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A vueltas con la necesidad y el libre albedrío (III) La metáfora y el cono de luz

Por 13 de febrero de 2019 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Ya he citado aquí en varias ocasiones un bello texto, atribuido a Demócrito por Galeno, que dramatiza un diferendo entre el intelecto y los sentidos, cada uno de ellos reivindicando la primacía en el orden del mundo. El intelecto asegura que lo único real en la naturaleza son los átomos y el vacío, es decir, algo inasible para los sentidos, de ahí la debilidad de los mismos; pero los sentidos responden al intelecto, denunciando el círculo vicioso consistente en que son ellos la única fuente de la cual extrae el intelecto sus evidencias, por lo cual si el intelecto consigue derrotar a los sentidos no haría otra cosa que derrotarse a sí mismo:

"Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de lo dulce, por convención asimismo nos referimos a lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío" afirma el intelecto. Mas al escuchar tal cosa, los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: "Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota".

A fin de poner de relieve la actualidad del asunto, me permitía hace un tiempo un ejercicio de transposición en forma de diálogo entre los modernos instrumentos de laboratorio con los que enriquecemos nuestra percepción sensorial, por ejemplo ese especial tipo de microscopio que es un acelerador de partículas. Gracias al mismo podemos acceder a la contemplación de la estructura del núcleo de átomo, descubriendo que protones y neutrones no son elementos sino que están constituidos por esas partículas llamadas quarks que, junto a los electrones, serían lo verdaderamente elemental en la materia. ¿Es ello seguro? El intelecto (esta vez ayudándose de sofisticadas fórmulas matemáticas) afirma que quarks y electrones son falsos pretendientes, y que lo realmente elemental son cuerdas vibrando en un universo no reducido a la tetra-dimensión espacio-tiempo. Esos sentidos enriquecidos por microscopios, telescopios y aceleradores de partículas afirmarían entonces que tales instrumentos son la fuente de la mera especulación que es la teoría de cuerdas. A lo cual el intelecto podría responder que es sólo la incapacidad de los sentidos para magnificar un quark un billón de veces lo que les impide percibir esta verdad avanzada por el intelecto…y la discusión proseguiría. 

Tanto en el ejemplo del texto de Galeno- Demócrito como en la transposición que acabo de hacer a la física contemporánea trasluce el problema filosófico de si cabe o no atribuir al ser de razón un estatus singular, incluso arquitectónico (en cuanto foco de significación del orden natural por entero), o si por el contrario ha de decirse que se trata de un animal entre otros animales y hasta simplemente un ente entre otros entes, reductible como todos a las leyes de la física y de las disciplinas (química, biología) que prolongan la exploración científica del universo.

Al respecto evocaba aquí en una columna reciente el teorema del libre albedrío debido a los matemáticos americanos Simon Kochen y John Conway, cuya tesis sintetizo de nuevo brevemente:

Un científico ha de realizar una medición (concretamente el cuadrado del spin de partículas entrelazadas), cuyo resultado está asociado a la dirección en la que dispone sus aparatos. Se acepta (condición tan problemática como clave) que el experimentador no está determinado a elegir una u otra dirección por razones derivadas de la información que posee, obviamente tampoco por una arbitraria orden. En suma: en el acto de disponer sus aparatos el experimentador obedece exclusivamente a su voluntad, y no a eventos o imperativos externos, de los cuales haya podido tener información. Complementando esta circunstancia con ciertos presupuestos (tres axiomas de hecho), el teorema del libre albedrío indica "grosso modo" que tampoco las partículas pueden hallarse determinadas por la información de la que en el pasado han sido receptoras. En otros términos: supuesta la libertad del observador, el teorema nos dice que la partícula carece de historia, o al menos, según la explicita declaración de los autores, no está determinada por historia alguna.

