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LA DECORACIÓN

Por aquí y por allá se impone la decoración. No sólo Ikea ha acertado proponiendo con sus muebles y objetos redecorar nuestras vidas. Nuestras propias vidas errantes se ofrecen para ser redecoradas sin cesar.

La actual industria general de la cultura se encuentra prioritariamente ocupada en la decoración puesto que si se trata de atender el espíritu del tiempo la oferta debe asumir la novedad dominante, la necesidad en auge, la nueva ideología de la pervivencia o del desarrollo circunstancial.   

Así no importa hoy que se trate del cine, del vídeo, de la pintura o de la literatura, de la música o de la política, el lema imperante coincide con el afán de decorar.

Es difícil, se trate de la novela o de los cuadros, de los autores con currículo o de los pintores que fueron grandes figuras en los 80 y 90, hallar alguno que no se encuentre trabajando en asuntos de decoración. La reflexión o la intensidad del conocimiento ha sido sustituida por el patinaje, de un lado, y por la extensividad de la distracción. Ni Broto o García Sevilla son ya propiamente pintores sino decoradores: autor de un abstracto ornamental. Son dos ejemplos entre decenas. Incluso Barceló, en otro sentido, se centra ahora en decorar grandes paredes de templos, aquí, allá.

En la novela, igualmente reina el motivo decorativo. La falsa novela histórica o neogótica no pretende investigar nada sino rediseñar.  Un libro acaba y ha cumplido la misión no de transformar a nadie sino del restyling.  De la misma manera, la arquitectura que fue la disciplina artístico-moral por antonomasia ha dejado el severo mandato  de la ética social y ha optado por la estética de entretenimiento. Con la primera los arquitectos parecían profetas, en la nueva corriente los arquitectos parecen dramaturgos.  ¿Malo? ¿Fatal? La decoración, como los actuales políticos vacuos, no pretende cambiar el mundo sino mejorar su impresión,  su apariencia, su sonido, su olor. Pero, llegado a este punto, ¿por qué será que el olor es   sinónimo de esencia? 

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10 de abril de 2007
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MONTEVIDEO

Es mi segundo viaje a una de las ciudades más tranquilas de América, posiblemente del mundo. No quiero decir que no haya algunos problemas de seguridad, los centros urbanos de los países con bolsas marginales -¿y dónde no?- tienen que pagar esas cuotas de la incertidumbre de cualquier paseo nocturno. Más bien abstenerse del paseo. A no ser que no sea como esos personajes malevos, esos tipos bravos urbanos, amantes de la vida de los puertos, de la vida de bronce de los visitantes de conventillos. En el otro lado del río de la Plata, en el Buenos Aires de otros tiempos cantaron Carlos de la Púa, Evaristo Carriego o Borges. Ese ambiente tan literario, tan canalla, lleno de peligros inconcretos o de aventuras imaginarias, es el que uno adivina por la zona portuaria de Montevideo. Lo que en otros lugares, otras ciudades, parece territorio del pasado, de la literatura, aquí parece habitar los prohibidos barrios bajos.

Boliches, cafés, bares, que siguen siendo los mejores representantes de una ciudad en extinción, de una forma de vida que aquí parece todavía parada en los años 50. También me recuerda a la España de los años de silencio, la España que contaban aquella generación del 50. Pero en  España, en aquellos tiempos, salvo la excepción de Mario Lacruz, Pedrolo y el primer Vázquez Montalbán- el de “Tatuaje”- nadie sacaba partido a esos ambientes que nos acercaban a los escenarios de la novela negra. Todavía Montevideo parece el escenario natural de alguna novela negra. Tiene decadencia en su esplendor agrietado, mantiene misterio en sus calles que bajan al puerto, los bares están decorando la vida de un pasado remoto. Y tiene pobreza y dignidad. También es una ciudad poco divertida, más allá de sus varios casinos y otros centros de diversión previsible y de decorado, lo cual hace más interesantes a sus habitantes. Es una ciudad con muchas librerías, sobre todo, con muchas librerías de viejo. Un placer. También, y eso siempre nos fascinó, es la ciudad dónde nació Lautremont. Además fue la ciudad de la que salió, de la que escapó para no volver, en los terribles, largos años de capital de una sórdida dictadura, el que mejor la supo contar, Juan Carlos Onetti. Él la llamó Santa María. Montevideo es, sigue siendo, Santa María.

