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REVÉS Y NEURASTENIA

La neurastenia que impulsa tan obsesivamente a la recreación del pensamiento negativo debería comportarse también insistentemente en la complacencia sobre el trance feliz. Pero no. La neurastenia es un perverso animal tendente a abastecerse con la adversidad y sus tegumentos. O aún no se ha entendido bien de qué modo se podría sacar provecho a esta desabrida energía.

De ser menos golosa la neurastenia con el dolor y más propicia a sorber destilaciones alegres se lograría, acaso, un equilibrio justo. Pero, ciertamente, tratándose de algo existencial, es mucho pedir que la actitud nerviosa fuera ecuánime.

De otra parte, a una racha de desdichas no sucede necesariamente una racha afortunada de similar duración. Por muchas desventuras que se padezcan no se gana –como sostienen las ingenuas religiones- una compensación de temporadas lucientes.

La secuencia de lo que pasa, pasa por encima de estas burdas consideraciones de la razón puesto que la arbitrariedad es su máxima guía. Cabe decir, sin embargo, que hay grupos, familias y personas que soportan abusivamente los reveses y un suceso tras otro repite reproduce demasiado el mal. Otros grupos, familias y personas, en cambio, discurren por la vida sin que aparentemente les ocurra nada demasiado nefasto o simplemente ni célebre ni infausto, sólo la temporalidad.

¿Explicaciones? No habiendo explicación posible sólo cabe la resignación. La resignación es la base natural de la relajación y también, si se expresa intelectualmente, la posición más lúcida. Todo lo que pasa, al no ser eterno tenderá a desaparecer y esta  garantía ayudaría por sí sola a mejorar las cosas. Ante cualquier dolor, nuestra resistencia crece sabiendo que se disipará, como también ante cualquier fracaso sufriríamos incomparablemente menos asumiéndolo como un tránsito. ¿Un tránsito hacia la victoria? Nada lo avala pero desde el hundimiento cualquiera se conforta más fácilmente si conoce que su descenso no seguirá la misma deriva insoportable.

Soportar, en fin, es el mensaje. Un soportar sin neurastenia, limpio y a secas, confundido con el estoicismo. Por sí sola la resignación estoica se vuelve duramente combativa, por sí sola la resistencia sin neurosis introduce una semilla de luz y salud que contagia espontáneamente el aire de la vida (l´air du temps).

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4 de septiembre de 2007
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El insoportable encanto de releer

En estos días no leo: releo. No fue un plan que adoptase a conciencia, sino tan sólo algo que ocurrió. Me encontré hurgando en la biblioteca en busca de algunas novelas que –eso sentí- necesitaba releer mientras escribía mi propia novela. Nunca antes fue así, por lo general durante la escritura de una novela sólo logro leer textos que me aportan información para mi relato: libros de no ficción, de manera excluyente. Esta vez ocurrió distinto. Releí La insoportable levedad del ser, estoy releyendo El paciente inglés (sin duda alguna la novela que más veces he releído en mi vida de adulto) y releeré dos de los libros más románticos de Haruki Murakami: Norwegian Wood (esa a la que en español le pusieron Tokio Blues, vaya sacrilegio) y Sputnik Sweetheart.

La explicación que me doy es simple: imagino que debo estar deseando que algo de la brillantez de estos libros, por mínimo que sea, se derrame sobre lo que hago. (Pensamiento mágico, que le dicen.) Tampoco tengo dudas sobre el hilo invisible que conecta relatos y autores en apariencia tan disímiles. Todos ellos tienen un estilo depuradísimo, pero también algo más importante: una mirada sobre el fenómeno humano que derrama ternura y lirismo. Sin negar nuestros aspectos más oscuros, encuentran belleza en los gestos más pequeños, en las vidas que la Historia pasa por alto –y a menudo por encima.

Son faros, más que libros. Si todavía no están en condiciones de releerlos, por favor léanlos por primera vez. Y cuando lo hagan, permítanme envidiarlos.

