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“ABC” DE LAS ARTES Y LAS LETRAS

Nuestros amigos del ABC cultural, el suplemento de las Artes y las Letras nos invitan a una celebración. Sus primeros quince años. La fiesta, seria y sobria, aunque relajada, fue en la sede del Instituto Cervantes de la calle Alcalá. En el edifico de las “Cariátides” de Antonio Palacios, el arquitecto del Madrid moderno que, como ya ha demostrado en el Círculo de Bellas Artes, construyó edificios multiusos. Lo que fue banco es ahora uno de los lugares del tinglado cultural madrileño. Un edificio que merece la pena visitar y colarse en su cámara acorazada que ahora guardará originales de escritores.

Pues allí fue la fiesta, en un salón que tiene un techo que recuerda al gusto, malo, de una tarta de los “quince años”. Esas tartas que han sufrido casi todas las niñas de la América Latina. Los discursos también fueron dulces, es lo que tocaba. El director de ABC, Zarzalejos, se mostró muy seguro de su periódico, de la renovación de este ABC, liberal, monárquico y abierto. Contento porque, Zarzalejos dixit, con suplementos como el del ABC se demuestra que la cultura no es una cosa de la izquierda. También dijo el director del periódico que el suplemento de las Artes y Letras ya es tan emblemático del periódico como lo son “la tercera” y las esquelas. Se le veía seguro con el camino centrado de este ABC al que consideró el auténtico. A su lado la presidenta Catalina Luca de Tena, que sabe callar y sonreír de manera elegante. Buena editora, sobre todo con el oportuno rescate de uno de los libros más “canallas” de Julio Camba, Haciendo de República.

Después habló el director del suplemento, Fernando Rodríguez Lafuente, hombre fundamental en la renovación del mismo -además de intelectual de aristas muy diversas y de responsabilidades orteguianas y renovadoras-, que desde hace años consigue que muchos que habitualmente no compran el ABC lo hagan los sábados por acercarse a ese suplemento. Sin duda uno de los mejores de nuestro país y “el mejor del mundo”, según la ministra de Cultura, Carmen Calvo.

La ministra no se cortó, dijo algo más. Tanto que los responsables del suplemento y colaboradores, casi tuvieron que rebajar los piropos de la ministra que, ya muy lanzada, comparó al suplemento con el “Oráculo de Delfos”.

No sé en que lugar de los suplementos literarios y de arte habría que situar al de ABC, pero sin duda es una compañía nuestra desde que nació y mucho más ahora que está en los momentos más abiertos e interesantes de su historia. Seguirá siendo una cita sabatina de muchos que no compran o comparten otras cosas, otras firmas y otras informaciones de su periódico. Felicidades.

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22 de diciembre de 2006
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The King of Books

Stephen King también eligió los mejores libros que leyó en este año y los difundió en la revista Entertainment Weekly, pero aquí se tomó otras libertades con el criterio de selección. Es verdad que en materia de cine dependemos más de las novedades –todos tenemos una noción más o menos aproximada de qué se estrena cada semana: la cara de la ciudad, llena de afiches promocionales, lo pone a uno en onda aunque no quiera-, y que en materia de literatura nos manejamos de forma más caprichosa y hasta aleatoria. (Por lo pronto, en mi ciudad no abundan los afiches callejeros que promocionan libros.) Como de costumbre, los comentarios previos de King son jugosos: por ejemplo, cuando sostiene que los libros todavía tienen futuro en nuestro mundo porque “son portátiles, no contienen publicidad, son reciclables, no requieren baterías y además, a diferencia de tu Game Boy, no te los van a sacar si te descubren leyendo uno en clase –uno siempre puede pretender que estaba preparando una tarea”.

King es tan desprejuiciado que hasta se da el lujo de elegir un libro de poemas entre sus favoritos de 2006: Night Mowing, de Chard Deniord. (Yo nunca lo había sentido nombrar, ¿y ustedes?) Después de subrayar que se trata no necesariamente de libros editados durante este año, sino de libros que él leyó durante 2006, se lanza a enhebrar una lista que está llena de gente a la que también desconozco. Bentley Little, por ejemplo, autor de Dispatch, una novela en la que un joven solitario escribe cartas a medios y a gente famosa y descubre que sus mensajes transforman la realidad. O Arthur Phillips, autor de The Egyptologist, novela en la que un mentiroso patológico enloquece mientras busca una tumba en el desierto, poco después de la Primera Guerra Mundial. O James Meek, autor de The People’s Act of Love, relato sobre un fugitivo en plena Revolución Rusa, cuyo impulso narrativo es, según King, simplemente asombroso.

