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New York, New York (revisitada)

Por 10 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Llegué a la ciudad desde abajo. Por lo general uno arriba a las ciudades en avión, en tren o en barco, lo cual permite una visión panorámica o al menos face to face. Pero yo me quedé en uno de los hoteles del aeropuerto y así fue que llegué al corazón de Manhattan en metro. Salí de un tunel a la Calle 53 y Quinta Avenida. Nada mejor, para apreciar una de las ciudades más verticales del mundo, que emerger desde las profundidades.

Supongo que hice lo que cualquiera al cruzarse con una ex novia a la que no ha visto en años. Lo primero es atender a sus rasgos más conocidos, para ver si resiste la confrontación con el recuerdo. Rodé sin pensarlo por aquellos sitios que ya había visitado a solas tantas veces y también junto a mis hijas: el Rockefeller Center, Times Square, Broadway, las tiendas de Madison (es como meterse en un capitulo de Sex and the City), el Central Park. (Donde me topé con Cameron Diaz y Ashton Kutcher, dicho sea de paso, que rodaban una película bajo el sol radiante. Y sí, ella es tan linda como parece.Y se ríe con la misma, contagiosa risa que le conocemos de la pantalla.) El primer round fue para la ex novia: maldición, estaba más bella que antes.

Pero enseguida empezó a mostrar las señales del tiempo, o lo que es igual: las marcas de la Historia. No fui al Ground Zero, donde estaban las Torres Gemelas (para qué contemplar el vacío, tanta ausencia: de cemento, de cristal, de vidas?), pero las consecuencias del 11/9 se encargarían de venir hasta mí. En la superficie la ciudad sigue siendo espléndida como siempre. Pero cuando uno afina la mirada percibe al fin el mensaje que está impreso en todas partes y en todos los tamaños, desde los billboards de los omnibus hasta la letra chica de los pasajes del metro: Si ve algo extraño, dígalo. Casi 2000 personas lo han hecho ya. La campaña pública apunta a concienciar a la gente, para que denuncie ante las autoridades la existencia de paquetes extraños y de "actitudes sospechosas". ¿Qué define una actitud sospechosa, para hacerla merecedora de la denuncia? ¿Un color de piel? ¿Una forma de mirar, de moverse, que al menos en el exterior sea distinta a la del común?

New York ha sido herida por el miedo. Lo disimula bien, lo lleva con galanura, pero la cicatriz está. Y es imborrable.

Superados estos escarceos empecé a buscar sitios, cualidades que no le conociera desde antes. Apenas entre en la Catadral de San Patricio me encontré con una estatua de Santa Brígida, la irlandesa que le dio nombre al pueblito de La batalla del calentamiento. Me pareció un signo; le encendí una vela. Después me fui hasta el Dakota y visite Strawberry Fields, algo que nunca había hecho en todos estos años a pesar de mi lennonismo irredento. Supongo que el dolor era demasiado grande. Ahora el dolor es un jardín, donde crecen 161 especies, una por cada país del orbe.

Cuando llegué a la fuente de Bethesda me sentí feliz. Empezaba a encontrar a mi personaje, ese hombre ficticio con cuyas raíces deseaba toparme en su Manhattan natal. La fuente rodea una estatua, El Ángel de las Aguas, que remite al ángel sanador que se apareció en el oasis de Bethesda, en Jerusalen. En un brazo el ángel sostiene una rama viva, símbolo del poder que representa. Pero la mano derecha se tienda hacia adelante, y los dedos índice y pulgar se extienden aún más, como si buscase la sintonía fina de lo invisible. Así me siento yo ahora: manipulando lo inefable entre mis dedos, tratando de sintonizar la estación correcta.

La otra parte del pasado de mi personaje la encontré en el punto de New York que es puro Tercer Mundo: el Lower East Side, que alguna vez fue refugio de las primeras colonias judías -la sinagoga de la calle Eldridge esta cubierta por velos, en plena restauración- y que hoy es Chinatown desde los cangrejos que se venden en las calles a las bellezas asiáticas que, semidesnudas, me sonríen desde el stand de las revistas. Quizá sea ése uno de los motivos del encanto de la ciudad: el hecho de que sea producto de todas las etnias -polacos e irlandeses, latinos y orientales, africanos y judíos- y de que conserve en algún punto de la isla un espejo en el que nos reconocemos, una esquina que sentimos nuestra, un rincón que bien podría ser nuestro hogar.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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