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El uso falaz del lenguaje como universal antropológico

A lo largo de esta reflexión iremos viendo que el molde en el que la disposición ética se forja no es otro que la asunción plena de la condición de ser de  lenguaje. Cabe decir que en todos y cada uno de los comportamientos que responden a esa entereza o andreia de los griegos (de la que más adelante me ocuparé) que nos marca cabalmente como seres humanos, está presente el respeto al lenguaje, el respeto a la palabra dada.

Ello es tanto más de destacar cuanto que el uso falaz de la palabra no sólo es frecuente, sino que en la generalidad de las situaciones sociales constituye la regla. Vale la pena detenerse en este asunto, que muestra hasta que punto el combate por la veracidad es arduo y supone en cierto modo nadar a contra corriente.

Donald E. Brown, investigador del MIT, ha establecido una lista de universales de la condición humana que abarca desde la música a la matemática. Se trata de un catálogo de todo aquello que los antropólogos no pueden dejar de constatar sea cual sea la sociedad que observan. Pues bien, en lo que al lenguaje se refiere encontramos las rúbricas siguientes:

- Lenguaje.

- Lenguaje utilizado para manipular a los demás.

- Lenguaje utilizado para desinformar o canalizar hacia el error.

- El lenguaje es traducible.

- El lenguaje no es un simple reflejo de la realidad.

- Prestigio lingüístico como resultado de un eficiente uso de la ley (derechos y obligaciones).

Es curioso comprobar que tras el lenguaje mismo la primera determinación universal a él vinculada que se menciona es su uso manipulador. Universalidad de tal empleo del lenguaje aun reforzada por el hecho de que se considere también universal la instrumentalización para despistar, para dar falsa información o sugerir falsas pistas (misinform or mislead).

Donald E. Brown hace muy bien en distinguir estos dos tipos de utilización del lenguaje que difieren por algo más que por una cuestión de grado. Pues el segundo no conlleva (o al menos no conlleva necesariamente) la intencionalidad de reducir a mero instrumento la persona del otro, no falta por principio a la exigencia moral de considerar que todo ser humano es merecedor de respeto (o sea ha de ser como un fin en sí) cosa que parece inherente al primero.

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30 de enero de 2008
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Una esclavitud moderna

Lo que resulta extremadamente cambiante no es la mujer, como pretendía Verdi en Rigoletto, sino la tecnología. ¡No hay forma de seguirle el ritmo! Yo que todavía estoy buscando púa para volver a escuchar mis viejos discos de vinilo, yo que todavía veo algunas de mis películas en sistema laser (por ejemplo Fargo, de la que hablé recientemente), nunca dejo de temer el surgimiento de los nuevos sistemas que tornan obsoleto todo lo que hasta hoy tenía por corriente. ¿Cuánto falta para que den de baja definitivamente el formato del CD y el del DVD? Mis hijas, que todavía no han pasado del MP3 y me hostigan en nombre del iPod, empezarán a reclamar dentro de poco un MP5 -las cosas van tan rápido que terminarán salteándose el actual MP4.

La satisfacción de haberse comprado la última tecnología dura menos que un suspiro. Teléfonos, pantallas de TV, autos, todo es viejo al instante de haber pasado a ser nuestro, y a veces mucho antes de que hayamos terminado de pagar las cuotas. Cada vez que enciendo mi iMac -que ya es obsoleta, puesto que existen modelos más nuevos- la pantalla me tortura con la publicidad de la notebook Air, que no tiene más de 4 mm de grosor. ¡Así no se puede vivir!

Más allá de la broma, la cuestión de la tecnología entraña un peligro. Nadie cuestiona el avance ni el progreso, pero sí la compulsión por lo nuevo. Se nos bombardea a diario con la idea de que lo que tenemos nada vale, que lo verdaderamente bueno -lo cool, lo práctico, lo útil, lo glamoroso- es en todo caso lo que acaba de salir a la venta.

La tecnología consumible -esto es, la aplicación tecnológica que podemos llegar a adquirir, sumándola a nuestros objetos suntuarios- puede convertirse en una esclavitud como cualquier otra. 