El quinto puesto lo reserva para The Ruins, de Scott Smith, autor además de A Simple Plan, novela que en su momento se convirtió en una buena película de la mano de Sam Raimi. Para King, que algo sabe del asunto, The Ruins es “la mejor novela de horror del nuevo siglo”; habla de estadounidenses perdidos en una montaña mexicana que se encuentran con algo que no esperaban hallar. (Lo cual resume, en buena medida, los últimos años de política exterior del gobierno de Bush.)

Los puestos más importantes se los consagra a The Night Gardener, de George Pelecanos –un escritor del género policial que a King le encanta además porque escribe para la serie The Wire, a la que adora-, a American Pastoral de Philip Roth (una novela de 1997, pero cuya tristeza insondable respecto del Sueño Americano hace comprensible que se la digiera mejor ahora), y a The Road, de Cormac McCarthy, un autor con el que tarde o temprano voy a tener que cruzarme. King dice que esta historia de un hombre que trata de mantener vivo a su hijo en medio de un gran desastre es “el logro mayor de la carrera de McCarthy”, lo cual debería significar mucho tratándose de un escritor tan respetado y laureado en EE. UU.

Si yo tuviese que armar mi propia lista, no podría prescindir de los libros de Haruki Murakami: especialmente Kafka On The Shore, Sputnik Sweetheart y Norwegian Wood. Ni de la Trilogía de Deptford de Robertson Davies (OK, todavía voy por la mitad del libro final, World of Wonders, pero a esta altura pongo las manos en el fuego). Ni de Atonement, de Ian McEwan, por más que hayan intentado enlodarlo hablando de plagio. Quizás debería mencionar también el placer de tantas relecturas: las de V for Vendetta y Terry y los piratas, las de Nine Stories de Salinger y La balada del café triste de Carson McCullers. Me quedaron para el verano On Beauty, de Zadie Smith, El rey de los alisos de Michel Tournier, Pigtopia, de Kitty Fitzgerald y el ocasional Dickens, que me voy guardando porque comparto la teoría del personaje de Lost que se reserva Our Mutual Friend para antes de morir. De eso se trata la vida, en buena medida: de ir encontrando libros para no dejar de leer nunca, de que jamás nos falte una novela que encienda nuestro deseo.

En fin: ahora les toca a ustedes.

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Y por supuesto, muy pero muy felices Navidades para todos.

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22 de diciembre de 2006
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Blog de Navidad

Como el Pitufo Gruñón, yo siempre odié la Navidad. Y como yo, todos los hijos de divorciados le encontraban poca gracia a esta celebración de la familia que habitualmente conllevaba la pelea familiar por cuánto tiempo pasarían con cada progenitor. Unos minutos de retraso en el camino a la casa del abuelo de turno podían desencadenar un conflicto sin precedentes.

Lo más triste no era la competencia familiar, sino la obligación de ser felices. Los comerciales, las campañas navideñas, los centros comerciales, las series de televisión te obligaban fanáticamente a sonreír y dejarte llevar por el espíritu navideño, que parecía ser un cóctel entre la morfina y el gas de la risa: es Navidad, aunque el mundo te parezca horrendo, debes celebrar lo hermoso que es.

Incluso el cine forma parte de la campaña. Hace tres años, fui por última vez al cine a ver una película de Navidad. Nicholas Cage era un ejecutivo de éxito que un día veía cómo habría sido su vida de haberse casado con su novia de adolescencia. En esa vida alternativa, era un provinciano pobre y lleno de hijos que trabajaba como empleado en la tienda de su suegro. Pero terminaba descubriendo que esa era la vida que quería en realidad, y no su éxito egoísta. Era una película para que te sientas bien con la vida que llevas sin importar cómo sea. Era Arte con A de Anestesia.   

Para un adulto real, la Navidad en realidad es una medida del éxito empresarial. La magnitud de las cenas o fiestas de cada compañía grafican su año fiscal. Si en tu fiesta hay elfas en tanga y sirven champaña, sabes que estás entre los triunfadores. Si sólo hay un jefe bebido en un restaurante barato, quizá tu carrera necesita un empujón.   

Hay una imagen que han explotado grandes artistas norteamericanos, desde Tom Waitts hasta los guionistas de Matrimonio con Hijos: Papá Noel apestando a alcohol y con un cuchillo en la mano. Pocas metáforas resumen con tanta precisión mis sentimientos infantiles hacia la Navidad.

