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Caminantes con camino

Andamos más que nunca, aunque no vayamos a ninguna parte. Andamos para salvarnos, para alargar la vida produciendo endorfinas y luchando contra el colesterol. Contamos nuestros pasos gracias a las aplicaciones que se ocupan de registrar los kilómetros que recorremos al día o nos proponen rutas aleatorias. Ayer, cuatro pisos y 7.000 pasos, marcaba la mía. Da gusto que te informen de tus pisadas. Nunca se me hubiera ocurrido registrarlas, pero vivimos en una era de cálculo que introduce nuestras vidas en hojas de Excel. Todo se contabiliza: las horas de sueño, las calorías consumidas, los gigas de memoria ocupados... Las mediciones de nuestros hábitos más sencillos se han impuesto gracias a la tecnología de bolsillo, pues traen implícitas promesas de redención. Nos atamos a ellas, nuevos cordones umbilicales que nos hacen sentir mejores. La actual ideología del bienestar ha alertado del sedentarismo como principio del mal, y cada vez son más los andarines urbanos que recuperan un hábito propio de nuestros ociosos antepasados: pasear.
En el libro ilustrado Mujeres que pisan fuerte (Maeva), su autora, Karin Sagner, entiende el paseo como estado de transición y de observación. En su día, Baudelaire negó la existencia de flâneuses, ya que física y moralmente las mujeres no tenían la libertad de los hombres para acceder a las calles de la ciudad, al verse reducidas a objeto de la mirada de los caballeros paseantes. Aún a principios del siglo pasado una mujer sola en la calle no era sino una prostituta. ¿Y qué es entonces una flâneuse? Aquella que no sólo contempla, sino también participa, que se detiene en los detalles y amplía la mirada; Virginia Woolf, siempre precisa, expresó la diferencia en una carta a una amiga: “Deambular, contemplar, olfatear… Hay un modo de caminar que busca descubrir más que llegar a un sitio”.
Desde el ancho de las aceras hasta los nombres de las calles, el urbanismo no ha sido concebido desde una perspectiva inclusiva ni mucho menos feminista. Y, a pesar de que las mujeres avancen con pasos firmes, el miedo persiste entre las caminantes solitarias que no pueden abandonarse al ensueño y deben velar por su seguridad. Caminar es descubrir. Bien lo resumió Walter Benjamin: “Caminar sin rumbo, deambular y perderse en la multitud es la forma de empezar a encontrar nuevos rumbos”.
Desde hace unos años, la venta de zapatos de tacón cae progresivamente. En la pasarela apenas se ven. Según un estudio de la consultora de mercado NPD Group, el año pasado bajó un 12%, mientras la de zapatillas deportivas creció un 37%. El zapato ha mutado su carga fetichista, y en verdad parece una secreta venganza: chanclas, crocs, cuñas, tacones cuadrados o bailarinas sustituyen a los stilettos. Coincide con un tiempo en que las mujeres se calzan las deportivas para avanzar en el espacio público que les había estado vedado. Caminar es descubrir, pero también resistir.
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8 de abril de 2019
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Títulos

A veces la profesión periodística se toma un respiro en su rutina y se interesa por materias no habituales en el programa de preguntas. Fue un tal Miravete, así dijo que se llamaba aunque luego apostilló que así era como le llamaban, quien, sentado frente a mí, al otro lado de una mesa imitación mármol, y cuando parecía que la entrevista había finalizado, soltó algo como "¿y los títulos, son suyos o los pone el editor?", para después, al contestarle que era míos, aventurar “¿de dónde salen?”. Precisamente esa noche, el sueño, que se había iniciado dentro de unos límites de normalidad, o sea que el escenario era la elevada meseta de reducida superficie batida por el viento Norte y mi acompañante la muchacha deportista de andares rudos, el sueño, digo, al avanzar las horas, fatigados ambos, doloridos los brazos y el esternón después de haber volado, ahora de pie introduciendo los equipos en el maletero del coche, el sueño cambió de registro, noté que Armenia, así se llamaba la muchacha, carecía de su cotidiana silueta sicalíptica para aproximarse a la androginia, superarla, y quedar anclada en las formas longilíneas, asténicas, de mi hermano Antonio. Más tarde, al dejar el camino de tierra y deslizarnos por la comarcal A-1602, noté que la voz meliflua de Antonio se convertía en otra, ronca, no sé si impostada, la propia de un individuo malcarado como el que me apuntaba con una pistola. Al despertar, comprobé que se me había hecho tarde, el periodista vendría a eso de las diez y, antes, yo debía escribir el sueño, además carecía de título apropiado; pensé, mientras cruzaba el cementerio del enemigo, que quizá “Criaturas híbridas” no estaría mal del todo.     

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7 de abril de 2019
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Jorge Herralde: la voz del editor

 

La legendaria editorial Anagrama cumple medio siglo. Entrevisté a su creador y cerebro Jorge Herralde hace un par de años para Buensalvaje, una creativa y voluntariosa revista literaria de Costa Rica que desapareció antes de su publicación. Lo rescato aquí, porque creo que su historia no ha perdido vigencia y su premisa sigue siendo una buena idea. A pedido del editor Alberto Calvo, le pedí a Herralde que eligiera un libro o autor por cada década de su editorial. En algunos casos las respuestas reafirmaron mis suposiciones; en otros, fueron muy sorprendentes.

*          *          *

“En otoño de 1967, después de algunas tentativas, decidí emprender una editorial, de vocación primordialmente política, antifranquista y heterodoxa”, cuenta Jorge Herralde en su segundo libro de memorias de escritores, editores y amigos, Por orden alfabético.

“Primero pensé en llamarla Crítica, un nombre algo ‘sobredeterminado’, pero surgieron problemas ya que el nombre estaba registrado. Una tarde, en la Agencia Literaria Carmen Balcells, empecé a curiosear en unas estanterías dedicadas a una de las editoriales representadas, Feltrinelli. Entre los títulos de ‘Materiali’, la colección por antonomasia de la neovanguardia, había uno que me atrapó al instante, Senso e anagrama, de Renato Barilli, amore a prima vista.”

Y ese fue el momento en que tomó la decisión. “La editorial se llamaría Anagrama. La misma tarde había quedado en casa de Joaquín Jordá, que estaba con nuestro común amigo Terenci Moix, enfant terrible de la literatura catalana. Fueron los primeros en saberlo y les gustó mucho. Terenci empezó a dar brincos: ‘¡Anagrama! ¡Es una palabra mágica!’”

