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Muerte a la maldición

El miedo al cambio climático ha generado una vasta religión del terror. O bien, el terrorismo bajo cualquier forma, se alza ahora como el rey de la cultura sin ideal.

Frente al Dios de la bondad y las Navidades benéficas, el Jehová del cambio climático manda apagar las luces que engalanan la ciudad. Ahora todo parece un pecado de despilfarro, toda emanación de humos o gases, toda secreción de humores y jugos, cualquier sustancia que se derrame en el mundo es causa de maldición. ¿Una nueva represión sexual, terrenal, global?

La campaña contra el derroche de la luminaria navideña en estos días comporta una orden contra el gasto y, como derivación, un dictamen radical dirigido a ahorrar y ahorrar.

Cincuenta años de liberación de las costumbres y de lucha contra el orden represor se invierten bajo el reino ecológico que retrotrae a los tiempos en que el bien se hallaba en la contención o el ayuno y el mal en la degustación.

Contra la cultura del consumo que puso gradualmente al frente el principio del placer, emerge la rígida cultura del cuidado por el planeta que hace retroceder a las privaciones del principio de realidad.

No se tenían suficientes preocupaciones personales y familiares y sobreviene esta mitificada fragilidad del mundo como si corriera a nuestro cargo un gigantesco y enfermizo bebé. Este bebé, como otros muchos conocidos, se comporta como fuente inagotable de exigencias y deberes. Nos condiciona o marca las conductas, nos ata a sus caprichos, nos conforma la vida entera y decide, más allá de nuestros derechos, sobre lo que se debe hacer. Este odioso bebé, ahora navideño, es la oposición al niño Jesús del pesebre que en vez de reclamarnos sin tregua se ofrecía con promesas de paz y felicidad. Este otro eco-bebé, por el contrario, encarna la posible desventura y la amenaza constante, la autoridad aciaga que se inmiscuye en nuestra merecida negligencia y que condena incluso las luces simbólicas que se encienden en los pueblos y ciudades con la ilusión de un mundo  mejor. Muerte al principio de  muerte y a su tabarra beata. Muerte a la maldición.

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28 de noviembre de 2007
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De policía a convicto

No quiero dejar de manifestar mi satisfacción por la detención de Luis Abelardo Patti, ex subcomisario de funesto desempeño durante la dictadura, a quien se acusa por secuestros, desapariciones y asesinatos entre 1976 y 1977. La impunidad de que gozaba hasta ahora le permitió sumarse al juego democrático, siendo electo intendente de Escobar y después legislador. Una acción oportuna en el Congreso impidió en su momento que asumiese su cargo. No obstante, hasta el día de su arresto efectivo siguió reclamando inmunidad que consideraba debida a ‘sus fueros', presuntamente derivados del cargo electo que nunca pudo asumir. Espero que los políticos presentes y futuros se hayan curado de espanto. Cuando no está fundada en la Justicia, la democracia corre serio riesgo de dispararse en sus propios pies.  

Los abogados de las familias Goncalves y Muniz Barreto, dos de las damnificadas por el accionar de Patti, solicitaron al juzgado que entiende en la causa que reclame al Canal 13 unos tapes en los que el acusado habría dicho: "He cometido tres o cuatro homicidios", y después: "A mí me podrán acusar de torturar, pero nunca de corrupción". A confesión de partes... 

/upload/fotos/blogs_entradas/juliolopez_med.jpgMe parece bien además que lo hayan encerrado en una cárcel común, en este caso el penal de Marcos Paz. Pero no puedo evitar sentir inquietud ante la tenebrosa compañía que allí le espera. En Marcos Paz están detenidos otros condenados por crímenes durante la dictadura, entre ellos el ex comisario Etchecolatz. En otro contexto hasta me causaría gracia que estos jerarcas de probada vocación nazi se viesen condenados a rememorar viejas glorias en una cárcel para delincuentes comunes. Pero hechos como la desaparición de Jorge Julio López en plena democracia me llevan a desconfiar de la sabiduría de reunir conspiradores bajo un mismo techo. Podrán parecer gente acabada, pero el hecho de que López siga desaparecido prueba que todavía están en condiciones de infligir daño.