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30 de enero de 2008
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Una taza para el té (3)

Sin embargo, hay que decir que hay estaciones que no consienten que las ignoremos y las consideremos un mero trámite para salir a la calle. Estas estaciones poseen el poder de retenernos y obligarnos a contemplarlas como algo más que un lugar de tránsito en que una multitud va llenando de desperdicios las papeleras y dejando sus pisadas por doquier. Me estoy refiriendo a estaciones como la de San Benito en Oporto. Incluso el que esté acostumbrado a verla, no puede dejar de echar una mirada a sus paredes revestidas con veinte mil azulejos decorados por el pintor Jorge Colaço, en que se representan escenas de la historia de Oporto y que vistos de cerca parecen estar cubiertos por una fina gasa para que no se deterioren. Toda la cerámica está pintada en blanco y azul que es el tono dominante de la ciudad, con esas alegorías, batallas y paisajes que animan las vajillas de porcelana. Por lo que toda esta majestuosidad encierra a la vez algo de hogareño, de taza para el té. Es algo así como un homenaje a los que se van y vuelven a casa, a los amantes que se encuentran y se despiden. De verdad, esta estación merecería una película al estilo de Breve encuentro de David Lean, Estación Termini, de Vittorio de Sica o la más contemporánea Enamorarse, de Ulu Grosbard. 

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30 de enero de 2008
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VII. Uno y trino

/upload/fotos/blogs_entradas/rubendario2_med.jpgDesconcertados, algunos de los contemporáneos de Darío se asombraban de los atrevimientos que cometía, y no veían en ellos sino un afrancesamiento gratuito, el amor por la moda, el vicio mulato de la imitación, y él los provocaba, incitándolos al asombro desconfiado: no sólo de las rosas de París extraería esencias, sino de todos los jardines del mundo..., dice también en Historia de mis libros.

Eso significaba subvertir los cánones de la vieja lengua española de finales del siglo diecinueve, tan decrépita como el imperio mismo; despojarla de sus férulas ortopédicas para hacerla caminar de manera libre; untarla de pomadas y afeites franceses; allegar lo popular a la llamada poesía culta como hizo con los aires de la gaita gallega y con la seguidilla. Todo eran gusto de mulato. Pero también gusto de indios triste, y de español fantasioso.

Los mundos descubiertos e iluminados por el mulato de revueltas incandescencias que no podía dejar de ser músico, loco de armonía, el indio triste que buscaba los paraísos artificiales en el ajenjo, el español peninsular "muy siglo dieciocho y muy antiguo", que cuidaba sus manos de marqués, a la vez empecinado inventor de quimeras. Figuras cambiantes y superpuestas que giran triples frente a la linterna mágica, uno y trino.

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30 de enero de 2008
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Celos. Jealousy. Ciume.

Se saben feos, y aun así se pasean por la vida con inexplicable orgullo. Creen que son glamorosos, además, como le pasa a aquellos narcisistas que viven a la moda consigo mismos. Se les ve siempre airados, cobradores, cargados de razones hechas en casa: sus documentos de identidad. Según ellos, están totalmente justificados, aun cuando con frecuencia pecan de abstractos. Podría incluso decirse que los celos son, entre más abstractos, más concretos, y ello los hace verse en el espejo como esos chicos sesudos y solícitos sin cuya generosa ponzoña pecaría uno de ingenuo en esta vida.

     Nadie quiere vivir con ellos, menos aún con quienes acostumbran padecerlos. ¿Cómo explicar entonces que en ciertas situaciones aborrecibles resulten bienvenidos como un sicario que se jura a nuestro servicio? ¿Por qué les damos todas esas facilidades para llenarnos la cabeza de su veneno pútrido y cancerígeno? ¿Y si fuera porque su sola presencia nos recuerda que estamos vivos y jugando a la ruleta? ¿Qué no daría el solitario vitalicio por ser de cuando en cuando aguijoneado por celos de verdad? Y ahí está el escozor: no los queremos pero vamos tras ellos, o en todo caso vienen tras nosotros y nos dejamos alcanzar como unos principiantes. Ahora bien, ante los celos todos somos principiantes.

 

     ¿Alguien recuerda las últimas lágrimas de Hillary Rodham Clinton? Hay quien piensa que fueron por estricta ambición decepcionada, pero sólo hay que oír hablar a su marido -"el más negro de los presidentes blancos", le llaman sus adeptos memoriosos a Bill Clinton- para entender la clase de celos con los que el matrimonio tiene que cargar, pues a leguas se ve que no soportan ser menos negros que Barack Obama. Si los republicanos se pelean por aplastar inmigrantes, hoy los demócratas han apostado a ver quién es más negro; quedarse atrás en tamaña carrera les dejará un regusto a celos irrevocable. Y ya lo dijo el Soberano de Las Vegas: We can't go on together with suspicious minds.