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4 de septiembre de 2007
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VI. ASIGNATURA PENDIENTE

No se consiguió todo, por supuesto, con la paz lograda en base a los Acuerdos de Esquipulas de 1987. Se callaron los fusiles, terminó la sangría que dejó saldos pavorosos de muertos, heridos y discapacitados; las fuerzas insurgentes pasaron a organizarse como partidos políticos legales, y sus representantes están ahora en los parlamentos y en los gobiernos municipales. Hay paz política, pero no hay paz social.

Con la guerra no terminó la pobreza ni la marginación, y parte de la violencia se trasladó a las pandillas juveniles de los maras, en Guatemala, El Salvador y Honduras. Veinte años después, los déficit en educación, salud, vivienda, electricidad, agua potable, integración social, siguen siendo abismales. Los planes de ajuste económico que han traído estabilidad monetaria, y las políticas radicales de libre mercado, no han significado el estrechamiento de los abismos que separan a los ricos de los pobres. Ahora hay siempre muchos pobres, muchos de ellos más pobres que antes, y los ricos son más ricos.

De manera que hace falta un segundo impulso para hacer posible la paz definitiva en Centroamérica, una región, que de paso, se haya cada vez más olvidada precisamente porque no es escenario de matanzas y destrucción. Y ese segundo impulso tiene que ver con la paz social, que a su vez depende la justicia económica. Asignatura pendiente.

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4 de septiembre de 2007
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EL MÁS ELEGANTE

“No quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar en donde yo esté en mi lugar y las cosas estén en el suyo. Todavía no estoy segura dónde está ese lugar. Pero sé qué aspecto tiene. Es como Tiffany’s.”

Eso lo decía Holly Golightly en Desayuno en Tiffany´s, esa obra maestra de Truman Capote. Y todos recordamos inmediatamente que en el cine Holly fue una de  los seres más elegantes y hermosos de los que uno ha estado enamorado, Audrey Hepburn. Elegante y delgada que no se le ocurriría ponerse diamantes hasta haber cumplido los 40 porque era una horterada: incluso a esa edad resulta peligroso…Había que ser como una vieja elegante, es decir tener, arrugas y huesos, que sí van bien con las canas y los diamantes.

Esa chica de pueblo tan elegante, y mezclen la novela, la película, a Holly con Audrey, fue capaz de seducir a lo más moderno y elegante de la sociedad neoyorkina. Esos relajados y elegantes que se mezclaban con chicos como Truman Capote. O con chicos que también vinieron de pueblo como Warhol. La aristocracia americana, y más los elegantes neoyorkinos, pueden ser como de la tribu de Philadelphia, tan hermosa de pinta y de huesos como la otra Hepburn, Katherine, pero les encanta mezclarse con los elegantes que salieron de mundos humildes. En ese mundo de las noches de “El Morocco” de New York. Y también en las noches elegantes y un poco canallas de París. O en esas otras tan decadentes y locas como las romanas de la Dolce Vita, estaba con normalidad un español alto, aristócrata, culto, guapo, cosmopolita y sin el mal gusto ético y estético del franquismo, José Luis de Vilallonga.

Los primeros recuerdos que tengo de él vienen del cine.

Creo que fue en su papel de aristócrata brasileño en Nueva York, en ese maduro elegante capaz de enamorar a Audrey/Hepburn, ¿ese tipo tan elegante es un español? No podía ser mayor la admiración. Después de besar a Audrey , besó a la joven Jeanne Moreau en Les amants de Louis Malle. Y sigue apareciendo en películas de Fellini, Agnes Vardá, Bolognini, Siodmak o Fred Zinneman... Además nos vamos enterando de que escribe. Que está cercano a las organizaciones antifranquistas del exilio y que además, de cerca, dicen que es simpático, relajado, gran contador de historias y generoso. Tantas cualidades ya me comenzaban a parecer demasiadas. Me empezaba a cargar el elegante aristócrata. Y llegó aquella película documental de Jaime Camino, La vieja memoria donde cuenta su paso obligado por un pelotón de fusilamiento franquista porque su padre, elegante y duro marqués barcelonés, quiso que así se forjara como un hombre “duro”. Aquello me conmovió. Me hizo ver al jovial Vilallonga como una figura trágica.

