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La filosofía a todos concierne: consecuencia pedagógica

Corolario importantísimo del postulado según el cual la filosofía concierne al género humano como tal, es que la actitud filosófica ha de surgir en primer lugar en esa singular clase de los humanos que son los niños. Por definición, un niño es alguien en quien la capacidad de hablar se ha actualizado tan sólo recientemente. Mas por ello mismo, el niño no se halla aun contaminado por los usos falaces de la palabra, que acaban por ser los que imperan en un universo adulto sustentado en ese rechazo de la lucidez antes evocado.

Es bien sabido que los niños se caracterizan por una actitud interrogativa que, a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, haciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño, cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad.

En alguna ocasión he evocado al respecto el caso de una niña parisina que (correteando incesantemente por la casa en una frívola  reunión organizada por su madre) se detuvo repentinamente, balanceando su cuerpo, con expresión en la que se mezclaban alborozo e inquietud y, ante la mirada interrogativa de la madre, preguntó: "¿por qué me sigue?". Quien seguía de tal modo a la pequeña era su sombra, cuyo vinculo con su propio ser era descubierto por vez primera, en una disposición de espíritu que cabe, sin exageración alguna, identificar a ese estupor ya aludido en el que Platón y Aristóteles situaban el origen de la filosofía. Cuando la madre, a la vez tranquilizada e irritada por la interrupción, respondió con un seco "no lo sé", la pequeña dijo "pues yo quiero saberlo" (mais je veux le savoir) con tono que encerraba todo un desafío.

Pues bien:

Esta actitud de la niña parisina, su desconcierto y rabia ante el frívolo rechazo de su madre a considerar una interrogación de hecho esencial, muestra que el espíritu de un niño no es esa tabula rasa que el pensador Steven Pinker denuncia (suerte de saco de patatas que sólo la información llenaría de contenidos), sino que se halla constituido por facultades que la educación debe simplemente potenciar y actualizar. Por decirlo en términos de Platón, la educación debe fertilizar un órgano ya dado, no sustituirse al mismo

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20 de noviembre de 2007
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La pupila que quema

La mirada que se fija en un objeto deja de ver al objeto tanto más cuanto más tiempo e intensidad se concentra en él.

Según Adrian Unger, fisiólogo de la universidad franciscana de Löewen, y él mismo  franciscano, la mirada más eficaz es la que se hace a hurtadillas y de forma discontinua. La continuidad de la máxima relación entre el ojo y el objeto acaba con la realidad de ambos.

Tal como en las relaciones amorosas que se carbonizan a fuerza de requerirse sin cesar una entrega y atención absoluta, la pupila chamusca y se chamusca en el incendio de lo mismo.

Abordando obstinadamente el mundo no podemos alcanzar una información objetiva del mundo y, en consecuencia, una saludable residencia en él. Lo discontinuo y no lo continuo es la base del saber puesto que no alcanzaríamos a saber nada de nada si todo fuera una repetición de la contemplación. Como también la felicidad será inconcebible sin su suspensión y fragilidad frecuente.

Sucede radicalmente con el hecho de vivir: los latidos dan ocasión a que la existencia pueda producirse igual que la corriente alterna que nos procura la luz. No hay nada más nutricio que la cesura. Nada más fértil y creador. En el arte, en la fe, en la alimentación, en el oficio. O, en el amor puesto que incluso la cópula reproduce el ir y venir de un pulso que se crea gracias a la interacción de presencia y ausencia.

La ausencia es así, una vez más, la madre primordial de la ciencia: la fuente original del conocimiento y del sentimiento, de la información, de la emoción y la convicción. La ausencia procura la nitidez de la presencia, el rescate perfecto del objeto gracias a que en el vacío se dibuja el perfil de lo que ya no está y su conquista lo recalca.

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19 de noviembre de 2007
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Cine y crítica

El fin de semana estuve con Claude Lelouch, seguramente el cineasta francés más famoso durante las décadas de los 60 y 70. Y el que menos me interesa ahora y entonces. Sigue rodando y estrenando cada año, no nos llega su cine. En realidad ya no llega el cine de casi ningún europeo. Cuando lo hace es en pocas pantallas, pocas ciudades, poca publicidad y poco tiempo. El cine europeo hay que verlo en festivales o comprarlo en dvd en algún viaje.