A pesar de todo, he empezado a valorar las fiestas. Porque mientras más me alejo de la niñez, más me impresionan los niños. Y ellos en estos días están realmente felices, excitados, creen en todas las cosas que hay que creer y esperan con ansias la llegada de Papá Noel. Supongo que les tengo envidia. Quizá sean manipulados por la atmósfera navideña, pero a mí me gustaría ser manipulado también. Para los niños que conozco, la Navidad es como un día en que la magia existe, aunque para sus padres sea el día en que revienta la tarjeta de crédito.
      
Así que feliz Navidad y sean felices este fin de semana. Pero eso sí, cuando vean a sus niños acercarse al árbol con entusiasmo, o abrir los paquetes, o preguntar por Papá Noel, recuerden: ellos no son felices porque ésta sea una fiesta familiar. Ni porque sea el cumpleaños del niño Jesús. Ellos, en realidad, solo quieren los regalos.

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22 de diciembre de 2006
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LA VIDA O EL ACCIDENTE

A menudo se oye a quien se anuncia a sí mismo como “al que no le gustan los problemas”.
Hay. sin embargo, otros, muy pocos, a quienes les divierte sobremanera que aparezcan problemas y arremangarse para encontrar su solución.

Este género de personas son de lo más simpático y tonificante que cabe imaginar. Ayudan radicalmente a entender la vida.

O a entender la vida radicalmente. porque quien trate de imaginar este mundo sin conflicto continuo, procure eludirlo o busque ocultarlo haría bien en dejar de vivir. Oponerse al conflicto o considerarlo una importuna adversidad define a un tipo de humano inmaduro, infantil, propenso a la pataleta, al llanto o al refugio en el regazo de mamá. La vida es conflicto crónico, desde su biología a su biografía, desde su más a menos y de su menos a más.

Somos aventureros sin haber elegido el riesgo, exploradores sin vocación de conocer, fugitivos sin cometer ningún delito, víctimas sin culpa, verdugos sin intención de matar. ¿Cómo esperar, por tanto, que lanzados bajo la intensidad de estos personajes no se registren choques, desperfectos o problemas como efecto mismo del salvífico accidente de vivir?

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22 de diciembre de 2006
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22 de diciembre

No puedo evitar el charco y salgo de puntillas con los zapatos manchados de barro. Voy sorteando a la multitud. Esquivo a los impetuosos, sin perder el buen humor de esta fría mañana de diciembre.

Llego a la Gran Vía, esquina Callao, y subo la calle hasta encontrar al limpiabotas. Me siento en el taburete, se frota las manos para entrar en calor y con un par de bruscos movimientos de cepillo empieza su tarea.

Es un indio azteca y su porte, aunque está agachado, recuerda el que dibujó Bernal Díaz del Castillo en su quejumbrosa reclamación.

Aquí me tiene, caballero, a sus pies.

La gente va con el paso apresurado como si llegara tarde a la cita de todos los días.

Pero eso ya no importa, añade.

Y aplica, con el dedo índice envuelto en un trapo, un poco de crema negra a la piel del zapato.

Lo decía mi abuelo. Sé paciente, muchacho. Espera y verás. Nadie es eterno. Nadie es inmortal en el mundo.


Una larga cola de madrileños se alarga por la acera y da la vuelta a la manzana esperando que llegue la hora de comprar su billete de lotería.

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22 de diciembre de 2006
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LA NAVIDAD O LA BODA

Prácticamente todo el mundo se queja estos días de las pesadas reuniones de familia. Más tarde, sin embargo, nunca resulta tan pesado y si resulta mal suele ser pésimamente, con lo que se adelanta mucho en los procesos de culminación del desapego.

La Navidad, con su carga de mala fama,  oculta los buenos momentos que se pasan juntos y que, en suma, no serían peores que hallándose en la soledad o en la rutina de todos los días. La protesta revela su injusticia precisamente cuando las circunstancias no permiten tener ninguna compañía y lo que era fiesta se convierte en una encrucijada que obliga a revolver en el mundo interior. ¿Una molestia más? Naturalmente, pero la deficiencia no se revela hasta que duele, ni el desperfecto se pondera sin una insoslayable señal.

Hay confraternizaciones mucho peores que la Navidad e incomparablemente peor resueltas desde el punto de vista del programa. Por ejemplo, las bodas.