En esta anécdota - y en cómo la cuenta Jorge Herralde- se condensa lo esencial del personaje: el gran editor hecho con partes variables de erudición (que no pedantería: cuando pone expresiones en italiano y en francés, éstas nunca molestan), de entusiasmo juvenil, de dejarse guiar por las intuiciones, de gozar y aprender de los amigos, de mezclar libros y vida como si no pudieran ser cosas distintas.

Desde el comienzo Herralde fue Anagrama y la editorial fue el retrato exquisito, profundo y divertido, de su editor.

Desde entonces ha publicado más de tres mil libros. En su preciso catálogo de 2014, son 3.349, pero en los años que siguieron se han sumado algunos más. En su primer año completo, 1969, publicó quince libros. Ahora son un promedio de setenta y cinco por año.

“¿Ha leído todo lo que ha publicado?”, le pregunto.

“Casi todo. Confieso que me salté alguna de las 25 novelas de Patricia Highsmith, algunos libros técnicos de los setenta… pero he leído prácticamente todo lo que publicamos y muchísimo más”.

En una tarde plomiza y suspendida en la Barcelona otoñal, me acerqué a los cuarteles de Anagrama para entrevistar a Herralde. A diferencia de las oficinas centrales de otras editoriales, en Anagrama lo primero que recibe al visitante es un amplio piso con escritorios para los 18 trabajadores, al fondo un ventanal y en el piso y en las paredes, miles de libros apilados. Es un lugar de trabajo, pero no es una fábrica: es un gran taller artesanal.

Durante una hora y media, le pedí a Herralde que me contara el recorrido de su editorial centrándose en unos pocos de los miles de libros editados. Le pedí que fuera uno por década. En algunas décadas, el editor pudo mencionar un autor solo, ya que no un libro. Pero en otros, sentía que la injusticia era demasiado grande y tuvo que agregar otro. ¡O dos más!

Aquí va un destilado cuidadoso de sus palabras. En momentos donde siento que mi pregunta es necesaria para que se entienda, o cuando se produce un intercambio interesante, meto mi voz. En casi todo lo demás, señoras y señores, los dejo con la voz del Editor.  

1.      Comienzos heroicos

Sí, se tenía que llamar Crítica porque empezó cuando el ensayo político, heterodoxo y de izquierdas era muy importante. Era lo que más nos motivaba. Era el gran rechazo, y el sueño de dar material para que los lectores tuvieran buenos libros, concisos. En la primera época salieron los Cuadernos Anagrama,  de ochenta a cien páginas, que valían entre treinta y cuarenta pesetas de la época. Eran libritos de Trotsky, Rosa Luxemburgo, Mao, los situacionistas franceses…Eran libros breves pero no de divulgación sino de altísimo nivel teórico y otros excelentes que en torno a un tema reuníamos textos de varias revistas con un título genérico.

El opúsculo situacionista que quiero mencionar es Sobre la miseria en el medio estudiantil. El germen de las ideas antiautoritarias del mayo francés salía de este opúsculo. Era de un colectivo, el que más recuerdo como autor es Mustafá Kayat. Un símbolo del proyecto de los Cuadernos Anagrama. 

En esa época se vendía y se leía poco. La gran revolución de la educación universitaria generalizada en España comienza en los ochenta. En los sesenta, cuando vendían 3.000 ejemplares de un libro, las editoriales de la época descorchaban botellas de cava.

2.      …y la censura

Hasta después de la muerte de Franco, lo más excitante era la lucha contra la censura, intentar que fuera posible la lectura de tanto libro prohibido – tuvimos secuestros, procesos – lo estimulante y divertido era la lucha, si me permites cierta frivolidad.

El procedimiento habitual era enviar los libros al Ministerio de Información y Turismo antes de publicarlos. En unas semanas contestaban y en muchos casos “desaprobaban” la publicación. Traducido: la prohibían. En el 68 envié los textos y me prohibieron todo lo que fuera sobre Mayo Francés, Revolución Cubana, China… por no hablar de la Guerra Civil y ha historia reciente de España. Como vi que estaban mutilando salvajemente el incipiente proyecto editorial, utilicé otra vía que se usaba muy poco. Era posible pero peligrosa: el hecho consumado. Enviar el libro ya hecho y esperar un día para cada 50 páginas y empezar la distribución. Si querían secuestrarlo, como hicieron en ocho o diez casos, pero eso ya salía en la prensa y ellos querían dar una imagen más amable y civilizada, y así se colaron títulos que habían sido “desaconsejados” a otras editoriales. Algunos igual los secuestraban, claramente con afán punitivo económico contra la editorial.

Recuerdo uno sobre los Tupamaros de Uruguay. Era un reportaje periodístico que daba voz al jefe de los tupamaros pero también al embajador americano, a militares… No solo lo secuestraron sino que a mí me enviaron al Tribunal de Orden Público y yo estuve un año en libertad condicional. Después me benefició uno de los indultos generales.

Desde entonces ya enviaba todo impreso, esperaba unos días y en ocho o nueve casos bloquearon el libro e impidieron la publicación. Pero gracias a eso, en nuestro catálogo hay cantidad asombrosa, apabullante de libros izquierdistas: por esa lista nadie diría que vivíamos en una dictadura. Pero pasaban cosas. Una vez me llamó el jefe de la censura y me dijo: “¿Usted qué pretende con esto?” Era un libro de Isaac Deutscher, el gran historiador trotskista inglés, otro de Noam Chomsky, Sobre política y lingüística, que era una entrevista en la New Left Review, más otro texto sobre Vietnam… me propusieron que los sustituyera por otros… y me dijeron verbalmente que a partir de entonces todos los libros de esa colección, los Cuadernos Anagrama, debía enviarlos previamente al Ministerio. Pero después del verano, dijéramos que “me olvidé”.

Para mí, fundar Anagrama era una manera de combinar mi entusiasmo por la buena literatura y mi pulsión antifranquista, política. Fueron años muy estimulantes, ricos, algunos cayeron por el camino pero salimos adelante.

