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LA FIGURA DEL HUMO

Desde tiempos inmemoriales lo más importante del cuerpo fue el corazón. Hoy lo más decisivo es la piel.

Con ella se muestra la salud, la edad, el sosiego, la atracción, la profesión. La cosmética ha ocupado el lugar central de la estética y la estética la parte crucial de la clínica. La piel reproduce la totalidad del organismo de la misma manera que las pantallas dan cuenta de la totalidad del mundo. Y los edificios siguen la misma manera de ser y pensar. Una celebridad en la arquitectura sería inconcebible sin la importancia de sus fachadas.

Frank Gehery, que recientemente ha culminado un hotel para las bodegas Marqués de Riscal en La Rioja, puso la máxima atención en la compleja superficie del edificio para abandonar a su suerte el espacio interior.

De la misma manera actúa Santiago Calatrava cada vez que le encargan un aeropuerto, un auditorio o un museo. Lo capital para Calatrava radica en el aspecto exterior. Los habitantes no cuentan, puesto que pertenecen a una profundidad sin mayor relevancia en la cotización.

Cuando cuentan, por exclusivas obligaciones sociales, se convierten en un elemento incómodo o sobresaliente, tal como declaraba hace poco en El País Thom Mayne, premio Pritzker de arquitectura, encargado de construir la torre más alta de Europa en París.

La tarea de hacer arquitectura para habitar, principio fundacional de la arquitectura, ha ido desvaneciéndose en provecho de la visión.

Más que la profundidad, la superficie, antes el cutis que las vísceras, primero la figura del humo que el contenido de la combustión.

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2 de enero de 2007
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La inevitabilidad del cambio

¿Creen ustedes en las resoluciones de Año Nuevo? ¿Son de los que se plantean objetivos claros y definidos para el ciclo que (re)comienza? (Debo confesarlo, al niño que hay en mí este año terminado en 007 le parece cool.) Aunque la mayor parte de las resoluciones queden en nada, es bueno que existan en un mundo cuyo discurso único tiende a sugerirnos que todo cambio es una ilusión. A los que mandan y ejercen el poder les gusta decir que el hombre no cambiará nunca, que es esclavo de sí mismo, eternamente fiel a la peor de sus versiones. A los que ejercen el poder y se benefician de sus prebendas les encanta decir que gastar energía en intentar un cambio es inútil, el más vano de los afanes. ¿O acaso no es esta idea la que cruza por el fondo de nuestra mente cada vez que atendemos a las noticias y descubrimos una nueva guerra, una nueva enfermedad, un nuevo crimen pasional?

Sepan disculpar, pero yo soy de los que creen que el cambio no solo es posible, sino la clave misma de nuestra existencia. Y no lo digo tan sólo desde un plano filosófico, aquel viejo asunto del que nadie se baña dos veces en el mismo río y cosas por el estilo. Me refiero ante todo a nuestra naturaleza, de la cual cuerpo y psique constituyen instancias complementarias. El tiempo que pasamos en el vientre de nuestras madres no es solo tiempo de crecimiento físico, de aumento en tamaño, sino básicamente de transformación: de simple entidad pluricelular pasamos a ser peces, de peces pasamos a ser anfibios, de anfibios pasamos a ser mamíferos terrestres, resumiendo la totalidad de la trayectoria de la vida en tan solo nueve meses. Una vez convertidos en seres independientes simulamos ser fieles con sus más y sus menos a una misma identidad, pero no hay segundo en que nuestro organismo no deje de cambiar: perdemos piel y moléculas, efectuamos diarias adaptaciones a nuestro medio ambiente; nuestro cuerpo está tan preparado de fábrica para el cambio que en caso de accidente es capaz de producir ajustes extremos, desechando partes enteras de nuestro cerebro y reconfigurando otras para que desempeñen tareas que hasta entonces no llevaban a cabo.