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9 de abril de 2007
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El dulce olvido

Hace un par de semanas, el blogger "Rostro Pálido" me escribió:

“Vaya, con lo que me costó aprenderme tu apellido…
Ahora, a ver cómo lo olvido.
Me temo que es más difícil de olvidar que de aprender.”

La propuesta de Rostro Pálido me pareció una excelente idea, así que decidí adoptarla. A lo largo de mi vida, mi apellido ha sido una fuente inagotable de malentendidos, problemas burocráticos y bromas pesadas, de modo que resolví deshacerme de él.

Olvidarlo tomó una semana de esfuerzos, pero ahora que lo he conseguido, me siento ligero de equipaje, libre. Algunos días respondo al nombre de García o López, apellidos sencillos y amables que no plantean mayores dificultades. Pero también esos apellidos se me olvidan, y son reemplazados por otros de más categoría como Barandiarán de la Vega o incluso De la Piedra y Pómez. Algunas mañanas –cuando me despierto autóctono y salvaje- me apellido Bramaphutra.      

El olvido dio tan buenos resultados en este ámbito que decidí aplicarlo a otros sectores de la vida cotidiana. Olvidé que soy escritor, por ejemplo, y empecé a dedicarme a las finanzas internacionales, un sector mucho mejor remunerado y con más perspectivas de futuro. Olvidé que no sé conducir un auto, y ahora llevo un BMW descapotable.

También han desaparecido de mi memoria los momentos tristes. Ahora, cuando pienso en el pasado, sólo llegan a mi recuerdo los partidos de fútbol ganados, los libros que sí me gustaron y las chicas con que tuve una relación bonita desde el principio hasta el final.

Esto último sí que es un problema, porque normalmente, las relaciones tienen momentos buenos y momentos malos, así que mi pasado ha quedado como un rompecabezas al que le faltan piezas o trozos enteros. Por ejemplo, de mi primera novia recuerdo el descubrimiento de los besos y el cosquilleo en el bajo vientre, pero no sé qué ocurrió después, ni cómo desapareció de mi vida.

Tampoco tengo memoria de mi primer polvo, pero albergo gratos recuerdos del segundo, del cuarto y del séptimo. Me preocupa que a partir de entonces haya un vacío hasta el vigésimo cuarto, pero afortunadamente, esa temporada coincide con mi relación con una chica que de todos modos no fue memorable.

De tanto olvidar, he olvidado incluso a mis amigos actuales, a los que vuelvo a preguntarles siempre las mismas cosas. Y también he olvidado a mi esposa. Eso no está mal, porque cada noche es como si durmiese con una amante diferente. Y a ella, sospecho, también le divierte. Esta mañana me ha dicho:

-Últimamente, me das cada beso como si fuera el primero.

Linda frase. Lástima que ya la haya olvidado.

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9 de abril de 2007
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El orden de los cementerios

Leí Rebelión en la granja hace ya muchos años, cuando todavía estaba en la escuela primaria, pero la frase no se me olvidó nunca. Hablo de aquella según la cual todos los animales son iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros. En la Argentina de este año 2007, existen políticos que están dispuestos a hacer cualquier cosa para seducir a la clientela de animales que se sienten más iguales que el resto.

El pasado viernes hubo una protesta de maestros en Neuquén. El conflicto tiene que ver con la renuencia de algunos mandatarios provinciales a hacer efectivos los aumentos que el gobierno nacional otorgó a los educadores. Neuquén es una de las provincias más ricas del país, a consecuencia de la renta que el petróleo le deja, y esto es algo que tanto los maestros como el resto de los trabajadores locales tienen claro. En el fondo, el problema es clásico: se trata de gente que le reclama a los poderes fácticos que derramen algo de la riqueza que ganan a manos llenas.

