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Pañuelo turco

Nunca es bueno el exceso de prohibición. Que las mujeres que lo deseen no puedan llevar el pañuelo islámico en las universidades turcas (y en otros ámbitos de política pública) es un recorte en las libertades. Turquía es el único país en Europa (fue otrora el enfermo de Europa y es miembro del Consejo de Europa) que tiene tal prohibición. No es que sea contraria a la ley europea. El Tribunal de Estrasburgo falló en contra de una diputada turca a la que no dejaban llevar el pañuelo en el Parlamento. No es comparable a la prohibición francesa que impide llevar signos religiosos ostentosos (entre ellos el pañuelo) únicamente en las escuelas públicas, es decir, a los menores (en este caso chicas) presionadas por sus familias; no en la universidad.

El Gobierno de Erdogan y su AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo, de raíces islámicas, pero a la vez el más modernizador en términos económicos y al más pro-europeo), con el apoyo del derechista Partido del Movimiento Nacionalista,  quiere superar esta limitación, cambiando la Constitución (que dictaron los militares en 1980), y por medio de una ley especial, que en cualquier caso habrá de elaborarse que permitirá el pañuelo tradicional, basörtüsü, pero nada que tapara la cara o el pelo completamente, o la barbilla, o hasta los pies. Según la nueva ley se permitirá el acceso a la universidad a mujeres "cuyo rostro sea visible y cuyo velo esté atado bajo la barbilla", si lo lleva". Pero la oposición laica se opone ante el temor de que este primer paso lleva a la generalización del türban que cubre el pelo y tapa la barbilla. Y el Tribunal Constitucional podría parar estos avances.

Una hija de Erdogan estudia de hecho fuera de Turquía debido a la actual prohibición, que lleva a numerosas mujeres a acudir a estos ámbitos de enseñanza con el pañuelo a su vez tapado por una peluca. Los rectores actuales se oponen. Pero es una ola difícil de parar en una sociedad islámica, y a cuyo electorado el AKP debe mucho. El Ejército no parece ya siquiera tener la fuerza para imponer el laicismo kemalista a ultranza que en un tiempo fue sinónimo de modernización. Lo más probable es que Erdogan se salga con la suya. Y las universidades se llenen de pañuelos en unos meses, como se han llenado las calles de tantas ciudades turcas, donde se ven a muchas parejas besándose, ella cubierta con el pañuelo. Éste se ha convertido no ya en una imposición sobre la mujer, sino en un signo de identidad en Turquía y en muchas otras sociedades. Tras el 11-S muchas estudiantes de la Universidad de Harvard se lo pusieron para reivindicar su identidad y desde ella marcar distancias con Al Qaeda.

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6 de febrero de 2008
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Les anglais

Cada país tiene su pesadilla. En el caso de los franceses, que tantas guerras tuvieron con los alemanes, es un error creer que su obsesión es mirar hacia el este con hostilidad. Los alemanes son los enemigos de siempre, pero el blanco del odio sigue siendo "les anglais" (los ingleses) detrás de la Mancha. Ya se sabe que un preservativo en Francia se dice capote anglaise y en Inglaterra french letter. Inglaterra y Francia no son países vecinos sino vecinos apartados por la Historia, los perjuicios y una relación continua e incómoda. Con el precio relativamente bajo de la vivienda en Francia, los ingleses empezaron a comprar casas hace ya más de 20 años y tenemos que aguantar las consecuencias literarias: unos libros de "testimonios" denunciados hoy en un blog del sitio del diario inglés The Guardian. Todo lo que se dice, incluyendo la acumulación de títulos extraños: C'est la folie, La vie en rose, An englishman in la campagne, es cierto. Sí, existen estos libros.

/upload/fotos/blogs_entradas/a_year_in_provence_med.jpgLa verdad es que se trata de una literatura clasista (adjetivo que hace una clara referencia a la lucha de clases): memorias de propietarios hablando de la vida de los indígenas alrededor de su finca. Ni un etnólogo se atrevería a escribir como lo hizo Peter Mayle en A year in Provence (en castellano está e ediciones Omega, en Madrid). Fue el principio de un caudal de estereotipos de mal gusto alimentando libros vergonzantes. Hasta uno que se llamaba A year in the merde (prefiero prescindir de la traducción) y otro que ofrecía nada menos que 50 razones para odiar a los franceses.

