Vicente Verdú
Desde tiempos inmemoriales lo más importante del cuerpo fue el corazón. Hoy lo más decisivo es la piel.
Con ella se muestra la salud, la edad, el sosiego, la atracción, la profesión. La cosmética ha ocupado el lugar central de la estética y la estética la parte crucial de la clínica. La piel reproduce la totalidad del organismo de la misma manera que las pantallas dan cuenta de la totalidad del mundo. Y los edificios siguen la misma manera de ser y pensar. Una celebridad en la arquitectura sería inconcebible sin la importancia de sus fachadas.
Frank Gehery, que recientemente ha culminado un hotel para las bodegas Marqués de Riscal en La Rioja, puso la máxima atención en la compleja superficie del edificio para abandonar a su suerte el espacio interior.
De la misma manera actúa Santiago Calatrava cada vez que le encargan un aeropuerto, un auditorio o un museo. Lo capital para Calatrava radica en el aspecto exterior. Los habitantes no cuentan, puesto que pertenecen a una profundidad sin mayor relevancia en la cotización.
Cuando cuentan, por exclusivas obligaciones sociales, se convierten en un elemento incómodo o sobresaliente, tal como declaraba hace poco en El País Thom Mayne, premio Pritzker de arquitectura, encargado de construir la torre más alta de Europa en París.
La tarea de hacer arquitectura para habitar, principio fundacional de la arquitectura, ha ido desvaneciéndose en provecho de la visión.
Más que la profundidad, la superficie, antes el cutis que las vísceras, primero la figura del humo que el contenido de la combustión.