunque es mucho más oscuro que aquella película, logra de todos modos celebrar el espíritu humano. Su Tío Stevie piensa que ustedes deberían ver esta película”. Del Toro debe estar saltando desde que le contaron la opinión del Tío Stevie. Yo, por lo pronto, espero con ansias que Del Toro concrete su último proyecto, el de una nueva versión de Tarzán. Todos aquellos que amamos al personaje y que hemos padecido las películas que le infligieron –desde las de Johnny Weissmuller hasta Greystoke-, creemos que ya es hora de que alguien filme un Tarzán como la gente.

¿Estoy yo en condiciones de hacer mi propia lista? La elección sería engañosa, porque gracias a la tecnología del DVD la verdad es que las mejores películas que vi este año no fueron estrenadas en 2006. Pero si tuviese que resignarme dolorosamente a las obras del presente, no excluiría de mi lista a películas como Children of Men, Little Miss Sunshine, V for Vendetta, Howl’s Moving Castle (que es del 2005 pero aquí se vio este año), El latido de mi corazón, Miami Vice y Caché (que también es de 2005, con estreno argentino en 2006). Seguramente me olvido de algunas. De hecho, todavía espero ver Babel y las dos de Eastwood, The Flags of Our Fathers y Letters from Iwo Jima, que forman parte de la producción de este año.

Y hablando de Roma, ¿cuáles fueron sus películas favoritas de este año?

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20 de diciembre de 2006
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HAY QUE LEER

Para amantes de los libros: hay que leer en línea el último número de la Revista de Libros del diario chileno El Mercurio. Revista no es. Son solo unas páginas dentro de uno de los cuadernos del paquete de papel llamado «Edición dominical». Es una frustración. Uno siente un desprecio hacia la literatura. O una inversión insuficiente en el sector editorial por parte del diario. Al final, los libros tienen que viajar en el tren de la información sin tener un carro aparte.

Sin embargo, tengo que reconocer la calidad de lo que ofrece la supuesta revista esta semana. Primero una columna de Rafel Gumucio. Otra buena columna. Gumucio tiene talento, tiene chispa en la escritura y tiene ganas de morder. Su mordida: hacia Borges y Bioy Casares. Se trata del libro del segundo sobre el primero titulado Borges. El libro es monstruoso. 1.663 páginas. Espero al cartero que tiene que llevármelo. Gumucio denuncia el futuro cansancio de mi cartero: sobran mil páginas. Pero no duda en escribir que vale la pena leer el resto: dos seres monstruosos que destrozan a sus contemporáneos es un espectáculo de primer orden.

Voy a guardar la columna de Gumucio para una relectura después de la lectura del libro. Por el momento, me encanta la eficiencia de Gumucio para definir a Borges: «Borges estuvo toda la vida preocupado por ajustar su vida, es decir su obra, al molde de la epopeya. Rechazó siempre la psicología y la novela, género prosaico y de clase media que invariablemente cuenta la historia de alguien que quiere ser algo que no es». Y me gusta también la descripción del encanto progresivo de Bioy Casares por lo que rechazaba su amigo: la novela, los caracteres con una gran dimensión psicológica. Al final, es la tesis de Gumucio, el libro es una traición a Borges por Bioy Casares. Escribe la novela de la vida de su amigo con muchos detallitos psicológicos.

Otra maravilla en la Revista de Libros: una entrevista con Mario Vargas Llosa. Habla de literatura. De otras cosas también, pero sobre todo de literatura. Lo mejor de Vargas Llosa son las primeras novelas y sus ensayos sobre la literatura (La verdad de las mentiras, La orgía perpetua). Por eso, esta entrevista es de lo mejor que puede entregar el autor peruano.

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20 de diciembre de 2006
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BORGES, ENTRE VIUDA Y AMIGOS

He contado mi placentero viaje en tren con “el Borges” de Bioy Casares. Sin duda un buen, excelente rato. Dos horas que me permitieron  acercarme a cercanas verdades, pequeñas historias, grandes reflexiones, bromas y veras de dos amigos que juntos, y separados, nos dejaron algunas señales, algunas líneas, algún poema que nos acompañará siempre. Más Borges, pero sin ningún menosprecio de Bioy. Más de cincuenta años de amistad, relación personal e intelectual que no se puede negar. Por más que María Kodama, y a raíz de la publicación de los diarios de Bioy sobre Borges en la editorial Destino, se enfade porque podamos leer aquello que solo unos pocos pudieron conocer.

