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La consagración de la impunidad

Por 12 de diciembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Yo no le deseo la muerte a nadie, porque la muerte nunca es retribución: nos llega a todos, no es justa ni injusta, simplemente es. Por eso no me alegra ninguna, ni siquiera la de aquella gente que hizo mucho daño en vida, porque la muerte tampoco es solución; si aquel que muere fue dañino cuando estaba entre nosotros, seguirá siéndolo una vez enterrado. Aquellos que en la hora final soslayan los defectos del muerto y escriben panegíricos que recuerdan tan sólo virtudes olvidan esa verdad elemental, somos en la muerte como fuimos en la vida, aquel que derramó amor a su paso seguirá derramándolo, aquel que sembró terror y discordia seguirá inspirándolo aunque sus restos se descompongan bajo tierra.

No me alegró la muerte de Pinochet, no encuentro nada que celebrar. Estuve en Chile la semana pasada presentando La batalla del calentamiento, y conocí gente maravillosa y cálida y entrañable, pero en medio de la alegría que me inspiró la experiencia descubrí que existía una calle central que se llama 11 de Septiembre. Me produjo un escalofrío: ¿cómo era posible que subsistiese una calle que celebra una fecha fatídica, un día que significa ruptura del orden institucional, secuestros y asesinatos a mansalva y negación de los principios más elementales del derecho? La sensación que me invadió entonces se completa ahora, lo que pensé al viajar por esa calle y lo que siento al enterarme de la muerte de Pinochet es lo mismo, la noción de una oportunidad perdida. Pinochet cometió la misma clase de crímenes que llenan las cárceles de presos comunes: homicidios, defraudaciones y estafas, solo que elevadas a la enésima potencia porque el ejercicio fraudulento de los poderes del Estado es el peor de los agravantes en una República democrática. Pero no murió en la enfermería de la cárcel, después de haber sido juzgado y condenado en abundancia de pruebas, murió como un hombre libre –y para más incordio, como un hombre rico y aún poderoso, a poco de difundido el dato de las toneladas de oro que atesoraría en un banco de Miami.

Para Pinochet esta muerte fue una fuga, un acto de escapismo a lo Houdini: quisieron cargarlo de cadenas y no lo lograron, el viejo consiguió zafar de las ataduras y presentarse en el proscenio para los aplausos, justo antes de que cayese el telón. Se salió con la suya y la República perdió, porque desperdició la oportunidad de hacer justicia en vida, que es la única justicia posible, o por lo menos la única que nos consta de manera efectiva. Aunque más no fuese en beneficio de las futuras generaciones, lo mejor habría sido que el autor de tantas desgracias hubiese sido enjuiciado, sentenciado y purgado condena, por pequeña que hubiese sido y por ende desproporcionada ante tanta desgracia, ante tanto dolor aún abierto, pendiente de cicatrización. Nuestros hijos necesitan entender que viven en un sistema en el cual todo acto genera consecuencias, y todo acto malo amerita castigo. Por el momento les estamos educando en la certeza de que en nuestros países el que hace el mal triunfa y se nos ríe en la cara. Tal como murió, Pinochet nunca será otra cosa que un símbolo de impunidad: fue el que la hizo y que no la pagó, lo cual genera una estela que en algún momento, más temprano que tarde, producirá imitadores.

Que no le tributen honores de Estado no alcanza en este contexto, así como están las cosas no pasa de gesto despechado, un desaire que no disimula lo que no se hizo, lo que faltó. (El viejo tenía 91 años. ¿Qué mierda esperaban, que siguiese viviendo in aeternum hasta que se dignasen completar todo el papelerío legal?) Sólo espero que este regusto amargo que deja la noticia, este sabor a incompleto, a medio hacer, a inconcluso, sirva como recordatorio a nuestras propias autoridades: Videla y Massera tampoco van a vivir para siempre, hay leyes heredadas de la dictadura aún pendientes de derogación y muchos represores que están en libertad, la Ministra de Defensa prometió que los criminales militares irían a dar con sus huesos a cárceles comunes y algunos de nosotros todavía esperamos que esta promesa se cumpla, porque no queremos despertar un día y enterarnos de que Videla hizo la gran Houdini, de que Massera deslumbró en un acto final de escapismo; estos señores no son artistas, estos señores son genocidas y los genocidas no deberían poder escabullirse de las cadenas que se merecen, lo suyo no es el gran truco, es el gran crimen.

Cuando me levanté el lunes tenía un mail de Andrea Maturana, una maravillosa escritora chilena, que tan solo me decía: “Se murió Pinochet en una clínica privada… En fin”. Por suerte no soy el único que se siente burlado.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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