3.      Los sesenta: Hans Magnus Eszenberger

Me preparé disciplinadamente la lista, pero me queda muy chica. Para los sesenta, por el autor, el libro y el valor simbólico de la colección Argumentos, elijo Detalles, de Hans Magnus Enzensberger. Un título falsamente modesto, buenísimo porque habla de la manipulación de la industria cultural, del libro de bolsillo… nosotros lo publicamos en el 69 pero es del 62, profético, de una inteligencia deslumbrante. Yo lo había leído en francés. Cuando empecé a preparar la editorial en otoño del 67 fui a visitar a algunos de los editores que admiraba, entre ellos Carlos Barral, y tuve una sesión en su despacho en “la casa de los sabios”.

Me sugirió un par de libros que no me acabaron de convencer, pero me dijo: “Me harías un gran favor si publicaras este libro de Enzensberger porque resulta que un gran filósofo que traducía del alemán se enamoró de este libro, lo contratamos hace cuatro años y no ha entregado una cuartilla. Yo lo había leído en francés, y otro suyo Política y delito, y dije: por supuesto. Se lo di a un traductor más tenaz. Así empezamos.

Enzensberger tiene 23 títulos hasta la fecha en Anagrama, habla perfectamente el español y fue jurado en alguno de nuestros premios de ensayo.

4.      Los setenta: Charles Bukowski

En 1976 comencé una serie forajida y salvaje con Bukowski y Copi, el dibujante de La Mujer sentada, que era un gran escritor. Bukowski, el autor fundamental de Contraseñas, se convirtió en un sorprendente long-seller desde entonces. Los abuelos los pasan a los padres y los padres a los hijos, tanto en España como en América Latina. Los empecé a leer en un vuelo de San Francisco a Barcelona, me dejaron completamente enganchado y hemos publicado 18 títulos, prácticamente todos sus cuentos y novelas. Parece fácil de leer, de traducir o de imitar, pero es falso. Ha habido tantos escritores que pensaron que “hacer un Bukowski” es fácil y no lo es. En absoluto.

Empecé con Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, y casi al momento, Escritos de un viejo indecente y La máquina de follar. Salieron los tres en muy pocos meses en 1978. Esos primeros tenían portadas de un diseño deliberadamente feísta, agresivo, violento. Expresaba la agresión al lector burgués desde el diseño y el título.

Le comento: Tal vez esos jóvenes burgueses querían secretamente ser agredidos…

Me responde: O soñaban con formar parte de los agresores…

 

5.      Los ochenta: Patricia Highsmigh, John Kennedy Toole y la Biblioteca Navokov

A principios de la década comienza la colección Panorama de narrativas. En el 81 comienza a publicarse Patricia Highsmith sobre todo con Extraños en un tren y El talento de Mr. Ripley, se convierte en un fenómeno, pasa del gueto de la literatura de quiosco a la gran literatura porque se publicó en esta colección donde ya estaban Samuel Becket, Joseph Roth, Jane Bowles, literatura de primerísima calidad… el gesto editorial era decir “Patricia Highsmith no desmerece un ápice en esta compañía”.

Y además, como publicamos ocho libros suyos en dos años, iniciamos esa invasión, lo que el viejo Lara (José Manuel Lara, el fundador de Planeta) llamaba “la peste amarilla” (por el color de las portadas). En las librerías, la mancha era cada vez más visible. Muy poco después, salió La conjura de los necios de John Kennedy Toole, que se convierte en un longseller infinito. Un libro divertidísimo, tronchante, con una historia muy triste detrás, porque el autor se suicidó sin haber logrado su publicación… Es del 82, se reedita continuamente.

Y no podía faltar, saltándome otra vez la disciplina, la Biblioteca Nabokov en esta década. Su obra estaba desperdigada en varias editoriales, en España, en América Latina, y se podía encontrar pero había que iniciar una negociación directa con Vera Navokov, la viuda. Yo había ido comprando los derechos de todos los libros de una forma muy sigilosa, para que no adivinaran mis intenciones… eran libros que estaban descatalogados, inencontrables… y solo tuve dos escollos, pero descomunales. Uno era Lolita. ¿Cómo vas a hacer una biblioteca Navokov sin Lolita? Lo había publicado mi amigo Juan Grijalbo, y llegamos a un pacto: estaba en edición de bolsillo, y yo le cedía El desfile del amor de Sergio Pitol, que ganó nuestro premio, para América Latina y él me cedió los de Lolita en edición más cara.

El otro era Ada o el ardor. Lo había publicado Mario Lacruz en Argos Vergara  y lo quería llevar a su nueva editorial, pero finalmente Vera Navokov, con quien ya llevábamos como 15 contratos, nos lo cedió. Empezó esta biblioteca de la que estoy muy orgulloso: 17 títulos. Casi todo. Pero fuera de Lolita y Ada, este esfuerzo, a menudo con nuevas traducciones, el resto, como el fantástico Pálido fuego, seguía con su temible condición de “escritor para escritores”. Vamos reeditando cada tanto, pero piano piano...

6.      Los noventa: Los detectives salvajes

En los noventa, haciéndome trizas el corazón por los descartados, me ceñí a una obra tan refulgente como Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Empecé a publicarlo con una novela corta, una pequeña obra maestra, un libro de cuentos: era prácticamente desconocido. Tuvo muy buena crítica entre los que sabían. Luego reunimos todos sus cuentos en la colección Otra vuelta de tuerca, que era un doble homenaje: al libro de Henry James y al traductor Pepe Bianco, que le puso “otra” a TheTurn of theScrew. Bianco mejoró brillantemente el título.

En el 96 Estrella distante, en el 97 Llamadas telefónicas, en el 98 Los detectives salvajes, que ganó nuestro premio, ganó el Rómulo Gallegos, y quedó ya instalado. Sus libros, que fuimos sus agentes hasta su muerte, fueron vendidos a las mejores editoriales del mundo. Sus sucesivos agentes, Carmen Balcells y Wyle, siguieron por esa vía. En Estados Unidos repartimos los libros chicos entre la editorial selecta y estupenda New Directions y los grandes en Strauss, Starr and Giraux, que tenía enorme prestigio y un gran músculo empresarial.