No creo que a Borges, uno de los mejores lectores de la historia de la lectura, le hubiera molestado ver publicado un libro como este. Gracias por el libro. Gracias porque nos acerca al pensamiento en libertad de dos amigos de gran exigencia cultural y de afilada capacidad de juicio. Y de gran sentido del humor, sin que falte la mala leche.

El libro fue un tema central de mis charlas con el amigo, poeta y borgiano Luis Alberto de Cuenca. A él como a mí su lectura nos entretiene y nos provoca goces diversos en lo que hasta ahora llevamos leído. Son bastante más de mil quinientas páginas y se van leyendo poco a poco. Lenta y fragmentariamente. Mejor para los placeres.

Placeres conseguidos con el mismo libro que provocó las iras de María Kodama. La delicada, culta y amable viuda de Borges. Siempre que he podido hablar con ella ha sido, lo sigue siendo, una persona de extremada gentileza. De una fortaleza casi etérea y con un fino sentido del humor, con ella se pueden abordar todos los temas. Nada de Borges le es ajeno o eso es lo que yo creía, lo que pretendo seguir creyendo. No es María Kodama una viuda del estilo de otras de cuyo nombre no quiero acordarme, pero con este asunto de Bioy Casares, y de la publicación de su libro, se han desatado todas sus iras. Luis Alberto de Cuenca, Felipe Benítez Reyes y yo mismo -José María Álvarez estaba en otras posiciones- nos quedamos sorprendidos y un poco castrados -por delicadeza, por educación- al no poder dar nuestra opinión favorable al libro y a su autor. Al menos no poder hacerlo en presencia de María Kodama.

El libro, según María Kodama, es de lo peor que uno pueda imaginarse desde el lado borgiano de la vida. A Bioy le llama felón, traidor y niega hasta su amistad con su íntimo amigo Jorge Luis Borges. ¿Demasiado, no? Me interesa  Kodama, mantengo más simpatías que dudas hacia ella, pero creo que aquí, cuando menos, está siendo un tanto exagerada,  excesiva e injusta en sus juicios contra Bioy .Y desmemoriada si niega la amistad entre estos dos que muchas veces fueron uno en literatura.

Creo, querida María, que los lectores, los borgianos, tenemos derecho a conocer esas conversaciones privadas que han dejado de serlo. Nada de lo que dice empequeñece a Borges. Su obra, también su vida, siguen siendo las que fueron. Además deberíamos considerar que alguien tan público como Borges nos pertenece a todos. Al menos a todos los que lo merezcan. Borges es de muchos en lo público. Y de bastantes en lo privado. No solo de un amigo, no solo de una mujer. Me alegro por los lectores, lo siento por Kodama. Y recordar aquello que él escribió: “El mayor defecto del olvido es que a veces incluye la memoria”.

P.D. Muchos recuerdan cosas, dichos, situaciones, anécdotas con o en torno a Borges. Si me cuentan alguna, yo intentaré recordar otras.

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20 de diciembre de 2006
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20 diciembre

¡Ah! El viejo espectáculo de la corrupción. ¡Cuánta indignación suscita! Y sin embargo ¿a quién se dirige este clamor? ¿Quién atenderá la súplica?

Como una voraz marabunta de termitas en un caserón abandonado, los  comisionistas sobornan a quién se ponga por delante. No se andan con remilgos. Son hombres de fortuna y su fortuna es inmensa.

Lo que está en juego.

Un fatigado empleado a punto de jubilarse contempla el curso de su vida. El miedo a la escasez, a una edad de la que nada cabe esperar salvo la penuria de una pensión exigua, le hará maldecir. ¿Hice bien no haciendo nada?

Esto es lo que está en juego.

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20 de diciembre de 2006
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MICROTRAUMATISMOS

El verdadero poder del ciudadano no procede ya de ser elector sino consumidor.