     Hay quienes piensan que Barack Obama -"Barry" en su juventud- no es suficientemente oscuro. De poco vale que en su temprana mocedad pareciera antes un miembro de los Jackson Five que un futuro candidato a la presidencia de su país, pues de acuerdo a los radicales de la negritud su ascendencia parcialmente blanca no alcanza para hacerlo digno de confianza entre los brothers. Más oscuro que nunca, el consorte de Hillary llegó a insinuar que el rival de su esposa siente nostalgia por Ronald Reagan, blanco entre los blancos. ¿Y quién, sino un celoso desenfrenado, es capaz de llegar tan lejos en la pura especulación precoz?

 

     Francamente, a Bill Clinton lo prefiero sin celos y a solas. Vamos, era infinitamente más simpático cuando dormía en la sala con el perro, mientras Hillary y Chelsea se reponían del huracán Lewinsky, que contagió de celos a media humanidad. ¿Qué hace este hombre que toca el sax y fuma mariguana sin aspirarla convertido en un blanco celoso y renegado? Por lo demás, quienes hemos sentido el látigo de los celos agudos encontramos pueriles los celos de los Clinton, que quisieran ser negros y no lo consiguen.

     Malcolm X se quejaba de los negros afectos a alaciarse el pelo para parecer blancos ante todos, menos ante los blancos de origen, varios de los cuales se habrán pitorreado de sus empeños. Hoy la risa ha cambiado de bando, y ya los brothers quieren ver rapear a la mulata Hillary y el zambo William, en su camino de regreso hacia la Casa Blanca, que a estas alturas tendría que ir mudando de color.

     No suena mal: The Black House. Y ya entrados en gastos, The Funky House. Cualquier cosa con tal de no seguir pensando en celos. Que ya se sabe, son muy pegajosos. Pobrecito Barack: yo en su lugar ya traería la melena lacia y rubia. Sólo por darles celos a los de enfrente.

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30 de enero de 2008
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De sabios es rectificar y rectifico

Perdonen que hable de mí mismo. Quizás recuerden que estuve a punto de diñarla por causa de una obra pública chapucera que había dejado un tramo mortal en medio de una carretera recién asfaltada. Echaba yo la culpa a la Generalitat y sin embargo el asunto es más insólito y aún manifiesta cierto desorden superior. Véase.

Alertado por mi artículo, el conseller de obra pública, Joaquim Nadal, que es un lince, ni corto ni perezoso tomó su automóvil y se fue a mirar si era verdad lo que decía aquel ximplet. Vio que era verdad. En la vía aullaban trescientos metros de hoyos y socavones, una guillotina en la cinta de liso asfalto. ¿Cómo podía ser aquello posible? Pues porque ese minúsculo fragmento no pertenece a la Generalitat sino al ayuntamiento de Serra de D'Aro. Por aquel pedacito habían cruzado durante siglos, primero mulas y luego tractores buscando campos donde hincar el arado. El mínimo paso tenía derecho de pernada en el diminuto municipio ampurdanés.

/upload/fotos/blogs_entradas/asfaltar3_med.jpgNadal, hombre de acción, habló con los munícipes, los cuales adujeron que no era asunto suyo si alguien se desnucaba en aquel palmo y que no iban a poner un céntimo. Sin duda el conseller podría haber esperado a que un loquitonto de moto y botellón se rompiera la crisma una noche sin luna. Porque ya no pasan por ahí mulas o borricos sino motos, coches, camionazos y hormigoneras. Los tiempos cambian y las propiedades, por estúpidas que sean, permanecen. Como es de razón, Nadal mandó asfaltar de inmediato el trozo criminal a costa del erario. Hoy he vuelto a pasar, como dice la canción, por aquel camino negro y era ya una carretera perfecta.

Y ahora, la conclusión. ¿Cómo puede ser que las comunicaciones de un país más o menos moderno continúen legalmente como en tiempos de Indíbil y Mandonio? ¿No es de todo punto imprescindible que la red viaria se unifique en un ejecutivo centralizado? ¿O acaso la reacción que nos encadena al pasado histórico ha de mantener privilegios medievales? Es como si por las vías del AVE cruzara de vez en cuando una trocha de cabras. Glorioso.