No fue trágica su vida, aunque su muerte haya sido demasiado solitaria. Fue una vida con mujeres, caballos, juego de polo, famosos, hermosas, ricos y excéntricos del gran mundo… Y, también, en los años finales llena de problemas económicos. Vivió de su elegancia. Fue un mal actor pero nadie como él daba ese tono de nobleza decadente. Pertenecía a un mundo en extinción. Lo sabía y nunca dejó que la nostalgia le atacara. “la nostalgia fue un error”, así se llamaba uno de sus libros.

Tuve la suerte de conocerlo. Lo frecuenté poco pero hay unos cuántos encuentros, algunas comidas- muchas veces en compañía del escritor Manuel de Lope- estaban llenas de un mundo tan fascinante como elegantemente desmitificado. La elegancia, esa rareza que poco tiene que ver con el dinero

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3 de septiembre de 2007
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Yo, el jurado

Ser jurado de un concurso es una experiencia terrible. (La mayor parte del tiempo.)

Acabo de debutar en esos menesteres en la ciudad de Mendoza. Después de un silencio de años, la Dirección de Cultura resucitó su concurso de poesía y cuento corto, que en otras épocas supo premiar a escritores que terminaron consagrándose como maestros. (El caso de Antonio Di Benedetto, por ejemplo. ¿Todavía no han leído Zama?) Vaya a saber qué les llevó a suponer que yo podía ser parte del jurado; vaya a saber uno qué me inspiró a decir que sí. Lo cierto es que a las pocas semanas de haber aceptado, tocaron a mi puerta con una caja llena de originales. Como las bases apuntaban a premiar no un cuento aislado sino una colección, cada una de las carpetas que tornaban la caja en un yunque tenía tres, cuatro, cinco relatos, seis…

Me sorprendió el buen nivel general. Pero en seguida me ganó la angustia. No podía dejar de preguntarme por las personas que estaban detrás de esos originales, escondidas bajo un seudónimo. ¿Cuánto habrían trabajado en cada cuento, cuánta vida, cuánta pasión habrían invertido en esas líneas? ¿Qué ilusiones estarían depositando en el concurso? ¿Se trataba de su primer intento… o de la última oportunidad que se permitían a sí mismos? Yo he estado alguna vez del otro lado, y les aseguro que he sufrido como un perro. Ahora que me tocaba estar del lado del jurado sufrí de manera diferente –aunque no con menor intensidad.

Es muy difícil aseverar que tal cuento es mejor o peor que otro cuando uno debe juzgar estilos, temas, tonos tan distintos. ¿Es mejor un buen cuento fantástico que un buen cuento realista? Creo que todos –organizadores, participantes y jurado- aceptamos las reglas del juego cuando son claras y confiables porque asumimos que el de los concursos es un mal necesario. Para un escritor novel o que está en los comienzos de su carrera, no existen muchas otras maneras de hacerse notar, de reclamar para sí la atención de los lectores saturados de oferta: un premio es una noticia, y las noticias concitan el interés de la gente –hasta de aquella que habitualmente no compra libros. En un mercado atiborrrado de ediciones que se renuevan mes tras mes, el escritor que no cuenta con el apoyo de una editorial poderosa, o de un lanzamiento que ponga a su libro en el mapa, está casi perdido. Con sus bondades y sus pegas, los premios se convierten casi el único aliado del artista emergente.