Si el cambio nos resulta esencial, si en buena medida somos el cambio, tratar de negarlo, ignorarlo o ponerle freno sólo puede resultar en catástrofe. Los predicadores del eterno retorno de lo peor saben lo que hacen cuando nos enfrentan a la realidad del mundo, e incluso apelan a nuestra propia experiencia vital: todos sabemos cuánto cuesta cambiar, y la decepción que sentimos incluso cuando creemos haber cambiado y alguna circunstancia nos revela que el viejo yo sigue viviendo allí, al acecho, esperando su oportunidad de salir nuevamente a la luz. Lo que yo digo es que debemos estar preparados para estas regurgitaciones porque son parte de las características del proceso. El cambio verdadero siempre es lento y trabajoso. ¿O se creen que la transformación de un pez en anfibio se verificó en el transcurso de una generación? Hay que tener paciencia, es preciso perseverar. Y en la hora de duda, revisar el camino andado. Aunque es difícil y las recaídas son constantes, ¿no les consta a ustedes que hay cosas que han cambiado para bien con el correr de los años, tanto en el mundo como en sus propias vidas?  Yo sé que en esencia sigo siendo el mismo, pero también sé que hay errores que no volveré a cometer y debilidades que no volverán a meterme zancadillas. Quizás no sea mucho, pero es algo. Mientras tanto, elijo creer que me he sumado voluntariamente a los ejemplares de la especie que están dispuestos y abiertos al cambio, que formo parte de aquellos peces que curiosean a diario en la orilla, preguntándose que habrá más allá del límite de las aguas. Somos producto de una infinita cadena de transformaciones y no deberíamos tratar de cortar la cadena allí donde estamos, sino más bien tratar de prolongarla, tal como la dinámica de la vida nos pide. Ya vendrán más y mejores eslabones, si cumplimos con nuestra tarea de facilitadores.

Así que a desear cambios y acometerlos sin complejo alguno. Nada cambiará en el futuro si no hacemos hoy los movimientos que preparen el camino de ese cambio.

Feliz 2007 para todos. Como diría Luis Alberto Spinetta, mañana es mejor.

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2 de enero de 2007
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Lo que sabe el terrorista

Lo que sabe el terrorista de sí mismo puede verificarlo incluso cuando no dispara. Sólo por existir, y conceder una tregua es hacer más consistente su presencia, ya deja en evidencia el gran tabú: el Estado ha perdido el monopolio de la violencia.

El terrorista recauda tributos y ejecuta sentencias sumarísimas. Comete chantaje y asesinato pero la víctima (es decir: los que todavía no han caído) es invitada a considerarlo uno más de los poderes de este mundo. El terrorista no necesita legitimidad. Le basta con ser real.

La alambicada arquitectura conceptual que sostiene nuestro delicado equilibrio de dilaciones irónicas –la democracia- es violentamente sacudida cuando los terroristas ponen una bomba. También padece cuando salen enmascarados en televisión leyendo un comunicado. Nuestra virtud es la fragilidad.

La estratagema del terrorista consiste en dar fe de su existencia (disparando o dejando de disparar) y constituirse en réplica virtual del estado de cosas al que desafía (por ejemplo: un país sin pena de muerte). Cualquier otra consideración, sobre todo si se presenta como inevitable desenlace dialogado de una historia penosa, pone en peligro su identidad. Altera su razón de ser.

Lo que hace temblar los cimientos del estado de ánimo colectivo no es la bomba que explota en el aeropuerto sino lo que explota el terrorista encendiendo la mecha: vitaliza la metáfora terrorífica de los aviones estrenada el 11-S y ridiculiza las medidas de seguridad que agobian a los pasajeros.

Quizá el mensaje no encuentre destinatario pero ha sido escrito mediante el habitual alarde de prepotencia estratégica. Golpeamos cuando nos complace. Para ellos esto es lo esencial: su poder es ajeno a la debilidad intrínseca de lo circunstancial.

Una y otra vez el terrorista hace repicar la misma campana: exigiendo lo inaceptable refuerza su afán de existir. Lo contrario, negociar, considerar lo que hay de inconveniente en su épica patriótica, sería iniciar el proceso de la extinción.

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1 de enero de 2007
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Sobrevivientes

Un hombre y su hijo recorren un gigantesco terreno baldío, lleno de árboles quemados y cielos cenicientos. No saben a dónde van, solo saben que aún no encuentran un lugar dónde permanecer. Ese inacabable cementerio carbonizado es lo único que queda de lo que alguna vez recibió el nombre de Norteamérica.

Ese es el escenario de la última y fascinante novela de Cormac McCarthy, The Road. Y esos son los personajes. Padre e hijo no tienen nada más que un carrito de compras con lo indispensable: una sábana, instrumentos para hacer fuego, una lata de comida que han robado de algún antiguo supermercado. El padre tiene algo más: la memoria de cuando había un mundo a su alrededor. Aunque tampoco está tan seguro. Sin evidencias que la confirmen, esa memoria parece cada vez más una ficción que ha creado para justificar lo que ve, un mito originario privado.

