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LA BLOGA

Ya hablé de la bloga, un blog colectivo publicado en la frontera entre el castellano y el inglés. Lo producen seis blogueras y blogueros y la verdad es que lo visito cada día con la extraña sensación de encontrarme en un pasillo sucio de Tijuana, buscando el camino hacia San Diego.

Un post reciente "propeedeutic to a chicana chicano canon" (propedéutica de un canon chicana chicano) explica quizás aquella fascinación mía al contar la historia de una expresión literaria incipiente. Leer la bloga es encontrarse frente a un laboratorio del idioma. Un lugar donde se intenta transformar una cultura en palabras o cambiar una cultura al utilizar palabras de otro idioma. Todavía no lo sé. Pero sé que tarde o temprano tiene que aparecer la voluntad de crear un canon para sacar un discurso nuevo.

El idioma francés, lo sabemos, es un doble producto, por una parte la explosión de creatividad y de expresión personal del siglo XVI y de la primera parte del siglo XVII; por otra parte, la voluntad de establecer las normas del idioma en la segunda parte del siglo XVII. Ambas tensiones son necesarias.

Lo importante de la bloga es su utilización del inglés. Nos ofrece una especie de informe desde el otro bando sobre una población hispanohablante que intenta buscar su voz. Un ejemplo: una entrevista con el autor Juvenal Acosta. Fue miembro de los “infrarealistas” con Roberto Bolaño. Dice: “even though I was writing in Spanish I was not writing ‘Mexican’ novels. That I was doing something else. Yes, I’m still a Mexican writer, but these are American novels as well, that happen to be written in a language that is not English.” (“Aunque escribía en español, no escribía novelas mexicanas. Hacía otra cosa. Sí, soy todavía un escritor mexicano, pero mis libros son novelas americanas también; se da la circunstancia que son escritas en un idioma que no es el inglés”).

La bloga está en la frontera del idioma.

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26 de septiembre de 2007
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¡Salga usted de ese sarcófago!

Quienes acostumbramos despertar después de las diez llevamos una injusta relación con el resto del mundo. Cada vez que alguien llama por ahí de las nueve de la madrugada, experimenta uno la poderosa tentación de insultarle, pero es aún más fuerte la modorra que, por cierto, de casi nada vale disimular. ¿Por qué, si lo que quiero es soltar improperios e invectivas terribles, trato de ser amable y sonar casualito? “¿Estabas dormido?”, pregunta desde el remotísimo mundo material la voz impertinente, y uno, que está a milímetros de ultratumba, responde por supuesto -que no, sin siquiera esperanza de obtener algún crédito. No sé dónde está escrito que tendría que ser motivo de vergüenza la costumbre de levantarse tarde, como si ello indicara que el interfecto se pasa los días hurgándose el ombligo bajo una palmera.

En ocasiones se tiene la suerte de que quien llama sea uno de aquellos infelices empleados de telemarketing, que de seguro espera encontrar a la víctima fresca y optimista y no imagina la atrocidad que comete. Apenas los escucho pronunciar mi nombre con ambos apellidos, listos para arrancarse con otra cantaleta robótica, reúno toda la congruencia mental que puedo —una bicoca, en tales circunstancias— y les suelto las peores blasfemias que llegan a mis labios, con prosodia pastosa y sintaxis quebrada, de manera que no consigo importunarlos y en fin, ni interrumpirlos. Solamente el volumen de mis gruñidos permite que el anónimo tunante infiera que lo acabo de mandar a la mierda, pero es seguro que no va a obedecerme: nadie quiere ir tan lejos, tan temprano.

Puedo verlos —incluso con los párpados apretados y la mortaja encima del cráneo— moviendo la cabeza hacia ambos lados y opinando que soy un holgazán. “Por eso está el país como está”, dirán los más patriotas, y lo único cierto es que se están equivocando de país. Ahora mismo son casi las nueve de la mañana en Madrid, sede mundial de El Boomeran(g), y no tengo otra opción que olvidarme que en México van a sonar apenas las dos, porque la idea es que el texto esté listo antes de las diez madrileñas. Es decir que después, cuando al fin duerma, lo haré con la tranquilidad de quien ya pasó el día de hoy por las ocho y las nueve y las diez de la mañana, mientras quienes se dicen madrugadores estarán todavía lejos de pelar ojo.