Estos docentes neuquinos intentaron cortar una ruta. El gobernador Jorge Sobisch ordenó a la policía impedir ese corte. Y los policías le hicieron caso de la manera que están acostumbrados. Uno de ellos, el cabo primero José Darío Poblete, disparó a quemarropa contra un pequeño automóvil que transportaba maestros. La granada impactó en la nuca del profesor Carlos Fuentealba, y dada la potencia del disparo a tan corta distancia, terminó matándolo.

Este crimen tiene un responsable material, que es Poblete. Pero también tiene otros responsables. Por ejemplo, los que permitieron que un hombre que tiene una condena en firme por torturas, otra en la Corte de Casación por vejaciones y también denuncias de una ex pareja por amenazas, siga cumpliendo a diario trabajo policial. Otro responsable es aquel que creó el grupo especial de la policía neuquina en el que Poblete trabajaba, porque articular una formación semejante es anticonstitucional. Y otro responsable más es aquel que envió a la policía a reprimir sin ponerle límites claros (que son los que marca la ley, dicho sea de paso), a sabiendas de que se trata de una policía brava de las que dispara primero y pregunta después.

El nombre que habría que repetir al llenar los casilleros de estas responsabilidades es el del gobernador Sobisch, un hombre que aspira a presentarse como candidato a la presidencia de la República en las elecciones de este año. Sobisch coqueteaba desde hace tiempo con la idea de mostrarse como el hombre que pondría coto a tanta protesta social: el candidato del orden, que hasta la semana pasada tejía alianzas potenciales con otros referentes de la misma ideología, desde Macri hasta Blumberg. Su idea era la de seducir a la gente que quiere seguir enriqueciendo sin trabas y a la que el populacho protestón molesta, al cortar las calles y dificultar la circulación de sus BMW. En consecuencia, el viernes intentó hacer valer los derechos de aquellos que tienen auto (es decir, de aquellos que son más iguales que los demás) por encima de los que reclaman un sueldo digno (que son menos iguales, de acuerdo a la parábola orwelliana), y terminó asesinando a una persona a sangre fría.

Hoy lunes hay un paro de maestros y manifestaciones en todo el país, en repudio a la violencia institucionalizada de los Sobisch. No sé cuál será el futuro del ahora gobernador en su propia provincia, dado que su partido tiene mayoría parlamentaria que puede preservarlo de un juicio político. Pero sí estoy seguro de que la candidatura presidencial de Sobisch ha muerto. Murió en el preciso instante en que Poblete le disparó con saña al profesor que hacía uso de su derecho a manifestarse y a peticionar, un derecho que la Constitucional nacional le garantiza. La forma en que salió a mostrarse en los medios evidencia que a Sobisch la vida de ese hombre lo tiene sin cuidado. Pero el suicidio político que cometió al hacer posible ese homicidio sí le dolerá, ahora que hizo evidente que el orden que defendía es aquel que impera en los cementerios. A Sobisch le esperan muchas noches de pesadilla, de las que despertará con el nombre de Fuentealba en la boca. Ojalá la condena social sea tan grande y severa como para disuadir a los pichones de Sobisch –que en este país abundan- de seguir defendiendo la tesis de que es válido defender los derechos de ciudadanos clase A mediante la violencia de uniforme.

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9 de abril de 2007
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EL CARIBE

Mark Kurlansky es, en el mundo hispanohablante, el autor de una biografía del bacalao (editorial Península). La traducción al castellano de su “biografía del pez que cambió el mundo” no tiene el sabor que promete su título. Y para decirlo de manera clara, tampoco me convencieron otros libros de Kurlansky que se quedaron en el idioma inglés: uno sobre la sal (Salt), otro sobre el país vasco (The Basque History of the World). Kurlansky es también en autor de una especie de meditación/compilación sobre el año 1968 (traducida por Destino). La verdad es que Kurlansky es un autor que sabe elegir temas, pero me decepcionó siempre hasta leer The White Man in the Tree (el hombre blanco en el árbol).

