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V. LA ENGAÑOSA Y CAPRICHOSA PUERTA DE LOS VOTOS…

Los hermanitos polacos, con mansedumbre de graciosos osos de peluche, han reclamado el restablecimiento de la pena de muerte en toda Europa, y han puesto bajo investigación el programa de televisión Teletubbies bajo el cargo de que estimula la homosexualidad. Alientan un discurso antisemita, en un país donde el antisemitismo costó millones de vidas, y han intentado prohibir el estudio de Kakfa, Flaubert y Dostoievski en los colegios, para sustituirlos por “autores polacos nacionalistas y patriotas” (entre los que no estaría seguramente Conrad). Hicieron pasar en el parlamento una ley mediante la que se obliga a más de 600.000 ciudadanos a entregar una declaración sobre sus actos políticos en tiempos del régimen comunista, un streap-tease obligado de sus vidas de veinte años atrás, los buenos separados de los malos, como en el juicio final.

La historia, madre sin sentimientos, y llena de sorda ironía, cuando entromete el vínculo familiar y da el poder a hermanos gemelos, a padres e hijos, a esposos y esposas, crea el ridículo con todos sus acentos de risa, y también la tragedia, con todos sus acentos de llanto.

Pero se arrepiente a veces de sus desaciertos, y arrebata a la novela la carne del asador. Porque los hermanos Kaczynski no tardarán en salir por donde entraron, la engañosa y caprichosa puerta de los votos. Tras una denuncia de corrupción han perdido la mayoría parlamentaria, y las encuestas los reducen ahora, de cara a las elecciones anticipadas que ya han sido convocadas, a su mínima expresión.

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24 de julio de 2007
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FUMAR Y NO FUMAR

Un importante doctor me auguró hace veinte años que contraería un enfisema y me fatigaría con el sólo esfuerzo de anudarme los zapatos si no dejaba de fumar. Esta sentencia me impresionó de una manera muy particular y precisamente por su desmesura. Por lo disparatada que me parecía le atribuí un superior e inesperado valor profético, tal como si la proclamara una mente visionaria dotada para redecir lo que sin remedio me sobrevendría. La tuve, pues en cuenta y apenas quince días después, aprovechando un momento favorable, dejé de fumar. Con esta decisión que no había tomado antes me propuse no sólo sortear el oscuro pronóstico del enfisema y procurarme mejor salud futura sino ensayar con la nueva personalidad de no fumador, otra manera de ser. Creía tan sinceramente que iba a trasfigurarme en otra persona que enseguida comencé un libro –Días sin fumar- para ir dando cuenta de mi transfiguración que no preveía a qué podría conducirme.

Hay dos momentos especialmente idóneos para dejar de fumar. Uno se concreta cuando el fumador decepcionado de sí mismo por la marcha de las cosas determina privarse de fumar a modo de castigo. La abstinencia del tabaco le cargará de un malestar adicional pero la nueva penitencia se soporta mejor si uno se cree miserable que si se estima y cree digno de compasión. De ahí que lo que más empuja a las recaídas es la lástima que uno se inspira torturado por la abstinencia, estrangulado por el “mono”. Pero, también, para aminorar esta autocompasión no hay nada mejor que atravesar una circunstancia de poco amor propio. A menor autoestima menor autocompasión, mejor aceptación del dolor, de la punición o la sevicia.

Pero también, contrariamente, la otra ocasión más favorable para dejar de fumar ocurre cuando la autoestima está en un punto alto y, sea por lo que fuera, a un nivel excepcional. En ese encumbramiento el sujeto se considera capaz de afrontar desafíos ante cuyo tamaño antes se había arredrado. Ahora, en cambio, sazonado de sí, puede aplicar su  fortaleza a la dificultad de no fumar.

En síntesis, la baja autoestima convierte la tortura de no fumar en un dolor consecuente con las asumidas incompetencias y, por lo tanto, fácil de entender. Pero también, una autoestima boyante convierte el ataque del tabaco en un reto propicio para medir nuestro mayor vigor y traducir la abstención en un heroísmo que seguirá acrecentando nuestra talla.