La mayor amenaza en ese páramo, cómo no, son los demás seres humanos. No hay aves en el cielo, ni animales salvajes por las praderas. La mayoría de los sobrevivientes, por eso, ha decidido saciar su hambre con lo único que queda a mano: otros seres humanos. En un momento, el padre y el hijo encuentran una casa con un sótano lleno de gente que espera el momento de servir de desayuno a sus dueños. Para el niño, lo más duro es no poder ayudarlos. Para el padre, lo peor es no poder comérselos.

-¿Qué te pasa? –le dice luego.
-Nada.
-Dime qué te pasa.
-Nosotros no nos comeremos a nadie ¿verdad?
-No. Claro que no.
-Aunque nos muramos de hambre.
-Ahora tenemos hambre.
-Dijiste que no teníamos.
-Dije que no nos estábamos muriendo. No dije que no tuviésemos hambre.
-Pero no lo haremos. No nos comeremos a nadie.
-No.
-Porque somos los buenos.
-Sí.

Y es que, a la vez que una fábula sobre el ser humano, esta es una novela de aprendizaje moral. Constantemente, los protagonistas se cruzan con gente aún más miserable que ellos: un anciano casi ciego, un niño abandonado, un vagabundo desterrado. El niño aún trata de ayudarlos. El padre, cuya única preocupación es la supervivencia del niño, se siente más inclinado a matarlos. Es difícil explicarle que es por su bien. En un mundo en que todo ser humano es un competidor, el mal es el único bien posible.

La soledad del hombre enfrentado al mal es una de las obsesiones de McCarthy, quien ha escrito también oscuros westerns y novelas protagonizadas por la huida como No es país para viejos, su última traducción al español. Pero a diferencia del western habitual, The Road no está situada en el pasado sino en el futuro. Este universo de árboles calcinados, este desierto habitado por caníbales, no es el mundo de los exploradores de ayer sino, probablemente, el mundo al que nos dirigimos. Nadie nos explica qué ha pasado. No sabemos si la catástrofe fue fruto de una hecatombe nuclear, del calentamiento global o de algún eje del mal. Lo curioso y lo terrible es que, en el tiempo de la acción, eso ya no importa. No queda tiempo para buscar culpables. Hay que seguir huyendo, da igual por qué o de qué. Sea como alegoría del futuro o como metáfora del presente, The Road es una fábula igualmente contundente sobre un páramo moral en el que ya no nos podemos aferrar a nada, ni siquiera a una verdad confortable.

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1 de enero de 2007
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30 diciembre

En el vídeo difundido por las autoridades iraquíes los verdugos de Sadam Husein están encapuchados. Su atuendo ya da una idea del temor furtivo que sienten los administradores de justicia.

Son tres los hombres encargados de colocar a Sadam bajo la horca. Uno de ellos le explica cómo apretará el nudo de la cuerda a su cuello. Al dirigente derrocado le parece correcto agradecer la cortesía.

La orden del tribunal no admite demora y se cumple en sus mínimos detalles. La filmación, por ejemplo, pertenece a la misma sentencia. Los jueces podrían ejecutarlo a oscuras, lejos de la CNN y de You Tube, pero es preciso que el mundo lo comprenda. A este acto de obscenidad estamos todos invitados.

Será por descuido, pues no siempre uno acierta a cambiar de canal, o por saciar nuestra inocente curiosidad. El ahorcamiento de un hombre es un espectáculo garantizado. Nadie querrá perderse la escena. Como en los lejanos siglos de ignorancia y barbarie, el ciudadano quiere verlo con sus propios ojos.

De este modo, los gobernadores de Iraq propician la complicidad de la audiencia con sus actos de rigor.

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30 de diciembre de 2006
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Un dictador de novela

El nombre del ex dictador de Zaire Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu Wa Za Banga significa “el guerrero todopoderoso que va de conquista en conquista y deja fuego a su paso”. Pero también se puede interpretar como “el gallo que pisa a todas las gallinas”. En efecto, Mobutu tenía la costumbre de ejercer del derecho de pernada presidencial con todas las mujeres que encontrase a su paso. Tuvo diecisiete hijos reconocidos. Y sus amantes simultáneas más famosas eran gemelas, porque eso da buena suerte.

El libro de Michaela Wrong Tras los pasos del señor Kurtz –publicado recientemente en España por Intermón- narra esta y otras particularidades del hombre que gobernó el actual Congo durante treinta y siete años combinando la mano de hierro con una espectacular extravagancia. El libro tiene momentos que recuerdan El otoño del patriarca de García Márquez, La fiesta del Chivo de Vargas Llosa o El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, con una diferencia: no es una novela sino una crónica. Todo lo que cuenta es real.   