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28 de noviembre de 2007
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El lenguaje del insomnio. Mapa de preguntas VIII

Delfín Agudelo: Quien se interesa en el arte camina acompañado de alguien más, haciéndose las preguntas que ya se han hecho, pero no por esto contestado. El arte es el consuelo de que no estamos solos, de que no somos los únicos en sentir esto o aquello: consuelo o maldición, es un preguntarse acompañado.

Rafael Argullol: Exacto. Por ejemplo la historia de la poesía o de la literatura sería un mapa de las preguntas. Y pienso que ésta es la gran diferencia entre las aspiraciones de la ciencia y del arte. La ciencia aspira a contestar las preguntas; y aquellas preguntas a las que no aspira a contestar, procura no hacérselas. A mí me gusta mucho seguir la información científica, sin ser un científico, pero me frustra el límite de esas preguntas. Nosotros los no-científicos siempre desearíamos que el científico se preguntara aquellas cosas que la ciencia dice que no tiene que preguntarse. Por ejemplo, el por qué del Big Bang, cuál fue la causa, qué hubo antes -si es que hubo un antes-; entonces ellos te dicen que eso no hay que preguntárselo, porque no podemos contestarlo. O te dicen cosas que ahora están mucho más de moda, como por ejemplo el otro día leí una información que apuntaba que nuestras actividades y conductas sexuales no son para nada libres sino que están determinadas por los genes, por el hipotálamo, etc., esas cosas que a los neurobiólogos les gusta tanto contar. Todo estaba muy bien,  prácticamente se llegaba a un determinismo absoluto: el hipotálamo en un momento determinado enviaba dos mil neuronas que iban al ataque a partir de la pubertad. Y mira que todo eso se concretaría en el deseo, todo estaba muy bien. Pero desearíamos preguntarle al científico por qué esas neuronas las lanzamos al ataque con esa  mujer y no con esa otra, y por qué en ese momento y no en este otro.

La ciencia, que goza de tanto prestigio en nuestra época, tiene siempre algo muy frustrante y es que se auto-reprime determinadas preguntas que el arte no se ha auto-reprimido, porque el arte ha partido de que lo suyo no son las respuestas. No hay que refrenarse en las preguntas. Cuando yo estoy en el umbral del laberinto, y voy a decir: "Entro en el laberinto", no tengo por qué refrenarme en las preguntas. Yo las haré todas. Y si me encuentro al Minotauro en el corazón del laberinto, voy a preguntarle por su condición. En cambio el científico seguramente te dirá "Nunca llegarás al centro o corazón del laberinto, entonces no hace falta preguntarte por el centro o corazón del laberinto." Pero la obligación del artista es preguntarse por el centro. No obstante, preguntárselo no quiere decir ni que llegue ni que tenga una respuesta  sobre la naturaleza del corazón del laberinto.

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27 de noviembre de 2007
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Las 24 horas de la FIL

Hace diecinueve horas que abrí los ojos, a regañadientes porque llevaba apenas cuatro de dormir y ya cruzaba el túnel negro que separa a la fiesta de la resaca. ¿O será que las une? Había que empezar temprano con la promoción: cita a las ocho treinta en una estación de radio. Dormito en el trayecto, en la sala de espera y ante el micrófono, al tiempo el corresponsal termina con alguna noticia previa. Luego, al salir, me enteraré que uno de los hombres de la estación le ha dicho a Miriam, que es la santa que me acompaña en estos menesteres, que el entrevistado se estaba durmiendo. "No", ha respondido ella, querúbica, "lo que pasa es que está pensando". De regreso, la risa me mantiene despierto. Me pregunto qué habría dicho Miriam si hubiera comenzado a roncar. "Es que así ruge él antes de las entrevistas."

La FIL de Guadalajara es el mejor ejemplo de que el placer y el trabajo son no únicamente compatibles, sino complementarios y hasta cómplices. Luego de un desayuno con poderes balsámicos, hay que correr de vuelta hacia la promoción, pero ya a esas alturas se ha juntado una buena reserva de adrenalina, bajo cuyos auspicios termino de una vez de cambiar fase y gozo ya de una exquisita euforia que en adelante sólo sabrá crecer. Una comida en Tlaquepaque, por ahí de las dos y media, contribuirá a la excitación nerviosa con antojitos, cerveza y ríos de tequila. Una comida estrictamente mexicana; es decir, de cuatro horas de duración. Esta vez entre cantos, gritos y mariachis.