“Ya sé que crees que comprendes lo que piensas que acabo de decir, pero no estoy seguro de que te hayas dado cuenta que lo que acabas de escuchar no es lo que yo quería decir”, rezaba la leyenda citada por Alfredo Bryce Echenique en una de las crónicas de A vuelo de buen cubero, misma que hasta la fecha empleo de memoria para echar luz en torno a ideas tan confusas como las que dan cuerpo al párrafo anterior. Podría, por supuesto, trabajar en el blog durante la mañana, pero entonces tendría que escribir la novela de noche, ya que la sola idea de juntarlos parece tan ilusa como amistar a dos mastines machos en presencia de alguna hembrita en celo. Y como las novelas suelen ser más pacientes que los blogs, iría terminándola por ahí de la última reelección de Hugo Chávez.

Escribo estas palabras con la decepción propia de un trasnochador frustrado, pues ahora mismo varios de mis amigos brindan juntos en un lejano bar, del que hace rato hube de salir huyendo para venir a darle de comer al blog: antídoto infalible contra la bohemia. Lucifer sabe cuánto me alegraría levantar el auricular a mediodía con voz ronca y aliento de tequila, sin siquiera intentar hacerme el industrioso, pero entonces tendría que lidiar con la mala conciencia de quien se para después de la una sólo para mover la cabeza ante el espejo y probar una inmunda piedad por sí mismo. Y el colmo es que me gusta esta suerte de adrenalina monacal, por más que no consiga olvidar la última llamada de mi mal llamado amigo Ángel —hará una media hora—, insultándome porque me escapé de su fiesta cinco minutos antes de que me presentara a una mujer lo suficientemente encantadora para volver al hogar a la hora que en Madrid la tarde se hace noche.

Ave María Purísima: bendito sea El Boomeran(g). Eso también lo sabe Lucifer.

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26 de septiembre de 2007
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LIBRERÍAS

En NYC hay algunas de las mejores librerías del mundo. También para los buscadores de ediciones raras, perdidas, descatalogadas o primeras. Lo malo, no es ya que casi todo esté en inglés, sino que los precios están, generalmente, en su valor de mercado. No siempre, no en todas. Siempre hay lugares para la ganga, premio para el buscador o despiste del librero. Eduardo Lago encontró la primera edición de su/mi querido Alfau de Locos. La edición de Nueva York, en inglés, Locos. A comedy of gestures. Esa misma edición que subyugó a la fascinante Mary McCarthy y que hizo que la escritora se enamorara de España por ese libro. Esa edición, mítica, y firmada por su autor, Lago la encontró por tres dólares.

También cuenta un profesor, y poeta, español y desde hace décadas de NY, Hilario Barrero, sus encuentros casuales con libros muy queridos, muy buscados a precios de auténtico saldo. No es lo común. No es fácil en las más conocidas, muy profesionales, de viejo en Nueva York. Ni en casi ningún lugar del mundo. Sólo queda la esperanza de los “rastros”, eso sí, hay que madrugar para ganar las búsquedas de Andrés Trapiello y Juan Manuel Bonet. Aún así, el citado Hilario Barredo tiene un libro, una diario, publicado por los asturianos de “Libros del Pexe”, donde se dan muy buenas direcciones de librerías de viejo en NYC.

El día antes de mi regreso volví por una conocida librería española de Manhattan. La última grande, la última con un fondo interesante. Más de una vez en esa librería de la calle Catorce, “Lectorum”, he comprado perdidas ediciones españolas. Y otros muchos libros de los que escriben en mi idioma, no importa desde qué país. Una buena librería que estaba a punto de cumplir cincuenta años. Digo estaba a punto porque ya nunca lo hará. Si nadie lo impide el día 28 de este mes cerrará la librería de referencia para los lectores en español de NY. La muerte de ese paisaje es un síntoma. No importa la literatura, que era lo que importaba más en “Lectorum”. Importan los libros y esos se compran en cualquier lado. Ahora es cuando más español se habla en Estados Unidos, pensaba que era cuando más de leía. No debe ser así. O no leen, o lo que leen lo encuentran en otras superficies. Las clásicas librerías, también están teniendo problemas.