Cuando dejé de fumar lo hice impulsado por la primera circunstancia. Que era la de más ordinaria vigencia. 

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24 de julio de 2007
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¿Te importa si me persigno?

Hace gracia pensar que aún hace veinte años había quienes realmente creían que ciertos discos de larga duración tocados en reversa reproducían mensajes diabólicos. Hoy, cuando aquella complicada operación puede hacerse impecablemente en cualquier editor digital de sonido, no se sabe de un solo hallazgo al respecto. Ahora bien, veinte años no pasan en balde; especialmente para el demonio, que no por ser más diablo es menos vulnerable al efecto del tiempo. Cada vez que aparece en la televisión uno de aquellos grupos de rock de la era del demoniaco disco de vinil, hay un hedor a azufre que satura el ambiente, como en esas historias de pactos con el diablo donde el protagonista sin querer lo invocaba y él se le aparecía en medio de una nube amarillenta, generalmente con un contrato en la mano.

  —¿Me llamaba, colega? —una de las ventajas de trabajar de musa es saberse invocada a todas horas, como la buena suerte y el amor. No acostumbran quedarse mucho tiempo, y si lo hacen nos dejan deudas estratosféricas, pero su compañía es tan deliciosa que mientras dura nos hace creer invencibles. Según Afrodita, es ella quien me dicta los renglones; según yo, son sus ojos estupefacientes los que me orientan entre la negrura.

El rock es como el diablo que te ofrece un contrato por cierto número de años en los que gozarás de su milagrosa y divertidísima protección, y pasado ese tiempo regresa para cobrarse con tu alma. No es extraño que numerosos rock stars busquen la compañía de las porn queens, si unos y otras brillan con la fecha de caducidad impresa en la etiqueta. Quiero decir que estoy aquí pasmado delante de un concierto de los New York Dolls y observo que la sola estampa de David Johansen bastaría para lanzar una edificante campaña Ahmadineyad-made, en pro de la moderación y el recogimiento. ¿Qué hace el mundo con sus rockeros caducados, auténticos desechos nucleares de sí mismos? ¿Dónde meter a quienes lo apostaron todo por el presente, al extremo de envanecerse desterrando al pasado y repitiendo que no había futuro? ¿De verdad es mejor arder que desvanecerse? ¿Quién echa el primer leño sobre Iggy Pop?

  —La fotogenia es privilegio de muertos puntuales, colega. A ver, ¿cuándo le ha visto una arruga a Jim Morrison? Con todos mis respetos para el señor de allá abajo, no me parece pulcro que se lleve las almas y deje aquí los cuerpos apestando a azufre. Ahora que, si hemos de ponernos sinceros, a usted no le preocupan los New York Dolls. Lo que realmente le horroriza es toparse con un reloj tan riguroso. Si hubiera que atenerse al estándar vetusto de los Sex Pistols, todo rockero mayor de 25 años sería técnicamente un anciano, y por supuesto ya no un rockero.

Los mensajes diabólicos del rock no están ocultos. Basta con asomarse al semblante vacío de una estrella descontinuada para entender que el del trinche y los cuernos es hombre de palabra y a la letra cumple con sus contratos. No sería del todo descabellado aventurar que gente como Kurt Cobain, Janis Joplin y Sid Vicious no hicieron sino romper con el contrato que a tantos en su gremio ha condenado a vivir como zombis memoriosos.

  —¿Ha visto a Chrissie Hynde recientemente, colega?

  —La vi ayer, en la tele. Una muñeca de 56 con el cuerpo de una viejecilla de 27. Lo que yo llamaría haber firmado un buen contrato.

  —Es lo bueno de ser mujer, traen la musa integrada. No necesitan de esa visión femenina sin la cual, por ejemplo, usted mismo estaría invocando al diablo en este momento. ¿Sabe por qué los escritores viven más años que los rockeros? Yo sé lo que le digo: las musas somos dramáticamente más saludables que los demonios. De hecho, no sé si se haya dado cuenta que hace tiempo soy yo quien lidia con ellos...

  —Creí que tu presencia los había ahuyentado...