El elector, tal como están las cosas, deposita su voto y prácticamente muere.  Su existencia política pasa a engrosar la materia de las encuestas y los sondeos, la masa que llena alguna manifestación sin consecuencias y, sobre todo, compone al sujeto abstracto sobre el que hablan los políticos en sus proclamas y los intelectuales en sus artículos de opinión. Es el sujeto al que se refieren con amanerado respeto los líderes pero que de ninguna manera les importa demasiado. Concretamente al político le importa el ciudadano sólo como votante; la larga temporada restante es la de un discurrir ondulante que sólo gana pulso y soflama al aproximarse el día de las urnas.

Los consumidores imponen, en cambio, mucho más. Un consumidor actual, con conciencia de la calidad, instruido en el ejercicio del consumo, escéptico respecto a los anuncios o los discursos, escaldado por mentiras y estafas, exigente en la relación calidad precio, no es tan fácil de embaucar (aunque a mí sigan timándome).

El consumidor moderno sabe mejor lo que quiere y aquello que le pertenece, ha adquirido mayor conocimiento de sus derechos y aspira a realizarlos con plenitud. Le faltan todavía, sin embargo,los medios para ejercerlos con prontitud y eficiencia, lo que parece regatearle aún el sistema y su Administración. 

El ministerio de Sanidad y Consumo español ha sido hasta el momento más lo primero que lo segundo y más un organismo represor que promotor. Fomentar la ciudadanía en el siglo XXI es desarrollar la energía del sujeto consumidor como sujeto crítico, como sujeto participante, como sujeto político a un grado que no ha conocido la historia y que no conocerá ya la política agotada en su anacronismo y su deterioro moral.

A la idea de polis sucede el domus. Esta terminología que empleó Michel Maffesoli se corresponde con el vector que traspasa mi libro Yo y tú, objetos de lujo. La actual organización política con su inoperatividad democrática y su irreversible corrupción deriva en un desengaño cada vez más incurable y extensivo.  Los individuos desean formar comunidades, crear agrupaciones, conectarse pero desconfían de todo aquello que huela a guardarropía político. Lo político es un mal en coincidencia con un tiempo del mal político.

Otro mundo es posible y  su ordenación responderá más a las vinculaciones espontáneas inspiradas en los deseos y necesidades de la  vida común que en los solemnes ideales de tiempos pasados.

Si la política es Proyecto, el Gran Proyecto como tal ha concluido. Nuestra existencia en la cultura de consumo carece de un trazado fijo y vertical. Nuestras vidas se bifurcan, se trifurcan o comienzan de nuevo con una elasticidad, movilidad y variabilidad trabada en horizontales.

El proyecto, lo político, se nutre de un anhelado fin a la manera de la metafísica mientras nuestra realidad es laica y rechaza el Gran Final. Muchos fines, cortos, transmutables, vecinos, componen el mundo del consumidor y en él se demanda radicalmente un derecho que, realizado a través de  microtraumatismos, transformará decisivamente lo social.

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19 de diciembre de 2006
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El nuevo nombre de la brutalidad

Me enteré leyendo un artículo del Clarín dominical firmado por Ana Barón, corresponsal en Washington: la última moda entre ciertos adolescentes norteamericanos es lo que se llama bum hunting, esto es la reunión de chicos para salir a cazar homeless por las calles y molerlos a palos –literalmente hablando, hasta matarlos en más de un caso.

