Javier Rioyo
Viajo, trabajo, hablo, me callo y escucho. También leo. De vez en cuando leo, sí. También duermo. No mucho, pero sí más de lo que nunca lo hice. Me hace falta. Serán los años. O será algo parecido al aburrimiento. Lo malo es que el sueño, los sueños, no aseguran la carencia de aburrimiento. Durante mucho tiempo he estado acostándome tarde. En eso no seguí el camino de Swann. Ni el camino de Marcelo. Ni el de Luis Alberto de Cuenca. He sido, soy, demasiado trasnochador. ¿Qué es demasiado trasnochador? Nunca nada demasiado.
¿Por qué al listo -demasiado culto, casi abrumador, tan perfecto en sus lecturas, tan imperfecto en tantas otras cosas- Jorge Luis Borges no le gustaba nada Gracián? Tampoco me deslumbra Gracián, pero ante tantos capullos de la corrección liberal/lectora y otras liberalidades de la arrogancia anónima de estos foros tan abiertos, me dan ganas de refugiarme en el más sincrético de los cinismos. Llevo unos días callado. Tampoco tenía nada urgente, ni turgente, que decir. Estaba en el extrarradio. Es decir, fuera de casa. Y para mí fuera de casa es muy difícil seguir enganchado en esta historia del “boomeran”. No es verdad que la zona wi fi sea una zona universal en los hoteles. Al menos en los modestos hoteles de cuatro estrellas en que suelen alojar a los diletantes culturales de mi estilo. Y no hay nada mejor que te pongan las cosas difíciles, es decir que no te lo pongan en bandeja, para buscar la excusa y no tener nada que decir, nada que contar. Los hay más rápidos, más hábiles, más ordenados y más enganchados, enchufados o como se llame esta cosa de la red, pero yo no soy de esos. Y lo siento, de vez en cuando lo siento. Me gustaría poder contar, haber contado en “caliente” algunas cosas que pasaron en unos días en que fuimos convocados para recordar al memorioso Borges. Pero no soy Funes. Además, no tomo apuntes.
No estuvo tan mal esa curiosa reunión con María Kodama. Entre otros, pasaron por allí, por un curioso pueblo de Sevilla llamado Tomares, José María Álvarez -sí, aquel novísimo, ese al que muchos recuerdan como “el Rimbaud” de Cartagena, ese que en una generación nos dejó tocados de algunas alas viajeras y poéticas con su “Museo de cera”- , Felipe Benítez Reyes o Luis Alberto de Cuenca, entre otros más o menos borgianos. ¿Quién qué es poeta, escritor, lector, no es un poco, mucho o demasiado borgiano? Allí estuvimos, cerca de Sevilla y lejos de la casa de Juan Antonio Maeso, al que cada noche -es un escritor de esa tribu de los que no conducen, pero beben- teníamos que acompañar hasta su casa en medio de ninguna parte.
Pues eso, que no es tan fácil estar enganchado. Y que tampoco es tan fácil recordar algunas cosas cuando seguimos durmiendo poco. Es posible que cuando sea mayor, cuando sea otro, cuando me llame de otra manera, me reconvierta en otra cosa, en otro tipo. Ahora sigo siendo uno que, por más que engañen las apariencias a algún cretino de pijismo estético y otras pequeñeces, nada tiene que ver ni con papás noeles ni con gaspares llamazares. Yo que tantas cosas he sido, nunca he sido nada de eso. En fin, ahora no quiero recordar algunas cosas. Como todavía me acuerdo de algunas, mañana intentaré contarlas. Si la cosa wi fi no se pone antipática.