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La embriaguez de la tragedia

/upload/fotos/blogs_entradas/laciudaddelosprodigios1_med.jpgLa hecatombe despierta los sentidos, la catástrofe atrae. En la magnífica  novela de Eduardo Mendoza, La ciudad de los prodigios, aparece un personaje llamado Micaela Castro cuya mayor virtud radica en pronosticar siempre un porvenir traspasado de desdichas. "Nadie sabía cómo le venían a la imaginación tantos horrores, ni por qué. Habrá inundaciones, epidemias, guerras, faltará el pan, decía sin ton ni son. Su clientela, a la que recibía en la propia pensión, en su habitación... salían de sus consultas cariacontecidos. Al cabo de poco, volvían, sin embargo, a recibir otra dosis de pesimismo y desesperanza."

¿Por qué lo hacían?: "Aquellas revelaciones agoreras -escribe Mendoza-  daban cierta grandeza a su existencia monótona, quizá por eso acudían. Quizá también porque la inminencia de una tragedia hacía más llevadero el presente misérrimo en que vivían". "De todas formas -concluye- luego no pasaba nunca nada de lo anunciado o pasaba otra cosa igualmente mal, pero distinta."

Predecir el mal tiene la ventaja de poder acertar dentro de una probabilidad mucho más elevada.  La vida no es buena y mala a partes iguales sino que siempre tiende a lo peor, tarde o temprano. Disponerse para la adversidad es una sabia disposición vital: de este modo se prepara el ánimo y, además, se adensa lo positivo de nuestra vida. Porque la adversidad a menudo se convierte en el acontecimiento que otorga significado o valor a la existencia. El mal abunda en la sagrada idea del valle de lágrimas y, por añadidura, da la razón a cada uno de los seres humanos que poseen, muy justificadamente, una mala idea sobre el resultado de la existencia.

Esta empresa existencial siempre acaba mal y, por lo tanto, ¿cómo no esperar que ese fin no se filtre sobre la integridad del argumento y convierta la novela de nuestra biografía en una narración pesimista?

El pesimismo sienta mal al cardias pero entregado en dosis concentradas y llamativas, como son las grandes profecías, aumentan las ansias generales de vivir puesto que la vida no consiste sino en un vaivén de contraste con la muerte, aumentan las ganas de vivir y producen, en consecuencia, vida desde su antagónica fuente. Esta paradoja se llena pues de razón y explica la causa del morboso gusto por la destrucción que en su manifestación tremenda alude con fuerza a lo preexistente y enfatiza la consideración de lo perdido o  arrasado.

Con las debidas variaciones, el momento actual de crisis económica potencia los  éxitos de instituciones y personalidades al tipo de la Micaela Castro. Se presenta como insulso o anodino el especialista que responde a la consulta del periodista augurando escasas consecuencias negativas a partir de la ya declarada recesión norteamericana y, por el contrario, gana presencia y brillo, altura y temperatura, quien predice un inmediato futuro de calamidades sin cuento. A la caída de las bolsas debe seguir la noticia de un derrumbe de otras bolsas, al fracaso del mercado financiero ha de suceder el desplome de la producción. Sería quizás mejor no haber ingresado en esta tesitura pero el espectáculo posee unas leyes internas tan poderosas que no siendo grandioso provoca tristeza y honda decepción. El mundo se declararía gris y mediocre, la existencia dejaría de hallar sentido en la continuación de la normalidad y la normalidad ahoga en la reiteración de su horizonte sin amago de explosión. 

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7 de febrero de 2008
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De la experiencia a la ciencia (2)

"La techné surge cuando de múltiples nociones obtenidas por la experiencia, se emite un juicio universal sobre una clase de objetos. Pues juzgar que cuando Calias estaba enfermo de determinado mal, tal producto fue bueno para él, por serlo para todas las personas de determinada constitución, por ejemplo, los flemáticos o biliosos con fiebre... esto es materia de techné".

