Félix de Azúa
Un año entero preparándose para cuando llegue la fiesta, y cuando llega resulta que es agosto. Como cada año, el mes que se propone para reposar y tomar resuello se trueca en la gótica estampa de una población diezmada por la peste negra. De nadie es la culpa, esto cae sobre nosotros por un giro inefable de la rueda de Fortuna, como erupción volcánica. No es posible prever un colapso de trenes, eléctricas, aeropuertos, la visita de la legionela y la medusa, todo ello cercado por un anillo de fuego exterminador.
Cierto que algunas de las más insignes plagas son predecibles. Ya sabemos que a comienzos de agosto irá a la huelga la aristocracia: pilotos de avión, maquinistas de trenes, servicios de puertos aéreos y marítimos, y así sucesivamente. No suelen coincidir todos al mismo tiempo, lo que aviva la sospecha de que se lo reparten: este año toca camiones; el próximo, autopistas; al siguiente, supermercados. El caso es tomar como rehenes a varios cientos de miles de trabajadores desesperados y extorsionar a la empresa.
Sin embargo, y a pesar de que todo conspira para que el de agosto sea el más cruel de los meses, siempre acaba sucediendo algo que lo redime. Es la milagrosa virtud del ocio: bastan cinco minutos para que redescubramos nuestra ínfima y sin embargo gloriosa naturaleza y accedamos a la reconciliación y a la ternura del caos. A mí me pilló la otra noche, en L’Estartit.
Había luna llena. Rielaba sobre el mar a la manera griega con una sinuosa cola de plata que vibraba agitada por millones de joviales alevines. En la negra masa marina parpadeaban dos pesqueros lejanos en eco rítmico con el farillo de posición. Las islas Medas se recortaban rotundas, amenazadoras; parecía que respiraran contra un cielo color vino. Allí, al final del espigón, nadie había aparte de nosotros, dos insignificantes humanos, pero también guardianes de la única inmortalidad que ha concebido el cosmos. Solo por esos minutos ya doy por bueno el mes infame. Estoy persuadido de que a todos ustedes les ha sucedido algo parecido.
Artículo publicado en: El Periódico, 4 de agosto de 2007.