El resto de la tarde y el principio de la noche se van entre presentaciones de libros y cocteles. De repente consigo escapar al cuarto y duermo diez minutos terapéuticos. Pienso: ¿y el blog? No hay tiempo, todavía. Cada año, el lunes se reserva para ir a bailar salsa en el Veracruz, donde el tequila sigue corriendo sin diques. Pero estoy en mis cinco. He evitado el exceso con el mismo rigor que me abrazo a la consistencia. Al volver al hotel, pasadas ya las tres de la mañana (las diez en Madrid, se me está haciendo tarde), advierto que no tengo ni sueño, y menos lo tendré cuando remate el post, lo suba y me recueste a escuchar música, tal vez no exactamente para deleite de mis vecinos.

Hace un año, las noches eran aún más extensas. Había abierto un club en mi habitación, a diario frecuentado por Santiago Roncagliolo e  Imma Turbau. De pronto casi nos amanecía entre música y risotadas. Cada noche, también, nos sorprendía el aguante del matrimonio Saramago, que intentaba dormir en el cuarto de enfrente, sin siquiera un amago de queja. Cosas que sólo pasan en la FIL, por eso no se debe dormir mucho. Quiere uno estar despierto veinticuatro horas, a sabiendas de que durante todas ellas hay cantidad de cosas por hacer. Con suerte, este año conseguiremos desvelar a Rubem Fonseca (tampoco logro imaginármelo llamando a la administración para quejarse).

Hace dos años, la concurrencia era más tupida y los donativos increíblemente generosos. No puedo hacer aquí una lista de la cantidad de donativos en especie que llegaron en manos de los visitantes, pero verdad es que imperó la abundancia. "Haz algo, por favor, que no quiero irme nunca de este lugar", me suplicaba Ronca el último día, con el físico destrozado pero el espíritu ejemplarmente en pie. Odia uno tener que largarse de aquí, no faltan ganas de secuestrar el Hilton a punta de pistola por tres semanas más, derogando cansancios y desafiando momios. ¿Aló, urgencias? Necesitamos ciento quince ambulancias y veinte equipos de terapia intensiva.

Adoro los efectos de la adrenalina. De pronto hace pensar que es uno inmortal. Me enferma, en cambio, el regreso a la vida citadina, cuyos primeros días pasaré tendido, no sé si descansando o aceptando la pérdida. Pero hoy empieza el martes, me quedan aún tres días de intensidad irreductible, donde cada ficción se hace realidad por pura voluntad mayoritaria. Por otra parte, son ya las cuatro y media. Y nada, que me faltan las ganas de dormir. Tiempo de sumergirse en un disco de Wim Mertens y esperar tres o cuatro horas de sueño. Ya lo dice el refrán: a descansar, los muertos.

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27 de noviembre de 2007
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El arte, el amor y el accidente

"El arte se parece al accidente", dice Ovidio, como de pasada en Arte de amar. Puede también enunciarse esta sentencia al revés: toda obra de arte que dejara a la vista la manipulación del autor fracasaría en su efecto persuasivo. /upload/fotos/blogs_entradas/el_arte_de_amar_med.jpgLa expresa presencia del artista perjudica al arte y no hay muestra más rotunda del éxito de una creación que el propio asombro del autor ante el triunfante resultado de su trabajo. ¿Resultado azaroso, mágico, accidental? La imposibilidad de una exacta respuesta coincide con el núcleo secreto de la obra y el secreto de la obra coincide con su verdad inalcanzable. Todo lo que es pronunciado abiertamente y hace ver su proceso disminuye su vigor real. La voz tronante de Dios llega como un anónimo fenómeno de la Naturaleza, una explosión sin comprensión, una orden sin razonamiento. El arte se identifica con la sinrazón del accidente a través de este misterio. No es difícil analizar las causas del arte pero rebasa por completo nuestra capacidad la explicación de su efecto concreto. De este modo el arte sortea los recursos de la razón y responde a un sistema autónomo que, sin poder llamarse irracional, vive en un espacio paralelo a la lógica. Como el amor, su comprensión se hunde en lo incomprensible. Y, al igual que el amor, guarda y recrea su especial misterio como la materia prima de su mejor oferta.