Ahora debemos determinar cuál es la frontera conceptual entre la noción de techné y la noción de epistéme, que se suele traducir por ciencia. No hay problema alguno si por ciencia entendemos  precisamente lo que designa Aristóteles. La diferencia entre la técnica y la ciencia  no reside, como a veces suele creerse, en que el científico sabría la causa del asunto, mientras que el hombre ducho en la técnica el technités no se preocuparía de esto. Aristóteles afirma explícitamente lo contrario, al escribir: "Pues los hombres de experiencia saben que la cosa es así, pero no saben por qué, mientras que los segundos (los hombres de techné) saben el porqué y la causa".

Ni siquiera podemos decir que la ciencia difiere de la techné por tratarse de una actividad no subordinada, puesto que (como ya se ha evocado) cierta modalidad de arte tiene finalidad en sí misma. Parece que  el arte y la ciencia forman un continuo con determinados momentos de discontinuidad. Una vez que la techné ha alcanzado su nivel superior (aquél en que se toma como fin), el espíritu está en condiciones de abordar interrogantes que, de facto, no tienen ninguna ligazón con la utilidad. Este es, para Aristóteles, el caso de disciplinas como la observación de los fenómenos astronómicos, o las preguntas ingenuas sobre los orígenes tanto del universo como de nosotros mismos. Como en un momento de esta reflexión veremos, incluso en la época de Copérnico la cuestión de la centralidad de la Tierra constituía un asunto puramente teorético, sin lazo alguno con intereses económicos ni en general problemas prácticos. Y me atrevo a decir que la ciencia contemporánea, aunque tenga enormes implicaciones en nuestra vida cotidiana, no responde esencialmente a imperativos prácticos. Volveré a consideraciones sobre la ciencia en unos días. Por el momento haré unas reflexiones introductorias a temas de ética.

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7 de febrero de 2008
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¿Qué clase de escritor eres?

Querido MJ:

La verdad es que no es fácil hablar de literatura sin caer en los tópicos y sin generalizar porque en el fondo todo se reduce a algo tan sencillo como el gusto y como que esas páginas escritas por alguien rocen con alguna parte de la sensibilidad o de la conciencia del lector y salte la chispa. La literatura es la chispa, y no es fácil definirla de un plumazo, ni diseccionarla, ni explicarla, porque la chispa tiene algo de milagroso. También es cierto que hay gente más predispuesta a sentir la chispa y otros que se dejan llevar por lo que sienten los demás. Y si nos ponemos así, tendríamos que adentrarnos en las modas y en el mimetismo reinante. Pero no voy a hacerlo, sólo quiero contestar sin profundizar a tu comentario de ayer cuando dices que la literatura española contemporánea es ensimismada. Yo creo que si algo tiene la literatura es que maneja un universo de emociones universal, aunque las anécdotas sean locales, y por eso puedo sentirme más identificada con una novela rusa que con una española y un chino con un autor africano. Y en este sentido, los habrá más inclinados a la literatura ensimismada que otros. ¿Podemos entender que Proust es ensimismado? ¿A qué autores te refieres exactamente? ¿y a qué novelas, porque un mismo escritor puede variar algo su ensimismamiento de una a otra? Más aún, uno no se siente ensimismado con la misma fuerza por la mañana que al mediodía, ¿se nota eso en lo que escribe, en la adjetivación por ejemplo? Pero no nos andemos por las ramas, ¿qué es estar ensimismado? ¿mirarse el ombligo? Y cuando decimos que nos miramos el ombligo ¿qué queremos decir, que estamos pensando en nuestras cosas mientras contemplamos el vacío? ¿Ensimismamiento es lo contrario de acción? De ser así, reflexionar se considera algo completamente pasivo por mucho que ahora se haya descubierto la gimnasia mental. ¿Se pone la misma cara estando ensimismado que concentrado? Y menos mal que no hemos sacado a relucir lo de "intimista" porque entonces la cosa se complica, sobre todo si uno empieza a preguntarse qué tipo de escritor será: ensimismado, concentrado, reflexivo, de acción, intimista. Tengo en mi vida tres o cuatro interlocutores, que saben un huevo de literatura, que tienen un gusto que te mueres y que me enriquecen con sus lecturas y nunca usan esas palabras que no quieren decir nada. Distinguen lo bueno con gran facilidad, es como si lo bueno se les clavara en los ojos echando sólo un vistazo. Pienso, para terminar, que existe una literatura más ensimismadora que ensimismada. Y... bueno, creo que estoy empezando a ensimismarme demasiado sobre el ordenador,  así que es mejor que me despida... hasta mañana.