Hay un problema, claro, entre los franceses y los ingleses. Fue el tema de una pregunta en el sitio de Yahoo pero no veo un alimento literario. Me parece más bien que es mejor limitarse a leer Anglomanía (Anagrama), un excelente libro del holandés Ian Buruma sobre la fascinación de Europa con Inglaterra. Explica una cosa sencilla: todo empezó con Voltaire. El filósofo francés fue un anglófilo y desde entonces, a pesar de lo que dicen los estereotipos, se mantiene en Francia el interés por el corte inglés. Detrás del odio hay una mutua fascinación de uno por el otro.

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5 de febrero de 2008
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Conocimiento animal y conocimiento humano

El hombre es un animal y, además, un animal de los llamados superiores. Por consiguiente, su primera relación con el mundo ha de ser análoga a la de otros animales muy cercanos a él en el registro filogenético. Antes de hablar, el niño tiene un reconocimiento del entorno que puede ser muy parecido al que tenga un gato o un perro.

De hecho, la fascinación de los niños por los animales quizás provenga de que experimentan un cierto sentimiento de fusión, una coincidencia a la hora de abordar lo interesante o lo inquietante en el mundo que rodea. El problema reside en que el niño evoluciona, y al introducirse en el lenguaje, deja atrás esa relación natural que le marcaba como al animal.

Los etólogos del comportamiento humano se han preguntado mil veces en qué se traduce exactamente la inserción del niño en el registro simbólico: qué era antes y qué es después. Obviamente, los etólogos del comportamiento animal no tienen este problema, pues simplemente no hay ruptura. Pero aun en ausencia de esa ruptura que supone la mediación del entorno a través de los símbolos, el animal distingue y se relaciona con las cosas en función de esta distinción. Para designar la modalidad de conocer que supone esta distinción elemental, no hay palabra clara.

Los términos que usamos para referirnos al conocimiento humano no son muy de fiar tratándose de los animales, puesto que casi todos remiten, directa o indirectamente, a cosas como conciencia, intencionalidad, etc, que es muy difícil atribuir a un animal (incluso, cuando se hace tal cosa es posible pensar que se está haciendo una proyección antropológica). Pues bien, confrontado ya a este problema, Aristóteles se refería a los animales como sujetos de experiencia. El asunto es que nosotros también somos sujetos de experiencia. Y no hay mucha seguridad de que la experiencia nuestra sea la experiencia que tiene un animal. Entre otras razones, porque nuestra experiencia nunca está totalmente aislada respecto a cosas que dependen del concepto y del uso del lenguaje (los cuales, asumo por mi parte, no son atribuibles a un animal). Nuestra experiencia, por así decirlo, nunca es pura, mientras que la del animal sí lo es. Aristóteles presentaba la experiencia como ese límite de la determinación en la cual lo único que sabemos es relativo a individuos. La próxima reflexión se centrará en este punto.

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5 de febrero de 2008
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Rituales