La tristeza del cierre de “Lectorum”, se compensa con la reapertura de una de las librerías míticas madrileñas, “Fuentetaja”. Después de vivir un largo letargo en su calle de San Bernardo, después de dar síntomas de pasar a otra vida, peor por inexistente, ha sido capaz de renacer de sus cenizas, del polvo de sus libros. Serán polvo, más polvo enamorado. Me alegro del renacimiento de una librería de referencia. No fue mi librería preferida pero siempre fue una alegría su existencia. La tengo más asociada a tiempos de búsqueda de libros prohibidos. Quizá fue aquella su gran época. Después, al menos para mí, hubo otras librerías que me fueron, me son más cercanas. A cada uno sus librerías. Yo tengo tres de cabecera. “Visor”, la muy querida de Chus Visor. La de su hermano Miguel, la primera de tantas cosas, “Antonio Machado”, con el amigo Miguel Hernández a pie de estanterías. Y la de Antonio Méndez, que tan cerca de casa, tan cálida y tan viva está. Que sigan. Y, ¡viva Fuentetaja! Otro día hablamos de las librerías de viejo madrileñas. Esa es otra historia. O de las librerías en otros lugares de nuestro pequeño mundo.

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26 de septiembre de 2007
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LA MEMORIA

Memoria, entendimiento y voluntad.

Contempladas a primera vista componen sólo las clásicas facultades del alma pero, observadas en su acción real, cada una se comporta con una tendencia muy diferente.

Concretamente, la memoria, que ofrece innumerables provechos utilitaristas, conlleva en su desarrollo múltiples perjuicios emocionales. 

Pocos recuerdos nos hacen de verdad felices, mientras los más de ellos necesitamos pararlos  para que no nos ahoguen.

La memoria por sí misma tiende a la melancolía y en ese caldo entibiado se maceran acaso las desdichas. Más aún: la desdicha posee una gran inclinación hacia este líquido melancólico donde cambia a menudo su amargura por un jugo agridulce.

En la memoria flotan los pecios de la vida y cada uno de ellos, aún en el mejor de los supuestos, se comporta como un ungüento, una antigüedad, que, en un grado u otro, nos enferma.

Así, mientras la voluntad se relaciona con la energía, la musculatura y la sazón de uno mismo, la memoria evoca una mente usada que hallará más acomodo en los espacios marchitos.

Igualmente, el entendimiento, aunque sea del mismo mal, denota un vigor que será capaz de enfrentarse y doblegar lo indescrifrado  para, en su trituración o combate, obtener finalmente una sustancia luminosa.

La memoria abre sus anchas manos sobre el territorio pretérito y trata de apresar sus piedras  preciosas pero  siempre, inesperadamente, recoge entre sus dedos tantos o más elementos dolorosos que dulces o alegres. El dolor se adhiere con naturalidad al pasado mientras el placer, todavía insatisfecho, se sitúa con la mayor esperanza en el futuro.

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26 de septiembre de 2007
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Negev

La excusa era la búsqueda de una locación. Un par de secuencias de la película que quiero filmar transcurrían en el desierto, y por eso le pedí a Pasqual Górriz, fotógrafo (y amigo) extraordinaire, que me llevase hasta el Negev. Más allá de la necesidad práctica, lo que perseguía en el fondo era revivir una sensación. Siete años atrás, en plena noche, había pasado junto al Negev de regreso de Eilat, otra vez con Pasqual al volante. Como la ruta estaba desierta, le pedí que apagase las luces del auto y que se detuviese al borde del camino. Desde ese borde contemplamos las arenas, iluminadas tan sólo por las estrellas. Fue como contemplar el infinito desde un palco preferencial. La brisa redibujaba el contorno de las dunas. Era igual que contemplar el océano, sólo que se trataba de un mar de plata -y silencioso, como el universo previo al Big Bang.