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7 de febrero de 2008
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Protesta contra la muerte

Rafael Argullol: La aproximación a la propia muerte en el arte daría lugar a un espectro sorprendente de lenguajes, desde el dolor a la alegría, desde lo cómico a un cierto travestismo moral, o una gran serenidad.
 
Delfín Agudelo: ¿No está acaso un escritor constantemente escribiendo un testamento artístico, en la medida en que jamás se puede olvidar de la muerte en el momento de la creación? Conoce un fin último, sabe un fin último: sabe de un momento en el que ya no podrá escribir más.
 
R.A.: Hay determinadas actividades y entre ellas la actividad relacionada con la creación artística, que tienen un mayor contacto con la muerte porque implican una relación más continua con ella. También lo está la filosofía: si el filósofo tiene que pensar sobre la vida, necesariamente tiene que pensar acerca de la muerte. Al artista le sucede igual: la mayoría de los hombres tienden a postergar continuamente el pensamiento sobre la muerte. Esto no quiere decir que los haga más vulnerables, porque a veces cuando ese pensamiento se presenta estás más indefenso. Pero a veces he llegado a la conclusión de que si tuviera que resumir en una sola frase en qué consistía la cultura, al menos para el hombre occidental, diría que ha sido desde el principio una protesta contra la muerte: contra le hecho de que nos hemos hecho conscientes de que vamos a morir, por lo tanto protesta contra el tiempo, contra la muerte que es la quintaesencia última del tiempo. Y al ser eso la cultura, es inevitable que arte, filosofía y música tengan que plantearse muy frecuentemente la reflexión sobre la muerte porque también es una rebelión, una resistencia contra la muerte.
 
    La obra de arte incluye la muerte pero se resiste frente a ella, porque desesperadamente el artista busca una especie de trascendencia en vida, en la vida. El hombre religioso puede  proyectar esa trascendencia aún después de la muerte. El artista es aquél que se da cuenta del problema último constantemente, y sin embargo se resiste frente a él. Podríamos decir que la muerte es el más amoral de los actos. Y en ese sentido desarrollamos una cierta resistencia moral frente a esa a moralidad. No digo inmoral: digo amoral. La muerte es el acto por el cual nos vemos ya desposeídos por completo de consciencia, desposeídos de imaginación, de pensamiento y de sentimiento. Todo aquello en lo cual nosotros podemos trabajar, la muerte lo subvierte, y en cuanto a tal, evidentemente está presente continuamente en una reflexión -que es la de la filosofía, poesía, literatura- que tiene siempre como materia prima la consciencia, los sentidos, el placer, el dolor. La contrafigura continua es la muerte. Pienso que lo reflejó muy bien Ingmar Bergman en El séptimo sello con el juego del caballero y la muerte al ajedrez. El arte no deja de ser esa partida continua del caballero con la muerte, en el que muchas veces tenemos la sensación de que ganamos provisionalmente una jugada, pero que en el fondo el jugador último es la muerte. El enemigo último o el adversario último no son solo los editores, lectores, o el público, la impotencia o la imperfección: el enemigo último es la muerte, porque si no existiera, podríamos reiniciar el intento cuantas veces quisiéramos. Pero sabemos que tenemos un tiempo limitado para nuestra jugada.