La parte reconfortante de la historia llega al final, cuando además de penar por aquellos que quedaron en el camino uno empieza a sentir la satisfacción del deber cumplido. En presencia de los textos seleccionados –fueron tres autores, en este caso; el resultado se develará en los próximos días- yo sentí alegría. Porque conocí a tres escritores de gran calidad de quienes no tenía noticia. Porque sentí que, aunque más no fuese en modesta medida, colaboraba a darles un espaldarazo que merecen. Y porque podía anticiparme a la alegría que imagino sentirán ante el reconocimiento, casi como si fuese mía. Como lector, no hay nada que agradezca más que el descubrimiento de nuevos escritores que valen la pena.

Mi paso por Mendoza fue brevísimo, pero aun así tengo mucho que agradecer. A Silvia Cicchiti, de la Dirección de Cultura, por su invitación. A Miriam Di Gerónimo y Mirta Sánchez, mis compañeras en el jurado. A Mimí y a Patricia Rodón, poeta y periodista excepcional. Mientras estaba allí me enteré de que otras localidades mendocinas también estaban lanzando concursos de poesía y de narrativa. ¿Vieron que no son sólo los malos ejemplos los que provocan imitación?

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3 de septiembre de 2007
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El etéreo retorno

Queridísimo cliente,

Escribo la presente desde un punto lo bastante lejano para que nadie ose imaginar que soy yo quien remite, de modo que si intentas atribuirme estas líneas no sólo te será imposible incriminarme, sino que encima de eso despertarás sospechas ominosas en torno a tu reciente salud mental. Sin la cual, a propósito, difícilmente podríamos tú y yo entrar en lo nuestro, pero debes saber que necesitas límites. No puedo permitirte ir por la vida como un ejemplo de equilibrio emocional e higiene irreprochable en materia de pensamiento, palabra, obra y emisión. Me darías un asco terrible, Darling. No lo tomes a mal, pero prefiero verte solo y desesperado mordisqueando la pata de la cama por mí que a mi lado, panzón y satisfecho.

Odio tener que comenzar así lo que debió haber sido una postal ligera y afectuosa, pero he de recordarte que mi misión no es darte afecto, ni aligerar tus hombros de pesadumbre alguna, sino concretamente escatimarte ambos servicios. Sé que hay mujeres que entregan su vida por un hombre y le hacen mucho bien, pero no hay bien que pueda ser apreciado si antes no se conoce la desdicha que yo te dosifico. Eso hacemos las musas: proveer insatisfacción y amargura, a partir de un borroso espejismo de empatía. ¿Recuerdas a cada una de esas chicas amables que con palabras lindas te dijeron que no? Pues yo soy todas ellas en una. Soy la que se acostó con todos tus amigos excepto tú, que eras un caballero. Soy la que nunca quiso bailar contigo y la que casi se dejaba besar, pero sólo para encelar a otro menos patentemente enamorado. Soy esa que detestas y aquella que aún extrañas, la mejor y la peor bajo la misma piel. Así que ya lo sabes, entre más me maldigas, más me estarás rezando.

“Miénteme más, muñeca”, titulaste la última entrega, y entendí que era a mí a quien invocabas. Perdona si exagero, pero había un tonito de rencor en esas líneas que muy difícilmente me iba a pasar de noche. Lo sabías, ¿no es cierto? Sería también por eso que me diste la espalda durante el texto entero, en un acto evidente de desesperación que a la distancia me pareció patético. ¿Recuerdas todavía lo que te dije en mi carta anterior? ¿Y después de eso crees que, cerca o lejos de ti, podría darme el lujo de quitarte de encima la mira y el cañón?

Entiendo que me taches de mentirosa. Supones que me empeño en negar que un día, no sé cuándo, me arrebataste Un Beso Inolvidable, y lo único que yo realmente niego es recordarlo. Es posible, Mi Vida, que así haya sucedido, pero esas cosas se me olvidan más pronto que el rostro de un taxista a media noche, aun si a la mañana siguiente despertó el pobre diablo junto a mí. ¿Entiendes ya quién soy, Amor Mío? ¿Te das cuenta que a cada nueva decepción te obligas a justificarme de modo más abyecto y lastimero, sin que yo colabore con al menos un guiño que te reconforte, porque soy algo así como una perra en celo que tiene el corazón en la entrepierna? ¿Sabes siquiera a qué me dedicaba justo antes de firmar contrato contigo?