Uno de los capítulos más surrealistas está dedicado a su palacio de Gbadolite, “el Versalles de la jungla”, que medía quince mil metros cuadrados y tenía puertas de malaquita de siete metros de altura. Gbadolite incluía discoteca, piscina olímpica y refugio nuclear, todo forrado en mármol y decorado con arañas de Murano, cristalería de Venecia y tapices de Aubusson. Como estaba en el corazón de la selva, cada adorno debía llevarse en avión especialmente. Solo trasladar el pastel de bodas de su hija costó $65.000. Eso sí, el transporte solía ser rápido, porque el palacio tenía una pista de aterrizaje propia decorada con una pagoda donde a menudo pasaba días el Concorde, que Mobutu le alquilaba a Air France porque no conseguía dormir en los aviones normales. 

¿De dónde sacaba tanto dinero el líder de uno de los países más pobres del mundo? De los países ricos. Para EE. UU., Zaire representaba un aliado contra el comunismo. Para Bélgica, era su única ex colonia y, por tanto, una especie de buque insignia de respetabilidad internacional. Y para Francia, un mercado potencial y un enclave francófono en la región. Por presión de estos países, Mobutu recibió $9.300 millones de gobiernos aliados y de organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial. Del año 85 al 94, el promedio anual de ayudas internacionales fue de $542 millones. Y no estamos contando los cuantiosos ingresos por concepto de diamantes, petróleo y sobornos.

Básicamente, todo el dinero era para Mobutu. Todos sus proyectos faraónicos tenían como destinatario principal su bolsillo y el de sus amigos. Su cleptocracia fue tan monumental que el país quebró. Entonces ordenó imprimir billetes, que su gente llevaba rápidamente a cambiar por dólares o francos. Cuando en la capital Kinshasa se descubrió que se estaba emitiendo papel moneda sin respaldo, los burócratas se llevaron aviones enteros de dinero para cambiarlos en ciudades donde aún no se hubiese destapado el pastel. La economía nacional era la peor pesadilla de un administrador, porque su principal problema era precisamente su piedra angular: Mobutu.

Un personaje tan novelesco, por supuesto, merecía un final trágico: Mobutu pasó los últimos años de su gobierno encerrado en la suntuosa cárcel de su palacio. Mientras el país se venía abajo, vivía rodeado de familiares que le exigían constantemente sobres llenos de dinero. Finalmente, cuando la guerrilla empezó a acercarse a la capital, sus generales sobrevaluaron los costos de defensa y se robaron todo el dinero de los pertrechos. Se robaron incluso el sueldo de los soldados, que desertaron en masa sin siquiera combatir. Hasta el último momento, Mobutu recibió informes falsos de asesores que le pedían dinero con la promesa de terminar con la guerrilla. El único informe real era el de sus médicos europeos: cáncer de próstata. No sobrevivió un año a su derrota. Todo su dinero no lo salvó de la muerte, de la soledad y la tristeza.

Como las grandes novelas, la increíble historia de Mobutu grafica los límites de ridículo extremo que alcanza el poder sin cortapisas. Pero como reportaje, quizá su mayor interés radica en mostrar cómo los gobernantes más absurdos e injustos se apoyan en un amplio abanico de cómplices voluntarios o no. De Mobutu –y de Pinochet, y de Pol Pot- fueron responsables una constelación de cínicos que iba desde los más oscuros funcionarios hasta las mayores potencias mundiales.

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29 de diciembre de 2006
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REGALOS DE NAVIDAD

Los españoles gastan más en Navidad que los ciudadanos de países más ricos. Más que Francia, Holanda, Italia o Alemania. El gasto navideño no correlaciona tan estrechamente con la renta como con el optimismo económico. El gasto en general aumenta con el optimismo en general.
Una cuarta parte del gasto español de estas fechas se emplea en surtir las mesas y gran parte del resto en salidas a espectáculos, fiestas y viajes. España no ocupa un lugar destacado en el número de los regalos, que incluso no alcanza la media europea.

En Estados Unidos se compran hasta 22 regalos por hogar y en España no pasan de 10 frente a 12 de media en Europa: ocho para adultos y dos para los niños.

Curiosamente, solo un 34% de los adultos que regalan a niños dicen saber lo que estos desean. Un 60% compra al tuntún porque ya ha perdido toda conexión con los gustos de los menores. Su recurso  es inclinarse mayoritariamente hacia los videojuegos y decididamente hacia los best sellers de los que dicen ignorar prácticamente todo. 