Artículo publicado en: El Periódico, 26 de enero de 2008.

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30 de enero de 2008
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El último de Bush

La mejor noticia del discurso sobre el estado de la Nación de Bush, en el que no ha habido nada de nuevo, es que es el último de uno de los peores presidentes que ha tenido EE UU. Le queda ya menos de un año en la Casa Blanca, pero con suficientes poderes para seguir cometiendo errores de bulto, y meter a EE UU y al mundo en nuevos líos. Podría, por ejemplo, ordenar atacar Irán, aunque no parece que lo vaya a hacer. Ya es un pato cojo, un presidente sin gran capacidad real, con un Congreso de signo opuesto. Aunque por muy cojo que resulte, avisó a los legisladores de que no le manden ninguna subida de impuestos, pues la vetaría. Pero quiere sacar adelante, por consenso, el paquete de estímulo fiscal.

Quizás la expresión más significativa del discurso de Bush es, junto al reconocimiento de la "incertidumbre" económica, sea la de los "asuntos no concluidos" (unfinished business). Pues en ella se encierra la herencia que le deja a su sucesor o sucesora: unas cuentas del Estado deficitarias (que él asumió con superávit), una economía en graves dificultades, una reforma del sistema de sanidad, y, sobre todo, una guerra de Irak sobre la que, pese a los últimos progresos, ni siquiera se atreve a hacer cálculos el comandante en jefe, a la espera de las recomendaciones del general David Petraeus. Esta vez, este Bush en su final ha sido más prudente, no se ha a atrevido a hablar de "victoria" ni de "misión cumplida", pues "los enemigos" aún "no ha sido derrotados".

Bush permanece en el discurso de la dureza (contra la inmigración) y del miedo que adoptó a partir del 11-S,  atentado que cambió el rumbo de su presidencia. Las palabras más citadas (23 veces) en este discurso han sido la de "terror", "terrorismo" y "terrorista", que definen lo que de forma simplista llama "la lucha ideológica del siglo XXI". Está por ver si su guerra contra el terrorismo ha contribuido a reducir la amenaza o ha acabado por alimentar a la hidra.

Mas ¿quién escucha a Bush  a estas alturas, cuando sus popularidad está por los suelos?  Sus conciudadanos, y gran parte del mundo externo, están más pendientes de lo que ocurre en las primarias para saber quién podrá salir elegido nuevo presidente el 4 de noviembre. Tanto que aunque los senadores Hillary Clinton y Barack Obama acudieron a escuchar al presidente en Washington, el también senador republicano John McCain prefirió seguir haciendo campaña en Florida. El discurso sobre el estado de la Unión de Bush ha sido un mero paréntesis entre dos primarias.

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30 de enero de 2008
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La baraka del candidato Zapatero

En nuestra democracia televisada, en donde tanto importa el impacto de las noticias fugaces y tanto cuenta el aspecto de los candidatos, el ganador se acerca a su victoria cuando aprovecha bien los defectos del adversario.

Aunque del candidato ejemplar se espera la modélica elegancia de los oradores -que publicite sus propias virtudes y reitere hasta la saciedad las desmesuradas promesas de campaña- lo cierto es que a veces parece inevitable el uso malévolo de los vicios que la moral censura.

La befa, por ejemplo. O la difamación, sin ir más lejos.

Si Zapatero fuera un rival salvaje no dejaría pasar de largo, como incomprensiblemente hace, los numerosos motivos que le brinda el Partido Popular.

Pero Zapatero prefiere el estilo pedagógico que le distingue y apenas se detiene a considerar las infaustas circunstancias en que anda enredado Mariano Rajoy. Cualquier otro se relamería los labios de gusto y pegaría dentelladas inolvidables al consternado enemigo.

La mímica de Rajoy delata los agobios de un hombre apesadumbrado por el peso que le ha tocado llevar encima. Sin duda, comparte el ideario extremista que hoy domina a su partido y se identifica con el tremendismo que agita en sus mítines. Pero hay algo revelador en la forzada impostura que arrastra con pesar. El anonadamiento de un hombre que está seguro de haberse equivocado y sin embargo no consigue averiguar ni cuándo ni en qué.