Cada día se hace más difícil entender cómo no se ha resuelto el aburrimiento que conlleva asistir a un enlace matrimonial donde exclusivamente los novios se lo pasan bien. Un festejo como este, en el que se invierte tanto dinero, tiempo y esfuerzos de preparación, resulta insoportable en la casi totalidad de los supuestos. No quiere decir que su fracaso deba atribuirse a su ritual o su apariencia, al menú o la ceremonia, aspectos fáciles de controlar, sino al ánimo final de los asistentes.

Ni los avances en la sociedad del espectáculo, ni la multiplicación profesional en el amplio sector del entretenimiento han difundido aún una fórmula que permita divertirse en estos prolongados actos cuyo precio de entrada, expresado o no en especie, supera al coste del ticket más caro de un supershow mundial.  ¿Mayor masoquismo en la reunión de Navidad o en la congregación de la boda? Las murmuraciones respecto al engorro de cumplir con una u otra obligación son de grado parecido pero en el caso de las cenas o comidas navideñas no se representa un papel tan gregario ni tampoco deben soportarse las exclamaciones de felicidad en beneficio superlativo de una sola pareja de personas. La Navidad es una tentativa de cordialidad mutua pero la boda es una operación donde,  de la misma manera que sobre el pastel nupcial, los novios se erigen insolentemente como figuras. Puede que por un día no esté mal ser exageradamente condescendientes pero ¿quién no ha sentido en los acalorados gritos de “vivan los novios” una aclamación victoriosa sin tino? La Navidad será triste o empalagosa pero al menos en la Nochebuena no se traspasa, en general, el moderado sentido de la convención y los atributos lentamente aceptados de cada uno.

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21 de diciembre de 2006
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Una sombra ya pronto serás

Ayer se cumplieron cinco años de la represión desatada por el entonces presidente Fernando de la Rúa en un vano intento de preservar su poder. El despliegue de fuerza que ordenó en su desesperación se cobró la vida de cinco personas de entre 23 y 57 años, todos muertos por balas de plomo disparadas por la Policía Federal. Pocas horas después de cometidos esos crímenes, De la Rúa firmó la renuncia al cargo y dejó la Casa Rosada en helicóptero, dando la espalda por última vez al pueblo que lo había elegido democráticamente y al que traicionó sin cesar desde que asumió el cargo.

Hoy los muertos siguen muertos, De la Rúa continúa libre y los funcionarios que respondían a su mando, responsables políticos de los hechos, también. Los únicos acusados por el caso, esto es los tres comisarios a quienes se les endilga el homicidio de tan sólo uno de los manifestantes, esperan juicio oral en sus casas, tranquilos como ciudadanos comunes. Seguramente en estas horas se estarán preparando para celebrar las Navidades. Tienen una suerte que los familiares de Carlos Almirón, Diego Lamagna, Gastón Riva, Gustavo Benedetto y Alberto Márquez ya no pueden reclamar: la de festejar en compañía de los suyos. Martín Galli, que sobrevivió de milagro, seguramente celebrará, pero deberá hacerlo con la prudencia que su salud quebrada reclama: la bala que tiene alojada en la cabeza le produce espasmos epilépticos, que sólo controla mediante la ingesta diaria de once –once- pastillas.

La tragedia del 20 de diciembre de 2001 había comenzado la noche anterior, con el cacerolazo que sacó a tanto pueblo a la calle para protestar primero por el arbitrario congelamiento de todos los depósitos bancarios –justo antes de las Navidades y en la inminencia de las vacaciones de verano, el gobierno no tuvo idea más feliz que confiscar toda la plata de la gente-, y después para repudiar la instauración del Estado de Sitio que De la Rúa firmó para tratar de contener a tanto díscolo. Los radicales (De la Rúa siempre fue hombre de la UCR, Unión Cívica Radical, por más que llegase al poder gracias a una alianza con otra fuerza política, hoy desaparecida) todavía siguen arguyendo que el entonces presidente quiso despejar la Plaza de Mayo para poder negociar en mejores condiciones con el peronismo, algunos de cuyos dirigentes fogoneaban el descontento. El argumento queda viciado de nulidad cuando uno advierte que todas las víctimas fueron abatidas lejos de la Plaza: el más cercano murió a dos cuadras y los demás a más de seis, sobre la avenida Nueve de Julio que los porteños pretendemos “la más ancha del mundo”.