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29 de diciembre de 2006
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Dame MASH

Durante la melancolía inducida por la muerte de Robert Altman, no resistí la tentación de volver a ver MASH. Original de 1970, MASH fue su primer éxito. En aquel entonces Altman era un director en zona de riesgo, habiendo dirigido tan sólo un par de largometrajes que no obtuvieron mayor repercusión y algunos episodios de series televisivas, desde Alfred Hitchcock Presents hasta Maverick. A esa altura ya se había peleado con el mítico Jack Warner y corría el riesgo de permanecer para siempre en los márgenes, luchando contra la oscuridad que amenazaba devorarlo. Cuando le llegó el guión de MASH, fue porque muchos otros directores lo habían rechazado: el material era en verdad risqué, una comedia negra que transcurría durante la guerra de Corea y que mostraba a los médicos de un batallón especializado actuando con disparatada irresponsabilidad y perfecto desprecio por la guerra en general y por las convenciones militares en particular. Imagino que la reacción de Altman ante el guión habrá sido ambigua; debe haber percibido su potencial, y al mismo tiempo deber haber temido que se convirtiese en el último clavo en la tapa de su ataúd. Filmar MASH en su circunstancia equivalía a disponerse a matar o morir. Es obvio que actuó con coraje –o bien con la temeridad de sus mismos personajes.

Vista hoy, MASH sigue siendo una película revulsiva. Lo es en sus formas: por la carencia de un plot definido, por su elección de planos distanciados y edición mínima, que lejos de subrayar los puntos dramáticos obliga al espectador a efectuar sus propios cortes –a elegir su parte favorita de la acción- en el interior de su propia cabeza. (Supongo que se trata de una consecuencia del modus operandi de Altman: dado que impulsaba a sus actores a improvisar, no podía saber cuándo ocurriría algo estupendo –y por eso no podía registrarlo con un primer plano previsor.) También es revulsiva su mirada: aunque nunca dejan de cumplir con su obligación en el quirófano, una vez que salen de allí Hawkeye Pierce (Donald Sutherland) y Trapper John (Elliott Gould) se dedican a demoler cuanta institución se les cruza por delante. Se permiten reír en plena guerra, se mofan de la religión, se cagan en los escalafones y destruyen con brío cada uno de los pilares sobre los que se asienta la vida militar.

MASH sigue siendo un film interesante, que refuerza mi sensación de que los 70 fueron la última gran década del cine estadounidense. El tiempo construyó su propia ironía sobre aquel relato: hoy el cirujano beato y calenturiento que intepretaba Robert Duvall, que salía de la película en camisa de fuerza, podría ser presidente de los Estados Unidos, con Hot Lips O’Houlihan (Sally Kellerman) como Primera Dama. Hoy Donald Sutherland es ante todo el padre de Kiefer, la estrella de la serie 24, y Elliott Gould no es para las nuevas generaciones sino “el padre de Ross y Mónica” en la serie Friends.

Parafraseando el título de una película de Stanley Kramer: It’s a Mash, Mash, Mash, Mash world.

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29 de diciembre de 2006
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MÁS BOLAÑO

Cada día el bolañismo (el estudio de la obra del escritor chileno Roberto Bolaño, muerto en 2003 a los cincuenta años) se parece más a una investigación hecha por detectives para nada salvajes. Después de revisar su obra, unos veinte libros de prosa y poesía, se pasó a un rastreo minucioso de la expresión suya a lo largo de su vida. Su editor, Jorge Herralde, ya publicó una mezcla de recopilación de textos, entrevistas y testimonios que se vende en muchos países. Temo que la difusión de Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas sea mucho más discreta, por ser un producto de Ediciones Universidad Diego Portales, una editorial que no ocupa un lugar central en las librerías hispanoamericanas.

Sería una lástima. El trabajo de edición, hecho por Andrés Braithwaite, es de primer orden. «No sé quién soy, pero sé lo que hago» dice Roberto Bolaño en una entrevista al diario electrónico El Mostrador. Es la primera entrevista del libro y es excelente. Su título establece a Bolaño como alternativa a Descartes («je pense donc je suis» pienso, luego soy), como entrevistado que entrega una luz transparente al periodista que lo escucha. Bolaño es un combatiente de primer orden. Tiene cultura, una mente independiente, ningún deseo de decir lo correcto -machaca a los políticos- y una manera fenomenal de privilegiar el uso del no en lugar del sí.