Si un editor lee este blog, lo mejor sería ponerse en contacto con el agente de Kurlansky para comprar los derechos de este libro. No es un libro, es el Caribe. El olor, la humedad, la tristeza detrás de la alegría del Caribe. Es un retrato íntimo, implacable, sin cariño pero con un nivel de precisión insuperable en la observación de los comportamientos. Se establece como el autor más sabio si hablamos del Caribe. Está muy por encima de Patrick Leigh Fermor o del propio Graham Greene, que escribieron libros desde el punto de vista de los blancos. Aunque no puede competir con el arte de Derek Walcott, Jean Rhys o V.S. Naipaul, los genios de los “West Indies” como dicen los anglosajones.

Kurlansky no es un genio. Se acuerda de su trabajo de periodista, que fue durante años corresponsal del Chicago Tribune en el Caribe y, en el momento de escribir ficción, trabaja a la manera de un artesano de los hechos.

Cuenta cómo es el Caribe y es cómo él lo cuenta en sus cuentos. Haití, Belice, Guyana francesa, Puerto Rico, Curaçao: no importa el lugar, Kurlansky tiene la capacidad de ubicarse entre blancos, negros y mulatos, a medio camino de las islas y de Nueva York, en una atmósfera de promiscuidad sexual, de comidas con pollo, arroz y plátanos, de sumisión al rumbo del deseo y de voluntad para respetar a las creencias cuya combinación es el fondo de la cultura diaria en esta parte del mundo. Hace tiempo que no leía un libro tan realista que tiene al final un glosario del vocabulario gastronómico, religioso y económico donde se mueven los personajes.

Lo mejor del libro es una destrucción total, sin remedios, de lo que puede ser la acción humanitaria en esta parte del mundo. Lo que se describe es más bien la confusión (financiera, cultural, sexual) que acompaña la actividad de un humano venido de fuera y que no se quedará en las islas, donde todos pasan sin que nadie nunca se quede.

Lo que más me gustó es el sabroso cuento de las consecuencias de una tormenta que quita todas las hojas de los árboles en una isla. Pone al desnudo los amores de los habitantes y rompe la vida de muchos de ellos, no por las consecuencias económicas sino por la revelación de las redes de amores.

El Caribe es inalcanzable y muy pocas veces se deja ver. Kurlansky ofrece una gran oportunidad.

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9 de abril de 2007
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EL DOLOR

El Museo de Arte Contemporáneo Hamburger Bahnof y el Museo de Historia Médica de la Charité de Berlín, a cuatrocientos metros de distancia, muestran hasta el 5 de agosto la exposición Schmerz (Dolor). No es la primera vez, ni mucho menos, que se montan exposiciones temáticas basadas en una emoción. Lo sobresaliente viene a ser que todas ellas, sean referidas a la pasión religiosa, el amor o la melancolía, producen su encantación estética gracias a su dosis de dolor en cuanto potencia absoluta.

El dolor es el monarca de las emociones. El rey absoluto. Dentro del dolor se funden todos los demás sentimientos, incluido el amor o la dicha, puesto que la felicidad llega a doler para  brillar extraordinariamente.

El dolor es así la medida de todas las composiciones sentimentales y el dolor insoportable la pasarela para que lo humano se trascienda.

Una exposición sobre el dolor posee además la materia esencial de la estética.  Lo bello crea laceraciones a través del imperceptible veneno que resbala sobre la superficie de la belleza y cala en  los sentidos hasta el aliento. El corazón clama en el feroz estallido del dolor y en el ataque de lo bello cegado en ambos casos por la maldición de su luz. Su material  luciferino.

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9 de abril de 2007
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I. FASTOS DE UNA CORONACIÓN

Vengo de asistir a una coronación singular en Cartagena de Indias. Tres mil personas en la sala del Centro de Convenciones al otro lado de las murallas coloniales de la ciudad, y millones frente a las pantallas de televisión. Nunca un héroe literario contemporáneo, en cualquier idioma que sea, ha recibido un reconocimiento tan unánime como Gabriel García Márquez, quien ha llegado a los ochenta años de edad como testigo y protagonista de su propia gloria.

En la lengua ha habido al menos tres superestrellas que desbordan los cánones de la literatura para pasar al amplio y fragoroso dominio de la cultura de masas, igual que los artistas de cine, los futbolistas y los boxeadores. El primero, Ruben Darío, que lejos de los favores mediáticos, pues ni radio había entonces, al saberse que era pasajero de un barco que acababa de atracar en La Habana o en Montevideo, una multitud se desbordaba hacia los muelles para obligarlo a salir a la pasarela y aclamarlo. Otro, Pablo Neruda, que arrulló a varias generaciones de enamorados que lo perseguían en aeropuertos, lobbies de hoteles, teatros y restaurantes con ejemplares de los Veinte poemas de amor en mano.