La insólita demora en los procesos y la sospechosa ausencia de pruebas y de pericias no produce grandes esperanzas de obtener justicia. Algunas imágenes de TV, como la que muestra al entonces comisario inspector Omar Oliverio disparando balas de plomo contra manifestantes que descansaban sobre una de las placitas de la Nueve de Julio, fueron importantes para lograr las pocas acusaciones que hoy existen. Pero todavía hay pericias que faltan para hacer posible la realización de los juicios, ya que no existen registros fehacientes de, por ejemplo, el lugar exacto en que cayeron las víctimas, lo cual dificulta los análisis de ángulos de tiro. La Justicia dice que es necesaria una nueva reconstrucción de los hechos. La pregunta es: ¿cuánto podrán recordar los testigos, cinco años después de lo vivido?

  Esta es tan sólo una más de las infinitas historias de injusticia que ha producido y produce nuestro continente. Pero la abundancia de tragedias no nos volvió inmunes al dolor, como tantos esperaban; y las deficiencias del sistema legal tampoco lograron que bajásemos los brazos: forjados en el ejemplo de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo, seguiremos pidiendo justicia y reclamaremos en los tribunales hasta que la impunidad deje de ser la norma, como suele serlo para todos los crímenes concebidos y ejecutados por los poderosos de esta tierra.

En vísperas de las Navidades les deseo a los familiares de aquellas víctimas toda la felicidad que sean capaces de sentir en estas circunstancias; pero a aquellos que aun en la calma de sus hogares se saben responsables de lo que pasó, no les deseo nada bueno. Ojalá cada copa que beban les sepa a hiel, ojalá cada bocado tenga gusto a cenizas. Y que nunca dejen de mirar por encima de sus hombros, temerosos de las sombras que han salido a buscarlos.

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21 de diciembre de 2006
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ATAQUE INGLÉS

Unas líneas hoy desde París para señalar un ataque violento a Francia desde Inglaterra. Ya estamos acostumbrados pero esta vez cambia el blanco. En lugar de denunciar a los funcionarios franceses, a las élites, a la herencia de la gloriosa Revolución francesa o al uso excesivo de grasas en la cocina, el semanal The Economist se dedica a explicar que los almacenes, llámense El Corte Inglés en España o Les Galeries Lafayette en París, son un producto directo del posmodernismo.

De manera precisa, y pérfida, el semanal inglés ataca a Jean-François Lyotard. Y cita una frase suya que define el universo cultural de un almacén: «eclecticismo es el grado cero de la cultura general; uno escucha reggae, ve una película del oeste, se come una hamburguesa McDonalds para su almuerzo y cocina local para cenar, lleva perfume de París en Tokio y viejos trapos en Hong-Kong; el conocimiento es algo que corresponde a los programas de juegos en la televisión».

Por suerte, The Economist no llega al colmo de acusar a Lyotard de ser el inventor de los almacenes. Sólo lo asocia con otros tres pensadores, Roland Barthes, Michel Foucault y Jacques Derrida, en un terrible cuarteto de izquierdistas. Los cuatro buscaban destrozar el capitalismo y la sociedad burguesa. En realidad, dice el semanal, escribieron sobre todos los temas desde una misma perspectiva: la liberación del ser humano. Ocuparse de todo y liberarse fue la interpretación de sus mejores discípulos: los héroes del liberation marketing. Los herederos del «pomo» (posmodernismo) son los creadores de marcas o de productos que tenemos que utilizar «porque yo lo valgo», como dice una publicidad basada en una mala traducción.

I-Tunes; Google, Zara, Yahoo son lo que queda de la última corriente de la filosofía francesa. Gracias, The Economist, Gracias. Con amigos como los ingleses, los franceses no necesitan enemigos…

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21 de diciembre de 2006
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LAS MEJORES PELÍCULAS DEL CINE ESPAÑOL

Oficialmente las mejores películas del cine español del pasado año son: Alatriste, Volver, El laberinto del fauno y Salvador. Además de ser las que más candidaturas suman para los premios Goya, son esas cuatro las elegidas para ganar el Goya a la mejor película. ¿Y eso quién lo decide?... Pues unos centenares de personas que, en muchos casos, ni siquiera han visto la película a la que votan o a la que castigan con su desprecio. Sé de lo que hablo. Soy uno de esos centenares que de manera arbitraria, por fobias o filias votan una película u otra. Los que así actúan lo negarán. Pero lo sé, lo he visto, hablado y votado. Yo no, seño, pero esos otros niños… Pues sí, también yo voto muchas candidaturas por simpatías o antipatías, por amistades o desapegos. Claro que eso pasa por fiarme de un club que admitiera a un miembro como yo. Porque yo, queridos amigos, mis lectores, mis semejantes, mis cuñados, soy académico. Nada menos que miembro de la muy noble y leal Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Además soy un miembro cumplidor, uno de los que paga las cuotas. Lo que se dice todo un miembro.