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7 de febrero de 2008
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II. Una mano de cal

Huérfana solitaria desde los quince años, a mi bisabuela María la sedujo la estampa barbada del comerciante descalzo que de tiempo en tiempo cruzaba el pueblo en las mañanas de neblina arreando su recua. Y la vez que lo detuvo para preguntarle por el precio de un zurrón de cal, pretextando que quería enjalbegar las paredes ya sucias de años, sin que nadie se lo pidiera él mismo se quedó hasta el anochecer entregado al trabajo de encalar con primor la casa con un hisopo de escobillas arrancadas al cerco.

La peste del cólera de 1857 se había llevado a toda la familia de mi bisabuela, comenzando por los hermanos más pequeños, la misma peste que diezmó a los ejércitos centroamericanos en guerra contra los filibusteros de William Walker, y a la propia falange de los invasores. Otra peste, años después, se llevaría a mi otra bisabuela, María de Jesús Velásquez.

Eran tiempos en que los carreteros contratados por la intendencia militar iban preguntando de puerta en puerta si había cadáveres que acarrear a las fosas comunes, y hubo decenas de casas que quedaron pronto con las puertas de par en par, sin nadie adentro. Algunos salían de las zanjas comunales y regresaban en busca de sus familias, revividos por los aguaceros, y eran recibidos con espanto unas veces, como ocurre con quienes vuelven de entre los muertos, y otras con alegría porque habían resucitado.

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7 de febrero de 2008
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La pandilla salvaje

Deadwood es una serie histórica, en todas las acepciones del término. Porque dramatiza la transformación del Salvaje Oeste en las últimas décadas del siglo XIX -su tránsito hacia las formalidades de la civilización-, y porque lo hace con el salvajismo y el sentido común que es la cualidad central de sus personajes. Llena de figuras reales arrancadas a la Historia (yo sabía de Wild Bill Hickock y de Calamity Jane, pero ignoraba que sus personajes centrales, Seth Bullock y Al Swearengen, también existieron), Deadwood analiza el proceso por el cual el campamento homónimo, que fue creado como dormitorio para los buscadores de oro, terminó anexado al territorio de los Estados Unidos como una ciudad hecha y derecha. (De hecho existe todavía, en South Dakota.) Original de HBO, la serie tuvo tres temporadas. Yo sólo vi la primera editada en DVD, y ya estoy haciendo planes para conseguir las temporadas restantes.

Si bien es una historia coral, el nudo del relato pasa por Al Swearengen (Ian McShane). Dueño del Gem Saloon, que funciona como burdel y expendio de todo tipo de sustancias recreativas -opio incluido-, Swearengen es un personaje más grande que la vida misma. Brutal y expansivo, cruel y dueño de un perverso sentido del humor, Swearengen es el amo y señor de facto del pueblo. Con el correr del relato se empieza a apreciar que el desempeño de Swearengen no tiene por objetivo tan sólo el poder por el poder mismo: si no fuese por sus oficios -bárbaros y discutibles, por cierto- la comunidad de Deadwood se desintegraría en cuestión de días.

McShane está soberbio, consciente de tener entre manos un personaje de dimensiones shakespirianas -por su ambición, por su lenguaje, por su capacidad de atesorar contradicciones sin quebrarse. Al menos durante la primera temporada, Swearengen es el personaje que mejor simboliza Deadwood: porque encuentra la manera de sobrevivir a la transformación sin perder casi ninguna de sus mañas. En este sentido la serie creada por David Milch también es histórica. Deadwood explica mejor que mil tratados las razones por las cuales el capitalismo funcionó en un sistema semejante. ¿O acaso no permitió -no permite- que el ser humano exprese en el marco de sus cánones toda su compulsión salvaje? 

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7 de febrero de 2008
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Por qué puede ganar McCain

Hoy por hoy, el republicano John McCain podría ganar en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre en EE UU. El supermartes le ha puesto como claro vencedor entre los republicanos aunque Romney y Huckabee sigan vivos y con algunas significativas victorias.