Lelouch era contemporáneo de los cineastas más renovadores del cine francés, de aquellos que llamamos "la nouvelle vague". Contemporáneo no quiere decir compañero de viajes cinematográficos. No lo fue ni el fondo, ni en la forma. Nada, o muy poco, que ver su cine con el de Godart, Truffaut, Romher, Rivette, Resnais, Chabrol, Melvilla, Rouch y todos los demás. No, Claude Lelouch, a diferencia de los otros no estaba por casi ninguna ruptura, por ninguna revolución estética, ni ética. Aunque comenzó imitando movimientos de cámara de Raoul Cutart, el emblemático fotógrafo de la "nueva ola", muy pronto retornó a maneras más clásicas y no poco eficaces.

Fotograma de Un hombre y una mujerBuen cámara, como demostró en su película más conocida, "Un  hombre y una mujer", pero como director y guionista con una propensión al sentimentalismo. Un cine popular que se llenó de trucos formales, de una manipulación de los sentimientos que le hicieron conquistar públicos mayoritarios. Conoció el éxito en festivales, premios y hasta dos Oscar. Y sin embargo la crítica nunca le quiso. Su cine hacía grandes taquillas, emocionaba a muchos, se exportaba al mundo, tuvo grandes repartos fijó el mito de algunas estrellas tan hermosas como Anouk Aimé, trabajó con los mejores actores... y sin embargo no gustaba a la crítica. Ni gustaba a la mayoría de sus compañeros. Ni a los cinéfilos.

Muy pronto Lelouch nos pareció tramposo, no porque siguiéramos la senda de los críticos de la época, sino porque también en el cine -como en la literatura, la pintura, la música- muchas veces el éxito camina por un lado y la verdad poética, la emoción que resiste el tiempo, el verdadero arte va por otro lado.

No estuve cómodo en compañía de Lelouch, no porque no fuera afable, sino porque me sentí mentiroso, falso por decirle cosas que no pensaba de su cine, por disimular que ninguna de sus películas me parece que sean capaces de resistir el tiempo. Lo suyo eran inteligentes manipulaciones, cuando más, buen espectáculo de masas. Lo otro, lo de alguno de sus "compañeros" fue una ventana que se abrió  a un cine con más riesgo, más verdad, más compromiso y menos espectadores. No importa, no tenemos prisa. El éxito para el que se lo trabaja.

Ah, otro día, si quieren, hablamos de los críticos de cine.

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19 de noviembre de 2007
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Un romántico a morir

El reportaje de Rodolfo Braceli a Leonardo Favio que apareció en adn, la revista cultural de La Nación, me conmovió hasta las lágrimas. Empezando por el hecho de que le dedicasen la tapa. Puede que haya ocurrido otras veces pero no lo recuerdo: sí, Favio salió mil veces en la portada de los suplementos de Espectáculos, pero en Cultura... Es fácil entender la razón, Favio siempre rompió moldes: fue actor, cantante popular -de esos que hacen que las chicas se tiren de los pelos- y también cineasta, que es como yo lo conozco. Uno de los más grandes de la Argentina, si no el más grande. Pocas películas más tiernas y terribles que Crónica de un hombre soloCrónica de un niño solo y El romance del Aniceto y la Francisca. Pocas películas más bellas y épicas que Juan Moreira. Pero como siempre fue peronista, y como su obra se mantuvo próxima al calor de los géneros populares, la consagración y el respeto indiscutidos -que no así la popularidad, que lo quiso desde joven- tardaron en llegarle.

Qué bonita la charla con Braceli... Le da a uno la sensación de estar allí, compartiendo el mate. Y oyendo esas cosas que Favio deja caer y que hacen que uno sienta todavía más ternura al rever su obra. Favio el hijo del fiolo de origen sirio -aquí le decimos fiolo o cafishio a aquel que vive de las mujeres- y la artista Laura Favio. (La anécdota sobre la muerte de su padre es imperdible: "Era muy atorrante. Murió a los 33. Una úlcera perforada, lo operaron, sintió sed y se tomó el agua de un florerito. Adiós".) Favio el grande de la cultura argentina que tiene pesadillas en las que vuelve a sufrir miseria. ("Tengo metido en los huesos el miedo a que me humille la pobreza".) Favio el artista que no le teme a su sensibilidad, consciente de que es toda la riqueza con la que cuenta. Aquí no hay muchos que se atrevan a decir que llorar "es lo más lindo del mundo". El loco de Favio está considerando llamar a su nueva película -una versión de El romance llevada al ballet- con este título: Aniceto, una película romántica a morir. Sólo él puede hacer algo así y mirar a la gente a los ojos, sin guiños irónicos ni afectaciones posmodernas.