Pasqual recurrió a los oficios de otro amigo, oriundo de Be'er Sheva, para que oficiase de guía. Lo llamaré Nimrod aunque no sea ese su nombre, para permitirme referir cosas que me contó no como entrevistado, sino en su condición de amigo de mi amigo. Además de crecer en la región, Nimrod hizo allí buena parte de su entrenamiento militar. Dice que lo soltaban en mitad del desierto casi sin agua y que además de sobrevivir debía escapar del ataque de francotiradores y de helicópteros que se desplazan en silencio. Cuando alguna de las balas de salva impactaba en su cuerpo, los sensores electrónicos activaban una alarma del uniforme que resultaba enloquecedora.

Le cedo el asiento del copiloto y regresamos a la ruta 40. Después cogemos la 19, a la altura de Shivta. Esta vez llegamos a media mañana, bajo luz incinerante.

El Negev no es como los desiertos de las películas de Hollywood. Si bien hay arena y ocasionales dunas, su aspecto general es el de paisaje marciano. Una teoría atribuye sus cráteres a la actividad volcánica. Yo prefiero otra, la que sugiere la caída de una lluvia de meteoritos en tiempos inmemoriales. Me gusta creer que el Negev es una postal de otros mundos, que alguien envió desde el más allá sin remitente alguno.

A la altura de Eilat, el promedio de las lluvias anuales suma cero. El terreno está cruzado por wadis, el cauce seco de los ríos que ocasionalmente revive en los inviernos -cuando, créase o no, suele nevar.

Camino a Shivta, memorial de la gloria de los nabateos, los campamentos beduinos brotan a ambos lados de la ruta. Tiendas y casas de hojalata, antenas de TV, camellos a la sombra. Los árboles parecen tener melena, antes que una copa. Según Nimrod, son de una especie que Abraham plantó cuando descubrió siete pozos de agua en la región; de hecho Be'er Sheva significa 'pozo del pacto', en memoria de la alianza que Abraham suscribió con Abimelech para asegurar abrevadero para su ganado y su gente. Después de contarme este asunto Nimrod retoma su discusión con Pasqual. Está indignado por su postura abiertamente propalestina, que según él atenta contra la supervivencia de Israel.

Finalmente llegamos a las Arenas de Agur. Es lo que yo estaba buscando, ni más ni menos. Mi ojo dista de estar entrenado, pero no es difícil encontrar huellas de animales. Algunas parecen haber sido producidas por perros, o criaturas de parecida familia. De otras no me atrevo a decir nada. Para mi sorpresa, de tanto en tanto encuentro formaciones naturales que parecen ojos. Pequeños montículos cubiertos por vegetación corta y espesa, que protegen orificios de medio metro de diámetro. (Tengo fotos que lo prueban.) Quizá oficien de guarida a las criaturas innominadas. Trato de preguntarle a Nimrod, pero está demasiado ocupado discutiendo con Pasqual. Me quedo con lo único que puedo colegir: el desierto del Negev tiene ojos.

A medida que asciendo la enorme duna, la discusión entre Pasqual y Nimrod se va perdiendo. No me cuesta nada comprender a Moisés, que dejaba atrás a su quejoso pueblo buscando la paz del Sinaí, la calma que sólo se obtiene en las alturas. Una vez en la cima me siento en la arena. Enciendo un cigarrillo. No se oye nada.

Durante algunos minutos mi vida es perfecta.

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26 de septiembre de 2007
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GALLOS A TODA HORA

Masatepe, donde nací, es un pueblo de galleros. Uno oye cantar gallos por cualquier rumbo y a cualquier hora de la noche, no solamente al alba como corresponde, y eso sólo puede ocurrir en un lugar donde hay jaulas de gallos en cada patio, desvelados por la pasión de la próxima pelea. Entre mis memorias de niño está siempre el ambiente festivo de las galleras los domingos, adonde yo entraba clandestino, el bullicio de las apuestas, las discusiones y los desafíos a voz alzada y las burlas contra los dueños de los gallos perdedores que sólo servirían ya para ir a dar a la olla de la sopa.

