Jean-François Fogel
Gore Vidal está en La Habana, según la edición digital de Granma, y su presencia me parece un claro ejemplo de cortocircuito ideológico. El encuentro de dos oposisiones al poder de Washington que no tienen nada que ver. Por una parte, el poder castrista, en su postura antiimperialista de siempre. Por otra parte, el sublime polemista, novelista, estilista y conocedor de la historia de EE. UU. denunciando el golpe de Estado cometido en su país después del 11 de septiembre.
Como tantos artistas que pasaron por La Habana, Vidal es víctima de pequeñas estafas periodísticas. Granma finge tener una declaracion suya a favor de los cinco espías cubanos detenidos en EE. UU. En realidad, si uno lee bien, Vidal no dice nada a favor o en contra de los agentes: "No se puede opinar de lo que no se está informado", es su manera de tratar el problema.
"Todo es ilegal e inconstitucional en el gobierno de Estados Unidos", explicó Vidal en la Casa de las Américas, provocando el placer que podemos imaginar entre los escritores e intelectuales cubanos agrupados alrededor del ministro de cultura, Abel Prieto. La verdad: esta frase es de una ambigüedad total. Para los cubanos, todo es ilegal en Washington, pues nada justifica el comportamiento del imperio. Para Vidal, todo es ilegal pues nada justifica apartarse del más absoluto respeto a la Constitución creada por los padres de la federación de los Estados Unidos.
Gore Vidal describió muy bien, en varios ensayos, la doble maldición de Washington: los republicanos son conservadores (rechazan el cambio) y los demócratas son reaccionarios (quieren volver a los tiempos de Roosevelt). Sería bueno saber que su viaje al Caribe le ha servido para descubrir la tercera maldición: los revolucionarios son fósiles (para ellos, ya se terminó la Historia).