Corolario importantísimo del postulado según el cual la filosofía concierne al género humano como tal, es que la actitud filosófica ha de surgir en primer lugar en esa singular clase de los humanos que son los niños. Por definición, un niño es alguien en quien la capacidad de hablar se ha actualizado tan sólo recientemente. Mas por ello mismo, el niño no se halla aun contaminado por los usos falaces de la palabra, que acaban por ser los que imperan en un universo adulto sustentado en ese rechazo de la lucidez antes evocado.
Es bien sabido que los niños se caracterizan por una actitud interrogativa que, a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, haciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño, cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad.
En alguna ocasión he evocado al respecto el caso de una niña parisina que (correteando incesantemente por la casa en una frívola reunión organizada por su madre) se detuvo repentinamente, balanceando su cuerpo, con expresión en la que se mezclaban alborozo e inquietud y, ante la mirada interrogativa de la madre, preguntó: "¿por qué me sigue?". Quien seguía de tal modo a la pequeña era su sombra, cuyo vinculo con su propio ser era descubierto por vez primera, en una disposición de espíritu que cabe, sin exageración alguna, identificar a ese estupor ya aludido en el que Platón y Aristóteles situaban el origen de la filosofía. Cuando la madre, a la vez tranquilizada e irritada por la interrupción, respondió con un seco "no lo sé", la pequeña dijo "pues yo quiero saberlo" (mais je veux le savoir) con tono que encerraba todo un desafío.
Pues bien:
Esta actitud de la niña parisina, su desconcierto y rabia ante el frívolo rechazo de su madre a considerar una interrogación de hecho esencial, muestra que el espíritu de un niño no es esa tabula rasa que el pensador Steven Pinker denuncia (suerte de saco de patatas que sólo la información llenaría de contenidos), sino que se halla constituido por facultades que la educación debe simplemente potenciar y actualizar. Por decirlo en términos de Platón, la educación debe fertilizar un órgano ya dado, no sustituirse al mismo


Buen cámara, como demostró en su película más conocida, "Un hombre y una mujer", pero como director y guionista con una propensión al sentimentalismo. Un cine popular que se llenó de trucos formales, de una manipulación de los sentimientos que le hicieron conquistar públicos mayoritarios. Conoció el éxito en festivales, premios y hasta dos Oscar. Y sin embargo la crítica nunca le quiso. Su cine hacía grandes taquillas, emocionaba a muchos, se exportaba al mundo, tuvo grandes repartos fijó el mito de algunas estrellas tan hermosas como Anouk Aimé, trabajó con los mejores actores... y sin embargo no gustaba a la crítica. Ni gustaba a la mayoría de sus compañeros. Ni a los cinéfilos.
Crónica de un niño solo y El romance del Aniceto y la Francisca. Pocas películas más bellas y épicas que Juan Moreira. Pero como siempre fue peronista, y como su obra se mantuvo próxima al calor de los géneros populares, la consagración y el respeto indiscutidos -que no así la popularidad, que lo quiso desde joven- tardaron en llegarle. 



R.A.: Claro, es un momento de reinterpretación posterior. Lo que dejo es una pista, y luego intentas ir hacia ella, reconocer las coordenadas, qué brújula voy a utilizar, dónde está el norte, dónde está el sur. Evidentemente estás reinterpretando. De todos modos estás reinterpretando, como siempre que interviene la razón. En la literatura y en la poesía yo pienso que siempre es así. Por eso no creo que haya poesía erótica, o haya poesía mística; hay poesía sobre la experiencia erótica o poesía sobre la experiencia mística, que es ya reinterpretación de esa experiencia. Seríamos más justos si habláramos de poesía sobre la experiencia mística o sobre la experiencia erótica, porque estamos reinterpretando. En el momento mismo en que nosotros usamos la razón y trazamos redes lógicas y lingüísticas estamos enfriando lo que sería la experiencia inicial. 