Favio es de esos tipos que pueden hablar de Dios y al instante saltar a la cuestión más prosaica, sin cambiar nunca de tema. "¿Sabías que los árabes se bañan con arena? ...En el desierto se limpian la cola con arena. Y no sólo eso, cuando llega el momento de orar se lavan las manos y la cara con arena... De pibitos jugábamos en el río. Yo, el Negro Cacerola, hacíamos todo ahí y nos limpiábamos con arena... Era finita..." Ahí está todo el universo Favio: Dios, la cola, la arena y el Negro Cacerola, todas expresiones del amor que está en el ADN del universo. "Hay algo que reflexiono mucho, y es que verdaderamente Dios amó, porque sin eso no habría sido posible semejante obra".

Se podría decir también que Favio amó mucho, porque de otro modo no podría haber hecho las películas que filmó y ojalá siga filmando. Películas que necesitamos como el aire, porque nadie más que Favio las hace. Es preciso y verdadero lo que le apunta Braceli: "El canon argentino, solemne, acomplejado y estreñido de corazón, margina todo lo que se roce con la emoción y la ternura. Vos, Favio, como nadie, has sido consagrado pese a ir siempre por el lado más explícito de la ternura". Ese afecto con el que trató siempre a personajes que tanta gente consideraría desangelados: el niño solo, Aniceto, Moreira, Nazareno Cruz, Gatica, que a pesar de que nacieron condenados a perder no pueden evitar hacer o crear algo bello a su paso, para dar testimonio de ese ADN de amor que todos portamos -y del que tan pocos se hacen cargo.

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19 de noviembre de 2007
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La filosofía a todos concierne: consecuencia política

Decir que un filósofo habla exclusivamente de asuntos que a todos conciernen, decir que si algún asunto no responde a esta exigencia no puede ser filosófico, es acercar la interrogación filosófica a esas preguntas elementales que el ser humano plantea como mero corolario de una suerte de tendencia innata. Tendencia que, desde luego, observamos en los niños y que cuenta entre sus ingredientes con lo que un pensador contemporáneo ha denominado "instinto de lenguaje". Instinto que mueve a intentar que el lenguaje se fertilice, alcance aquello de que es potencialmente capaz, es decir se realice. El lenguaje alcanza su madurez explorando diferentes vías, pero desde luego la vía interrogativa es una de ellas, y la palabra designativa de la situación de estupor que lleva a interrogarse es precisamente filosofía.

Corolario inmediato del presupuesto de universalidad de la filosofía es lo siguiente: la única forma de que la filosofía no forme parte de nuestras  vidas es que haya sido objeto de repudio. Cabe decir que tal repudio, sustentado en razones sociales relativamente bien delimitables, se haya en la base de la actitud que respecto a la vida del espíritu caracteriza a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Dando un paso más, cabe conjeturar que la organización concreta de la vida social efectiva es fruto de ese repudio, lo cual explicaría que sean tan pocos los que se creen concernidos por las interrogaciones filosóficas.

Mas si hombre implica filosofo si (por evocar ya a Aristóteles) hombre implica tensión en pos de la lucidez (tensión en pos de que sea desvelado aquello que, de entrada, se oculta a nuestra inteligencia), entonces todo orden social sustentado en el repudio de la filosofía, o en reducirla a práctica de una élite, es intrínsicamente ilegítimo, mutilador de la condición humana.

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19 de noviembre de 2007
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I. La eternidad a salvo

Amanece a un lado en el Atlántico norte, una suave franja rosa muy lejos a un costado del avión y en el otro la negra noche oscura mientras se abre frente a mí la pequeña pantalla de cuarzo en el espaldar del asiento delantero como una ventana a la claridad difusa de la eternidad, Muhamed Alí versus Joe Frazier, pelea de revancha pactada a 15 rounds, 1 de octubre de 1975.  Alí, pantaloneta blanca; Frazier, pantaloneta azul; los guantes que ambos chocan ahora galantemente al centro del cuadrilátero son rojos, suena en mis audífonos la campana y el referee se aparta, fantasmas de hace un cuarto de siglo que empiezan a medirse, salta Alí, petulante, y mientras siga saltando fintando, martillando, buscando con los puños el punto débil en la defensa cerrada de Frazier, la eternidad no está en riesgo.

Un ballet fatal, abrazos desesperados, Frazier contra las cuerdas, suena la campana de nuevo, grita Alí, su gran bocaza abierta, un fanfarrón insoportable, metódico sin embargo en su martilleo, constante en golpear y golpear hasta que la fortaleza se derrumbe, un fanfarrón insoportable pero nunca más habrá otro como él.