Entre 1990 y 2005, 165 personas sin techo fueron asesinadas por muchachitos que, una vez detenidos, alegaron que solo los movía la intención de “divertirse”. Para peor muchos de estos críos graban la escena y la cuelgan en la red o editan en video. Ryan McPherson, de 18 años, cedió los derechos de su material por millón y medio de dólares y ya vendió 300.000 copias desde el año 2001. Poco tiempo atrás, en Calgary (Canadá), cinco jóvenes decidieron emular a McPherson. Armados con una cámara, salieron en busca de un homeless y cuando lo encontraron lo molieron a palos y le partieron una botella en la cabeza. No lo mataron de puro milagro. Michael Roberts, de 53 años, no tuvo tanta suerte. Cuatro chicos de entre 14 y 18 lo encontraron en el bosque al que había ido a fumar marihuana. Le pegaron, se fueron, volvieron, le pegaron otra vez más, se alejaron, regresaron y lo castigaron nuevamente, se fueron y terminaron volviendo una última vez: en esta ocasión lo hicieron armados con un palo con un clavo en su extremo, que le incrustaron a Roberts en la cabeza, produciéndole la muerte. Hoy el mayor de esos “chicos” purga una condena de 35 años en una prisión de Jasper, Florida, pero el peso de esas penas parece no tener efecto disuasorio alguno: la “moda” parece difundirse cada vez más, en buena medida a través de medios como la red.
Algunos dicen que matar a un homeless se ha convertido en una suerte de rito de iniciación para ingresar a un grupo. Las pandillas han existido siempre, pero hasta no hace mucho ingresar a ellas requería algo parecido a una prueba de coraje. ¿Cuál es el coraje necesario para apalear entre varios a un viejo hambriento e indefenso? 

Yo pertenezco a la generación para la cual Singin’ in the Rain es, ante todo, la canción que cantan Alex (Malcolm McDowell) y sus drugos en La naranja mecánica, de Stanley Kubrick, mientras muelen a golpes a un homeless y se cagan de risa. El domingo por la tarde, poco después de haber leído la noticia de la cual les hablo, vi por primera vez la Singin’ in the Rain de Gene Kelly y Stanley Donen. (Les juro que nunca la había visto completa antes, más allá de los clips clásicos que conoce todo el mundo.) Me pareció una película llena de imaginación y de exuberancia, una postal del espíritu humano consagrado a la creación de algo bello. La disfruté como loco y después sentí un poco de tristeza. Quizás porque entendí hasta qué punto el uso de la canción en La naranja mecánica entrañaba la corrupción de ese belleza, el trastocamiento más completo de su sentido: una canción hermosa funcionando como banda sonora de algo horrible; y quizás porque también me pesaban esos chicos perdidos, que seguramente crecieron en una circunstancia ajena a toda noción de belleza. Deben haber sido castigados e ignorados y brutalizados sistemáticamente durante sus cortas vidas, deben haber soportado la casi total aniquilación de su alma, para que ya no les quede otro entusiasmo que el de la violencia más cruel, ni más música que la de un hueso al quebrarse.

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19 de diciembre de 2006
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BUENA/MALA EDUCACIÓN

Muchas veces tengo la sensación de que por delicadeza, una forma de educación, he perdido muchas cosas en mi vida. Quizá no hayan sido tantas, es posible que no muy importantes, pero una, dos, tres, mil veces he tenido la sensación de perder el tiempo. De dedicar el tiempo llamado libre -incluso el otro, el que no es libre, el atado al deber, a las obligaciones, a los trabajos y los días- a cosas, gentes, conversaciones, entretenimientos y otros menesteres que me interesaban entre poco y nada. Pero uno, por la educación, la costumbre o los hábitos sociales, termina haciendo lo contrario de lo que desea. Muchas veces me propongo no hacer caso a la cantidad de “pesados” que uno se va tropezando en su vida. No siempre lo consigo. Es más, yo diría que casi nunca. Admiro a los que se saben liberar de los “plastas”. No conozco el truco.

Por educación muchas veces no decimos lo que pensamos. Incluso decimos lo contrario de lo que pensamos. Por educación no somos críticos. Incluso no criticamos al crítico que tantos méritos hace. Por educación, por delicadeza, perdemos nuestro tiempo.