  —Soy su musa, colega, no su hada madrina. Los soborno, pero no los domino. Así que no me eche la culpa si cualquier día de estos se acuesta con el cutis de Brian Jones y se levanta con el de Keith Richard, ya ve que a los del trinche les gustan esas bromas.

  —Si yo fuera tu padre, te obligaría a hacer buches de agua bendita

  —¿Lo dice usted, o está citando a Cat Stevens?

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24 de julio de 2007
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POLANCO

Cuando entramos en esa ciudad más o menos silenciosa, en el cementerio de La Almudena, pensé que deberíamos habernos escapado al otro cementerio cercano, al Cementerio Civil. Ese discreto cementerio, un vecino silencioso, un espacio razonablemente ordenado. Y esos sí, demasiado pequeño para haber sido el refugio de la España laica. Un lugar demasiado estrecho para que allí se den cita los que quieran hacer  un paseo por las varias españas. Por algunos de los mejores ejemplos de nuestras  disidencias. Sin olvidarnos del liberalismo, el progresismo o las utopías. Que todo eso y mucho más estaba mal visto por la España “oficial” que también se encargaba de administrar la entrada en los cementerios.

En el Cementerio Civil están los mundos no fundamentalistas y pero también tienen allí asiento algunos fundamentalismos de otras religiones no católicas. No sé bien porqué, en el entierro de Jesús de Polanco, me dio por pensar en  ese lugar civil, civilizado, laico y español. Y por lo  tanto, en un espacio sentimental en el que muy bien, muy cómodo y muy bien rodeado se hubiera encontrado el Jesús de Polanco que yo recuerdo.

Tampoco hubiera estado mal allí, en el Cementerio Civil, su amigo el cura, el jesuita amigo que decía las últimas palabras para Polanco. Era su amigo, el mismo que acuñó aquello de “Jesús del Gran Poder”, ese tan peculiar tan sacerdote que es Martín Patino- no es casualidad que sea hermano de Basilio, o que Basilio sea hermano suyo- sabe que el Cementerio Civil es una tierra amable para los que tengan más o menos fe, para los capaces de ir con los socialdemócratas hasta la muerte- ¡pero ni un paso más!-,  para los que sean sentimentales y para  españoles en general, que  no tengan el estilo Rouco en materia de fe. Creo que la mayoría de los que estuvimos en el entierro de Polanco seríamos bienvenidos en el otro cementerio de al lado.

No estaría mal ir pensando en hacer ese espacio más grande, más cómodo, menos olvidado Desde luego me imagino muy bien a Polanco, discutiendo, discrepando, divirtiéndose y haciendo fácil el trabajo de algunos talentos que por allí descansan, que allí han ido de perpetuas vacaciones, de largo reposo. Ya sabría él llevarse la plusvalía. Y, eso sí, todos estarían más contentos. Habría llegado a sus aburridas vidas, o muertes,  alguien capaz de activar sus inteligencias. Alguien que les invitaría a dar rienda suelta a su libertad de expresión. Se reconocerían en éste empresario tan fundamental en nuestras vidas.

Así ha sido en las vidas, las cosas, las letras y las libertades de los que hemos tenido la fortuna de trabajar en ese grupo que creció por su impulso, por el impulso de muchos en los que confió, en los que supo delegar sus firmes creencias en un país mejor, más libre y con menos fundamentalismos.
Cuando pensaba eso, también recordaba un lugar dónde se veía a Polanco en una suerte de soledad en compañía. Dónde más veces le vi., en los conciertos, en el Teatro Real o en el Auditorio. Allí, después de mil batallas, se podía ver a un hombre disfrutando de esa soledad sonora. De ese estar en lugares tan verdaderos como los de la música.

Ayer, desde el entierro, pensando en otro lugar para su entierro, le recordé escuchando ensimismado una música que sigue siendo el refugio de algunos que no podían ser solitarios.