Las peleas de gallos se hallan ahora en la mira de las sociedades protectoras de animales, por crueles y sanguinarias, igual que las lidias de toros. Pero los gallos, igual que los toros, están también en la literatura, recuerden sino El coronel no tiene quien le escriba, la narración clásica de García Márquez, o El Gallo de Oro, de Juan Rulfo.

¿Y qué distancia hay, de todos modos, entre los gallos y la literatura? Desde la hora en que el gallo de la pasión cantó tres veces, tenemos gallos en nuestras vidas, y no hay distancia entre vida, pasión y literatura. “Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Paga mi deuda y no la olvides", dice Sócrates a su amigo antes de tomar la cicuta, una frase cuyo sentido permanece en el misterio a través de lo siglos.

Hasta San Agustín escribió sobre las peleas de gallos.

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25 de septiembre de 2007
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LLANTO ECONÓMICO

Poca gente ignora ya que la situación económica es mala y tiende a ser peor, pero los medios recogen sin cesar las opiniones de los expertos que buscan tranquilizar a la población.

La tranquilidad de la población representa actualmente un activo de primera categoría.

Si los pobladores se pusieran nerviosos o muy nerviosos y reclamaran su dinero en los bancos, el sistema se hundiría, siendo el sistema, en primer lugar, la plataforma financiera.

De este derrumbe se perjudicarían también los pobladores pero ante todo el poder bancario que abatido dejaría en evidencia la patraña fundamental: los bancos se apoyan en la confianza de los clientes y los clientes se apoyan en la confianza hacia los bancos.

De la confianza de los bancos en unos clientes se ha deducido estos dos últimos años una masiva prestación de dinero; de la confianza de otros clientes en los bancos se deriva que los bancos dispongan de dinero suficiente para los préstamos.

El círculo virtuoso se rompe cuando la codicia bancaria ha prestado grandes sumas a una población –muchos emigrantes entre ellos- altamente vulnerable, sectores sumamente frágiles a un posible descenso de sus ingresos o la pérdida de empleo.

La construcción se detiene y millones de factorías vinculadas a  ella, desde la producción de cemento a los muebles, desde el acero a los espejos y las moquetas, sufren para devolver las deudas contraídas con los bancos.

Los bancos necesitan que los plazos de devolución se cumplan para continuar su negocio pero el negocio se interrumpe precisamente a causa de la incontrolada aplicación de la estrategia del negocio.

Todo el mundo sabe que las cosas están mal e irán a peor en los próximos meses, pero los expertos son los primeros interesados en mentir. Unas veces, estos expertos son políticos que anhelan volver a ser elegidos, otras son gobernadores de bancos centrales que siguen las órdenes del Gobierno, otras son los analistas financieros cuyas sociedades tienen acciones en bolsa o son asesores de compañías a las que no les conviene perjudicar mediante sus diagnósticos negativos.

La maraña de intereses mantiene la tela de araña suspendida en el vacío. Bastará que alguien se vaya de la lengua, descarrile aparatosamente o se asuste, de acuerdo a las circunstancias, para que la situación revele su gravedad.

Bastará, en todo caso, esperar un plazo para ver cómo el paro aumenta, el consumo se retrae, la bolsa se tambalea, los bancos se ahogan y la economía, dando un vuelco, expondrá a todos su vientre de cristal y llanto.

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25 de septiembre de 2007
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Fin de semana en Marte

Supongo que podría echarle la culpa al viaje agotador que acaba de terminar, y a la intensidad con que viví tantos días entre los Estados Unidos, España, Israel y Palestina. Pero no quiero engañarlos. Aunque no hubiese movido el culo de mi sillón durante un mes, seguramente habría hecho lo mismo. Para delicia de mi hija más pequeña, me pasé gran parte del fin de semana viendo la primera temporada de Veronica Mars, la serie creada por Rob Thomas y protagonizada por (suspiro) Kristen Bell. Quiero decir: veintidós capítulos de casi una hora de duración. Hagan la cuenta. ¡Casi un día entero dedicado de corrido a la detective amateur!

