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La inevitabilidad del cambio

Por 2 de enero de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

¿Creen ustedes en las resoluciones de Año Nuevo? ¿Son de los que se plantean objetivos claros y definidos para el ciclo que (re)comienza? (Debo confesarlo, al niño que hay en mí este año terminado en 007 le parece cool.) Aunque la mayor parte de las resoluciones queden en nada, es bueno que existan en un mundo cuyo discurso único tiende a sugerirnos que todo cambio es una ilusión. A los que mandan y ejercen el poder les gusta decir que el hombre no cambiará nunca, que es esclavo de sí mismo, eternamente fiel a la peor de sus versiones. A los que ejercen el poder y se benefician de sus prebendas les encanta decir que gastar energía en intentar un cambio es inútil, el más vano de los afanes. ¿O acaso no es esta idea la que cruza por el fondo de nuestra mente cada vez que atendemos a las noticias y descubrimos una nueva guerra, una nueva enfermedad, un nuevo crimen pasional?

Sepan disculpar, pero yo soy de los que creen que el cambio no solo es posible, sino la clave misma de nuestra existencia. Y no lo digo tan sólo desde un plano filosófico, aquel viejo asunto del que nadie se baña dos veces en el mismo río y cosas por el estilo. Me refiero ante todo a nuestra naturaleza, de la cual cuerpo y psique constituyen instancias complementarias. El tiempo que pasamos en el vientre de nuestras madres no es solo tiempo de crecimiento físico, de aumento en tamaño, sino básicamente de transformación: de simple entidad pluricelular pasamos a ser peces, de peces pasamos a ser anfibios, de anfibios pasamos a ser mamíferos terrestres, resumiendo la totalidad de la trayectoria de la vida en tan solo nueve meses. Una vez convertidos en seres independientes simulamos ser fieles con sus más y sus menos a una misma identidad, pero no hay segundo en que nuestro organismo no deje de cambiar: perdemos piel y moléculas, efectuamos diarias adaptaciones a nuestro medio ambiente; nuestro cuerpo está tan preparado de fábrica para el cambio que en caso de accidente es capaz de producir ajustes extremos, desechando partes enteras de nuestro cerebro y reconfigurando otras para que desempeñen tareas que hasta entonces no llevaban a cabo.

Si el cambio nos resulta esencial, si en buena medida somos el cambio, tratar de negarlo, ignorarlo o ponerle freno sólo puede resultar en catástrofe. Los predicadores del eterno retorno de lo peor saben lo que hacen cuando nos enfrentan a la realidad del mundo, e incluso apelan a nuestra propia experiencia vital: todos sabemos cuánto cuesta cambiar, y la decepción que sentimos incluso cuando creemos haber cambiado y alguna circunstancia nos revela que el viejo yo sigue viviendo allí, al acecho, esperando su oportunidad de salir nuevamente a la luz. Lo que yo digo es que debemos estar preparados para estas regurgitaciones porque son parte de las características del proceso. El cambio verdadero siempre es lento y trabajoso. ¿O se creen que la transformación de un pez en anfibio se verificó en el transcurso de una generación? Hay que tener paciencia, es preciso perseverar. Y en la hora de duda, revisar el camino andado. Aunque es difícil y las recaídas son constantes, ¿no les consta a ustedes que hay cosas que han cambiado para bien con el correr de los años, tanto en el mundo como en sus propias vidas?  Yo sé que en esencia sigo siendo el mismo, pero también sé que hay errores que no volveré a cometer y debilidades que no volverán a meterme zancadillas. Quizás no sea mucho, pero es algo. Mientras tanto, elijo creer que me he sumado voluntariamente a los ejemplares de la especie que están dispuestos y abiertos al cambio, que formo parte de aquellos peces que curiosean a diario en la orilla, preguntándose que habrá más allá del límite de las aguas. Somos producto de una infinita cadena de transformaciones y no deberíamos tratar de cortar la cadena allí donde estamos, sino más bien tratar de prolongarla, tal como la dinámica de la vida nos pide. Ya vendrán más y mejores eslabones, si cumplimos con nuestra tarea de facilitadores.

Así que a desear cambios y acometerlos sin complejo alguno. Nada cambiará en el futuro si no hacemos hoy los movimientos que preparen el camino de ese cambio.

Feliz 2007 para todos. Como diría Luis Alberto Spinetta, mañana es mejor.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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