La batalla entre Clinton y Obama por la nominación demócrata va a seguir, al menos durante cuatro semanas en que votan algunos Estados poblados como Texas (la última cita de los demócratas es el 7 de junio en Puerto Rico). Esto puede distraer a los demócratas, incluso polarizarlos (aunque no haya tantas diferencias entre ambos), mientras McCain se afianza. Un ticket al final de ambos, que ninguno rechaza en principio, ganaría fuerza, pero nada está garantizado.

Las elecciones al Congreso que ganaron los demócratas en noviembre de 2006 fueron, esencialmente un voto de castigo contra la Administración Bush por la guerra de Irak. Pero la idea del refuerzo y el cambio de estrategia, la famosa surge, salió de McCain que desde el Senado la impulsó. Fue una apuesta arriesgada, pero que puede darle réditos.

El 25 de marzo, en un sondeo que ha pasado casi desapercibido, Gallup llegaba a la conclusión de que McCain le podía ganar tanto a Obama (por 50 a 45), como a Clinton (50 a 47). Otros posteriores son menos claros. La media de encuestas que publicaba ayer El País señalaba que McCain le ganaría a Clinton, pero no a Obama. Y, en todo caso, por poco. Claro que cuando se acerque el 4 de noviembre, las cosas serán muy complicadas y contarán no sólo los candidatos a la Casa Blanca sino sus acompañantes como aspirantes a vicepresidente. Sobre todo en el caso de McCain, dada su edad (tendrá para entonces 72 años).

A favor de McCain cuenta también la ubicación ideológica de los americanos, a la derecha del centro. Según un estudio del Centro Pew, en una línea que va desde la izquierda (liberal, en la terminología al uso allí) a la derecha (conservadores), y cuyo centro serían los "moderados", el votante medio está a la derecha de éstos. McCain un poco más aún, pero Clinton y Obama más alejados desde el otro lado. Lo que augura un corrimiento de cualquiera de ellos que resulte nominado hacia la derecha.

Hay también, en Obama y Clinton, la cuestión de la raza y del gènero. Pero lo que domina estas elecciones primarias es la idea del cambio, que lanzó Obama. Es, ante todo un cambio respecto a Bush y a lo que representa. Muchos candidatos la han hecho suya, incluida Clinton y también McCain. Aunque éste es poco apreciado entre los republicanos más republicanos, más cerrados, y los más religiosos, o de opciones religiosas más fundamentalista. Quizás por eso, en alguno de estos Estados se presentó como "el verdadero conservador", cuando para ganar en noviembre va a tener que despegarse de Bush. En su contra juega que esta vez, los electores demócratas están mucho más movilizados. Aunque la palabra final la tendrán los independientes que pesan como nunca en ambos campos.

No es un vaticinio, imposible a estas alturas. Sólo un aviso para no echar precipitadamente las campanas al vuelo.

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7 de febrero de 2008
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Sobre escribir