No sé si ahora recuerdes la mentirota que escribiste sobre tus canes y yo, acto vil que ya un buen samaritano te advirtió cuánto me lastimaría. ¿Desde cuando me gruñen Boris o Don Vittorio, rata pestilente? ¿Basta con que me ausente un par de días para que me calumnies con esa saña de eunuco despechado? ¿Querías mentiras, Mi Amor? Búscalas, entonces. Te he espolvoreado algunas en esta carta. Encuéntralas y táchalas, por falsas, o en su defecto cólmate el coco de fantasmas. Lo que te haga sentir más miserable será lo que te ponga a trabajar y eche a andar ese humor negro y psicótico sin el cual esta vida sería repugnantemente satisfactoria y no tendrías ni que voltear a verme. Menos con esos ojos que me agarran de almuerzo incluso y más aún cuando no estoy. Te envío un besito, Baby. Póntelo donde más cosquillas sientas. Con cariñito,

Tu Afro.

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3 de septiembre de 2007
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JUEGOS SOCIALES

La mala fama que han sufrido y sufren los videojuegos ha empezado a ser contarrestada por los nuevos modelos de wi-fi y por los propios videojuegos en red que impulsan a reunirse, interactuar con los prójimos, familiares y amigos, prójimo y crear en fin comunidad.

A estas alturas del siglo XXI, el individualismo apesta. Y desacredita y arruina. No se llega mucho más allá de una vida narcisista que por inercia desemboca menos en lo exquisito que en lo psicótico. Los demás, en cambio, sanan. Sanan en sentido general, debe decirse. Porque en efecto no escasean las personas que nos amargan la vida y otras que nos la hacen insoportablemente tediosa. Pero la reunión en sí, las reuniones en la mayor parte de los supuestos y lugares actúan como metáforas del balneario y son fuentes de innumerable información personalizada gracias a la cual el aroma particular se enreda con otros tufos y, finalmente, ese vicio de auscultarse, de olerse y despulgarse, se atenúa en beneficio de un caldo común que sin ser la felicidad completa llega a saber como un rancho familiar donde penas y quebrantos se juntan para componer el guiso histórico de la humanidad. No la biografía personal, a menudo fastidiosa, contradictoria, insatisfactoria o conflictiva, sino la Historia de los seres humanos, que siendo fatídica es imposible de combatir y, en consecuencia, ha de ser aceptada a la manera de una obligada medicina natural de la condición humana.

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3 de septiembre de 2007
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EL LIBRO DE SARKOZY

En las librerías francesas cuando los clientes piden «el libro de Sarkozy» el vendedor entiende que no se trata de una obra del presidente de la República sino de un libro de apuntes de Yasmina Reza, L’aube le soir ou la nuit (El amanecer, la tarde o la noche). Un intento de la dramaturga fuera del terreno de la ficción. Durante meses, la autora de Arte siguió el candidato a la presidencia Nicolas Sarkozy con una libertad de movimiento poco común en su entorno.

El resultado –más allá de un éxito comercial increíble: venta de cien mil ejemplares en los dos primeros días- es un libro que no se parece a ningún otro, una especie de meditación sobre el poder y la seducción tal como lo dice la nota de la corresponsal de La Nación de Buenos Aires. No es a favor o en contra del entonces candidato, y ahora presidente. Pinta un hombre y su malestar. No hay que saber de hermenéutica para entender lo que es obvio:

1. Sarkozy se siente incómodo. No le gusta su vida, no le gusta depender de otras personas, empezando por sus electores. Hojea los periódicos (menos el diario deportivo L’Equipe que merece una verdadera lectura) para no ser herido por las críticas.

