Jean-François Fogel
Leo Cien años de soledad. Cuarta lectura. Segunda en castellano. Tomo el metro en París, estoy en un despacho, participo en reuniones sobre un nuevo sitio en Internet de información: todo me sale igual, estoy en Macondo. En otro Macondo, claro, pues a cada lectura cambia el libro que leemos. En mi caso, lo que más me sorprende es cómo la novela se parece también a Rabelais por su manera de crear una realidad enorme. Lo percibí al leer el retorno de José Arcadio, transformado en un «hombre descomunal». Me acordaba de su herramienta maravillosa para el amor, no de un hecho más íntimo: sus «ventosidades marchitaban las flores». Esto es puro Rabelais.
Lo que no puedo explicar es mi deseo espontáneo de abrir la «edición conmemorativa» de la Asociación de academias de lengua española. Tengo una edición de editorial Sudamericana con la portada en rojo y las nueve viñetas. No sé cómo empecé. “Muchos años después…” ya el Gabo me tenía acorralado en su prosa.
En el sitio de The Guardian hay una nueva introducción de John Sutherland a su libro How to read a novel (Cómo leer una novela). Tuvo mucho éxito en el momento de su publicación aunque el título es tramposo, no dice tanto cómo se debe leer, más bien explica el estado de ánimo del lector en el momento de emprender el camino de la lectura.
Es la vieja pregunta: ¿qué animal es este hombre que necesita de cuentos para vivir? El 100% de lo que se ve en el cine es ficción, el 50% de lo que se ve en TV es ficción, nota Sutherland antes de entregar sus dos categorías básicas de lecturas: la lectura para huir de la realidad y la lectura para involucrarse en ella. Es donde mi discrepancia es total con el autor inglés: al vivir ahora como lector en Macondo, hago ambas cosas. Estoy y no estoy en el mundo de los hombres. Con amores, muertes, celo, locuras y hasta ventosidades de la especie humana que no se llama homo sapiens sino homo cuéntame.