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19 de noviembre de 2007
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Gorilas en la niebla

Una vez disipada la primera sorpresa, si uno prestaba atención era evidente que el disparo le había alcanzado una zona vital. Es cierto que el tiro había salido sin ton ni son, como si al dueño de la escopeta se le hubiera movido el dedo por distracción o por tedio. Un tiro sin apuntar, al buen tuntún, sin la menor intención de dar en algún lugar doloroso. No obstante, para cualquier observador era evidente que le había acertado en un órgano indispensable para su supervivencia.

El pobre animal disimuló el impacto, no quiso dar pruebas de haber sido tocado de muerte. Su jerarquía en la tribu dependía justamente de que le creyeran invulnerable. Nadie habría podido imaginar, sin embargo, que todo su poderío radicaba en un órgano tan delicado. Pero así era. De pronto su jauría y el mundo entero comprendió que su talón de Aquiles era la laringe. Y el disparo, aunque sin premeditación, le había alcanzado precisamente en el lugar exacto del que dependía su poder.

Al principio se contoneó perplejo, como si no creyera lo que había sucedido. En los días siguientes tuvo la reacción habitual de los animales heridos de muerte. Se le oía aullar de dolor y desesperación por toda la selva. Y cuanto más chillaba, más evidente se hacía a los ojos de su jauría que estaba tocado de muerte y que había que ir preparando la sucesión. No porque ya hubiera muerto, ni siquiera porque fuera a morir de inmediato. Este tipo de heridas, llamadas "narcisistas", trabajan lentamente acumulando veneno en torno al tejido dañado hasta hacer insoportable la existencia de quienes conviven con el agonizante. El proceso puede durar años.

Pero es un proceso fatal, imposible de detener, porque lo malo de la herida no es su gravedad sino que una vez ha señalado el lugar más vulnerable de este gran simio, puede repetirse una y otra vez el disparo. La vida del cabecilla se convierte en un infierno porque sabe que en cualquier momento, desde cualquier lugar, hasta un niño puede ahora apuntar y darle. Y que resuene en toda la selva el estruendo mortal: ¡¡¡POR QUÉ NO TE CALLAS!!!

Por qué no te callas

Artículo publicado en: El Periódico, 17 de noviembre de 2007.

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19 de noviembre de 2007
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Conversaciones. El lenguaje del insomnio II

Delfín Agudelo: ¿Pero cómo dejas las pistas? ¿Escritas?

Rafael Argullol: No, escribir no porque no puedo. Me fijo en alguna imagen o alguna palabra, pistas verbales o pistas crípticas, como criptogramas, ideogramas. Es curioso porque éste sería un tema muy interesante: el lenguaje del insomnio. Hay un lenguaje del sueño que siempre nos ha fascinado por caótico; hay también un lenguaje de la vigilia; pero luego se ha hablado muy poco, o nos hemos introducido muy poco en el lenguaje del insomnio, porque es un lenguaje mixto. En algo es semejante a lo que llamamos el lenguaje de duermevela; sin embargo, el estado de duermevela es un estado más plácido. Tú estás en principio despierto y no sabes si estás despierto o dormido. Pero es un no-estar despierto, o un semi-despierto plácido. La duermevela es bastante tranquila, es apacible. En cambio el insomnio es un estado que sería simétrico: en lugar de estar situado en medio del día está situado en medio de la noche, y en lugar de ser un estado plácido es un estado frenético, en que todo se acelera. Y se presenta una situación intermedia porque a veces estás en insomnio, y de repente te duermes uno o dos minutos, y no sabes si has dormido o no, y entonces te preguntas si realmente te has dormido. El tipo de espacio, de tiempo y de lenguaje del insomnio son distintos al del sueño y distintos al estado de vigilia. Para intentar reconocerlo mínimamente uso esas pistas, trazos que dejo en el camino y que muchas veces reconozco como una imagen potente que te va a conducir a otras imágenes, o como una palabra potente que te va a conducir al argumento que habías estado pensando.

D.A.: Pero de alguna manera dejar estas pistas no te garantiza que llegues a esa idea que tenías en el insomnio. Porque la razón interpreta distinto al insomnio...

San Juan de la CruzR.A.: Claro, es un momento de reinterpretación posterior. Lo que dejo es una pista, y luego intentas ir hacia ella, reconocer las coordenadas, qué brújula voy a utilizar, dónde está el norte, dónde está el sur. Evidentemente estás reinterpretando. De todos modos estás reinterpretando, como siempre que interviene la razón. En la literatura y en la poesía yo pienso que siempre es así. Por eso no creo que haya poesía erótica, o haya poesía mística; hay poesía sobre la experiencia erótica o poesía sobre la experiencia mística, que es ya reinterpretación de esa experiencia. Seríamos más justos si habláramos de poesía sobre la experiencia mística o sobre la experiencia erótica, porque estamos reinterpretando. En el momento mismo en que nosotros usamos la razón y trazamos redes lógicas y lingüísticas estamos enfriando lo que sería la experiencia inicial.