Escribir cada día, y hasta a cada rato. Escribir y escribirse, explicarse, comprenderse, contrastarse, cambiarse, complicarse, cosificarse. Escribir como apuesta contra todo, y todavía más que eso contra la nada (que como siempre acecha como nadie). Escribir por tristeza, por saudade, por miedo, por deseo, por fe ciega y por eso luminosa. Escribir porque es hora ya de enviar el escrito y no se sabe aún por dónde comenzar. Escribir en la cama, la mesa, la playa, el taxi, el baño, la carretera. Escribir a mitad del escenario de una mesa redonda sobre algún tema serio, con dos dedos discretos sobre el teléfono, esperando que nadie se dé cuenta. Escribir lo que duele y fingir que no duele, que se es duro y mundano y capaz de mirarlo todo desde arriba, desde lejos, desde otro que no es uno y jamás tiembla ni acredita el ardor. Escribir con sarcasmo, jugando a que ese látigo truena sobre los otros y no sobre la espalda del mismo que lo empuña. Escribir un insulto, un requiebro, una frase inconexa que se quiere ingeniosa sólo por inconexa. Escribir lo que pasa y aclarar que no pasa, que sólo es ocurrencia y no escurrencia, que no hay sangre a la vista y todo está en su sitio. Escribir con los pies en el aire, ingenuamente, como otros van y cazan mariposas. Escribir una carta plena de languidez, leerla y caer víctima de su hechicería y contemplarse lánguido en sus párrafos. Escribir con las ganas de abrirse las entrañas y que así nadie dude que en lugar de escribir se está gritando y ya no importa más que escuche quien escuche. Escribir cautamente y jamás darse cuenta que se hace exactamente lo contrario y no hay siquiera forma de prevenirlo. Escribir tan contento que ya no se concibe un estado distinto, y luego hacerlo en medio de tal desolación que ya no se recuerda que se estuvo contento. Escribir nombres, fechas, llenar hojas y hojas de datos bien precisos, creer que ya por eso se ha edificado alguna cosa sólida. Escribir con medida arquitectura, calculando los ritmos hasta irlos respirando, encontrando colores entre las vocales y una rara lujuria en las consonantes. Escribir con triptongos y darse a pronunciarlos en voz alta por una mera súplica de los sentidos. Escribir como el niño que juega a las mentiras y hacer la travesura de que absolutamente todo sea verdad. Escribir en un sitio de internet lo que nunca se escribiría en otra parte y agazaparse entonces tras el monitor. Escribir en paredes, como un paria, pero cuidar celosamente la ortografía. Escribir y borrar, tachar, romper, quemar, que no quede ni el rabo de una coma porque igual hasta eso podría delatarnos. Escribir chistes malos y creerlos buenos; o tal vez al revés, cómo saberlo. Escribir el recuerdo de lo que uno juró que olvidaría. Escribir porque sí, para nada ni nadie, como si por ahí se respirase. Escribir con calor en medio de una helada. Escribir el amor, si eso es posible, y suponer que así se entrará en sus secretos, como lo haría algún bisturí apasionado. Escribir describiendo lo que nunca existió y descubrir que existe sólo por eso. Escribir cada sueño que no se tuvo para ver si ahora sí llegamos a tenerlo. Escribir cada cosa, cada detalle, cada ángulo y arista. Escribir cada día, y hasta a cada rato.        

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7 de febrero de 2008
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Biblioteca Breve y novelas de una vida

Una vez me dijo Vargas Llosa que una biblioteca ideal podía hacerse con dos mil títulos. Hace unos cuántos miles que me pasé de volúmenes y tan como vamos, me parece que me seguiré pasando mientras no sepa cómo quitarme este enganche tan adictivo.

/upload/fotos/blogs_entradas/carlos_barral_med.jpgAyer en los premios de novela "Biblioteca Breve", esos que crearon un grupo de "modernos", europeístas- más afrancesados que de otros territorios- y renovadores de nuestro mundo editorial, de nuestro mundo cultural hace ya cincuenta años. Volvió a ser recordado el inevitable Carlos Barral. Y Víctor Seix, Joan Petit, Castellet, Valverde y otros críticos, escritores y editores que cambiaron nuestras lecturas y nuestros autores.

Por edad empezamos más o menos con diez años de retraso de la nómina de los premiados, pero sin duda muchas de esas obras fueron nuestras lecturas de la literatura en  español. Algunas obras siguen vivas y sus autores muertos. Y viceversa.

Pero repasando los títulos de los primeros premios todavía es reconfortante que se encontraran novelas y novelistas de tanta importancia para nuestras lecturas, para nuestras vidas de lectores.

Perdí Las afueras, la primera novela de Luis Goytisolo y la que inauguró el premio. ¿Dónde estarán los libros que extraviamos?