Había oído hablar de la serie y terminé pescando la segunda temporada por TNT. La tercera la agarré empezada, y me deprimió tanto el hecho de que el canal decidiese no firmar contrato por una cuarta, que me perdí el final. Todo es cuestión, ahora, de esperar al 23 de octubre. Es la fecha en que la temporada final sale editada en DVD. Ya no puedo hacer otra cosa. En su momento me plegué a una campaña de firmas (lo confieso), que terminó enviando miles de golosinas, las célebres 'Mars bars', a la directora del canal. Vaya a saber quiénes terminaron empachándose con el obsequio. A todos los que digerimos tan sólo nuestra frustración no nos queda más que ver los viejos capítulos y rezar para que Kristin Bell no desaparezca de las pantallas. Por el momento no nos está yendo mal. Su voz es la del relato en off de la serie Gossip Girl, que se estrena aquí en noviembre. Y además la veremos en Héroes, ya que participa en no menos de trece capítulos de la nueva temporada. Y el año que viene se estrena en cine Forgetting Sarah Marshall, una comedia de Judd Apatow en la que interpreta a la chica inolvidable del título.

Veronica Mars no hizo historia ni nada parecido. Era una serie muy bien pensada, sobre la hija adolescente de un ex policía metido a detective privado que, algo inevitablemente, sigue en los pasos de su padre. Aunque así contada suene a Nancy Drew, me gustaba porque el mundo en que transcurría no era edulcorado (¿cuántas series para adolescentes están protagonizadas por una chica de 17 que fue drogada y violada durante una fiesta?), porque tenía diálogos inolvidables y un gran sentido del humor. El actor que interpretaba a Logan Echolls, el chico-malo-transformado-en-bueno, también es digno de ser tenido en cuenta: se llama Jason Dohring y merece un gran futuro. Pero la clave del éxito es, sin duda alguna, la protagonista Kristen Bell. A los 27 años, Bell es de las pocas actrices que pueden aspirar al parangón con Audrey Hepburn: por delgadas y menudas, claro, pero también por su capacidad para moverse entre el drama y la comedia como pez en el agua y por el encanto que exuda aun cuando no hace nada. Si le temo a los papeles que interpretará en Héroes y en Sarah Marshall es porque sus personajes parecen más equívocos que Veronica Mars. Los hará más que bien y convencerá al mundo entero de su versatilidad, pero ¿quién puede sentir placer disfrutando odiando a Audrey Hepburn?

La termino aquí porque mi hija quiere que entre en Amazon a comprar la segunda temporada. Las cosas que hay que hacer para ser buen padre...

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25 de septiembre de 2007
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Yo también soy Violetta

“Ni siquiera se me sindicalizan”, respondió alguna vez Juan Villoro a la pregunta de Javier Marías en torno a una hipotética revuelta de personajes. Ahora Marías le confiesa a Juan Cruz que en ese aspecto no tolera rebeliones frente a su voluntad de escritor. “Faltaría más”, agrega. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando la historia exige que sus personajes sean voluntariosos y respondones? Cierto es que llega siempre el momento de mostrarles quién manda en el cuaderno, aunque sea para evitar la desbandada, pero de pronto uno disfruta más cuando le contradicen y solos modifican el rumbo de la historia, o hasta su misma forma de ser y estar. Nunca sé si conozco a mis personajes, por eso voy tras ellos presa de la ansiedad de meterme de un brinco en sus zapatos. Elijo, en todo caso, cuáles partes contar y qué rincones deben permanecer ocultos. Pero el hecho es que sí, los prefiero rebeldes.

Por todo lo anterior, aborrezco a los personajes sumisos, y todavía más a los lambiscones. Que por supuesto no es el caso de los de Marías —a menudo implacables como su autor, que corrige el lenguaje pero jamás el curso de la historia—, sino el de los de aquellos novelistas a quienes el exceso de laureles ha acostumbrado a la comodidad. Volviendo al espinoso tema de ayer, los veo rebasados por la patrulla que antes los perseguía y ahora los cuida como a un congresista; nada que no se note cuando uno empieza a recorrer las páginas y en vez de historia se topa al autor, embelesado por la luz del espejo. Los hay incluso que no persiguen más que ser glorificados, de modo que aman u odian a sus críticos de acuerdo a los laureles que les otorgan, y a la hora de concebir personajes se sienten más seguros arrebañándolos. Y ahí sí que no negocio: antes soy mal cuatrero que buen pastor.