Rafael Argullol: Pero a pesar de todo, Zweig realiza una especie de testamento diciendo que él había crecido y vivido en un mundo que había desaparecido, y cree que no puede seguir viviendo en éste que ya no es el suyo.
Delfín Agudelo: Me llama la atención pensar en el escritor que es consciente de estar escribiendo su última carta. No dejarán de interesar nunca los motivos de muerte prematura de un escritor: desde aquél que puede escribir su última obra hasta aquél en que muere en un accidente. Pienso en el caso de Camus en ese coche. Hay cierta indignación con el destino por no haber dado esa oportunidad...
R.A.: Hay casos completamente distintos. En el caso primero del escritor que no solamente lega un testamento artístico porque se va a suicidar sino que crea una auténtica ritualidad y escenografía alrededor de este acto, está el caso muy notable de Heinrich von Kleist. No solamente se suicidó, sino que se fue a un balneario, acompañado de una mujer que no era su amante sino una amiga, una cómplice de suicidio que era enferma terminal. Estuvieron una semana en el balneario, todos los huéspedes comentaron luego que parecían la pareja más feliz que habían visto, que siempre reían y jugaban. Al cabo de una semana, se suicidaron. Ella, enferma terminal; él, por la voluntad del suicidio. En ese sentido, nos encontramos con un suicido de extraña ritualidad, porque no es de 24 horas, es de muchos días en el cual, además, manifiesta una extraña y misteriosa alegría que jamás seremos capaces de desvelar. Pero el caso de Kleist culminó toda una trayectoria literaria y poética.
El otro caso, el de la muerte por accidente, es completamente distinto: muerte por accidente lo es todo, hasta cuando tienes noventa años y muerAlbert Camuses es un accidente, porque no la has buscado y ella viene a ti: el accidente cardiovascular que te liquida. La muerte por accidente en plena madurez o edad adulta, como es el caso de Camus, tiene algo de jugarreta del destino que en su caso en particular había una extraña aceleración en su vida última, ya que jamás dio por descontado la inminencia de la muerte, pero parecía que se estaba preparando para ella. Su propia relación con la velocidad... Murió, pero no murió de manera completamente casual; él tenía una faceta relativamente desconocida, y era que le gustaba mucho la velocidad. Sus amigos decían que cada vez la practicaba de manera más temeraria. En ese sentido, el último Camus era alguien que si no buscaba la muerte directamente, sí jugaba ya muy temerariamente con la vida. Pero podemos llamar a sus últimos textos "Últimos testamentos" en el sentido estricto del término. Lo son, porque se ha visto truncada su vida, pero no claramente porque haya una voluntad de que los sea, como es el caso bastante espectacular de Zweig o de von Kleist.
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5 de febrero de 2008
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Galletas de lodo

/upload/fotos/blogs_entradas/galletas_de_lodo_med.jpgLa receta es simple: barro del mismo que se hacen las vasijas y los ladrillos, agua, algo de mantequilla vegetal, y sal a discreción. Las piezas se moldean en forma de obleas, se ponen en sartenes, y se meten al horno hasta que se tuestan. Son las galletas de lodo, que se venden en los mercados de Haití a falta de otros alimentos, cuyos precios se han elevado por las nubes, y que consume la gente miserable hacinada en cuartuchos como los de Cité Soleil, un asentamiento de los más pobres de Puerto Príncipe, que tiene nombre de lujosa villa de vacaciones.

Me entero de las galletas de lodo en un reportaje de Jonathan Katz. Muchos las comen por desayuno, pero para otros, la dieta de lodo se extiende a los tres tiempos de comida del día. Los cambios de clima imprevistos que arruinan las cosechas -tanto sequías como inundaciones-, los precios cada vez más inalcanzables del petróleo y de los agroquímicos, el desempleo crónico,  y la constante alza de los precios de los víveres, obligan a crear esta gran ilusión de un sustituto alimenticio que se puede recoger del suelo con palas, y así buscan como engañar el estómago que se reciente al punto de intensos dolores.

Pero aún las ilusiones más engañosas tienen su límite: las galletas de lodo comienzan a subir de precio, y se vuelven prohibitivas para los bolsillos escuálidos. Hasta el lodo se encarece. 

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5 de febrero de 2008
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Dos días de setiembre (2)

/upload/fotos/blogs_entradas/la_costumbre_de_vivir_med.jpgAunque esta novela la escribió en 1960 salió a la luz en 1962, un año emblemático para las letras españolas que, con la publicación de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, trazó una línea en los libros de texto de renovación y audacia a la hora de abordar nuestra realidad. Así que con un comienzo de este calibre no es de extrañar lo que vino después: Ágata ojo de gato, Toda la noche oyeron pasar pájaros, En la casa del padre, Campo de Agramante. Sus libros de memorias: Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir. Pero antes que la novela fue la poesía, y eso se nota en su prosa, en las imágenes, en la facilidad con la que atrapa lo que pasa para no volver más. Cuando empezó con la novela él ya tenía un lazo bien preparado para cazar el tiempo, las miradas y esas palabras que se lleva el viento. El libro de Las adivinaciones es muy temprano, de 1952, al que han seguido diez más, entre ellos: Memorias de poco tiempo, Las horas muertas, Descrédito del héroe, Diario de Argónida o Manual de infractores.