Al hablar del asunto recientemente, un colega físico y filósofo decapitaba, por así decirlo, el teorema haciendo objeción a la consistencia de la premisa de base. Su argumento era el siguiente: el experimentador está constituido por células en las que se imbrican moléculas y átomos, así que aludir a la libertad eventual del observador respecto a la información procedente de su pasado implica ya liberar a las partículas que lo constituyen (o al menos a una parte sustancial de ellas) del sometimiento a la información procedente de su pasado (del cono de luz incidente, en la jerga) que es precisamente la conclusión del teorema.

Obviamente mi interlocutor partía sin explicita reflexión de un posicionamiento reduccionista de nuestra condición: el comportamiento de esa "cosa que piensa" que es para Descartes el sujeto de la aventura descrita en el Discurso, se explicaría por la información en última instancia física que le llega del pasado; todo lo compleja que se quiera pero información.

Pues bien sólo me paso por la cabeza responder a mi colega con lo siguiente "la piedra es una espalada para llevar al tiempo…". Ante su sorpresa le pregunté (o más bien me pregunté a mí mismo) si eso (llame el lector como estime al fragmento del "Llanto" de Lorca) que emergió un día en el seno de la historia del hombre, podía ser considerado como algo determinado exhaustivamente por un cúmulo de informaciones procedentes del cono de luz. Obviamente el aspecto material de los signos lingüísticos utilizados se inserta en el marco físico de la información susceptible de ser emitida y recibida; no hay misterio alguno en lo referente a las imágenes acústicas y tampoco hay misterio en el contenido semántico si este es considerado como un mensaje críptico; podría incluso ser considerado como una información simplemente errónea. Pero es obvio que todo ello supondría un sacrificio de lo que realmente está en juego y que en los elementos de información incidente encuentra simplemente un material. Para decirlo sin ambages: el hecho mismo de vivir entre metáforas (esterilizadas desde el momento en el que se las considera desde el punto de vista de la aparente información -¿cómo la piedra habría de ser una espalda?) parece dar testimonio de nuestra irreductibilidad, ese "mayor testimonio que podamos dar de nuestra dignidad (le meilleur témoignage que nous puissions donner de notre dignité )" de los versos de Baudelaire, me atrevo casi a decir.

Y a modo de apéndice un recordatorio sobre el cono de luz: 

Sean A, B dos acontecimientos puntuales, bien determinados en el espacio y en el tiempo. Si el intervalo temporal que separa la aparición de A y la aparición de B no es suficiente para que la luz cubra la distancia espacial entre ambos, diremos que estos acontecimientos se hallan espacialmente separados. Así, si A ocurre a la hora cero y B un segundo más tarde y a 600.000 kilómetros, un mensaje enviado por A, incluso a la velocidad de la luz, no llegaría a tiempo de tener influencia alguna en el acontecimiento B.

Si el intervalo temporal que separa la aparición de A de la aparición de B permite que una partícula que se mueve a velocidad inferior a la de la luz cubra la distancia espacial entre ellos, diremos que los acontecimientos A y B se hallan temporalmente separados. Así, si A acontece a la hora cero y B un segundo más tarde a 150.000 kilómetros, un electrón acelerado hasta el cincuenta por ciento de la velocidad de la luz llegaría justo a tiempo de hacerse presente en B, y eventualmente determinar de alguna manera los caracteres de tal acontecimiento.

En fin, si en el intervalo temporal que va del acontecimiento A al acontecimiento B, la luz, cubriría exactamente la distancia espacial entre ambos, diremos que A y B se hallan separados por la luz. Así, si A acontece a la hora cero y B un segundo más tarde a 300.000 kilómetros, un fotón enviado desde A hacia B llegaría justo a tiempo de determinar de tener alguna influencia en este.

Todo acontecimiento C separado temporalmente de A se halla dentro del cono de luz de A (mutatis mutandis dentro del cono de luz de B) y por el párrafo anterior se sigue que sólo los acontecimientos pertenecientes a sus respectivos conos de luz incidentes (incluido el límite dado por el trayecto de la luz) pueden influir en A o en B.

 

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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