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27 de noviembre de 2007
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III. Aleluya

El parque de atracciones de Cristolandia, ubicado en tierras del estado de Israel, estará diseñado de manera que se pueda satisfacer a los visitantes de cualquier denominación cristiana, desde católicos catecúmenos a cristianos renacidos, sin olvidar a los fieles de la iglesia griega, o a  sus primos los coptos. La visión, sin embargo, será en todo sentido de la más pura ortodoxia, sin lugar a ninguna clase de interpretación libre de las escrituras. Alguna mano les echará Mel Gibson, que ya tiene experiencia con multiplicar los flagelos a Jesucristo y desollarlo vivo, si nos acordamos de su película La Pasión.

Por lo demás, el parque deberá contar con hoteles de cinco estrellas, y otros menos costosos para el turismo masivo, así como con restaurantes, cines, librerías y tiendas de suvenires -imaginen ustedes la variedad-,  autobuses refrigerados con un bar a mano para transportar a los peregrinos y otras muchas amenidades. Un escenario bastante distante de aquel Belén donde Jesús nació en un pesebre tras errar José y María sin que quisiera nadie darles posada, sería que no tenían a mano una tarjeta de crédito platino.

Aquí tenemos, pues, a una empresa de portentosa envergadura, que pretende expandir la luz del cristianismo. Aleluya.

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27 de noviembre de 2007
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«El ardiente deseo de toda mente pensante»

No hay manera de plantear la cuestión del contenido de la filosofía sin referirse a Aristóteles. Y también constituye este autor el referente principal cuando se trata de apuntar a las causas de que se dé en el ser humano la disposición filosófica. Mas antes de transcribir el texto fundamental de Aristóteles respecto al segundo punto, permítaseme evocar archirepetidos tópicos de la historia de la ciencia y glosar un comentario a los mismos de uno de los más importantes físicos del siglo XX:

Pese a la evidencia empírica que suponía la circunvalación de la tierra por navegantes de diferentes países, fue difícil superar argumentos en contra de la esfericidad que parecían del todo razonables. Así la objeción de que, al alejarse de nuestro horizonte, abandonaríamos progresivamente la posición que nos mantiene sobre la superficie de la tierra y al llegar a la antípoda pura y simplemente caeríamos en el vacío. Argumento vinculado a éste es que dejaría de haber un "arriba" y un "abajo" propiamente dichos, pues, de mantenerse alguien en el otro extremo, para él nuestra actual posición sería "abajo".

Había además la confianza en la intuición inmediata, que de ninguna manera abogaba por la esfericidad (aunque repleta de accidentales curvaturas como las colinas, la superficie de la tierra se nos antoja de entrada plana). Y desde luego la intuición tampoco abogaba por la tesis de que el sol era un enorme astro incandescente en torno al cual otros astros (la tierra entre ellos) girarían. El segundo ejemplo es tanto más interesante cuanto que no se daba  siquiera el análogo empírico de lo que la circunvalación marítima supuso para el primero y que forzó al silencio tantas voces conservadoras.

/upload/fotos/blogs_entradas/bornmax_med.jpgSi a ello añadimos que las doctrinas religiosas imperantes (pero también muchas de las que ya no lo eran) daban en general apoyo a las convicciones forjadas en la intuición ¿qué hizo que las nuevas hipótesis astronómicas fueran abriéndose camino? Pues simplemente que, por contrarias que fueran a la intuición y a la fe, poseían gran fuerza explicativa. Ahora bien: lograr aclarar, explicar, fundar en razón el entorno terrestre o celeste, y a poder ser en su totalidad, constituye en palabras de Max Born "el ardiente deseo de toda mente pensante", deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar "sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia".