Esa noche en Las escuelas Pías una cierta alegría flotaba en el ambiente porque hay personas con las que gusta estar, que tienen un magnetismo especial como José Manuel Caballero Bonald y su esposa Pepa Ramis, que ha tenido que sobrellevar toda su vida unos ojos verdes rasgados impresionantes.

Abro al azar y leo: "Joaquín estaba pálido. Se sentó en una silla del fondo, al lado del ventanuco. La anea de la silla se había desprendido por abajo y Joaquín arrancó un podrido y deshilachado cordón. Se lo metió en la boca y se quedó mirando una mancha que había en la pared, a la altura de sus ojos. Debía de ser una mancha reciente porque, según la miraba, parecía como si le desprendiera un hilillo de humedad hacia abajo. La anea empezó a saberle agria y se le formaba en la boca como una pelota de saliva. Empezó a sentir vértigo y dejó caer la silla para atrás, hasta apoyarla contra el saledizo del ventanuco. Le costaba trabajo pensar en lo que iba a hacer".

Artículo publicado en: El País 3, de febrero de 2008.

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5 de febrero de 2008
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Cosmética de la felicidad

Si la realidad no existe objetivamente, todo lo real se creará, más o menos, a partir de nuestros estados de ánimo. Es una manera inmediata y general de expresarse.  

Los días buenos y los días malos que vivimos no son, a menudo, artefactos perfectos o averiados desde el origen sino, simplemente objetos reelaborados negativa o positivamente a partir de nuestro sistema de animación. De nuestro modo de estar y recibir, del orden en nuestro organismo psicógeno, de nuestra salud inventada o reinventada y de nuestro punto de vista variable de acuerdo a su ángulo de observación. 

No cabe decir que todas las jornadas nacen iguales al mundo, unos días llueve o estalla un terremoto,  pero su definitiva coloración depende mucho  de los reflejos que proceden de nuestra luminaria y sólo se complementan con la iluminación natural. De este modo, dependiendo en tal proporción el humor de nuestras decisiones, somos casi como dioses. No existimos como objetos o burdas criaturas expuestas al vaivén y la arbitrariedad de las circunstancias sino como parte eficiente de ellas.  

La festividad se encuentra apilada en los almacenes del gran teatro del mundo pero su acción, su puesta en escena, tiene menos que ver con su deseo inerte que con nuestra disposición activa.  

De este modo, día a día, será más probable coleccionar jornadas satisfactorias y fabricar, progresivamente, una colección propensa a generar un sistema de la felicidad que nos proteja de numerosos días sin brillo. Los rictus que a lo largo de la vida han quedado marcados en nuestros rostros, los gestos tristes que se nos escapan ante los demás son el resultado de un ejercicio repetido en las biografías. Pero también los rostros alegres, aquellos que traen consigo optimismo y amor son resultado de prácticas personales en el ámbito de la generosidad, el afecto, la bondad, la buena cosmética del alma, la cara gimnasia facial y, sobre todo, la obstinada codicia de felicidad.

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5 de febrero de 2008
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Querido Vincent Ward

Pocas cosas me angustian más que una obra de arte ignorada. ¿Cuántas maravillas, cuánta belleza se ha visto impedida de producir su magia por los imponderables de la vida? Días atrás, por obra y gracia de mi viejo reproductor de discos laser, volví a ver Map of the Human Heart, de Vincent Ward. Una de las más bellas historias de amor de la historia del cine -de la que casi nadie, ay, ha oído hablar.

