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Los fantasmas jamás sangran

Por 7 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Amok, se nombra el libro que ha llevado a la cárcel al novelista polaco Krystian Bala, recientemente condenado a 25 años de riguroso encierro por el secuestro, tortura y homicidio de Dariusz Janiszewski, publicista y amigo de su ex esposa, hasta su intempestiva desaparición en el otoño de 2000. Publicada en abril de 2003, Amok ocurre entre París y México, sitios en los que el narrador —un traductor profundamente afecto a los lances de alcoba— abusa del alcohol y el sexo extremo durante sucesivas conquistas, hasta que acuchilla a una de sus amantes, tras atarle las manos a la espalda y amarrarle un lazo en el cuello. Que fue precisamente lo que le sucedió al difunto Janiszewski, antes de que su cuerpo fuera extraído así —maniatado, con el lazo al pescuezo— por unos pescadores de las aguas del río Oder.

En su momento, Amok gozó de un cierto éxito local, pero eso a Krystian Bala no le bastó. Ansiaba, por lo visto, una dosis extrema de crédito, de modo que en un viaje por Japón, Singapur y Corea del Sur envió sendos e-mails a un canal de televisión polaco donde recién se había transmitido la historia del asesinato irresoluto; en ellos subrayaba la “genialidad” del autor y daba algunas pistas juguetonas que a la postre sirvieron para instruir el sumario, junto al dato mezquino de que fue el mismo Bala quien remató el teléfono del muerto en una subasta online; más la anónima sugerencia que condujo a fiscales y detectives a leer la novela y atar cabo tras cabo, como quien sigue una línea punteada. Y ahí está Bala al fin: dueño de todo el crédito, mundialmente famoso a sus 34 años gracias a una novela jamás traducida y acaso predecible como su autor.

Dudo entonces que Krystian Bala —cuyo orgullo de matón parece superar al de narrador— haya escrito una obra maestra, para lo cual tendría que haber hecho algo más que confesarse, pero igual adivino que el muy zopenco se equivocó de víctima. ¿Qué podía ganarse con masacrar al modelo y refundir al escritor en la cárcel? ¿No habría sido más sencillo y económico terminar antes con la vida de la musa y entregarse a escribir sin apelación? Ahora bien, pocos quehaceres hay tan laboriosos, y encima ingratos, como el de asesinar a una musa. No es, contra lo que cualquiera pensaría, un quehacer propio de carniceros, sino una estricta labor de la relojería. Si a otros hay que salir a acuchillarlos y es preciso tomar las más extremas precauciones para eludir el pago por el desaguisado, en esta situación no hay ni que levantar el cuchillo, pero es trabajo fino y toma tiempo.

De “patológicamente celoso” calificó el juez al retorcido Bala, apuntando hacia su más grande problema: carece, el infeliz, de la mínima idea sobre cómo dar cuenta de un fantasma. Si no pudo con el fantasma de la ex, menos iba a enfrentarse a esa musa resuelta a desgraciarle la existencia por una fama efímera y, ay, extraliteraria. Habituados a reencarnar y resucitar a la primera provocación, a más tardar, los seres fantasmales no suelen andar sueltos, sino que viven cómodamente instalados en la cabeza de quien los invoca. Y es ahí donde hay que cazarlos, no en casa del amante de la ex.

No es lícito, cuantimenos necesario, matar dos veces a la misma persona. ¿Quién, que ya se haya despachado al fantasma de su antípoda, va a ir a perder el tiempo apuñalando al original de carne y hueso? La idea parece casi tan idiota como hacerse homicida y autobiógrafo en virtualmente un solo movimiento, vulnerando con ello el primer mandamiento del narrador, que consiste en sobrevivir a la experiencia para poder contarla. Y Bala no lo ha hecho, aunque lo crea. Si matar a un fantasma con los filos helados del olvido deja marcas mortuorias permanentes en el ejecutor, imaginemos las heridas terminales impresas en el alma de quien ha fabricado un genuino cadáver.

  —¿Me llamabas, Cariño? ¿Me extrañaste? —lo dicho: musas y fantasmas regresan de la tumba en menos tiempo del que toma enjuagar el cuchillo. Queda mucho trabajo por hacer. Afortunadamente, mañana es sábado: sobra tiempo para ir a comprar una pala.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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