Rajoy se deja derrotar en público cuando Esperanza Aguirre, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, le exigió cerrar el paso apresurado de Alberto Ruiz Gallardón, Alcalde de Madrid, hacia la jefatura del partido. A cambio de nada, Rajoy ha perdido el activo que le permitiría reforzar su candidatura entre los centristas reticentes.

Si Zapatero dejara suelto su instinto asesino haría trizas al pobre Rajoy. Lo presentaría como un calzonazos acosado por Aguirre, Zaplana y Acebes, como un empleado de José María Aznar, y se preguntaría en público tantas veces como fuera necesario ¿qué cabe esperar de un candidato que ni siquiera manda en su partido?

Sin embargo, Zapatero prefiere confiar en su buena suerte en lugar de explotar la mala suerte de los demás.

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29 de enero de 2008
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Cuatrocientos euros, cuatrocientos golpes

Oído en el centro de Madrid hace unos minutos. Dos hombres de unos cuarenta años estaban hablando en una calle de mucho tránsito. Uno callaba. El otro estaba tranquilo pero serio y decía: "Yo no acepto esa propina. No cambio mi voto por cuatrocientos euros, ni por ochocientos. Me parece de vergüenza. De falsa caridad. Claro que eso es lo que suelen hacer. Nos subvencionan para que estemos callados, para asegurarse su poder. ¡No les voto!... ¿Has visto lo que pasa en Andalucía, en Extremadura, en los sitios dónde tienen la mayoría de sus votos? ¿Has visto?...Pues eso que se callan porque están subsidiados. Están mantenidos, con cuatro duros, pero con poco trabajo. ¿Tú sabes lo que es el PER? Pues eso. Que conmigo no cuenten. Tampoco les regalaré los cuatrocientos euros, pero no les voto"...

La conversación seguía pero yo tuve que dejar de poner mi oreja, tenía que seguir mi camino. El amigo hablador y el silencioso estaban en horario de trabajo, y con uniforme, eran dos funcionarios del servicio de limpieza del Ayuntamiento de Madrid. Antes basureros.

No era un pensamiento basura el del trabajador hablador.

Me puse a recordar las promesas de Zapatero. El juego del "yo más" en tiempo electoral. Y reflexioné sobre mi voto. Descartada la derecha que está desde hace siglos aliada con lo peor de España. Con dudas sobre los socialistas y con la creencia que un voto fuera de esa posibilidad es poco útil. ¿Qué hacer?

Tomar los cuatrocientos euros. Votar con la nariz tapada. Abstenerme y dedicar ese día a ver películas de Truffaut, por ejemplo. Volver a ver "Los cuatrocientos golpes". La cosa está fea. El talante no es suficiente. Y un puñado de euros no compra el voto de un trabajador, ¿o sí?

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29 de enero de 2008
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Una taza para el té. (2)

Lo bueno de la literatura es que logra unir esto con aquello para crear cierta armonía en el universo. Y por eso quizá los trenes han sido doblemente literarios. Desde el relato El Guardavía, de Dickens, hasta Extraños en un tren, de Patricia Highsmith, pasando por Agatha Christie, que decía eso de "los trenes han sido desde siempre uno de mis objetivos favoritos", por Zola, por Camus, hasta Italo Calvino con su Si una noche de invierno un viajero... los trenes han atravesado páginas y páginas envolviendo en humo todo tipo de paisajes y emociones.

Aunque sólo fuera por lo que nos han inspirado, las antiguas estaciones de tren tendrían que ser especie protegida, nos unen a un pasado sentimental que aún no han conseguido sustituir los aeropuertos, aunque poco a poco vayan mimetizándose con ellos. Acero, cristal, plástico y la palabra universal WC en lugar de la muy nuestra de urinarios con reminiscencias de termas romanas. La legendaria cantina ha desaparecido junto con su nombre en favor de esos mostradores insípidos con bocadillos de tortilla de patatas hecha con huevina. Pero ya no hay vuelta atrás, el viajero ahora quiere que las estaciones sean tan efímeras en el recuerdo como su paso por ellas. Antes no, antes uno tenía conciencia de que la estación quedaba, permanecía como un monumento al paso fugaz del viajero por ese lugar, y cuando el tren se iba alejando volvíamos la cabeza para verla empequeñecerse. Un gesto, un acto reflejo, provocado por la necesidad de saber que al avanzar hay que dejar otras cosas.  

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29 de enero de 2008
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