Desde Cien años de soledad ningún autor en lengua española había tenido tal acogida en Estados Unidos. Se produjo un fenómeno que luego se ha repetido en cierta manera con el noruego Karl Ove Knausgaard: fue adorado por sus colegas. A Bolaño, sobre todo los autores de 50 años para abajo. Veías los rankings anuales de preferidos de otros autores y te asombrabas. Un autor en principio tan alejado de Bolaño como KazuoIshiguro, los dos libros que eligió en una encuesta fueron Los detectives salvajes y 2666. Fue muy respetado por la crítica, seguido por los lectores, pero creo que el rasgo diferencial fue una especie de icono para los escritores, sobre todo los más jóvenes.

¿Por qué?, inquiero.

Es una pregunta de difícil respuesta. En Los detectives salvajes había por una parte en cierta manera la del viaje, la libertad sin ataduras. Era un Kerouac: Arturo Belano y Ulises Lima podrían ser como Kerouac y Cassady en el Sur. También estaba emparentado con el viaje de Huckleberry Finn.

¿Más que soñar con escribir como Bolaño, soñaban con ser Bolaño?

Sí, se convirtió en un mito como persona. Aderezado por leyendas verdaderas o falsas….

Es curioso… tomando su comparación con García Márquez, los escritores jóvenes tal vez soñaban con escribir como García Márquez pero no ser él. En cambio, Bolaño…

… haciendo un poco de literatura, y agregándole su muerte prematura, fue una especie de James Dean de las letras.

7.      Nuevo siglo y Ricardo Piglia

En el 2000, mi candidato es Piglia. Empecé a editarlo aquí – lo publicaba Planeta en Buenos Aires pero en España nadie – pero después ya tuvimos los derechos para América Latina. Para Planeta era demasiado literario, intelectual, poco marketable. Esto propició que viniera a Anagrama y empezamos con gran pasión en el 2000: Formas breves y Plata quemada. Después Crítica y ficción, todos los nuevos libros hasta ahora y recuperamos sus novelas y ensayos anteriores.

Para mí Formas breves fue un deslumbramiento y en realidad, la inteligencia de la crítica literaria, su fluidez y pasión como una novela, la forma de concatenar y relacionar con una agudeza fabulosa… esto fue una suerte de anticipo de Los diarios de Emilio Renzi. Ahora que vengo de recoger en su nombre el Premio Formentor, y leí dos textos: uno de sus comentarios sobre otros escritores (Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Borges, Gombrowicz...) y después fragmentos de los diarios, que son deslumbrantes.

8.      Esta década: Rafael Chirbes y Karl Ove Knausgard

En esta década voy a mencionar también a dos. Uno es Rafael Chirbes, un escritor a contramano, muy bien tratado por la crítica española, pero ajeno a cualquier circuito de poder literario. Se dio la paradoja que no fue hasta Crematorio que ganó el Premio de la Crítica. Es la novela profética del pinchazo de la burbuja. Publicado en el 2007, un año antes de la crisis y el destrozo de todo orden, paro, corrupción instalada, destrucción del paisaje, la aberración total que él vio antes que nadie. En 2013 publicó En la orilla, la constatación del desastre.

Ni él ni sus lectores lo consideraban un escritor del presente. Era cultísimo: publicó sobre La Celestina un ensayo admirable, sobre Galdós, y también escribió sobre sus contemporáneos como Juan Marsé y los más jóvenes como Andrés Barba y Marta Sanz. Tengo la alegría que muchos de estos jóvenes sean de los nuevos autores de Anagrama. Sus lectores vieron que en Chirbes había mucha crítica pero estaba alejado del panfleto maniqueo: era también alta literatura. 

En el Frankfurter Allgemeine Zeitung dijeron que ojalá en Alemania hubiera habido un escritor que hablara sobre su reunificación como lo hace Chirbes sobre el presente y el pasado reciente en España. No es un escritor solo contestatario, solo cronista de la crisis, realista, sino mucho más: un lector muy bueno, gran lector de Proust, Dos Passos, Thomas Mann…

Todos estos que te he mencionado desde Enszberger muestran esta vocación de política de autor. Es lo que buscamos con los que empiezan muy bien. A veces las esperanzas se frustran, pero muchos los seguimos publicando por años.

El último de esta década es Karl Ove Knausgard. Leí en Frankfurt una sinopsis en inglés de su proyecto, Mi lucha, y vi que era algo nuevo. Era la época en las que se publicaban cincuenta novelas policíacas nórdicas en España. Este era un proyecto más anagramático. Publicamos el primero, La muerte del padre. Tuvo buenas críticas pero ventas sosegadas, no era muy conocido. Pero para el segundo, Un hombre enamorado, ya había despegado en Estados Unidos. Con tantos escritores diciendo que era su ídolo se vendió mucho mejor.

9.      Ingleses, italianos, franceses…

Con esta lista siento que me he comido mucho. Entre otras cosas, el British DreamTeam: Martin Amis, Julian Barnes, IanMcEwan, HanifKureishi, KazuoIshiguro, como las figuras más fulgurantes, pero en la siguiente generación gente valiosísima como Irvine Welsh, Nick Hornby, Jonathan Coe. La carrera de estos se ha desarrollado íntegramente en Anagrama.

También italianos, empezando con El oficio de vivir de Cesare Pavese, un libro fundamental. Después Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, El Danubio de Claudio Magris…

Y el mayor contingente: el francés. El primer año, de los 15 títulos, ocho eran franceses. Luego, muchos y muy buenos, sobre todo en los tiempos políticos del ensayo, desde Sartre. En los cinco o seis últimos años se ha consagrado una nueva generación que descolló por su gran calidad literario. Autores que están ahora entre los 70 y los 55 años, el “senior” sería Patrick Modiano, a quien publicamos desde mucho antes de que le dieran el Nobel. Luego Michel Houellebecq, Emmanuel Carrère, que empezó con novela y ahora en grandes obras de no ficción, como El adversario, Limónov y El reino.

Mi favorito es Jean Echenoz, a quien vengo publicando desde hace más de 20 años sin mucho éxito comercial. Pero me encanta. En los últimos años hizo una trilogía de novelas basadas en biografías, sobre el compositor Maurice Ravel, el físico Tesla, un inventor a quien robaron las patentes (Relámpagos), y sobre todo sobre el atleta checo Zapotec (Correr) y tuvo muchos más lectores. Después de tantos años, se ha acabado la travesía del desierto para Echenoz. Su último libro es de cuentos misceláneos, algo muy difícil de vender. Pero los une una escritura flexible, sedosa, con un humor inesperado.