2. Si tiene un talento es el de luchar contra su propia organización, sus asesores, sus amigos más cercanos. Vive en una máquina cuyo trabajo es encerrarle. Existir en este mundo es rechazar y no someterse.

3. Su oficio es de palabras. Es escoger palabras y entregarlas a la audiencia. Lo mejor del libro (y en estas páginas puede ser excelente) son sus diálogos con Henri Guaino encargado de preparar sus discursos. Hablan como poetas que va a tirar su creación a un país entero.

4. La prensa, que configura una especie de telón permanente en el fondo de cada imagen, produce una realidad de manera autónoma.

5. La soledad del poder no es una broma. El poder es la soledad.

6. En el momento de seducir a un país no cree en una pasión descafeinada. Cuando Reza le dice que sigue amando a su “ex” con la fórmula clásica “Les amo todavía, pero de otra manera”, Sarkozy no lo acepta. Dice: “Todo queda en la «otra manera», guapa. No me tomes por un tonto. Ya no existe el amor cuando viene con un adjetivo”.

El semanal Le Nouvel Observateur sacó la única entrevista a Reza sobre su libro. Está en francés, por supuesto, lo que es doblemente una lástima pues la autora tiene una precisión fenomenal en su vocabulario. No tanto en su libro que lleva una dimensión poética rozando la abstracción. Basta leer una parte de la entrevista para entender la fascinación de Reza por el tema. Descubre cómo en la política uno se juega todo: el jugador es también la apuesta.

Lo más sorprendente en el libro es el uso de unos versos de un poema de Jorge Luis Borges, "A la efigie de un capitán de los ejércitos de Cromwell" (hace parte de El Hacedor). Sirven para explicar cómo al final de una lucha el vencedor no consigue nada.

“Capitán, los afanes son engaños,
(…)
Del hombre, cuyo término es un día;
Todo ha concluido hace ya muchos años.
El hierro que ha de herirte se ha herrumbrado:
Estás (como nosotros) condenado.”

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3 de septiembre de 2007
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V. LA PAZ, A PESAR DE TODO

El presidente Ortega tenía entonces la fuerza suficiente para negociar, y cumplir con lo acordado, sobre todo por el respaldor de su hermano Humberto, jefe del Ejército, que encabezó las negociaciones con la contra. Era un poder armado para librar la guerra, y no había fisuras en ese poder. Y los acuerdos de Esquipulas dieron como primer fruto los acuerdos de Sapoá, firmados menos de un año después, en marzo de 1988, en territorio nicaragüense.

No fue el caso de los presidentes de Guatemala y El Salvador, que no gozaban de la entera confianza de sus ejércitos, ni de quienes dentro y fuera de sus países adversaban la salida negociada. Tuvieron que venir luego otros, el presidente Alvaro Arzú en Guatemala, y el presidente Alfredo Cristiani en El Salvador, a cerrar el ciclo de la negociación, porque ellos sí contaban con el respaldo total que a sus antecesores les había faltado, y así pudieron firmar, años después, los acuerdos definitivos de paz con las fuerzas insurgentes de izquierda en sus respectivos países.

El proceso de paz de Esquipulas fue ejemplar, y es un hito en la historia de Centroamérica, por la voluntad política de quienes suscribieron los acuerdos, pese a las grandes diferencias ideológicas, y sobre todo porque los pueblos, hastiados de guerra, querían la paz. Uno de los grandes momentos que hemos vivido en nuestra historia, sólo comparable al fin de la Guerra Nacional en 1857, cuando fueron expulsados los filibusteros que habían invadido Nicaragua, gracias a una concertación de voluntades entre los gobernantes  centroamericanos, a pesar de que tenían posiciones ideológicas igualmente encontradas.

Si es cierto que nos tocó ser parte de la Guerra Fría, también es cierto que donde la Guerra Fría empezó a desvanecerse fue en Centroamérica.