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23 de julio de 2007
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IV. LOS SOBRINOS DEL PATO DONALD

La historia, que pare mientras inventa, trabaja en cualquier latitud. Lejos de América Latina, en Polonia, se ha sacado del vientre a unos personajes que son hermanos gemelos, tan idénticos que parecen juguetes de cuerda producidos por un mismo molde: los hermanos Kaczynski, el uno presidente de la república, Jaroslaw, y el otro primer ministro, Lech. Gorditos y sonrosados, e iguales en voz y ademanes, parecen  gnomos de un cuento de hadas tenebroso que se copian a sí mismos. O nos recuerdan a los sobrinos del Pato Donald, iguales en físico y pensamiento, al punto que la frase iniciada por uno es siempre terminada por otro.

Si la novela necesita de personajes salidos de las cavernas más oscuras, aquí están estos hermanos que le entrega la historia a ritmo de polca circense, aún chorreando sombras. Los Kaczynski fueron electos gracias a una alianza de la extrema derecha que incluye a su propio partido, Ley y Justicia, a la Liga de las Familias Polacas, y a la Autodefensa de la República de Polonia, oigan sino resuenen en esos nombres ecos del viejo fascismo que siempre está levantando la tapa del sepulcro. Personajes que recorren la pista con sus volantines y cabriolas, pálidos frente a ellos los presidentes que saltan en la cuerda, las gobernantas cabareteras, los brujos consejeros, los jefes de la policía secreta con sus mazos de billetes en la mano.

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23 de julio de 2007
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LA MUJER QUE SUEÑO

Sueño –literalmente sueño- con una mujer segura de sí, independiente y vivamente ilusionada con su profesión. La veo en sueños como una mujer de unos cuarenta años, vestida con unas ropas claras y cuya independencia se fundamenta en su vehemente originalidad para vivir, hablar o trabajar. Una mujer tan irresistible que hace olvidar, por momentos, su sexo, pero que cuando su condición femenina aflora multiplica por cientos de miles su valor y su atracción para mí.

“Nada hay más atractivo que una mujer segura” decía el anuncio de las medias Berkshide en los Estados Unidos de los años ochenta. Nunca lo olvidado puesto que su impacto repetido ocurría a menos de cien metros de mi residencia en Harvard.

Una mujer segura sabe que desea para sí y no en la retórica y enrevesada función de las conveniencias sociales. Sabe y quiere saber sobre la vida neta y es consciente de que no se vive para siempre o, desde luego, no se vive siempre en la misma circunstancia ni en la misma edad.

Esa mujer traza su destino, se quiere a sí misma tanto que es imposible no quererla hasta la extenuación. No se ampara en prejuicios ni en obligaciones convencionales del vecindario sino que trata, convencida de su vida efímera y humana, de ser una persona y no una figurante social. De ser una mujer y una auténtica madre sin ser una esposa ni una asistenta o un guardián de quita y pon.

¿Esa mujer existe? Yo la sueño estos días, de pie entre una reunión de amigos, y temo que alguien pueda conseguir, antes que yo, hacerla su pareja sensacional.

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23 de julio de 2007
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La luz del Negro

No puedo verter más loas sobre el Negro Fontanarrosa de las que ya difundieron los medios internacionales en estos días, a pesar de que ni siquiera esa avalancha le hace justicia. Me gustaría sin embargo comentar dos pequeñas cuestiones. En primer lugar, la admiración que me despiertan los lazos que supo generar con su público. Su popularidad indiscutible y la sencillez que destilaba en persona no deberían ocultar el hecho de que el Negro fue lo que yo considero un tipo muy culto: sólo puede recrear lenguajes y modalidades narrativas aquel que los conoce muy bien, y Fontanarrosa parodió y subvirtió desde adentro el policial, la gauchesca y tantos otros géneros y subgéneros precisamente porque se los sabía al derecho y al revés. Quiero decir: pudiendo haber aprovechado su sapiencia para dibujar y escribir algo pretencioso –cosa que estaba a su alcance, insisto-, Fontanarrosa no hizo nunca nada que no estuviese próximo a su corazón. Las personas que tienen una noción tan clara de sí mismas me resultan sanamente envidiables. Y los artistas que saben emplear su talento de una forma tan sabia me parecen una gloria. Fontanarrosa era ambas cosas. Me saco el sombrero ante su dimensión, que hace algunos meses describí en esta columna como genial, y punto.

