Vicente Verdú
Quizás la mayor razón para abominar de las Navidades provenga de lo demasiado festivas que son.
En el pasado, las fiestas se magnificaban mucho siguiendo siempre los legados del pensamiento sagrado pero hoy, en coherencia con una idea de laica vida, la fiesta mayor se alza, a menudo, como un estorbo.
No siempre es así ni para todos, pero la gran festividad resulta crecientemente molesta si tapona las oportunidades de eludir su presencia. Y esto es precisamente lo peculiar de la Navidad.
Sus jugos y soniquetes penetran por todas las rendijas y su solo anunciamiento desencadena un estado irregular equivalente a la patología de ciertas plagas y a la eficiencia de sus feroces virus.
La Navidad es ahora viral. No ocurre ya en un espacio acotado ni tampoco en su corral cronológico. sino que tiende a desbordarse y deshacer los contornos en todas las direcciones a su alcance.
Quienes aman la Navidad contemplan arrobados está mágica y excepcional influencia pero quienes pertenecen al grupo contrario observan su desmesura como angustiosa o nauseabunda.
La Navidad ha adquirido, en todo caso, unas proporciones portentosas y su sombra dorada trasciende en semanas a la señalización del almanaque. Más que unas fechas la Navidad aspira a convertirse en una Temporada y de esta soberbia se deduce la magnitud del rechazo. La vaharada.
¿Cuánto no se echa de menos ahora, en las espesas vísperas festivas, la fiesta ideal, sin ornamentos? El día de asueto que se obtiene libre de cargas y coincidencias con onomástica alguna y cuya figura exenta se dispone netamente para ser empleada en esto o aquello, sin determinación ni socialización.
Esta clase de día individual se corresponde con el sujeto individualizado: solitario en medio del caudal del calendario, entero para sí.
La fiesta es colectiva, asunto público y de precepto mientras el día libre se une a los derechos privados, sin pertenencia al rito de la comunidad y su carga de cultura. Día primitivo, pues, y presto para la manipulación inaugural. Opuesto a la fecha muy señalada y definida previamente para un fin. Fecha fausta y precocinada para ser consumida de acuerdo a un repertorio de instrucciones que van desde la caridad a la familia cristiana y desde la lenidad doméstica al aura del polvorón.