Si casi cada palabra es importante en estas afirmaciones del Nobel de Física e interlocutor mayor de Einstein, conviene enfatizar el hecho de que el apetito de transparencia es propio de todas las mentes pensantes, no meramente de una élite social, religiosa o intelectual. Y estamos con ello en situación de leer o releer el evocado texto de Aristóteles (que presentaré en traducción tan "libre" estilísticamente como  rigurosamente fiel al contenido).

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27 de noviembre de 2007
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Las chicas son guerreras

Acaba de aparecer un libro en la colección dedicada a los premios Victoria Kent (Málaga, Atenea) con un  título y un contenido muy sugerentes: ¿Un escenario de mujeres invisibles? El caso de las Marías Guerreras. En él se nos da cuenta de las presencia de las creadoras españolas en el teatro español contemporáneo, de la imagen que proyectan sus propuestas, de cómo reflejan los medios de comunicación sus espectáculos y de otras muchas cosas más.

Su autora es Itziar Pascual, una de las autoras españolas actuales más reconocida y que con otras dramaturgas constituyó la "Asociación de Mujeres de Artes Escénicas Marías Guerreras". Su primer espectáculo, Las tocas, alcanzó gran repercusión  y sirvió, entre otras cosas, para que se revisaran las representaciones de los personajes femeninos en el teatro, como Salomé, Medea, Ifigenia e incluso la Virgen María.

Hay que tener en cuenta que las mujeres tenían hasta hace poco escasas posibilidades de subir a las tablas a no ser que fueran actrices. De hecho, parece que en el propio teatro María Guerrero se han estrenado pocas o ninguna obra de mujer, hasta el punto de que dramaturgas como Paloma Pedrero han tenido que montar sus propias compañías.

Por fortuna, el panorama parece ir cambiando lentamente y estos días hemos podido ver a Angélica Liddel representar en el Teatro Valle-Inclán de Madrid Perro muerto en tintorería: Los fuertes, en la que según el Director del Centro Dramático Nacional, Gerardo Vera, la autora propone "una mirada inteligente, arriesgada, salvaje, verdadera, profunda y necesaria". Pero no se acaba aquí la cosa, para los aficionados (que cada vez son más), que casualmente estén leyendo estas líneas, les diré que la cartelera de este otoño nos trae otros espectáculos sobre mujeres, como Presas de Ignacio del Moral y Verónica Fernández. La obra ya fue representada en la Resad y en la Sala Alternativa Triángulo, pero ahora el Centro Dramático Nacional la ha presentado con carácter de estreno el 22 de noviembre.  El tema -aunque no la época-  es el mismo de Dile a mi hija que me fui de viaje, que protagonizan en estos días María José Goyanes y Marta Belaustegui en el Teatro Galileo. Se trata de la traducción francesa del mismo título de Denis Chalem, ganadora del prestigioso premio Molière de Teatro en el 2005.

Siguiendo la sensata recomendación de Itziar Pascual, seguiremos las huellas de estas chicas guerreras con verdadero gusto.

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27 de noviembre de 2007
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Miedo a escribir

Estoy leyendo al muy querido periférico llamado Fogwill -gracias, Julián Rodríguez- que acaba de publicar entre nosotros Help a él. Una vez más me seduce y me atrapa la obra de este raro que nos hizo conocer Vila-Matas.

Y he recordado aquella cita de Fotwill que recoge el Bartleby de Vila-Matas: "Escribo para no ser escrito. Viví escrito muchos años, representaba un relato." La cita, que es más larga e interesante, volvió a mi memoria al conocer la noticia de la muerte de un hombre que pudo haber escrito mucho, que así lo reclamamos quiénes lo conocimos, que era un libro por escribir y que terminó casi sin escribir, Emilio Sanz de Soto. Recuerda Molina Foix, que Emilio fue "un genio oral". Otro de los subyugadores de la palabra, de la memoria que se muere este mes de tantas muertes. Noviembre sí es el mes más cruel.

Murió Emilio en silencio, como un buen Bartleby. Murió el tangerino más singular, simbólico y metafórico de esa ciudad abierta y sin sacristías. Un español razonable, moderno, cosmopolita, curioso que no quiso escribir su vida. Ni la vida de los demás -de los muchos interesantes que conoció en vida-de los que pudo haber contado tantas cosas. Todo, casi todo, lo que vio y vivió prefirió callarlo. No ocultarlo. Lo contaba en su casa llena de libros, fotos, fetiches y recuerdos pero no quería escribirlo. Preferiría no hacerlo. Y no lo hizo.