La segunda cuestión está muy vinculada a la primera. Más allá de la tristeza que implica su muerte temprana, no pierdo el registro de que en los últimos tiempos Fontanarrosa recibió el premio más grande a que puede aspirar artista alguno: el calor y el afecto de miles de personas que con la palabra, la sonrisa y el abrazo le demostraron a diario su agradecimiento por todo lo que había hecho en vida. Al menos en mi opinión, no hay galardón académico ni económico ni mejor distinción que el amor de la gente, y eso Fontanarrosa lo recibió a manos llenas. No existe nadie a quien le ocurra algo similar de manera inmerecida, y el Negro estuvo muy lejos de ser la excepción: nos hizo reír y pensar y gozar tanto, que se merecía todos los mimos del mundo.

Cuando las noticias de la muerte de Dickens llegaron a América, Longfellow escribió: “Nunca supe del deceso de un autor que causase un dolor tan generalizado. No es exagerado decir que el país entero ha sido golpeado por la pena”. Durante los dos días que siguieron a su entierro en la abadía de Westminster, la gente hizo cola para saludar su tumba y dejar ofrendas florales que, según su hijo describió, muchas veces estaban atadas por jirones de tela que parecían arrancados de los ropajes de los penitentes. A nadie le sorprendió el detalle: con su arte Dickens había logrado conmover hasta a la gente que habitualmente no tenía acceso a la cultura que se pretende escrita con mayúsculas. Sin intención de comparar sus obras, puedo decir que Fontanarrosa pulverizó igualmente las barreras que tantas veces separan al arte de la gente, barreras que siempre consideré artificiales y reaccionarias: a nadie debería privárselo de la posibilidad de disfrutar de la belleza en cualquiera de sus encarnaciones, por más que no le alcance el dinero para comprar un libro –o incluso un diario.

Mis respetos para el maestro. En medio del dolor, no puedo dejar de alegrarme ante la cosecha de amor que recibió en buena hora.

……………………………………….

Vaya además mi sentimiento para la familia Polanco, a través del océano que nos separa. 

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23 de julio de 2007
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BOYD

Este es el buen momento para hablar de William Boyd. Boyd, el novelista inglés. Nada que ver con el William Boyd que fue el bajista del grupo de rock Evanescence. Y nada que ver tampoco con William Boyd, actor de segunda fila que hacia películas del oeste como Cuando habla el gatillo. Como actor tuvo una vida imposible, pues había otro William Boyd que se dedicaba al teatro. Uno era nombrado como William Boyd, otro era William Stage (escenario) Boyd. En el final, era un dolor de cabeza para poco talento, lo que no es el caso del novelista. Tiene talento y sus libros no procuran dolores de cabeza. Son tan fáciles de leer que llegan a provocar la sospecha de la crítica más formal como en el Times Literary Supplement: ¿No se trataría de un novelista barato? Al contrario, Boyd es un gran profesional que conoce su oficio a fondo lo que no hace decir que se decida al ocio en lugar de la literatura.

Su última novela, Sin respiro (Alfaguara, 2007) se encuentra en la mesa de todas las librerías de España y América Latina. La leí, como todos sus libros, en el momento de la publicación, en inglés. Ya podía sospechar lo ineludible: las críticas hablando de una versión Graham Greene de Boyd pues su libro cuenta una historia de espionaje. Primer error: si buscamos un autor de novelas de espionaje sería mejor referirnos a John Le Carre. Hay en Boyd una manera de disfrutar del concepto de la traición que hace pensar en el maestro de la guerra fría, no en el especialista en pecados humanos.

Boyd ha escrito una muy buena novela de espionaje, pero a su manera, la del joven escritor que deslumbró a todo Londres con su primera novela Un buen hombre en África. Para ser un aprendiz tenía un dominio fenomenal del más mínimo detalle, ya se notaba la calidad de los personajes de según rango, la precisión y la potencia en la manera de construir el escenario, una arquitectura de hormigón y una mirada a la Evelyn Waugh en el momento de hacer su cuento.