El tercero, García Márquez, escucha el rumor de la gloria como el zumbido de un coro de abejas, las abejas de Píndaro que también cercaron la cabeza de Darío, un coro que le divierte, pero no le inquieta, al punto que no lo vuelve nunca tema de conversación, y callarlo frente a él es un asunto de obligado pudor.

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9 de abril de 2007
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Espérame en Siberia, corazón

La lucha contra el calentamiento climático, además de positivamente inútil, esconde un misoneísmo disfrazado de Amor a la Tierra. Dos recientes estudios, uno del Hadley Center británico y otro de Arpège, han diseñado un mapa de Europa al que no le falta atractivo. Añado que ambos centros son rigurosamente científicos. El francés, por ejemplo, pertenece a Météo France, el centro meteorológico gubernamental.

Según el mapa inglés, París pasaría a tener el clima de Córdoba. Ante semejante peligro, el ingeniero exclama: "Los pisos orientados al sureste serían inhabitables en verano". Es una magnífica noticia para los cordobeses que viven en pisos orientados al sureste. Ahora ya saben que no habitan. En el mapa francés, sin embargo, París queda a la altura de Burdeos, una bendición para los parisinos: tendrán menos lluvia, más sol y un vino óptimo.

Según los ingleses, Londres pasaría a gozar del clima de Lisboa. No se puede pedir más. Y según los franceses, el de la costa bretona, lo que no trae consigo mucho cambio. Algunas ciudades ganarían la gloria, como Berlín, que, dicen los franceses, pasaría a la atmósfera de Roma. O Viena, que para el Hadley Center se situaría en las temperaturas de Valencia. Sinceramente, el mapa no asusta a nadie, sino todo lo contrario. ¿Por qué entonces tanto revuelo?

La respuesta la da Stéphane Hallegatte, el ingeniero de Météo France entrevistado: porque las inversiones en climatización y adaptación del hábitat serían gigantescas. ¡Billones de euros!, dice. Pues, ¿cuál es el problema? Precisamente estas inversiones son el acicate económico que está esperando Europa. ¿O acaso no son las colosales inversiones en carreteras, represas, túneles o aclimatación los motores de la empresa privada? Lo que anuncia el cambio climático es un negocio escandaloso para las grandes compañías con ministros infiltrados en los respectivos gobiernos.

Por cierto, Barcelona pasaría a tener el clima de Túnez o Argel. Madrid, en cambio, no se mueve o como mucho se acerca a Atenas. ¡Toma agravio!

Artículo publicado en: El Periódico, 7 de abril de 2007

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9 de abril de 2007
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El día más triste del teatro peruano

En uno de los países centroamericanos de mi gira –no revelaré cuál- una pequeña compañía teatral me invita a presenciar el montaje de una comedia que escribí hace unos diez años. Al llegar a la sala, incluso me emociono. La obra se representa en el teatro de una universidad, y eso me transporta a mis años en la facultad de letras. El hecho de que sólo estén ocupadas veinte de las cuatrocientas butacas del teatro no me amilana. Al contrario, pienso que estos chicos le hacen frente a la adversidad, y me siento orgulloso de formar parte de eso.

Hasta que comienza la función.

En los primeros diálogos, me parece notar cierta falta de ritmo. Sólo más adelante comprendo que el problema no es el ritmo, sino todo. Absolutamente todo. Los actores creen que actuar es gritar las líneas y llorar en cada escena, algo sorprendente tratándose de una comedia. Además, no contento con las discusiones entre los personajes, el director ha añadido peleas, golpes, risotadas y toda una caterva de recursos visuales para que el espectador tenga claro cómo debe reaccionar en cada momento. Lo único que no ha tomado en cuenta son los giros graciosos y los gags, que sólo producen risas por razones ajenas a su voluntad. 