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19 de noviembre de 2007
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Doris Lessing

 A Doris Lessing le conceden el Premio Nobel de Literatura por su capacidad para "retratar la épica de la experiencia femenina". La escritora  baja de un taxi con una bolsa de la compra en la mano, falda vaquera y camisa de cuadros y aspecto de granjera. Comprobamos que se mantiene fiel a su clásico moño gris cruzado por unas cuantas hebras negras persistentes y resistentes a la  vejez, como su cara redondeada, en que nunca ha debido de caer una gota de maquillaje, y que se resiste a la dulzura dejando que las arrugas campeen a sus anchas y mucho más la lengua. En algún momento de su vida debió de darse cuenta de que la fuerza mental y la lucidez estaban por encima de los accidentes físicos que nos distinguen a hombres y mujeres y se ha acostumbrado a soltar verdades como puños. Al menos en las entrevistas ofrece una visión del mundo tan directa y tan poco adornada como su persona, con reflexiones nada banales ni  rebuscadas, que dan la impresión de ser de primera mano constantemente.

Lessing se sienta en los escalones de la puerta de su casa para atender a los periodistas y sobre la frase de la épica femenina con que la academia sueca justifica su elección dice que no es para tanto, que en el fondo no somos tan distintos hombres y mujeres. La aplaudo. A algunos no nos han llegado a convencer esas pamplinas de que las mujeres somos más aptas para el lenguaje y ellos para las matemáticas, nosotras para orientación espacial ¿o son ellos?, y ellos para las emociones ¿o somos nosotras? y otras sutilezas que no se observan en la práctica. No son relevantes, ni siquiera son reales. Las capacidades parecen ser más que nada individuales y favorecidas o no por el ambiente. Personalmente tengo comprobado que mis fallos no son propios de las mujeres en general sino sólo míos y a veces de algún hombre también, y lo mismo podría decir de las cualidades. Aún no se sabe cómo curar el Alzheimer o el Parkinson y algunos están empeñados en buscar diferencias cerebrales entre los sexos, ¿por qué será?

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19 de noviembre de 2007
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Sarkozy y Camus

Nicolás Sarkozy, el presidente francés, no busca ubicarse en el mundo literario. Mitterrand lo hacía mucho, al provocar filtraciones sobre sus gustos literarios (le gustaba Jacques Chardonne o Julien Gracq) y encontrar de manera muy visible (viajando en helicóptero) a Michel Tournier. Sarkozy no puede ir por este camino: tiene como imagen la de sentirse cómodo en la cultura popular (canciones, televisión y deportes). Entonces, hay que entender como algo muy especial el almuerzo que tuvo lugar el jueves en el palacio presidencial.

Se trataba, de manera informal, de celebrar el cincuenta aniversario del Premio Nobel de Literatura de Albert Camus (nacido en Algeria). Sarkozy había invitado a varios escritores franceses y de África del Norte. «Camus, ha dicho el jefe de Estado francés, no era un conformista con relación a las elites francesas.» «Cada vez que viajo a Algeria, tengo la nostalgia de no haber nacido en África del Norte», añadió el presidente francés, según su portavoz. Es una bonita declaración pero la frase clave tiene que ver con el conformismo.

Sarkozy, me dijo que una de las personas sentadas en la mesa del almuerzo, habló de las huelgas de transporte en Francia, antes de meterse (hablando sin parar) en un vaivén entre Camus y su proyecto de unión de los países del mar Mediterráneo. «No hay filtro entre su pensamiento y sus palabras, no cuida lo que dice y arriesga mucho», me afirmó la misma fuente, lo que explica la voluntad de destacar a Camus. El novelista, que se apartó en su época de los líderes de la comunidad intelectual (Sartre y la revista Les Temps modernes) y de los partidos de la izquierda, no se preocupó por su posición aislada, buscando decir su verdad.

Participaban en el almuerzo: Catherine Camus, hija del novelista, Daniel Rondeau y Olivier Todd, (autores de libros sobre Camus) Jean-Noël Pancrazi, Yasmine Ghata, Richard Millet, Jean Daniel, Amine Maalouf, Colette Fellous y Yasmina Khadra. Basta leer la lista para entender que los tiempos van cambiando. Jean Daniel es el alma del Nouvel Observateur, pero el resto del grupo no se inscribe de manera suave en la galaxia mediática de los intelectuales.

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16 de noviembre de 2007
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