Basilio Baltasar
Imitando a Felipe II, Francisco Franco levantó cerca de El Escorial el monumento fúnebre del Valle de los Caídos. Una ostentación de la genealogía igualitaria de los Novios de la Muerte, los legionarios que comandó en África.
Compartiendo la admiración de los dictadores por los arquitectos del viejo Egipto quiso levantar las fundaciones que el paso del tiempo no pudiera cancelar ni someter. Lo consiguió. Sus competidores no llegaron a tanto. Hitler y Mussolini fueron derrotados dos veces: por los ejércitos enemigos y por el ensañamiento que aún merecen. (Stalin, sin embargo, no cayó en desgracia).
Los caídos por Dios y por la Patria bajo la descomunal cruz del monumento fúnebre del Valle eran los de su bando. Al ser glorificados y ensalzados durante treinta y ocho años por las oraciones que los escolares recitaron en la escuela -bajo el pequeño crucifijo de madera colgado junto a la pizarra-, después de ser agasajados de año en año por la fanfarria de las bandas municipales y ensalzados por los desfiles castrenses en la reiterada marcha de la Victoria, los muertos y asesinados del bando vencedor han visto honrada su memoria.
Los muertos y asesinados del bando derrotado, muchos de ellos sepultados de noche en tierra de nadie, abandonados en la fosa común, esperan la misma retribución simbólica y recibir el homenaje de un funeral no vergonzante.
No hay gesto más ecuánime para liquidar la infame deuda de una guerra civil.
Sin embargo, el bando vencedor de aquella guerra considera esta reclamación una ofensa, una provocación contra el espíritu de la transición.
La indignación del Partido Popular nos ha permitido comprender, al fin, el espíritu de la transición.
Después de haber gozado la gloria de su victoria sobre las huestes enemigas y haber envejecido con el mando único de la nación en sus manos, los vencedores consintieron: aprobad si queréis la ley del divorcio, la del aborto, montad la España autonómica, lo que queráis. También podéis coger el gobierno. Por qué no.
Ahora bien, eso ni se os ocurra. El culto a los muertos es privilegio del vencedor. No es algo que vosotros podáis hacer. Ni ahora ni nunca.