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Gorilas en la niebla

Por 19 de noviembre de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Una vez disipada la primera sorpresa, si uno prestaba atención era evidente que el disparo le había alcanzado una zona vital. Es cierto que el tiro había salido sin ton ni son, como si al dueño de la escopeta se le hubiera movido el dedo por distracción o por tedio. Un tiro sin apuntar, al buen tuntún, sin la menor intención de dar en algún lugar doloroso. No obstante, para cualquier observador era evidente que le había acertado en un órgano indispensable para su supervivencia.

El pobre animal disimuló el impacto, no quiso dar pruebas de haber sido tocado de muerte. Su jerarquía en la tribu dependía justamente de que le creyeran invulnerable. Nadie habría podido imaginar, sin embargo, que todo su poderío radicaba en un órgano tan delicado. Pero así era. De pronto su jauría y el mundo entero comprendió que su talón de Aquiles era la laringe. Y el disparo, aunque sin premeditación, le había alcanzado precisamente en el lugar exacto del que dependía su poder.

Al principio se contoneó perplejo, como si no creyera lo que había sucedido. En los días siguientes tuvo la reacción habitual de los animales heridos de muerte. Se le oía aullar de dolor y desesperación por toda la selva. Y cuanto más chillaba, más evidente se hacía a los ojos de su jauría que estaba tocado de muerte y que había que ir preparando la sucesión. No porque ya hubiera muerto, ni siquiera porque fuera a morir de inmediato. Este tipo de heridas, llamadas "narcisistas", trabajan lentamente acumulando veneno en torno al tejido dañado hasta hacer insoportable la existencia de quienes conviven con el agonizante. El proceso puede durar años.

Pero es un proceso fatal, imposible de detener, porque lo malo de la herida no es su gravedad sino que una vez ha señalado el lugar más vulnerable de este gran simio, puede repetirse una y otra vez el disparo. La vida del cabecilla se convierte en un infierno porque sabe que en cualquier momento, desde cualquier lugar, hasta un niño puede ahora apuntar y darle. Y que resuene en toda la selva el estruendo mortal: ¡¡¡POR QUÉ NO TE CALLAS!!!

Por qué no te callas

Artículo publicado en: El Periódico, 17 de noviembre de 2007.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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