Pregunta de Playboy: «Por qué le gusta llevar siempre la contraria?»
Repuesta, en forma de paradigma, de Bolaño: «Yo nunca llevo la contraria».

Bolaño es un gran lector, es decir un lector de calidad. Se ubica en la literatura. Sabe que Joyce es poeta más que novelista, que Sterne y Rimbaud viajaron por mundos distintos y que «cada texto, cada argumento exige su forma». No viene de Chile, tampoco de México o de España. Pertenece a la tierra de los perdedores magníficos («Beautiful losers» como decía Leonard Cohen). «Yo soy, afirmaba en una entrevista al diario El Mercurio, de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota sin apelaciones, pero hay que salir y dar la pelea y darla, además, de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel… ».

Un sitio propone muchas entrevistas de Bolaño y también la introducción de Bolaño por sí mismo. Es de Juan Villoro y me parece tan imprescindible como el montaje incluido en el libro: Balas pasadas. Se trata de una serie de párrafos extraídos de entrevistas publicadas por un sin fin de periódicos y revistas. Un puro trabajo de montaje que produce un efecto coherente, potente, alegre y deprimente, pues Bolaño no conoce la mentira: «el mundo está vivo y nada vivo tiene remedio».

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29 de diciembre de 2006
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BUSCANDO PARAÍSOS (1)

Como estoy de vacaciones pero tengo que seguir enganchado, y como sigo enganchado al libro de Gil de Biedma, pues sigo tirando de él para no caer en la funesta manía de pensar, al menos de no hacerlo mucho. Una de las propuestas que más me gustan es esa de intentar acotar un paraíso posible y en esta tierra, por supuesto. Según Jaime Gil de Biedma, y en colaboración con Auden, así se imagina los contornos del paraíso:

“Paisaje: Altiplanicie ligeramente ondulada: páramos y tierras de sembradura alternando con viñedos y pinares; dos o tres tesos rocosos y algunas encinas; ríos de escaso caudal, ringleras de álamos. Del lado de levante, cordillera a los lejos, cubierta de nieve en invierno. Del otro lado de la cordillera, estrecha franja mediterránea. Paisaje de los alrededores de Benicasim. (Ay! si ahora lo visitara). En algún otro sector, costa desolada, patagónica, a la que sólo se puede acceder por helicóptero: acantilados, rocas y luz plomiza. Pesca ballenera; por lo menos un naufragio al año. En esta parte no he estado nunca, pero las noticias que llegan de allí, intermitentemente, me apasionan.

Clima: Extremoso, en frío y en calor. Inviernos secos, veranos húmedos.

Origen étnico de los habitantes: Lumpen

Lengua: Argótica, pero muy elaborada, tanto en metáforas como en vocabulario y sintaxis. Algo como un estilo literario degradado.

Pesas y medidas: Las de distancia necesariamente vagas.

Religión: Revelada, pero muy confusa. Sincretismo. Culto a las fuerzas de la naturaleza en algunos puntos del país. Abundante mitología. Creencia en fantasmas.

Dimensiones de la capital: Cien mil habitantes. Cien mil más, diseminados por el resto del país.

Forma de gobierno: Parlamentaria. Una Cámara Baja, compuesta por hombres de más de sesenta años; un Senado, integrado por jóvenes de diecisiete a veinticinco. Los hombres entre los treinta y sesenta años se dedican al comercio y a las artes y profesiones liberales. No tienen voz ni voto en el gobierno, pero se les reconoce el derecho al matrimonio y a la propiedad privada. Son los únicos que pagan impuestos. Servicio industrial obligatorio. De los veinticinco a los treinta años, un tercio de ellos con destino a la costa patagónica.

Servicio sentimental obligatorio. Afecta solo a las chicas y chicos de reconocido atractivo físico, entre los diecisiete y los veinticinco años. Están obligados a tener por lo menos un asunto amoroso al año con alguien que no tenga éxito en ese género de empresas o que sufra de un exceso de soledad”.

Un momento, me llega el turno de mi asunto amoroso… Si quieren saber cómo sigue este paraíso busquen las fuentes originales. El libro de Jaime Gil. Yo tengo una edición del año ochenta, de la editorial Crítica. Estoy seguro de que habrá otras… En cualquier caso, el próximo año, el primer día que pueda, sigo con esta inmersión en un paraíso posible. Que soporten la Nochevieja, que al menos tiene más golfería que la otra, la llamada buena.

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29 de diciembre de 2006
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