Jean-François Fogel
La semana pasada escribí sobre lo que llamaba «Lo viejo y lo nuevo», al hablar de lo que era todavía la doble enfermedad de los dictadores Fidel Castro Ruz y Augusto Pinochet Ugarte y la evolución económica del continente y su lento progreso social. Me encanta encontrar la misma idea bajo la pluma de Michael Shifter en una tribuna publicada por The Washington Post.
Claro que sería mucho mejor tener la versión de un novelista. Algo que no sería la famosa novela del caudillo (presidente, patriarca, supremo, etc.) que tan importante es para la literatura de América Latina sino la novela de los dos dictadores cuyo héroe, por razones de amor, haría vaivén entre Chile y Cuba en los años setenta, y por razones de amor se sentiría igual de feliz en ambos países. Una especie de héroe romántico sin el más mínimo rasgo de ideología en su mente.
¿Es posible? Michael Shifter, gran conocedor del continente (es vicepresidente del Inter-American Dialogue) opina que sí. Afirma que lo que piden los latinos es «lo mejor de ambos dictadores». Su explicación es sencilla y obvia. Castro -dice- se dedicó, al menos en la visión transmitida a través de sus intervenciones públicas, a atender la injusticia social y la desigualdad. Las últimas elecciones en Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, México, Nicaragua y Perú son prueba de esto, con vencedores haciendo una clara referencia a la agenda social.
Pero los gobiernos que salieron de las urnas en estos países no son seguidores de Castro. En muchos aspectos implementan políticas económicas conformes a las opciones impuestas en Chile por la junta militar de Pinochet. El mejor ejemplo: los gobiernos de la «concertación» en Chile. Su balance es sencillo: 17 años en el poder con una gestión de gran ortodoxia financiera; un crecimiento fuerte; y una tasa de pobreza que pasó del 40% en 1990 a 18% en 2005.
En América Latina, opina Shifter, lo que se pide es un crecimiento promovido por la potencia del mercado y un enfoque de la política que busque mayor igualdad. Y todo esto se debe entregar sin el terror y el mando autocrático que fueron la marca de Castro y de Pinochet. Prueba de esto, la mala imagen de Castro, el único de los dos que se mantuvo en el poder y sale con la peor nota en el último sondeo de latinobarómetro en 18 países de América Latina, una nota que le ubica al mismo nivel que George W. Bush.