Javier Rioyo
Las señales estaban claras pero no quisimos verlas. El programa literario, Estravagario que desde hace tres años dirigía, y presentaba, en la televisión pública española terminó abruptamente y por teléfono. ¿Es normal retirar un programa por teléfono, en vacaciones y cuando se estaban preparando los renovados contenidos de la próxima temporada? Yo creo que no. No parecen las formas más adecuadas. Ni las más educadas. Ha sido la primera y última llamada del nuevo director de TVE. Ninguna discusión sobre el contenido, el continente, el pasado o el futuro de un programa que durante tres años tuvo una complicada vida en la programación televisiva.
Por el programa han desfilado centenares de escritores, editores, críticos, libreros y otros interesados en la literatura y sus circunstancias. Seguramente debimos hacerlo mejor, deberíamos haber conseguido que hablar de Sebald, Vila-Matas o William Boyd fuera suficientemente interesante como para hacer de esa cita un hábito para los amantes de la literatura. Un país donde los poetas, se llamen González o Gamoneda, fueran capaces de hacernos dejar otras cosas para poder atender sus dones o sus carencias.
Hemos tenido la suerte de estar cerca de la mayoría de los escritores interesantes en nuestra lengua. Y con decenas de los que escriben en otras lenguas.
También hicimos cantar en directo a “estravagarios” músicos. Por allí desfilaron Albert Pla, Lila Dows o Astrid. Se recomendaron libros, viajes literarios, maneras de vagar por esa verdad de mentiras que es la literatura. Algunas veces nos vieron cerca de un millón de espectadores, en los tiempos de la primera madrugada tuvimos una media de unas doscientas mil personas. Al final, con la llegada de los nuevos directores, en las altas horas de la madrugada, casi siempre pasadas las dos de la madrugada todavía tuvimos casi cien mil espectadores. Nunca tuvimos mucha promoción. Es decir, no tuvimos otra que no fuera el boca a boca, lector a lector o noctámbulo a noctámbulo.
La decisión de no continuar nos pilló de sorpresa. En vacaciones y sin posibilidad de explicar o argumentar el brusco final. Nos disculpamos con un editor que habíamos citado en Córdoba, con el escritor y guionista Peter Viertel que hoy nos hubiera recibido en su casa, la misma que la de Deborah Kerr. Y con los responsables del pueblo de Urueña, un lugar de Castilla para vivir entre libros. También nos disculpamos con los escritores, críticos y libreros con los que iniciaríamos otra temporada. No podrá ser. Al menos no con nosotros. Lo sentimos. Por muchas razones. Y por las formas. También en la televisión pública deben ser importantes las formas.
El verano sigue. Mis lecturas continúan. Sigo leyendo una novela que tenía pendiente desde hace más de dos años, se llama Imposturas, de John Banville. Habla de impostores que reconozco. No todos son así. Las lecturas seguirán. En el largo y cálido verano me esperan otras dos citas para no perderse. La novela de Styron, La decisión de Sophie y La vida de Jonson contada por Boswell. Unas buenas razones para buscar refugio en esas complicadas islas que han inventado los humanos, que llamamos libros y que nos apartan de otras miserias. Y de las malas formas. Llegamos al fin de partida. La partida continúa. Seguiremos esperando a Godot.