10.  La crónica, Kapuscinski y compañía

¿Y cómo olvidar el Nuevo Periodismo? Tom Wolfe y el Nuevo Periodismo, Hunter Thompson, Truman Capote, Norman Mailer… Esa colección Crónicas, que empezó con Cabeza de turco, de Günter Wallraff…

Pero el autor principal de la colección Crónicas es Ryszard Kapuscinski. Cuando lo empezamos a publicar con mucho prestigio y ventas insignificantes en el 87. El Emperador, que es casi mi libro favorito. Al sexto libro, Ébano, pasó de vender 2.000 a vender 60.000. No tengo una explicación. Tocó una tecla inesperada.

Este gran periodista terminó siendo la excepción a una triste regla: el género de crónicas gusta mucho pero viaja poco. Viajan ellos, pero sus libros no. En su caso, de pronto tuvo un éxito descomunal, y la gente se preguntaba qué más podía leer del autor de Ébano y teníamos cinco libros esperando. Ahora es uno de los autores fundamentales para nosotros, por su escritura y sus ventas.

 

Libros que surgen en la charla, en orden de aparición

(Todos publicados por Anagrama, salvo el segundo, que dio nombre a la editorial, y Cien años de soledad)

 

Jorge Herralde: Por orden alfabético

Renato Barilli: Senso e anagrama

Hans Magnus Enzensberger: Detalles, Política y delito

VV.AA.: Sobre la miseria en el medio estudiantil

Chomsky: Sobre política y lingüística

Charles Bukowski: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, y casi al momento, Escritos de un viejo indecente y La máquina de follar

Copi: El baile de las locas

Patricia Highsmith: Extraños en un tren, El talento de Mr. Ripley,

John Kennedy Toole: La conjura de los necios

Vladimir Navokov: Lolita, Ada o el ardor, Pálido fuego

Sergio Pitol: El desfile del amor

Henry James: Otra vuelta de tuerca

Roberto Bolaño: Estrella distante, Llamadas telefónicas, Los detectives salvajes, 2666

Karl Ove Knausgaard: Mi lucha I La muerte del padre y II Un hombre enamorado

Jack Kerouac: En el camino

Gabriel García Márquez: Cien años de soledad

Ricardo Piglia: Formas breves, Plata quemada, Crítica y Ficción, Los diarios de Emilio Renzi.

Rafael Chirbes: Crematorio, En la orilla.

Cesare Pavese: El oficio de vivir

Antonio Tabucchi: Sostiene Pereira

Claudio Magris: El Danubio

Emmanuel Carrère: El adversario, Limónov, El reino

Jean Echenoz: Ravel, Relámpagos, Correr

Günter Wallraff: Cabeza de Turco

Ryszard Kapuscinski: Ébano

 

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3 de abril de 2019
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Un Papa sin móvil

Países que venden armas, como España, y claman a todo pulmón por la paz en el mundo. Católicos de misa dominical que abominan del extranjero que no tiene adónde ir ni adónde regresar, pero al que esclavizan porque acepta hacer el trabajo que ya nadie tolera por dignidad. Jóvenes engañadas que conforman ese monstruo invisible llamado trata, repudiadas por los suyos y marcadas de por vida en el ­viejo-nuevo mundo.
Muertos escondidos en las cunetas, no vaya a ser que aún caminen. Un buque de piratas buenos que rescatan a náufragos, Open Arms, retenido por un Gobierno ­socialista, y aplaudido por hombres y mujeres que a la noche descorchan una botella de vino en sus casas. El papa Francisco denunció con firmeza –en ese gran documento periodístico que consiguió Jordi Évole– la cadena de injusticias que reducen ese artefacto llamado sociedad a un vertedero de hipocresía. Actores de un tiempo desnudo de compasión –“el mundo se ha olvidado de llorar”, afirmó– que han sustituido los verdaderos valores por el cumplimiento de cuatro liturgias. Y el amor a sí mismos por el amor al prójimo. Nunca antes se había escuchado un discurso tan socialmente pro­gresista en boca de un líder espiritual de Occidente.
Un Papa rojo, corrieron a llamarle algunos con efecto mediático. “Excepto en la homosexualidad y el feminismo, parece Pablo Iglesias con sotana”, decían en las redes. La programación quiso que fueran de seguido en La Sexta: 61.000 tuits el Papa, 65.000 Pablo Iglesias. Bergoglio se refugió en la hermenéutica para explicar la doble moral que regía entre los curas y las familias que durante siglos abusaron de menores y lo consintieron bajo la omertà. Y el dogma relució en sus palabras cuando se tocaron asuntos referentes a sexo y género. También se mostró sesgado en los lugares comunes que avivan el estigma de lo raro cuando las sonoras cuentas de los obispos y sacerdotes depredadores merecería una reflexión sobre la sexualidad reprimida y la pederastia como perversa consecuencia.
Con todo, Francisco es una rara avis en la jerarquía eclesiástica. Un hombre sencillo, sin móvil ni papamóvil, que no calza los zapatos rojos de Sumo Pontífice ni el anillo del Pescador de oro (el suyo es de plata dorada). Y que no escatima en críticas a la actual tendencia de los medios hacia la coprofilia, “el amor por la caca”, en sus propias palabras. Estamos rodeados de titulares de basurero, noticias construidas tan sólo para descalificar y destruir al contrario. En España, el ministro Marlaksa asegura que ya se han drenado las cloacas del Estado. Pero persiste un tufillo que va y viene, entreteniéndonos con sus bajezas para que no calibremos la magnitud de tanta injusticia en un mundo que se ha olvidado de llorar.
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3 de abril de 2019
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Alma y corazón


Rafael Sánchez Ferlosio es quien más ha durado en esta sociedad chabacana y hasta la última tertulia mantuvo el tipo y agitó las conciencias
 

Se nos fue el último de los grandes. Un ciudadano que aún trabajaba en exclusiva para su conciencia y con la literatura. Lo cual implica que su prosa tenía la musculatura de un atleta junto con la ligereza y la gracia de un bailarín. Leerle es danzar con un coloso del lenguaje.

