Sergio Ramírez
Managua Nicaragua
is a beautiful town,
you buy an hacienda
for a few pesos down…
decía la pegajosa letra del boogy que puso de moda en los años 40 la orquesta de Guy Lombardo, y que en la película de Carol Reed, El tercer hombre, una bailarina ensaya sobre la plancha de una mesa en un café desierto en la Viena de la posguerra. Esa vieja canción fue traducida al español en el sonsonete no menos idílico de
Managua Nicaragua
donde yo me enamoré,
tenía mi vaquita,
mi ranchito y mi buey…
y mi mujer también…
El himno perfecto para la capital de una banana republic centroamericana.
Era la Managua de tarjeta postal, entre rural y provinciana, de casas de adobe y tejas de barro, que envuelta en colores de arrebol tropical se extendía al lado de un lago de cristal, y entre lagunas de celofán, como decía la letra de otra canción, esta vez del compositor nicaragüense Tino López Guerra, un corrido a lo mexicano que ensalzaba las glorias de la capital.