Sin Respiro es un cut-up. Cada capítulo alterna entre la existencia de Eva Delectorskaya, espía británica de origen ruso durante la Segunda Guerra Mundial, y la vida de la misma persona, ahora, que vive bajo el nombre de Sally Gilmartin.  Como siempre, el presente está lleno del pasado. La historia va de Francia a Bélgica, Inglaterra y EE.UU con una tremenda velocidad. Boyd utilizó como tela de fondo la historia acertada de una red de espionaje inglés en Estados Unidos a principios de la Segunda Guerra Mundial lo que da un entorno sorprendente a las aventuras de Eva / Sally.

Como siempre, se nota la influencia de la escritura de guiones de cine en el trabajo de Boyd. Para mí, su mejora novela “clásica” sigue siendo la segunda, Como nieve al sol, con su retrato de África del este en la época colonial. Pero no sospecho sus novelas de ser contaminadas por el cine. Boyd hizo películas para la BBC sobre sonetos de Shakespeare y adaptaciones de Waugh, lo que hace decir que sabe combinar el clasicismo con otro modo de narración. Al tocar el género de la novela de espionaje no actúa de otra manera. El debate, permanente en Londres, para decidir si Boyd se dedica al entretenimiento o a la literatura no tiene sentido. Es un escritor que decidió no aburrir al lector. Su novela es una lectura de verano pero vale también para las otras estaciones.

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23 de julio de 2007
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Declaración (a falta) de principios

Me han sugerido que la deje ya, pero pasa que no me da la gana. O mejor, que la gana me da en sentido muy contrario. Me dicen que es nociva y embustera, que lo mío es adicción y lo suyo un abuso, que hace tiempo no tengo los pies sobre la tierra y no hace bien volar con alas prestadas... Los pobres no imaginan que cada una de sus graves advertencias no hace sino empujarme hacia esos ojos tóxicos y alucinógenos sin los cuales la vida me parece un negocio de animales rastreros peleando en pos de un trozo de carroña. Ya sé que hay un Gran Premio para quien sigue el Instructivo a la letra; lástima que el castigo se me antoje más. Qué quieren que les diga, no encuentro peor augurio que un buen consejo.

No pretendo minar el justo aprecio que otros puedan sentir por el Instructivo; cuestiono solamente su pretendida universalidad, pues así como es cierto que dos más dos dan cuatro, no menos verdad es que de pronto dan cinco, o hasta seis. ¿Que si puedo probarlo? Por supuesto que no: la parte apasionante de la vida es, aún y por fortuna, aquella que no acepta ser probada. Valga decir, la zona improbable. No se puede probar el odio, ni el amor, pero tampoco ayuda negarlos. Según el Instructivo, la afición por una mujer imposible no puede conducir a nada bueno. ¿Qué sabe el Instructivo del suntuoso deleite de hacerse el mal con una tal por cual?

  —Qué bonito, colega, ¿habla de mí? —sólo quien ha caído en el sortilegio de una mujer imposible sabe apreciar la tenue diferencia entre un desdén coqueto y un guiño arrepentido. Afrodita del Carmen administra unos y otros con destreza de diva, fragilidad de ninfa y colmillo de golfa: tres de las aptitudes a evitar, según el Instructivo.

Cuando la realidad comete el despropósito de contradecirnos en los labios de una amante imposible, lo que hace es invitarnos a sacarla del juego y sustituirla por otra realidad mejor, o en todo caso un tanto más elástica. Porque en casos como estos la cordura es lo que primero y más alegremente se pierde —¿o será que se invierte?— con tal de que la amante improcedente no se mueva del nicho donde uno la subió, en ese territorio soberano donde sólo la subjetividad más arbitraria se aparece objetiva y balanceada. Todo el amor se mueve en estas tierras, y desde siempre el arte y el gusto por lo inútil van tras él: me basta esa coartada para dar a Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels, musa de profesión y capataz de oficio, el crédito que tantas chicas buenas no alcanzan a obtener siguiendo religiosamente el Instructivo.