Ward se hizo notar a fines de los 80 con un relato fantástico llamado Navigator. Cuando estrenó Map of the Human Heart -la fecha oficial es 1993, la habré visto poco después- yo estaba ansioso de ver qué nos había deparado esta vez. La película superó todas mis expectativas. Narraba la historia de Avik (Jason Scott Lee), un medio esquimal -su padre era blanco- que era trasplantado a Montreal en 1931 para curarse de su tuberculosis y quedaba transfigurado por el mundo occidental, y de Albertine (Anne Parillaud), otra mestiza, en este caso mezcla de blanco e indígena americano, que conocía a Avik en el mismo internado. Avik y Albertine batallan y se enamoran cuando niños. Separados después de un intento de fuga, vuelven a encontrarse años después, en Londres, durante la Segunda Guerra. Para ese entonces Avik es fotógrafo militar, parte de una tripulación aérea que efectúa vuelos de reconocimiento sobre territorio enemigo, y Albertine trabaja en el centro que recibe e interpreta esas fotos.

Su historia podría ser idílica de no ser por dos intervenciones del destino. La primera tiene la forma de Walter Russell (Patrick Bergin), el cartógrafo inglés que rescata a Avik y lo salva de una muerte segura al llevárselo a Montreal. Al reencontrárselo en Londres, Avik descubre que Russell se ha convertido en el amante de Albertine. Es el tercero en discordia, pero no cualquier tercero: tanto para uno como para otro, Russell representa la figura paterna que nunca han conocido.

La segunda intervención es la de la guerra misma. Avik es el único de su tripulación en sobrevivir al infame bombardeo de Dresden, que Vonnegut inmortalizó en Slaughterhouse-Five. Al caer en paracaídas en medio de las llamas, Avik tiene oportunidad de ver de cerca la clase de destrucción que hasta entonces sólo había visto desde el aire. Y allí cobra sentido lo que Russell le ha dicho antes de volar. Al intentar justificar la decisión del bombardeo sobre una población civil, Russell -que sabe o al menos intuye el amor entre Avik y Albertine- empieza dando razones militares para terminar revelando al menos parte de sus razones personales: años atrás amó a una mujer de Dresden que lo traicionó y despreció. ‘Hasta donde yo sé -confiesa Russell-, ella sigue viviendo allí'. Como todo padre, Russell ha dado la vida -y ahora da razones para rebelarse en su contra.

Creo, imagino, que Ward nunca se repuso de la módica repercusión que obtuvo Map of the Human Heart. Todo lo que sé de él a posteriori indica un sendero de caídas cada vez más profundas: lo echaron de Alien 3, filmó un mamarracho -ambicioso y personal, en tanto lidiaba con la necesidad de reconciliarse con la idea de la muerte, pero mamarracho al fin- llamado What Dreams May Come, y después de allí sólo filmó cosas que nunca se estrenaron, o por lo menos no trascendieron internacionalmente, como el film River Queen del año 2005. No me cuesta nada entender su espiral descendente. Cuando uno pone su alma en algo -y Map of the Human Heart tiene ese espíritu en cada fotograma-, aceptar que toda esa belleza será negada puede quebrar al más fuerte.

Si me encontrase con Ward alguna vez me gustaría contarle de mi hija Milena. Ella era pequeñísima cuando compré el disco de Map of the Human Heart, y por supuesto no entendía aún una sola palabra de inglés. Pero después de haber husmeado las imágenes y los sonidos del film por encima de mi hombro, se pasó meses y meses pidiéndome que se la enseñase otra vez. ‘Poné Avik', me decía. Ayer volvimos a verla juntos después de más de una década. Todavía recordaba la risa del niño y las escenas más indelebles: la abuela de Avik sacrificándose por amor, Avik y Albertine en la cúpula del Royal Albert Hall, o flotando encima de un globo aerostático.

Querido Vincent Ward, tu film es tan maravilloso que logró transfigurar el alma de una niña que ni siquiera entendía sus palabras. Ojalá quede en tu espíritu el deseo de producir el milagro otra vez. 

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5 de febrero de 2008
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Desestructurar Palestina

Pese al supuesto proceso abierto en la cumbre de Annapolis, la paz basada en dos Estados, uno israelí y otro palestino, se aleja por razones coyunturales, y por razones demográficas. Hace unos años, varios analistas, en general de la derecha americana e israelí e incluso el laborista Shimón Peres, propusieron que se quedara un sólo Estado, Israel, y que Palestina fuera unida a Jordania. La crisis de Gaza lleva a algunos a dar un paso más en este tipo de solución: que la franja se incorpore en Egipto.