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3 de septiembre de 2007
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El juego interrumpido

Durante muchos y repetidos días terminales de agosto hemos asistido al espectáculo del dolor popular retransmitido en directo con una autenticidad muy infrecuente en la televisión. El dolor popular está presente todos los días en los entierros del mundo islámico, en las familias destruidas por huracanes, incendios o bombardeos, en la omnipresencia del terror, la miseria y la crueldad, una constante en los diversos canales porque es un componente esencial sin el cual la televisión sería inútil. El contrapunto de los concursos, culebrones, series, deportes, galas y programas de obscenidad sentimental ha de ser necesariamente una presencia del dolor, la miseria y la muerte en espacios prime rate. Sólo de ese modo es posible salvar a los informativos del resto de la producción y darles un simulacro de realidad que permita pensar en el medio televisivo como algo que informa sobre algo. De no ser por la acumulación de muerte y terror, la televisión sería una play station y los adultos buscarían otros espectáculos más excitantes.

Sin embargo, la intensidad y emotividad del duelo producido por la muerte del joven futbolista del Sevilla ha superado con mucho todo lo habitual. En realidad, el suceso pertenece a un orden distinto al de la muerte en directo y no había sido planeado: escapaba por completo a la muerte televisiva habitual y por eso fue necesario un sobreesfuerzo para recuperarlo y domesticarlo.

Las familias arrasadas por un suicida en Bagdad o por un huracán en Nueva Orleans parecen de ficción si se comparan con la veracidad evidente que aparecía en los rostros de los ciudadanos trastornados por el suceso. Y ello, no por la proximidad geográfica o cultural que nos haría compartirlo con simpatía, sino porque las imágenes de desolación no venían incitadas por un daño personal, una pérdida material, una violencia en carne propia, sino por una desdicha ajena. La muerte inesperada e incomprensible de un muchacho, el espantoso aparecer del sinsentido. Algo de lo que la televisión huye desesperadamente.

Yo sólo recuerdo un movimiento popular comparable, cuando ETA compuso un escenario macabro para asesinar a Miguel Angel Blanco. En aquella ocasión la banda mostró el fondo profundo de la trivialidad política en la que se escuda, su mediocre alma funcionarial, y puso fecha a una pena de muerte dictada por el amor a la patria vasca. Aquellos dos días de reflexión les explotaron en las manos. La espontaneidad del dolor popular fue tan colosal que asustó incluso a los beneficiarios del terror, los que recogen las nueces, de manera que hubieron de retroceder algunos pasos en sus narcisismos nacionales durante unos meses, espantados ante la verdad que se había abierto a los ojos del mundo por un capricho de la banda.

Uno de los jóvenes que lloraba al futbolista sevillano ante las cámaras dijo que habría preferido perder la liga antes de que sucediera algo tan tremendo. A aquel chaval no le cabía en la cabeza posibilidad más terrorífica que perder la liga, pero la muerte del futbolista le había abierto un abismo vertiginoso. Para su horror, sí que había algo peor. La causa de tanta desesperación es la irrefutable presencia de la muerte, no como consecuencia de un acto  previsible o contabilizable (una guerra, un huracán, un incendio, un atentado terrorista, los celos del macho, la carretera, las drogas), sino como absurdo absoluto. La muerte como algo natural, inevitable, fatídico y que nos agrede a todos sin excepción. Desde la pantalla, desde el lugar de la paz y la felicidad.

Al ver cómo un joven atleta caía fulminado sin otra causa que su propio corazón, simplemente porque le había llegado su hora, todos nos hemos visto señalados por el dedo de la muerte real, la que no puede domesticar ni la administración, ni los psicólogos, ni los filósofos, ni los curas, ni absolutamente nadie. Una muerte para la que no cabe buscar culpables o responsables. La muerte de aquel muchacho es la acusación más grave que se pueda pensar contra la vida misma: que no tiene sentido. Eso es lo que desespera hasta el punto de desear perder la liga. O cosas peores. Cosas que la administración política, la garante de la paz y la felicidad, no se puede permitir.

