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Mi blog cumple 20 años / III

Por 7 de agosto de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Welcome to Science-Fucktion.

  —¿Cuál fue el último libro que le cambió la vida, colega?

  —HTML: The Definitive Guide, por Chuck Musciano y Bill Kennedy. Cuando cayó en mis garras me convertí en el niño que recibe una pista de carreras de autos con cien carriles y un millón de tramos. "Crecer entre las sombras es privilegio de quienes se disponen a conquistar el mundo", asumían los protagonistas de El péndulo de Foucault, y bastaba ese sentimiento dilatado para que las ojeras continuaran creciendo frente al monitor. Vivía, además, lejos de la ciudad, bajo el bosque doméstico mejor conocido como Desierto de los Leones. Cuando menos pensé, ya mis amigos me apodaban The Fool on the Hill.

  —Como quien dice, agarró usted una guía de HTML de manual de autoayuda. Esto podría ser un infomercial. Usted también, cambie su vida hoy; y si nos llama en 20 minutos, le regalamos un manual de hortografía.

Llevaba ya dos meses ahí metido y mi sitio seguía siendo un bodrio, pero no me importaba. Nadie se iba a enterar, además. Conocía esa clase de situación de tiempo atrás, con nueve años de vida y la obsesión, frustrada a cada instante, de escribir una historia más o menos legible. ¿Qué se hace en esos casos? Robar, por supuesto. Va uno y plagia el estilo de cuanto libro consigue entusiasmarle, con resultados muy poco halagüeños, aunque tampoco tanto como para dejar el juego. Aún más descaradamente, merced al caradura cut-and-paste, aprendí a saquear códigos enteros, que ya después iba enchuecando de acuerdo a mis necesidades expresivas.

  —Y si de todos modos iba a acabar robando, ¿qué le costaba aprovechar ese tiempo precioso en aprender a saquear cuentas bancarias, por ejemplo?

  —Tengo un problema con la delincuencia: me dan más ganas de contar el golpe que de llevarlo a cabo.

  —Y si lo lleva a cabo ya no puede contarlo…

  —No sin que den conmigo y me encierren. Según Lord Henry Wotton, el ocurrente falósofo a quien Wilde encomendó echar a perder a Dorian Gray, "uno nunca tendría que hacer nada que no pueda contar en la sobremesa".

  —¿Qué no la sobremesa es el momento ideal para contar mentiras?

  —El punto es que, tal como en su momento lo había hecho el juego de escribir, aprender a entenderse con los códigos exigía cantidades bíblicas de errores, y con ello los miles de horas suficientes para pasarme años ensimismado en la monomanía de construir laberintos invisibles.

El gran pecado de la educación tradicional consiste en castigar el error, ignorando supinamente que sin él no habría progreso humano posible. Luego de varios años de entregar mi trabajo cotidianamente para ser publicado en papel, podía escuchar los rugidos del monstruo controlador que desde mis adentros exigía, por siquiera una vez, contar con un espacio donde no hubiera más errores que los míos. Sólo que a diferencia de la honesta tinta, los códigos permiten efectuar correcciones infinitas. Una página web es como un libro que nunca acaba de salir de la imprenta.

  —O como una mentira infinita.

  —Todo es mentira en el mundo virtual, pero ni tú ni yo estamos facultados para hablar en el nombre de la verdad. Al tiempo que mi parlanchín fuero interno se habituaba a valerse de verbos tan poco elegantes como photoshopear, trimear y copypastear, en el coco ocurría una mutación que tardaría años en acusar: estaba fascinado por la máquina, y más aún por los códigos que controlaban su mecanismo. Soñaba con meandros hipertextuales y nodos salpicados de palabras veloces, cuya escritura se antojaba casi tan suculenta como la construcción del laberinto mismo.

  —¿Va a decirme que el código le parecía más guapo que la palabra? Esa es Alta Traición, colega.

  —No me daba ni cuenta, insisto. Seguía comprando y engullendo libros rebosantes de códigos, ahora para complementar cursos online de Style Sheets, JavaScript, Perl y Arquitectura de la Información.

  —¿Leyó alguna novela en esos días, por casualidad?

  —Rayuela, claro. También Kundera y Borges. Los que más parecían compatibles con la idea de narrar en hipertexto. Buscaba autores que de alguna manera me dieran la razón en el empeño de seguir perdiéndola. Al final, si las cosas iban como debían, terminaría haciendo hiperficción.

  —Hyperfucktion, que le llaman los connoiseurs.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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