Marcelo Figueras
Esta historia es real.
Lunes 11 de diciembre, poco antes de la medianoche. Estoy viendo Witness, la película de Peter Weir protagonizada por Harrison Ford, en DVD, cuando la luz se corta. No tengo más remedio que irme a dormir. Sin energía eléctrica el sueño se torna esquivo, porque el calor es agobiante. Minutos después de que me acuesto, y envalentonados por la inmovilidad del ventilador de techo, los mosquitos empiezan a cebarse en mi carne. Por suerte conservo espirales. Duermo mal y poco.
A la mañana siguiente escribo el texto del blog y retomo el trabajo en el prólogo de un libro, que me están reclamando con premura. Poco después del almuerzo vuelve a cortarse la energía eléctrica. Lo primero que descubro es que no puedo trabajar, porque como no imaginé que volverían a cortar la luz no me tomé el trabajo de enviarme el work in progress por mail, lo que me hubiese facilitado seguir tecleando, por ejemplo, en un locutorio. Lo segundo que descubro es que este segundo apagón ha producido la quema del motor de la bomba de agua de mi edificio. En cuestión de minutos todas mis canillas se resecan. No puedo ni bañarme.
Llamo a la compañía eléctrica, Edesur. Una empleada de la sección emergencias recibe mi queja y me concede un número de reclamo. Dos horas más tarde la luz regresa. Me aboco al trabajo. A eso de las ocho de la noche la pantalla de mi ordenador produce un black out, llevándose mi texto consigo. Se trata de otro corte. El tercero en el mismo día. Vuelvo a llamar a Edesur. Me regalan otro número de reclamo. Ante la imposibilidad de siquiera lavar una hoja de lechuga, me baño en el gimnasio y llevo a mi mujer a comer afuera.
Regresamos a medianoche. Todavía no hay luz. Son siete pisos por la escalera, en medio de un calor infernal.
Doy una y mil vueltas en la cama, entre los vapores del espiral y el zumbido de los mosquitos. Por segunda noche consecutiva, duermo mal y poco.
La energía eléctrica regresa en algún momento de la madrugada.
Miércoles 13. Madrugo para escribir el blog, el texto sobre las sitcom que se colgó ayer. (Al revisar mis actos, me pregunto cómo habrá sido posible que conservase todavía algo parecido al sentido del humor.) A eso de las diez, poco después de enviado el texto, la luz se vuelve a cortar. Advierto que, en mi optimismo nato, sigo sin enviarme el work in progress a mis casillas de correo. ¿Quién podía imaginar que iban a dejarme sin electricidad por cuarta vez consecutiva en el lapso de tan pocas horas? Me maldigo a mí mismo, vuelvo a llamar a la compañía, me obsequian otro número de reclamo. Le digo a la empleada que ya tengo una colección completa de esos números, y que quizás me convendría jugarlos a la quiniela o en la lotería. Ella no se ríe. Yo tampoco.
Es mediodía. La luz no regresa. Cae la tarde y tampoco. Llega mi hija menor, que por motivos médicos no debería subir siete pisos por escalera. No tengo otra opción que regresarla a casa de su madre. El corte de energía no sólo me impide cumplir con mis responsabilidades, me deja sin agua y me mata de calor: también me impide estar con mi hija. La nube negra que llevo encima de la cabeza amenaza tormenta.
Por la noche decido comer afuera nuevamente. Paso a buscar a mi hija. Cuando regresamos, a eso de la una de la madrugada del jueves, mi calle sigue sin luz.
Dejo a mi hija en lo de su madre. Subo los siete pisos. Ya no llamo a Edesur. Mi mente está abarrotada de pensamientos sobre abogados, demandas, torturas elaboradas y muertes lentas y dolorosas para los responsables de la compañía.
Malduermo. Otra vez.
Es jueves por la mañana. La energía regresó otra vez durante la madrugada. Escribo este texto a toda velocidad, convencido de que en algún momento sobrevendrá otro black out. Curado de espanto, me he enviado el borrador del prólogo inconcluso a mis dos casillas de correo. En el peor de los casos iré a un locutorio o me llevaré el ordenador a algún punto privilegiado de la ciudad, de esos en los que existe la energía eléctrica, el agua potable y el servicio de Internet. Si es que existe todavía algún punto así. Cuando me cortan la luz quedo aislado del mundo, las noticias no me llegan: si la ciudad entera quedase sin energía no tendría manera de enterarme. Supongo que me daré cuenta cuando vea llegar a mi calle a hombres desesperados con sus ordenadores al hombro, que se han aventurado hasta aquí en la esperanza de que algún rincón de la ciudad tuviese el privilegio de la luz. Se verán barbados y sucios, como yo lo estoy. No puedo perder tiempo para afeitarme, ¡debo mandar este texto antes de que me dejen otra vez a oscuras, debo terminar el prólogo!
Bienvenidos a la moderna y cosmopolita Buenos Aires. Por lo menos en la Saigón de Apocalypse Now el teniente Willard podía rumiar su desesperación debajo del ventilador de techo. Mi ventilador de techo ya ha muerto varias veces y sigue corriendo peligro.
Buenos Aires. Shit.
Y después dicen que la profesión del escritor no es peligrosa.
The horror. The horror.