La similitud con la espontánea manifestación que tuvo lugar cuando ETA asesinó a Miguel Angel Blanco se debe, a mi entender, a que los terroristas, llevados de su alma publicitaria, lo presentaron como un espacio televisivo, es decir, con una secuencia diseñada y previsible: proponían como premio la vida de la víctima y las pruebas a superar eran aquello que exigían de los concursantes a cambio de no asesinarle. La independencia de las provincias vascas, por ejemplo. Estaba mal planificado. La espera se hizo insoportable y las gentes salieron a la calle para exigir que los directivos anularan el programa.

En ambos casos la aparición de la muerte en pantalla provocaba un sinsentido insufrible: el asesinado de todos los días, el asesinado normal, como los dos ecuatorianos casi imperceptibles de Barajas, aparece ya muerto, como una consecuencia o un daño colateral de una causa reglamentada, y no produce espanto. Lo intolerable es la expectativa que obliga a una reflexión. O la reflexión que nos asalta a pesar de los esfuerzos que hacemos para evitarla. Cuando el horror se lleva en privado (una enfermedad, un accidente) no hay escándalo, todo queda en casa, el estado no interviene más que para recoger lo sobrante, es decir, el cadáver. Otra cosa es cuando la muerte aparece como espectáculo.

En un extraordinario ensayo titulado El arte, el terror y la muerte, el filósofo Arturo Leyte argumenta que la administración política se las entiende mucho mejor con el terror que con el pensamiento. Al fin y al cabo las víctimas del terror, como las de un huracán o un incendio, son contabilizables, forman la materia de una estadística, se pueden integrar en el sistema de la muerte televisiva o del programa de partido sin peligro. Lo en verdad insoportable es la reflexión que provoca la insignificancia de una muerte imposible de contabilizar, sea porque hay que esperarla, sea porque nos asalta sin haber sido programada, desde las pantallas de la paz y la felicidad, interrumpiendo el continuo de la publicidad.

La del joven Antonio Puerta rompió la infinita serie de partidos sedantes, la repetición serial y tranquilizadora de goles, derrotas, victorias, ligas, copas, contratos, lesiones, árbitros, directivos, equipos, y vuelta a empezar, día tras día, mes tras mes, año tras año, el ciclo repetitivo como garantía de una eternidad feliz. La misma felicidad que esa repetición de las elecciones, los ganadores, la oposición, ahora me toca a mi, han ganado los míos, nuevas elecciones, nuevos ganadores, garantía de una vida tranquila y sin fin encadenada por la lógica de la publicidad.
Sin embargo a veces lo real, como una peste hedionda, se cuela en la aséptica programación y hiere por sorpresa el corazón de millones de personas que, como suele decirse, sólo trataban de pasar un rato distraídos. Lo real no es otra cosa que la muerte, esa rareza. Y la muerte no es sino una interrupción. El momento en que algo que se daba por seguro se interrumpe. Habla Leyte del momento de inquietante suspensión que sufren los espectadores cuando se estropea el proyector y la película queda momentáneamente rota en un fotograma que muestra la entraña oculta del film, su discontinuidad, el simulacro de actividad formado por miles de escenas estáticas. Ver la interrupción, lo que hay en medio del continuo espectáculo de paz y felicidad publicitaria, unido sin diferencia al dolor y el terror espectaculares, esa nada, ese vacío, ese fotograma ciego, es lo que solemos llamar “conocer la verdad”. Y está oculta porque es lo que más tememos. Cuando de repente nos asalta por sorpresa, todo se difumina en la niebla del sinsentido, nada tiene ya importancia. Ni siquiera la liga.

Artículo publicado en: El Mundo, 1 de septiembre de 2007.

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3 de septiembre de 2007
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