Creo que somos unos cuantos, más de mil. Una pequeña familia pero, eso sí, muy desunida, muy peleada y mal avenida. Como casi todos los gremios. Un día contaré historias de los poetas. Y no digamos si son asociados. Miembros de alguna sociedad de escritores. Y no solo de poetas. Podríamos hablar de escritores, incluso de los que no escriben pero están asociados… Pero no, hoy toca lo del cine. De este millar largo de académicos del cine, votan algunos centenares, digamos que una mayoría suficiente. ¿Cuántos han visto la película?... Eso no lo sabemos. Cada uno responderá ante sí mismo o ante ese amigo al que se promete el voto y no consigue ni uno.

Siendo un problema lo discreto del número que votan/votamos a las películas, quizá no sea ese el mayor problema. Hoy me he encontrado a uno de los llamados productores independientes. Un independiente pero, la verdad, con muchas producciones y ayudas a sus espaldas. No estaba nada contento con las películas triunfadoras en las nominaciones. Su argumento estaba muy claro. Desde este año todos los académicos podemos votar a todos los candidatos. Antes se hacía por oficios. Es decir, los directores votaban a los directores, los maquilladores a los maquilladores, los fotógrafos la fotografía, etc… Y ahora, me comentaba indignado el independiente productor: “una peluquera puede votar al guión”. Sí claro, he pensado, también el guionista vota al mejor maquillaje…Ciertamente no parece el mejor de los sistemas. Beneficia en acumulación de “goyas” a las de mayor presupuesto, mayor ruido, que no estoy seguro sean las mejores películas. Hace que se vean mucho algunas y nada otras.

¿Son esas de verdad las mejores películas españolas? Yo confieso que he votado a una de ellas. Que después de haber votado pude ver una que no conocía de esas cuatro y siento no haberla votado. Y desde luego nunca votaría a dos de ellas.

Creo que no deberíamos ser los académicos los que eligieran las mejores películas del cine español. Es como dejar que un jurado decida quiénes son los premios nacionales de literatura o quiénes son los cervantes o los premios nobel. Habrá que buscar mejores fórmulas, siempre que no sean las de la democracia. Todavía recuerdo que ganó Aznar por mayoría, por irme más lejos.

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21 de diciembre de 2006
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21 diciembre

Supongo que habrá ocasión de comentar más a menudo la colección de cartas escritas por Hannah Arendt y Mary McCarthy. Una correspondencia abundante, fiel y metódica (Lumen, 2006): dos mujeres que hablan del mundo con descarada y vigorosa sencillez.

En su largo intercambio epistolar vemos la marca que un cuarto de siglo (1949-1975) va dejando en la amistad de las mujeres. Es cierto que comparten con desoladora franqueza algunos asuntos íntimos, pero algo entre ellas sobrevive a la erosión. Viéndose obligadas a desbrozar el estropicio del tiempo no parecen tentadas a ser indulgentes. Su severidad, sin embargo, siempre es el fruto alegre de una envidiable complicidad.

Los asuntos domésticos y familiares son el preámbulo o el epílogo que les permite merodear antes o después de abordar con incisiva lucidez los acontecimientos de su tiempo. Tratan el asesinato de Kennedy o el Watergate de Nixon con el escepticismo inteligente que hoy querríamos ver en los analistas de la actualidad. Sus juicios morales y políticos se enuncian desde una fortaleza exenta de ansiedad, algo que da más holgura a la pasión.

La controversia levantada por la publicación del libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén ayuda a la autora a comprender mejor la sociedad para la que piensa y escribe, el origen de los ataques que recibe, "esa clase de puñaladas por la espalda”.

En la crítica de Norman Mailer reconoce de inmediato la “prodigiosa cantidad de odio y agresividad” que hoy seguimos acostumbrados a soportar en algún crítico.

“La recensión de Mailer –dice Arendt- está tan llena de invectivas personales y estúpidas que no entiendo cómo la publicaron ni por qué”.

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21 de diciembre de 2006
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El Boomeran(g)
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