Sin embargo, el otro día, una tranquila tarde en que me disponía a disfrutar de dos horas y media de lectura en un tren, uno de los mejores lugares públicos para estar a solas con nuestros libros -incluso teniendo que soportar las variadas estupideces que se escuchan desde móviles ajenos-, elegí asiento individual. Si los móviles se ponen antipáticos, una música muy familiar -para no entretenernos- puede sonar en nuestro i pod. Así, más o menos aislado del resto del vagón, con buen libro y un buen whisky con hielo, me disponía a pasar dos horas y media en compañía de Borges visto desde los diarios de Adolfo Bioy Casares. Estaba disfrutando de las pequeñas y grandes maldades. De las historias grandes y de las pequeñas. Me estaba riendo con ese niño que confundió a dos monjas con dos pingüinos… y noto que alguien me saluda, es el intelectual, psiquiatra, académico y memorialista Carlos Castilla del Pino. Sin duda una figura humana e intelectual que me merece todo el respeto y la admiración. Algunas veces he tenido la ocasión de hablar con él de cultura, de música, de historia de este país o de amigos escritores y siempre me ha parecido sugestivo y brillante. Aunque nunca consigo librarme de la sensación de estar siendo estudiado. Más de una vez fui a algunas de sus charlas. Pero esa tarde, precisamente esa tarde de tren en que tenía la oportunidad de conversar con él durante más de dos horas, lo único que quería era seguir en la sola compañía de mi lectura. Llegó un momento delicado. Después de hablar unos minutos en el pasillo, Castilla del Pino me ofreció sentarme a su lado y continuar la conversación… ¿Qué hacer? Como dijo Lenin… Ya me imaginaba entretenido y teniendo que agotarme en mi esfuerzo por mentir. No me gusta tener que decir la verdad a los psiquiatras. Lo normal, lo educado, quizá también lo inteligente, hubiera sido saber usar esas dos horas al lado de un maestro… Pero no sé qué me pasó, cuál fue mi resorte secreto que me escuché diciendo al admirado Castilla: “mira Carlos, veo que llevas un extraordinario libro -las obras completas de Kafka en la edición de Galaxia Gutemberg- y yo estoy enfrascado en este de Bioy Casares… creo que deberíamos seguir como si no nos hubiéramos encontrado”… El sabio sonrío y me dijo: “tienes razón”. Creo que esa tarde gané una batalla. Quizá perdí la oportunidad de una lúcida charla con un intelectual de gran talla. Pero os aseguro que el libro de Bioy sobre lo cotidiano con su amigo Borges mereció la pena.

Otro día, si nada me entretiene, hablaré de Borges. Y de su viuda, María Kodama.

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19 de diciembre de 2006
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19 diciembre

La incursión en el más allá no se considera digna del buen gusto literario. La tradicional desconfianza que inspira el subsidio de la religión –como una recurrente modalidad de la fantasía- se dedica también a ciertos excesos del imaginario narrativo.

En estos casos la verosimilitud canónica del relato no basta para vencer la resistencia, la engreída exigencia de realidad. A regañadientes se admira la destreza del autor que nos lleva hasta el límite de la experiencia pero un extraño sentido de la mesura recomienda no dar ni un paso más.

La lectura de Murakami tiene algo que ver con este recelo cultural.

La minuciosidad descriptiva del autor japonés es un alarde naturalista y pendenciero. Como si de la atención obsesiva a lo más ínfimo o doméstico, la constatación de un cuerpo entregado a su tarea, obtuviera el permiso de ir más allá.

Murakami encauza de un modo magistral la energía de la invención, se deleita en las posibilidades costumbristas de cada escena, y hace malabarismos que a ningún otro se han consentido.

La estructura simbólica de sus relatos exige un ejercicio hermenéutico agotador. Su virtuosismo psicológico es inquietante pero no hay modo de saber a dónde desea conducir al lector. Si a una contemplación extasiada o a una humillada resignación.

Las piezas de su novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo pertenecen a un elegante rompecabezas. Pero su sentido brota y se escabulle como si la hubiera escrito para un huraño grupo de iniciados. Aunque excite la intuición del público que adora a Murakami.

Kafka en la orilla (también en Tusquets) es una nueva versión de la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo: la misma seducción empeñada en desvelar cómo nos envuelve el otro lado del mundo.

La Crónica es un portento de alusiones –a veces brutales. Kafka es un consternado atreverse, un insólito ir más allá. Desafía las leyes de la lógica para contar sucesos ocurridos más allá de la muerte.

Un sacrilegio literario que haría estremecer de vergüenza al Dante.

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19 de diciembre de 2006
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