Un personaje que hace todo cuanto le ordeno se parece al amigo que nos da la razón de forma sistemática, o a la mujer que por supuesto amor nunca ha osado decirnos que no. ¿Qué otra razón tendría para soportar a tamaños pelmazos, como no fuera la conveniencia de utilizarlos para hacerme la fama de biempensante, procurar el favor de lectores sedientos de complacencia o ganar posiciones de poder político? Toco madera. Me niego a defenderlos o a que me defiendan, mas espero que al menos, ellos sí, sean tan poderosos e impunes como un envenenador invisible. Que digan lo que yo jamás diría y revelen lo que aún desconozco. Que hagan frente a la historia mientras uno se hace humo detrás del escenario, confundido entre putas, menesterosos y ladrones.

En su reciente Piedra de toque, Mario Vargas Llosa habla de Charles Dickens como actor de sus textos, y asegura que él mismo ha sentido también “ese inquietante milagro que es, por un tiempo sin tiempo, encarnar la ficción, ser la ficción”. Lo cual me recordó sus confesiones en torno a la creación de Pantaleón y las visitadoras, la novela que sólo se dejó escribir desde la chusquedad, pues tanto historia como personajes eran naturalmente desternillantes. Personalmente, no conozco osadía preferible a la de convertirse uno mismo en ficción, ser personaje antes que persona y atreverse con él a las más extremas impudicias, para al cabo temerse, con retorcido orgullo, poca cosa en comparación. Escribir para desaparecer: tal es el desafío y el deleite.

Con alguna frecuencia desconcertante, se me aparece alguna lectora de mi Diablo Guardián para usurpar la identidad de la protagonista. “Yo soy Violetta”, dicen, a lo cual les respondo con la misma pregunta defensiva: “¿Y yo qué culpa tengo?”. Pues desde siempre mis personajes favoritos son corpulentos e individualistas, y el hecho es que a Violetta no quise controlarla ni siquiera en los años que dediqué a ser ella y renunciar a mí, que de repente soy tan predecible. Pues era abordo de ella, desde ella, dentro de ella, que podía probar el privilegio de renunciar a toda especie de obediencia y levantarme en armas —sus armas— contra lo que hasta entonces creí ser y querer. Y ahora que ya navego en otra historia y tengo que ser otros, cualquiera excepto yo, me exijo cuando menos ubicarme a su altura y cumplir con el postulado de Javier Cercas en torno a la función del narrador: Lo que importa es pelear, seguir peleando.

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25 de septiembre de 2007
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LA MUERTE DEL BAILARÍN

Historias que la vida escribe para la literatura, y que se leen en la página roja de los periódicos. He aquí una. Este muchacho de 24 años, con mujer y cuatro hijos, de carácter alegre, se gana la vida de pueblo en pueblo vendiendo chinelas de hule que carga al hombro en una caja de cartón. Tan alegre es su carácter que, en uno de tantos caseríos que le toca visitar, no duda en aceptar la invitación que le hacen de asistir a la fiesta de los 15 años de una niña a la que ni siquiera conoce.

Es un viernes. En la fiesta se improvisa un concurso de baile y el vendedor ambulante, que además es un excelente bailarín, derrota uno tras otro a sus adversarios en el concurso, hasta alzarse con el premio ofrecido. Se sienta feliz. Uno de los concursantes, sin embargo, no admite tan fácilmente su derrota por parte del forastero, y le dispara en media fiesta dos balazos causándole de manera inmediata la muerte. Las parejas se desbandan, la música se calla.

La nota viene ilustrada con la foto de la viuda y los cuatro huérfanos, el menor de ellos de apenas cuatro meses de edad, e inserta en un recuadro el rostro del bailarín empedernido, sonrisa irónica, bigotes estirados y cabellera abundante. Personaje ya desde ahora, para ser recordado en un cuento, o en un corrido.

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24 de septiembre de 2007
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