Tengo estampas suyas de cine mudo, de otro siglo, como cuando llegó a la estación de Austerlitz, en París, para hacerle una visita a su amigo Agustín García Calvo, el cual no podía desplazarse porque estaba castigado por el Régimen. Las locomotoras aún eran de vapor y le recuerdo envuelto en humo mefistofélico, bajando por la escalerilla de hierro y agitando en su mano derecha un considerable chorizo. Solo alguien absolutamente cierto de su grandeza puede elegir un chorizo a manera de tirso y cantar el evohé a la reunión de amigos que le espera.

Años más tarde, en el monasterio de Veruela, discutiendo a voz en grito siempre con Agustín sobre las convulsiones conceptuales del infinito y trotando luego con mayor vigor que todos nosotros (20 años más jóvenes) por la ladera del Moncayo. Y esto enlaza con su costumbre de mandarnos subir a su casa (un sexto piso) en el ascensor mientras él subía por la escalera a velocidad de dibujos animados. Alcanzaba a abrirnos la portezuela resoplando y perfectamente feliz.

Portentosos años aquellos en los que Agustín, Rafael y Juan Benet nos orientaban en el pensamiento, las artes y el sentido común. Tres maestros abismalmente alejados de cualquier vanidad, comercio, autosatisfacción o sectarismo. Humanos, demasiado humanos para ser humanos. Rafael es quien más ha durado en esta sociedad chabacana y hasta la última tertulia mantuvo el tipo y agitó las conciencias. Eso era la auctoritas y no lo que ahora nos venden.

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2 de abril de 2019
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Cuestionamiento de la guapeza

En el mercado del descrédito y del delirio despunta la valoración de los calificativos referidos a los rasgos físicos e intelectuales de la persona humana. “Inteligente", aplicado a los futbolistas cuando ejecutan un regate, “valiente" como sinónimo de infatigable y, sobre todo, “guapo”, repetido hasta la saciedad por los comentaristas de las fotografías publicadas en las redes sociales, en especial en Facebook. Hombres y mujeres de catadura cavernícola, viscosos neonatos, impúberes de mulares belfos, novias inmensas embutidas en trajes blancos de corte pachanguero, comulgantes acromegálicos, bañistas de carnes desbordadas, ancianos de geriátrico suburbial candidatos urgentes a residir en un nicho, todos, todos son calificados de guapos; ¡qué guapa¡, ¡qué guapo!, ¡guapísimos!, ¡la más guapa!, ¡siempre guapísima!, ¡el nene guapo! Da ganas de comprar una radial, y emprenderla. 

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1 de abril de 2019
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En manos de Robocop

Deslizo el pasaporte electrónico por el lector y miro obediente a la cámara con los ojos bien abiertos, esperando el clic de la foto. La máquina sustituye al policía. Ya no interactúas con él. No sientes que te atisba prevenido, ¿o responsable?, ni te pregunta por el motivo del viaje en ese diálogo torpón en el que debes validar tu presunta inocencia y poner cara de turista. Pero algo falla. La barrera de metacrilato se bloquea y se requiere una presencia humana a fin de resetear la frontera electrónica. Entras a un país sin ser interpelado por una persona, y esto podría ser una ventaja, aunque me pregunto si hay más probabilidades de error en la inteligencia humana o en la artificial.
No los vemos a diario, pero no sólo se han introducido en las cadenas de producción de las fábricas y en los hospitales. Sueldan, cortan, descargan, atornillan, ayudan a las tareas más repetitivas, operan en el quirófano. Exponentes de una tecnología que, en positivo, contribuye a que desaparezcan trabajos de parias, pero que en negativo aspira a sustituir el calor humano imitándolo tan precisamente como sea posible.
Nos llegan noticias de androides cada vez más humanizados. En el pasado Mobile World Congress presentaron a Sophia, capaz de apoyar sus reflexiones con gestos emocionales. “Un robot ­podrá ganarle una partida de ajedrez a un humano, pero no competir con él contando un chiste”, me cuenta Sergio Martín, que en el 2015 lanzó YuMi –contracción spanglish de you –, el único robot del mundo verdaderamente colaborativo. De doble brazo, y sin ­cabeza.
Me desahogo con el superingeniero de ABB Robotics & Move, suspirando ante la idea de la vejez que nos aguarda, asistidos por robotitos que bien podrían acabar fulminantemente con nosotros. “Ya no están enjaulados, antes eran ­peligrosos porque no eran conscientes de su entorno y se movían con velocidad”, cuenta. Me angustio más aún. Y Martín insiste en su falta de empatía, sensibilidad, sentido de la justicia o capacidad de amar. “Tenemos que hablar siempre de un entorno de colaboración, no de sustitución”.
A pesar de que más de 200 expertos de catorce países pidieron por carta a la Comisión Europea que repensara el proyecto, es probable que pronto existan dos clases de personas: las humanas y las electrónicas. Según la resolución sobre las reglas de derecho civil de robótica aprobada por el Parlamento Europeo en el 2016, se admite otorgar “personalidad” a los robots. Y se habla de derechos. Hay controversia. Bill Gates ha propuesto que paguen impuestos; y Elon Musk alerta de aquellos concebidos como armas autónomas. En unos tiempos en los que las distopías son tan gratas y populares, no deberíamos olvidar que algo trascendente ocurre cuando se utiliza tanto la palabra inteligencia como atributo de teléfonos, edificios y ahora de artificios que, según los agoreros, en veinte años serán mil millones de veces más capaces que nosotros.
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1 de abril de 2019
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Hospitalidad, maldad, memoria, razón

Carece de todo el que no se posee a sí mismo.

 

Extranjero, mi costumbre es honrar a los huéspedes", decía un personaje de Homero. Cosas de otras épocas y de otra manera de concebir la vida. En nuestro tiempo la hospitalidad es una dimensión perdida.

"Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos", susurraba Crucio Quinto. Lo mismo cabe decir de las almas.

"Llamamos destino a todo lo que limita nuestro poder", decía R.W. Emerson. Falso. Algunos tiranos, de poder ilimitado, atribuyen al destino sus excesos.

 

Pensar que nada está hecho es una exageración, pero solo relativa. Cada generación está obligada a reinventar el mundo, en cierto modo a crearlo. De no ser así, será una generación perdida. 

 

"La paciencia tiene más poder que la fuerza", decía Plutarco. Lo mismo se podría decir de la impaciencia. De hecho la fuerza necesita un ápice de impaciencia para moverse y ponerse a actuar. Siempre me ha parecido sospechosa la mitología de la paciencia, tan parecida a la de la resignación.

