Basilio Baltasar
El acontecimiento en la polis es un lugar común. Una molestia para el individuo enojado. Pues la mansedumbre es irritante. No importa de dónde provenga la ingenuidad de los creyentes, de los demasiados. Será una fuente indigna de nosotros, los únicos.
El acontecer y sus engaños, sin embargo, nos envuelven.
Mal estaría que interpretara yo lo dicho por mí, pero sea por una vez tan solo. En atención a los decepcionados: la señorita provoquen, pla, andante y pozo (no a Numa, por ahora).
La retórica del régimen anterior y el actual discurso político manejan categorías coloquiales de gran eficacia escénica, por falaz que nos parezca su presunción. Reiteradas hasta la extenuación disfrazan lo sorprendente: el empecinado culto a los muertos y su importancia sagrada en una sociedad aparentemente secularizada.
Lo ancestral palpita como el corazón de un ciervo acorralado.
Es sentimental y justicialista la memoria reivindicada –a mi juicio, imperiosa- pero el espanto y el escándalo de la derecha ofendida es el indicio verdadero.
Su reacción airada nos ayuda a comprender en qué país vivimos: qué ridículas y formidables fuerzas se trenzan en el lugar común de la política, cómo se impone la obcecación, cuánta hechicería ocupa el lugar de la razón, cómo se gobierna el instinto sacramental de los dóciles, cómo se excita su temor sacrílego.
Y hasta qué extremo lo padecen algunos librepensadores, por arrogante que sea su aspecto.
Es triste creer que lo Ilustrado no sucedió en España y que todo está por hacer.