Conseguí que hablara ante cámaras. Que hablara de él. De su vida en aquella ciudad mítica que fue Tánger. De sus relaciones con Truman Capote, con los Bowles, Gore Vidal o Tennesse Williams. De su amistad con Ángel Vázquez, Buñuel, Cecil Beaton, Ángel González, Pepe Hernández o Carmen Laforet. Conseguí que con su amigo, su cómplice, el nervioso y vital decorador, Pepe Carleton, evocaran momentos de una vida que ya no podía volver. De unas voces y unos ámbitos que pertenecieron a lo mejor de un mundo que tuvo mucho de juerga culta, de fiesta civilizada, de desmadres elegantes, de osadías privadas.

Excéntricos y cultos, algunos hicieron muchas cosas, otros, como Emilio Sanz de Soto, prefirió no hacer demasiado. Vivir, recordar, contar y callar. Ser parte  un relato que no escribirá él. Ser una novela que no le importó que escribieran los otros. ¿Quién escribirá la vida de estos españoles, de estos dos modernos que fueron la mejor contribución patriótica a una vida sin patria en una ciudad abierta y puñeteramente divertida? Pepe Carretón está vivo. Y nunca escribirá de aquellos días, de aquellas noches. Emilio acaba de morir. Uno de los personajes que merecerían estar en la compañía de Bartleby.

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27 de noviembre de 2007
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Muerte en Sicilia

En algún sentido El gatopardo de Luchino Visconti no es una película, sino dos. Y no lo digo a modo de burla respecto de su duración, sino en atención a la forma en que el relato se quiebra en los 45 minutos finales -convirtiéndose en otra cosa por completo. 

Durante dos horas El gatopardo sigue las peripecias de la novela original de Lampedusa. A través del prisma del príncipe Fabrizio Corbera (Burt Lancaster), asistimos a la conquista del Reino de las Dos Sicilias a manos de Garibaldi, que completa de esta manera la unificación de Italia. El príncipe comprende que una era está llegando a su fin pero a pesar de ello se mueve con decisión. Apoya a su sobrino Tancredi (Alain Delon) cuando toma la decisión de meterse en el ejército garibaldino. (En el film es Tancredi quien primero pronuncia la frase célebre: "Hay que cambiar algo para que nadie cambie" de la que después su tío se hará eco.) Después alienta el casamiento de Tancredi con Angelica (Claudia Cardinale), plebeya pero heredera de una fortuna. Y por último recomienda a Calogero Sedara (Paolo Stoppa), el padre de Angelica -un burgués tan rico como corrupto, que no dudó en fraguar las elecciones de su pueblo- para un puesto en el flamante Senado de Italia. El príncipe se ha movido como un ajedrecista, la permanencia de su familia en una posición de privilegio está asegurada.

Entonces, coincidiendo con el baile que funciona como presentación de Angelica en sociedad, algo cambia. En medio de valses y mazurcas el príncipe siente la inminencia de la muerte. La narración de la noche del baile dura esos 45 minutos finales de los que hablo. Son 45 minutos en los que el príncipe empieza a percibirse cada vez más lejos de todos y de todo. Algunas de las cosas de las que se despide le producen asco, como las niñas malcriadas o el coronel que se jacta de haber humillado a su viejo líder, el mismísimo Garibaldi. Pero otras lo sumen en una nostalgia elegíaca, como la juventud de Angelica y su último vals, o la contemplación de un cuadro que pinta una agonía. Delante del cuadro, el príncipe comenta que le parece demasiado estilizado: la muerte es un asunto más engorroso, más sucio. Sus palabras vaticinan el fin de Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia, tumbado en una silla mientras la tintura negra de su pelo chorrea por su rostro.  

En este sentido, el final de El gatopardo anticipa Muerte en Venecia, que Visconti filmaría ocho años después. Ambos relatos funcionan como réquiem, un largo adiós a un mundo que se extingue -y a la vida misma.

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27 de noviembre de 2007
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