 La maldad humana casi nunca se presenta de manera frontal. Se agazapa en la sombra, ejecuta rodeos, es oblicua, indirecta, insistente. Como suele ir unida a la cobardía, rara vez asume la forma de la trasparencia. Lo vemos perfectamente en las obras de Shakespeare.

Ni un día sin una línea", rezaba Plinio. Qué atrocidad, es como convertir la escritura en una disciplina marcial, me digo a mí mismo con horror. Plinio tendría que ser el santo patrón de twitter.

 "La humildad es transigir con la mentira", decía Unamuno. Depende; podría ser también la forma más evidente de la corrupción.

Prueba a ser lo que dicen de ti tus enemigos y te convertirás o bien en un monstruo o bien en el tonto más irredimible de todos los tiempos.

 

La memoria es la narración fragmentaria, simbólica y evanescente de nuestras relaciones con la vida y con la muerte. Nos acordamos de los momentos dichosos, pero también de los momentos en los que estuvimos en peligro. Somos cronistas de nuestros cielos y nuestros infiernos.

La creación artística hace la vida más intensa, acentúa la dicha y la sensación de velocidad", decía Thomas Mann. Y se podría añadir: da razón a nuestra vida y vida a nuestra razón.

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27 de marzo de 2019
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Su nuevo libro contra el género humano…

"Quédate adiós, mundo, pues en ti no hay gozo sin sobresalto, no hay paz sin discordia, no hay amor sin sospecha, no hay reposo sin miedo, no hay abundancia sin falta, no hay honra sin mácula, no hay hacienda sin conciencia, ni aun hay estado sin queja, ni amistad sin malicia(...) ¡Oh, mundo inmundo!, yo que fui mundano conjuro a ti, mundo, requiero a ti, mundo, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti, mundo, no tengas ya más parte en mí; pues yo no quiero ya nada de ti ni quiero más esperar en ti, pues sabes tú mi determinación, y es que:

Posui finem curis; spes et fortuna, valete (Puse fin a mis cuitas ; esperanza y fortuna, adios).

Aquí se acaba el libro llamado Menosprecio de corte y alabanza de aldea, en el cual se tocan muchas y muy buenas doctrinas para los hombres que aman el reposo de sus casas y aborrecen el bullicio de las cortes". (Antonio de Guevara. "Menosprecio de corte y alabanza de aldea" Valladolid 1539 Capítulo XX.)

Un sentimiento (no meramente una convicción ideológica) ampliamente compartido en nuestra época es el de que el entorno natural se degrada como resultado de la acción del hombre. Esto viene de lejos y ha caracterizado a muchos movimientos artísticos y espirituales a lo largo de la historia. Sentimiento complementario es el de que esta perturbación de la naturaleza supone de hecho una degradación de las condiciones mismas de vida del ser humano:

"¡Oh!, vida bienaventurada la de la aldea, a do se comen las aves que son gruesas, son nuevas, son cebadas, son sanas, son tiernas, son manidas, son escogidas, y aun son castizas (...)¡Oh!, no una, sino dos y tres veces gloriosa vida la del aldea, pues los moradores de ella tienen cabritos para comer, ovejas para cecinar, cabras para parir, cabrones para matar, bueyes para arar, vacas para vender, toros para correr, carneros para añejar, puercos para salar, lanas para vestir, yeguas para criar, muletas para imponer, leche para comer, quesos para guardar; finalmente, tienen potros cerriles que vender en la feria y terneras gruesas que matar en las Pascuas" (Antonio de Guevara, capítulo VII).

Los textos de Antonio de Guevara servirían para ilustrar la nostalgia imposible de suturar de muchas personas que (a veces sin haber conocido otra vida que la urbana) se sienten desarraigadas en la ciudad. Hay sin embargo una etapa más, recogida en el título mismo del capítulo VII de Antonio de Guevara: "Que en el aldea son los hombres más virtuosos y menos viciosos que en las cortes de los príncipes".

En la aldea y antes de la aldea, cabría decir, pues la nostalgia de una condición moral superior se proyecta en ocasiones a un estadio que sería incluso previo a organizaciones humanas elementales. Como es sabido, esta disposición de espíritu tiene expresión filosófica en ciertas de las obras de Rousseau. Rousseau deplora la desigualdad entre los hombres y cree percibir el origen de la misma en la desviación respecto a un estado natural original, hacia el cual vuelve su mirada.

Voltaire ve en esta tesis de Rousseau esencialmente un resentimiento contra la propia sociedad, es decir contra la matriz misma de la existencia humana. Voltaire es perfectamente consciente del dolor que los hombres son susceptibles de infringirse, pero (como su queja amarga por el terremoto de Lisboa testimonia) no cree en absoluto que la naturaleza sea potencialmente menos violenta que lo es la ambición o la miseria humanas; y desde luego abomina de la nostalgia de un estado pretérito en el que supuestamente estábamos plenamente reconciliados entre nosotros y con la naturaleza. Nada más significativo al respecto de esta polémica que la acerba ironía con la que, el 30 de agosto 1755, Voltaire agradece la recepción del libro de Rousseau "Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres":

"He recibido su nuevo libro contra el género humano. Se lo agradezco (...) Pinta usted con colores verídicos los horrores de la sociedad humana que, por ignorancia y debilidad, se pliega a las dulzuras de la vida. Nunca realmente se había utilizado tal cantidad de talento para la causa de intentar bestializarnos (nous rendre Bêtes). Al leer su obra surgen ganas d marchar a cuatro patas. Sin embargo como hace más de sesenta años que perdido ese hábito desgraciadamente creo que me será difícil retomarlo (...)"

Si la carta de Voltaire no tiene desperdicio, la réplica de Rousseau muestra perfectamente la radical incompatibilidad entre ambos pensadores.

"Soy yo quien ha de estarle reconocido. Al ofrecerle el esbozo de mis tristes ensoñaciones, no he creído en ningún momento hacer un presente que fuera digno de usted, sino cumplir con el deber de rendir homenaje a quien todos consideramos como jefe (...)El gusto de las ciencias y las artes nace en un pueblo de un vicio interior que ese gusto a su vez incrementa; y si es verdad que todos los progresos humanos son perniciosos para la especie, los del espíritu y el conocimiento, que aumentan nuestro orgullo y multiplican nuestras desviaciones, aceleran pronto nuestras desgracias(...)En lo que a mí concierne, si hubiera seguido mi primera vocación y que no hubiera aprendido ni a leer ni a escribir hubiera sin duda sido más feliz".

