Javier Rioyo
El fin de semana estuve con Claude Lelouch, seguramente el cineasta francés más famoso durante las décadas de los 60 y 70. Y el que menos me interesa ahora y entonces. Sigue rodando y estrenando cada año, no nos llega su cine. En realidad ya no llega el cine de casi ningún europeo. Cuando lo hace es en pocas pantallas, pocas ciudades, poca publicidad y poco tiempo. El cine europeo hay que verlo en festivales o comprarlo en dvd en algún viaje.
Lelouch era contemporáneo de los cineastas más renovadores del cine francés, de aquellos que llamamos "la nouvelle vague". Contemporáneo no quiere decir compañero de viajes cinematográficos. No lo fue ni el fondo, ni en la forma. Nada, o muy poco, que ver su cine con el de Godart, Truffaut, Romher, Rivette, Resnais, Chabrol, Melvilla, Rouch y todos los demás. No, Claude Lelouch, a diferencia de los otros no estaba por casi ninguna ruptura, por ninguna revolución estética, ni ética. Aunque comenzó imitando movimientos de cámara de Raoul Cutart, el emblemático fotógrafo de la "nueva ola", muy pronto retornó a maneras más clásicas y no poco eficaces.
Buen cámara, como demostró en su película más conocida, "Un hombre y una mujer", pero como director y guionista con una propensión al sentimentalismo. Un cine popular que se llenó de trucos formales, de una manipulación de los sentimientos que le hicieron conquistar públicos mayoritarios. Conoció el éxito en festivales, premios y hasta dos Oscar. Y sin embargo la crítica nunca le quiso. Su cine hacía grandes taquillas, emocionaba a muchos, se exportaba al mundo, tuvo grandes repartos fijó el mito de algunas estrellas tan hermosas como Anouk Aimé, trabajó con los mejores actores… y sin embargo no gustaba a la crítica. Ni gustaba a la mayoría de sus compañeros. Ni a los cinéfilos.
Muy pronto Lelouch nos pareció tramposo, no porque siguiéramos la senda de los críticos de la época, sino porque también en el cine -como en la literatura, la pintura, la música- muchas veces el éxito camina por un lado y la verdad poética, la emoción que resiste el tiempo, el verdadero arte va por otro lado.
No estuve cómodo en compañía de Lelouch, no porque no fuera afable, sino porque me sentí mentiroso, falso por decirle cosas que no pensaba de su cine, por disimular que ninguna de sus películas me parece que sean capaces de resistir el tiempo. Lo suyo eran inteligentes manipulaciones, cuando más, buen espectáculo de masas. Lo otro, lo de alguno de sus "compañeros" fue una ventana que se abrió a un cine con más riesgo, más verdad, más compromiso y menos espectadores. No importa, no tenemos prisa. El éxito para el que se lo trabaja.
Ah, otro día, si quieren, hablamos de los críticos de cine.