Considero la posibilidad de levantarme y abandonar el teatro. Pero me parece un gesto antipático y pedante. Es un grupo joven, y necesitan estímulo. Por lo menos hacen teatro en vez de drogarse bajo un puente o asaltar ancianas. Además, me alivia pensar que la obra es corta, y no tendré que aguantarla demasiado tiempo.

Sin embargo, tampoco se me concede esa merced. Los excesos trágicos que pueblan el montaje son interminables. Si la versión original duraba hora y cuarto, ésta se extiende a lo largo de dos horas y media, y ni siquiera se le ha añadido texto. Cuando escucho las últimas líneas de diálogo, respiro hondo. Al fin todo ha terminado.

O eso creo. Porque el grupo regresa al escenario a recibir los magros aplausos, la mayoría de ellos provenientes de los padres de los actores presentes en la sala. Aprovecho la ocasión para tratar de escabullirme de puntillas, pero cuando casi alcanzo la puerta, el director anuncia:

-¡Nos sentimos muy orgullosos de presentar al autor de la obra!

La gente voltea a mirarme –creo que con odio- y una escuálida ovación me acoge. Hago una reverencia. Ruego que la tierra se abra bajo mis pies y me trague. Visiblemente emocionado, el director continúa:

-Por favor, maestro –me dice-, suba al escenario a recibir sus aplausos.

Y me veo obligado a subir, quizá para que los poseedores de huevos y tomates puedan apuntar con más facilidad. Me siento como si caminase hacia el cadalso, pero la guillotina aún está por caer. El director completa su intervención:

-¡Ahora, por favor, maestro, dedíquenos unas palabras!

Balbuceo algunos monosílabos frente a los flashes de las cámaras de los parientes de los actores. Les digo lo contento que me siento con esta obra y lo emocionante que es constatar que ha atravesado fronteras. A mi lado, una de las actrices se echa a llorar de la emoción. El director me abraza y me dice con una sonrisa cómplice:

-Espero que haya aprobado usted mis aportes creativos. Tuve que corregir algunos pasajes de tu texto que eran un poco torpes en su ejecución.

Sólo atino a devolverle una sonrisa que debe haber quedado más bien un poco mueca. Pero no le digo nada. Trato de salir del paso rápidamente y, aprovechando la confusión de las felicitaciones de  padres y tíos, huyo del teatro universitario. Pero antes de doblar la esquina, escucho la voz del director a mis espaldas gritando:

-¡Maestro, regrese, que ya va a empezar la segunda parte!

Sé que esa frase me acompañará por siempre mis peores pesadillas.

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4 de abril de 2007
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VI. EL SIGNO DE LA CALAVERA

El fantasma se cubre con un antifaz y usa un extraño traje que más bien parece de buzo, botas, y dos poderosas pistolas al cinto donde luce la temible calavera que lleva también en el anillo, y que queda grabada en el rostro de sus enemigos al ser noqueados en combate. Y cuando sale de la selva y entra en la civilización, va metido en una gabardina, y lleva sombrero y anteojos oscuros, sin faltar a su lado Diablo, al que lleva atado de una correa. Nadie puede ver nunca su rostro, y es hombre de pocas palabras.

Su guardia personal son los temibles enanos Bandar, armados de mortíferas cerbatanas, y con el jefe de policía se comunica, y es lo que más me gustaba, llegando  a través de un túnel hasta una caja de hierro ubicada en la oficina de aquel, donde dejaba sus mensajes. En tiempos coloniales, era un jefe de policía blanco. Luego, tras la independencia, era ya un africano. No olvidemos que el tiempo pasa de otra manera para los superhéroes, o no pasa nunca, siempre es el presente y sus circunstancias históricas.

Cuando visita a su novia Diana en Estados Unidos, entra subrepticiamente por la ventana, y va a acostarse en un jergón de paja siempre listo para él en un cuarto de la casa. La suegra, medio puritana,  no lo tolera. El tío David, por el contrario, lo adora. Nadie nos ha dicho sin embargo, si a oscuras la casa, va a meterse al lecho de Diana, y es sólo Diablo el que se queda en el jergón. El misterio siempre manda.

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4 de abril de 2007
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