No se trata tanto de oponer lo que es sarcasmo displicente en Voltaire a lo que parece humildad impostada y deferencia hipócrita. De hecho, con anterioridad (el 17 de junio de ese mismo año) Rousseau había ya escrito a Voltaire en tono directamente inamistoso, explicitando que no había recibido de él más que desdén: "No le tengo a usted estima alguna", afirmaba de entrada, empezando a continuación con la lista de agravios, en un tono revelador de que Rousseau está sobre todo resentido y despechado, en razón de la admiración no correspondida que siente por Voltaire.

Lo importante sin embargo, de la citada respuesta Rousseau es que, en lo esencial (y de manera por así decirlo poco límpida), dice lo que piensa: mejor nos hubiera ido si hubiéramos permanecido en el estado bestial al que Voltaire aludía. Pues las "letras" (es decir -dado el contexto- toda la simbolización y el conocimiento) son en el fondo matriz de desgracias. Aunque a ellas deba Rousseau el honor de ser "conocido" por Voltaire, ciertamente no "re-conocido", pues les separa ...ni más ni menos que la manera de entender las cosas serias; les separa (con mayor radicalidad que en muchos otros casos) la manera de entender la relación entre el hombre, la naturaleza de la que procede y todo hipotético creador; les separa en definitiva la filosofía, marcada en el caso de Rousseau por la atmósfera espiritual en la que el pensador llegó a la misma.

Quiero señalar la última frase del texto de Rousseau ("si hubiera seguido mi primera vocación y que no hubiera aprendido ni a leer ni a escribir hubiera sin duda sido más feliz"), que nunca un campesino iletrado haría suya, buscando una analogía:

Indicaba en la última columna que los pastores de Córcega cantaban a Dante sin saberlo, y probablemente sin ser capaces de leerlo, pero obviamente no tenían nostalgia de ese estado que era el suyo y desde luego no les pasaba por la cabeza que su condición era jerárquicamente superior a la de quien además de recitar al poeta lo lee. Quizás los cantos de Homero (o simplemente los del Romancero) pierden peso al pasar a la escritura, pero esta reflexión sólo se hace desde la escritura misma. La "primera vocación" de Rousseau (no aprender a leer ni a escribir) se entiende perfectamente...desde la escritura, no previamente a ella.

El "Rousseaunismo" da hoy un paso más: nostalgia no sólo ya de una condición primitiva del ser hablante (pretendidamente marcada por una armonía con el entorno), sino nostalgia de una condición previa: nostalgia no de "nuestra humanidad (notre humanité, título de un libro de Francis Wolff) sino de nuestra animalidad. Desde que en la historia evolutiva emergió el lenguaje esta animalidad se halla para nosotros perdida. Por ello la buscamos en los animales "puros"; una imagen imposible de nosotros mismos. Creo que este movimiento responde a una real carencia de nuestra civilización. De alguna manera se trata de una protesta: las razones para no estar satisfechos con nuestra humanidad no se traducen en proyecto de mejorarla sino en repudio de la misma, bajo forma de negación de su singularidad: una causa urbana clamando (por razones muy profundas) contra la urbanización de nuestra existencia: "¡Oh, mundo inmundo!, yo que fui mundano conjuro a ti, mundo, requiero a ti, mundo, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti, mundo".

 

 

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27 de marzo de 2019
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Señora Derecha

O es fenomenal, estupendo y bárbaro, o es lo peor de lo ­peor. La cara lavada con jabón de avena, la compra en Mercadona con shopping bag imitación de Goyard o Hermès, encargados a un subsahariano en Marbella: “Es un chaval muy majo, ¿eh? Un moreno. Se lo pides, y a los tres días te lo trae envuelto a la playa..., pero todo secreto, ¿eh? ¡Parece que estés comprando droga!” (señora sonriente con un ejemplar falso de Birkin en la calle Corazón de María). El despilfarro siempre ha sido algo de muy mal gusto entre las familias bien, aunque muchas votantes del PP que moran en el norte de Madrid sacan cada invierno los visones a pasear. Eso sí, cada vez más precavidas para que no se los rocíen con espray.
Sus hijas treintañeras son más discretas, con sus coletas flojas y sus Converse All Star, pero no esconden un permanente mohín de fastidio. Trajinan con dos, tres hijos, la familia entendida como estatus, los días cortos, las noches largas. En su casa les enseñaron que “ser de derechas es más majo que las pesetas”, y han ido aceptando la diversidad a golpe de conveniencia –o exotismo–, pero siguen convencidos de perpetuar el cruce endogámico de buenos apellidos. Hay chicas de derechas chisposas, ligonas, o incluso avinagradas que un día se quitan una piel acorchada, se convierten en artistas, se casan con otra mujer y les cambia el rictus.
En los partidos de derechas arrasan las mujeres alfa, aunque en ninguno de ellos exista paridad, porque rechazan el sistema de cuotas. Las hay que sostienen que si no hay más jefas es porque a las mujeres biológicamente les va más el perfil bajo. En el patrón de corte, no son inseguras, ni les persigue el síndrome de la impostora, tampoco acusan la brecha laboral, ni se quejan por los equilibrios de la conciliación, y afirman que nunca han sido mandadas por ellos. Y que ­mucho menos lo serán por una pandilla de feministas vergonzosas. Ignoro qué quieren demostrar con su rechazo a los movimientos igualitarios que, en apenas dos años, han creado más conciencia y bibliografía que nunca. ¿Que están más dotadas que el resto? ¿Que a ellas siempre las han tratado como personas, más allá de su condición sexual?
No saben cuánto celebro que no hayan padecido violencias ni maledicencias, que cobren igual o más que ellos, que no sean estigmatizadas –y despe­didas– por reducir su jornada laboral, que se hayan repartido la crianza y la educación de sus hijos con sus parejas, y que sobre ellas no hayan caído rayos y truenos obligándolas a postergar sus sueños. Con todo, no deberían desentenderse de aquellas que aún van en el furgón de cola, porque si no, ¿qué sentido tiene su liderazgo?
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27 de marzo de 2019
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