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El pato de la boda

Por 17 de abril de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

El domingo José Pablo Feinmann publicó un artículo en Página 12 que me dejó pensando: lo tituló "La glocalización", y en él oponía el manoseado concepto de la globalización a este concepto nuevo, el de algo llamado glocalización. (Ignoro si Feinmann lo acuñó o si lo tomó de alguna fuente, que en ese caso no cita.) Según Feinmann, la glocalización se opone a la voluntad occidental de exportar e imponer su modo de vida al mundo entero, reafirmando sus propias diferencias. No se trataría de la antítesis del imperialismo occidental –que existe y goza de buena salud, para mal de todos-, en tanto para ser antítesis debería encarnar valores opuestos y el liderazgo de ciertos musulmanes, por ejemplo el iraní Ahmadinejad, tiene tanta fe en la violencia y en el poderío que otorga lo económico que merece ser parangonado al de sus pares del mundo infiel. Feinmann dice que la glocalización es tan sólo la reivindicación del derecho a no ser el Imperio, por lo menos este Imperio, del que todos formamos parte y que conocemos tan bien. Los glocalistas estarían, según Feinmann, orgullosos de no ser nosotros. Yo los entiendo, puedo dar fe de que pertenecer a esta parte del mundo (me refiero a Occidente en su conjunto, que no así a América Latina) tampoco me enorgullece. En todo caso lo que me preocupa es aquello en lo que globalistas y glocalistas se parecen, hasta el punto de dejar de ser lo Otro para convertirse en lo Mismo. En su incapacidad de respetar las diferencias, por ejemplo, confundiendo el todo con la parte y suponiendo que lo que es bueno para mí debe ser ley para los demás. En su culto a la violencia, como ya dije, y por ende en su glorificación de la muerte. (Aquí cabe una diferencia: los líderes de Occidente no tienen prurito alguno en aniquilar a los demás, y el extremismo islámico no tiene prurito alguno en aniquilar a propios y ajenos durante el proceso.) Y también en su anhelo de poder: los hechos recientes en torno de Ceuta y Melilla y la reivindicación de Andalucía como parte del mundo glocalizado hablan de la búsqueda de una gloria que tiene que ver con un pasado imperial, y no con el logro de una paz digna para sus pueblos –que dicho sea de paso, haga posible una paz digna para todos los demás.

Lo cual me lleva a un asunto que viene preocupándome desde hace tiempo, y que no termino de ver expresado del todo al menos en los medios que veo y leo: ¿soy yo, o es que el mundo se está encaminando de verdad a una crisis nuclear en nada diferente, y por cierto no menos terrible, que la que tuvo lugar durante la Guerra Fría? ¿Qué lección elemental de historia se saltearon los líderes de hoy, que con sus actos y omisiones han hecho posible una escalada nuclear que nos aproxima otra vez al Apocalipsis? ¿Aprenderán a tiempo la lección de que el doble rasero no funciona, que no puedo prohibirle a otro que tenga lo que yo tengo con la excusa de que yo soy mejor Guardián de la Humanidad que alguien que reza mirando a la Meca? ¿Entenderán a tiempo que nada parecido a la paz, el equilibrio y el derecho a la existencia de los pueblos se obtendrá mientras los más poderosos insistan en hambrear al resto, humillándolo de paso? Y en lo que hace a nosotros, los que no tenemos cargos públicos ni los ansiamos, los que conformamos la más aplastante mayoría, los que no queremos ser el pato de la boda entre globalizados y glocalizados: ¿cuándo comprenderemos que debemos aguzar nuestro criterio para elegir mejor a nuestros representantes? ¿Cuándo comprendermos que aquellos candidatos que apelan a lo peor de nuestra alma –a nuestro miedo, a nuestro egoísmo- sin indignos de confianza alguna porque serán los primeros en traicionarnos? ¿Cuándo entenderemos que debemos fiscalizarlos mejor –lo cual implica abandonar la indiferencia y optar por alguna forma de acción? La promoción que HBO hace de V for Vendetta en estos días rescata una frase de V, el protagonista del filme: “No son los pueblos los que deben tener miedo de sus gobernantes, son los gobernantes los que deben tener miedo de sus pueblos”. Tan simple, tan real, tan necesario.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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