  —¿Ve por qué no me gustan las frases amorosas, coleguita? Al final, nunca estoy segura de que no me insultaron entre flor y flor. Casi-casi me dice que estoy aquí de musa porque soy un fracaso como mesalina...

  —¿Yo dije eso, Afrodita? Si así fuera, también habría dicho que, en cambio, eres un éxito como mussolina.

  —Se lo advierto, colega: deje en paz a mis clásicos.

  —¿Intentas persuadirme de que no eres un ángel? —no está entre las prerrogativas de una mujer imposible manchar su propia imagen ante quien turbulentamente la desea, pues una vez que dos más dos dan cinco la mayor evidencia semeja el mayor fraude.

  —La verdad, me conformaría con persuadirlo de que no me ande haciendo esa famita ñoña y todavía peor: improductiva. ¿Ya se puso a pensar que sus frases de amor me arruinan el humor, tal vez porque ya daban repelús en la era Travolta? Soy una musa dura y dominante, no una fan tardía de José Luis Perales. Ubíquese, colega: I'm only happy when it rains —a mí también me gusta declarar que sólo soy feliz cuando llueve, aunque un rato de sol tampoco cae mal. A veces, cuando Afrodita insiste en hacer llover, siento alguna nostalgia por el Instructivo y hasta la tentación de cualquier día seguirlo, nada más por el lujo de hacerla rabiar.

  —¡A callar, Caperuza vestida de Vampirella! —le grité, aprovechando la inminencia del renglón final, y temiendo que habría sido más justo, y de hecho más realista, llamarle Vampirella injertada en Betty Boop.

¿Quién no cree en Betty Boop, por el humor de Dios?

(A la grata memoria de Jesús de Polanco,
por tampoco seguir el Instructivo.)

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23 de julio de 2007
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Vivir en otros mundos vidas nuevas

Las estaba espiando con suma cautela. Simulaba leer el diario, pero la verdad es que ponía toda mi atención en la conversación que tenía lugar en la mesa contigua, a mi espalda. Cuatro mujeres conversaban animadamente sin conciencia de estar siendo escuchadas. "Claro, ellos no pueden saber que el niño no es deforme. Ellos creen de verdad que es deforme. Tiene la cabeza muy grande y se le cae, no puede sostenerla. Este es el problema, que para ellos es deforme, cuando lo que sucede es que solo es distinto. No deforme, distinto".

Interviene una muchacha más joven y algo atolondrada: "Tampoco la dejaban salir a cazar, porque las mujeres de esa gente no pueden tocar las armas. Si tocan un arma, bueno, es que las matan. Pero ella se entrena en secreto y para cuando se dan cuenta ya es la mejor cazadora del clan y les da ciento y vuelta a los cazadores machos. Y eso, es que no lo pueden soportar". De nuevo la primera: "Así que es ella la que va rompiendo las tradiciones del clan, una tras otra, sin querer, porque ella es diferente, claro, pero además va superando todos los castigos y cuanto más cerca están de matarla, mayor es la transgresión que acaba imponiendo la tía".

Durante un rato he creído que hablaban de una experiencia propia (¿niña adoptada?), o sobre la familia de algún inmigrante (¿ablaciones?), tanta era la pasión que ponían en el asunto. Hasta que una frase ilumina mi memoria. La más joven dice: "¡Porque su tótem es el león cavernario, que es un tótem masculino!" Recuerdo de golpe la novela, uno de esos superventas profesionales, eficaces, que narra las aventuras de una niña cro-magnon recogida y criada por un clan de neandertales.

Me asombra el hechizo de la literatura. Me emociona que mantenga intacta su fuerza mágica desde hace siglos. ¡Cómo multiplica nuestras vidas! Estas chicas han pasado una semana de vacaciones en el neolítico y ahora se lo cuentan a todo quisque como si regresaran de Marruecos. Están más familiarizadas con los neandertales que con los gallegos. ¡Qué bendición, qué milagro, qué gloria!

Artículo publicado en: El Periódico, 21 de julio de 2007.

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23 de julio de 2007
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