Conservo Nuevas amistades, de García Hortelano; Dos días de septiembre de Caballero Bonald, La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa; Los albañiles de Vicente Leñero, Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, Últimas tardes con Teresa, Marsé; Cambio de piel, Carlos Fuentes. He perdido País portátil, de Adriano González León que acaba de morir, creo que sin dejar de hablar tal y cómo le conocí. Nunca tuve Sonámbulo del sol de Nivaria Tejera y por algún lugar debe estar La circuncisión del señor solo de Leyva. Desde luego el catálogo de esta primera etapa es significativo, importante y como para no dejar que nuestra biblioteca disminuya.

Y el premio murió, cambió, renació y sigue disfrutando de buena salud. Y de prestigio. Estoy interesado por esa mirada a la pareja de los orígenes de la nicaragüense Gioconda Belli.

Con editoriales y editores como aquellos nunca conseguiremos desprendernos de algunos libros. Nunca nuestra biblioteca será esencial y breve. Yo  creo, no creo estoy seguro, que la de Vargas Llosa tampoco... pero tiene más metros que nosotros para no preocuparse por tener la casa tomada por esos animales que un día, también ellos, irán a parar al lugar del polvo. Enamorado o no.

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6 de febrero de 2008
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Chile en seis palabras

La última novela de Carlos Franz, Almuerzo de vampiros (Alfaguara, España) se dedica a la "nostalgia de un tiempo miserable": la vida en Chile bajo la dictadura del general Pinochet. Inspirándose en el famoso "con Franco se vivía mejor", el novelista chileno vuelve a un momento de la historia chilena que no era mejor sino más intenso. Franz me interesa desde la lectura de EL lugar donde estuvo el Paraíso. El texto se parece mucho a una obra de Graham Greene. No en su escritura sino en una cierta manera de ver el mundo, sabiendo cómo el amor y el poder pueden dañar a los hombres. Nada que ver con la historia de estos vampiros que no son vampiros sino clientes de "Le Flaubert", un salón de té muy civilizado de Santiago de Chile, con una terraza en la calle y un patio asombrado por atrás. "Le Flaubert" sirve una cocina chilena afrancesada a políticos, artistas, periodistas y hasta banqueros exiliados y hedonistas. En este caso, los clientes son dos, en búsqueda de un profesor "desaparecido".

En Chile, en el Chile de Pinochet, no es igual haber desaparecido que haberse fugado. Aquí está el secreto íntimo de una obra que machaca los sueños de la juventud. "La madurez es la muerte de la sensibilidad a manos de la experiencia", explica Franz, entregando el fruto amargo de la vida ya pasada. A pesar de vivir en Madrid, el novelista se mantiene tan chileno que a lo largo de su novela entrega un diccionario de palabras clave que, a mi parecer, conforman un maravilloso diccionario de la idiosincrasia chilena. Aquí van unos extractos que pintan a Chile en seis palabras:

Creerse la muerte: "en Chile, el más vanidoso, el que ha llegado a la cumbre del éxito, se "cree la muerte"; lo mejor se considera "la muerte."

Talla: "en todo el idioma, ‘tallar' significa cortar... Y que por extensión, una talla sea una ‘medida'... en el dialecto de Chile -que sólo los chilenos no saben que lo hablan- ‘talla es sinónimo de broma'. O sea nuestra medida es la broma."

Pajero: "expresión tan corriente... que ya casi no se usa en su acepción de masturbador. Ahora todos, menos el diccionario, lo dicen del sonador."

Mandar a la cresta: "lo que en otros sitios es lo máximo y lo más alto... en Chile es irse a la mierda."

Fome: carente de interés, falto de gracia y de vida. No exactamente aburrido sino letárgico.

Pico: "... la palabra más escrita en los muros (y retretes) de Chile... El pico se llama así porque habla más alto y convence más que la boca, en este país."

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6 de febrero de 2008
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El Boomeran(g)
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