Vicente Verdú
Hay grandes obras de temas menores y obras menores de grandes temas. Esta época, a mi parecer, pide la primera opción. La existencia se ha miniaturizado pero no ha perdido ni intensidad ni tampoco calidad de color. Más bien, lo incoloro e indiferente sucede en el espacio público y en el campo de la Gran Moral. Han desaparecido, en suma, las doctrinas gigantes y los mandatos trascendentes.
El sacrificio, el amor, el heroísmo o la tristeza, se incrusta en los entresijos de la vida cotidiana y las miserias más ominosas como las acciones más dignas se engastan en el horario laboral. Todavía hay narradores que se enfrascan en acartonados temas históricos o artistas que ponen su escritura al servicio de intrigas policíacas que llamaban la atención del gentío al comienzo del proceso de industrialización y urbanización.
Ciertamente, cada cual es libre de elegir la dedicación que prefiera pero veo entre los compañeros de profesión que cuando se entregan a la novela histórica o al trhiller son conscientes de estar produciendo un artículo incoherente con el talante de su sociedad. Son, en consecuencia, tipos que buscan la recompensa en la vacuidad de lo asocial. Y no ya para distraernos de los conflictos sufribles lo que supondría tenerlos de algún modo en cuenta, sino para borrar los problemas presentes de la vista. ¿ Es negativa esta postura y positiva, por tanto, aquella que nos introduzca en la realidad, mejor o peor? La ética imperante impide responder categóricamente a esta cuestión, puesto que la ética también se ha vuelto narración interesada. Mi respuesta estética, en todo caso, escoge la incidencia en la peripecia de la cotidianidad, en el reto de crear obras fuertes e importantes de los asuntos menores puesto que, al cabo, son los genuinos eslabones de la cadena vital, moral, sustancial. Y las cuentas del collar con que nos adornamos, nos afirmamos, coqueteamos o nos conducen a la pérdida o la ganancia de la libertad.