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Sobrevivientes

Por 1 de enero de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Un hombre y su hijo recorren un gigantesco terreno baldío, lleno de árboles quemados y cielos cenicientos. No saben a dónde van, solo saben que aún no encuentran un lugar dónde permanecer. Ese inacabable cementerio carbonizado es lo único que queda de lo que alguna vez recibió el nombre de Norteamérica.

Ese es el escenario de la última y fascinante novela de Cormac McCarthy, The Road. Y esos son los personajes. Padre e hijo no tienen nada más que un carrito de compras con lo indispensable: una sábana, instrumentos para hacer fuego, una lata de comida que han robado de algún antiguo supermercado. El padre tiene algo más: la memoria de cuando había un mundo a su alrededor. Aunque tampoco está tan seguro. Sin evidencias que la confirmen, esa memoria parece cada vez más una ficción que ha creado para justificar lo que ve, un mito originario privado.

La mayor amenaza en ese páramo, cómo no, son los demás seres humanos. No hay aves en el cielo, ni animales salvajes por las praderas. La mayoría de los sobrevivientes, por eso, ha decidido saciar su hambre con lo único que queda a mano: otros seres humanos. En un momento, el padre y el hijo encuentran una casa con un sótano lleno de gente que espera el momento de servir de desayuno a sus dueños. Para el niño, lo más duro es no poder ayudarlos. Para el padre, lo peor es no poder comérselos.

-¿Qué te pasa? –le dice luego.
-Nada.
-Dime qué te pasa.
-Nosotros no nos comeremos a nadie ¿verdad?
-No. Claro que no.
-Aunque nos muramos de hambre.
-Ahora tenemos hambre.
-Dijiste que no teníamos.
-Dije que no nos estábamos muriendo. No dije que no tuviésemos hambre.
-Pero no lo haremos. No nos comeremos a nadie.
-No.
-Porque somos los buenos.
-Sí.

Y es que, a la vez que una fábula sobre el ser humano, esta es una novela de aprendizaje moral. Constantemente, los protagonistas se cruzan con gente aún más miserable que ellos: un anciano casi ciego, un niño abandonado, un vagabundo desterrado. El niño aún trata de ayudarlos. El padre, cuya única preocupación es la supervivencia del niño, se siente más inclinado a matarlos. Es difícil explicarle que es por su bien. En un mundo en que todo ser humano es un competidor, el mal es el único bien posible.

La soledad del hombre enfrentado al mal es una de las obsesiones de McCarthy, quien ha escrito también oscuros westerns y novelas protagonizadas por la huida como No es país para viejos, su última traducción al español. Pero a diferencia del western habitual, The Road no está situada en el pasado sino en el futuro. Este universo de árboles calcinados, este desierto habitado por caníbales, no es el mundo de los exploradores de ayer sino, probablemente, el mundo al que nos dirigimos. Nadie nos explica qué ha pasado. No sabemos si la catástrofe fue fruto de una hecatombe nuclear, del calentamiento global o de algún eje del mal. Lo curioso y lo terrible es que, en el tiempo de la acción, eso ya no importa. No queda tiempo para buscar culpables. Hay que seguir huyendo, da igual por qué o de qué. Sea como alegoría del futuro o como metáfora del presente, The Road es una fábula igualmente contundente sobre un páramo moral en el que ya no nos podemos aferrar a nada, ni siquiera a una verdad confortable.

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