Daniel Pipes, un analista que algunas veces refleja puntos de vista próximos al Gobierno israelí presentó esta propuesta recientemente. "Washington y otras capitales deberían declarar fallido el experimento de autogobierno de Gaza y presionar a Hosni Mubarak de Egipto para que ayude, quizás proporcionando a Gaza tierra adicional o incluso anexionándola como provincia", lo que implicaría que El Cairo se haría responsable de su seguridad.

El presidente egipcio ya lo ha rechazado. Incorporar Gaza a Egipto (donde ya estuvo hasta 1967) conllevaría revisar los acuerdos de Camp David de 1978 entre Israel y Egipto, lo que no parece viable. Incluso habría que revisarlos para la opción de que Egipto se encargara de la frontera con Gaza. Podría ofrecer a los habitantes de Gaza más terreno en el Sinai para expandirse, pues la franja, con 1,4 millones de habitantes, es uno de los lugares con más densidad de población de la zona. Esta segunda opción sería una posibilidad que no se ve mal en un Israel que así podría cerrar sus contactos con la franja a cal y canto, y casi desentenderse aunque seguiría controlando las fronteras y al espacio aéreo y marítimo de Gaza.

El derribo hace unos días del muro en el paso de Rafah entre Gaza y Egipto fue una operación preparada con bastante antelación por Hamás -que reflejó la desesperación de la población de 1,4 millones-. Los servicios egipcios debieron estar al tanto, pues le pidieron al Gobierno de Israel que abriera otros pasos para quitar presión a lo que estaba a punto de ocurrir en Rafah. Pero Israel no movió un dedo. En todo caso, medios israelíes consideraron entonces que por ese agujero se colarían más terroristas. La cuestión no era si iban a atentar, sino cuando. Y la primera respuesta llegó ayer con el suicida en Dimona, que aunque Hamás no ha reivindicado, sí ha considerado "heroico" y "justificado".

Lo que ha ocurrido en Gaza en estos meses desde la victoria de Hamás en las elecciones al parlamento palestino a principios de 2006 ha servido, paradójicamente para impulsar el proceso con Cisjordania, aunque no haya dado ningún resultado concreto. Pero de no ser por Gaza y Hamás, nada se habría movido. Los que lo propugnan aún confían en que se produzcan mejoras económicas que los de Gaza vieran como el camino a seguir, y exigieran entonces nuevas elecciones. Pero lo que está claro es que sin Gaza no hay proceso de paz posible. Sólo el que llevaría a desestructuración de la idea de Palestina.

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5 de febrero de 2008
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Nostalgia del silencio

Los mabaans, una tribu del Sudán, tienen la menor tasa de sordera de todo el mundo, leo en la memoria de un congreso médico celebrado recientemente en Madrid. Viven en una región desolada, cercana al desierto del Sahara, que es como una cámara de vacío. No hay allí ruidos de ninguna especie, y por tanto no necesitan alzar la voz entre ellos, con lo que sus conversaciones discurren de manera plácida, en un continuo rumor.

Dichosos los mabaans que son dueños del silencio, y por tanto, del oído limpio y perfecto, sus canales acústicos lejos de toda contaminación, y que no conocerán nunca la maldición de la sordera provocada por los ruidos urbanos. El mismo informe dice que en el año 2020, un 10% de la población española padecerá de presbiacusia, que consiste en la pérdida de la audición por degeneración celular ligada a la exposición al exceso de ruido, discotecas, motores de autos y aviones, máquinas industriales, aparatos de televisión y equipos de sonido a todo volumen, además del natural proceso de envejecimiento.

El placer de conversar se frustra entre los ruidos. Si uno asiste a una fiesta y sale de ella con dolor en la garganta, por el esfuerzo de dejarse oír por encima de la música que atruena al máximo posible de los infernales decibeles de los altoparlantes, algo muere cada vez más dentro de uno, además de las células auditivas: la posibilidad de la comunicación llana y espontánea, el placer simple de la conversación.

¿Deberemos valernos pronto del lenguaje de manos de los sordomudos?

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4 de febrero de 2008
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El Boomeran(g)
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