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Una guerra de 800.000 millones de dólares

El coste de la guerras de Irak, Afganistán y otras operaciones de la "guerra global contra el terror" asciende, desde el 11 de septiembre de 2001 a 799.300 millones de dólares (551.000 millones de euros, al cambio actual, es decir, más de la mitad del PIB español). Según la última edición del Military Balance del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres, hasta el año fiscal 2007, incluyendo la construcción de edificios y otros gastos, la guerra de Irak ha supuesto unos costes de 450.000 millones de dólares; la de Afganistán de 127.000 millones, y la seguridad interior en EE UU de 32.000 millones. Es decir 610.000 millones en total, a lo que hay que sumar, si el Congreso se lo otorga, las tres peticiones adicionales de Bush por un total de 189.300 millones más.

Un problema es que las cuentas del gasto militar de EE UU se están volviendo cada vez más opacas. A menudo no se incluyen en el cálculo del déficit público americano.

Estas guerras no han acabado aún. La Oficina Presupuestaria del Congreso ha calculado que estas guerras podrían costar  entre 406.000 millones y 603.000 millones más en el caso de que EE UU retirada la mayoría de sus tropas de estos frentes y retuviera sólo 30.000 soldados en Irak y/o Afganistán para 2010. Si se redujeran hasta 75.000 para 2013, y se mantuvieran en ese nivel hasta 2017, estas operaciones requerirían entre 924.000 millones y un billón de dólares suplementarios. Con lo que, hacia 2017, el coste de la "guerra contra el terror", tal como la define la Administración Bush, ascendería a entre un billón y 1,6 billones de dólares. A todas luces un exceso. En comparación, la guerra de Vietnam, la más larga en la historia de EE UU (1959-1975)  le costó al erario norteamericano unos 670.000 millones de dólares de hoy, según un estudio del Center for Arms Control and Non-Proliferation de Washington, con lo que la actual ya lo ha superado. De momento las guerras de Irak y Afganistán, más la lucha contra el terrorismo, vistas ahora como un conflicto simultáneo, se han convertido en las más caras de la historia de EE UU, después de la Segunda Guerra Mundial.

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14 de febrero de 2008
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Paraíso recobrado

"¿Estás seguro que eso está en Brasil?", me preguntó el taxista en Rio de Janeiro, camino al aeropuerto. En lugar de respuesta, le entregué una sonrisa tantito más incrédula que la suya. Cuando algún mexicano me pide referencias de Macapá, preciso recurrir a un texto conocido: "Papillón llegaría nadando", les explico, en la esperanza de que al menos sepan ubicar la Guayana Francesa. Aunque lo cierto es que no hay nada cerca, ni siquiera Cayena. Papillón las habría pasado negras para sobrevivir a la travesía por el estado insular de Amapá, donde malaria, dengue, fieras, bichos, piratas, contrabandistas y forajidos se encargan de cubrir la travesía de obstáculos insalvables para las ratas de ciudad.

     He venido seis veces, todas volando desde Belem, capital del estado de Pará que para algunos es también inubicable (Roberto Carlos, el futbolista, declaró alguna vez, recién bajado del avión al lado del equipo nacional, que era un honor para él poder jugar en la ciudad que vio nacer a Cristo). Hay quienes llegan navegando el río Amazonas, en barcos más o menos precarios cuyo más grande lujo disponible es una hamaca sobre la cubierta. Por eso, si quisiera morirme sin dejar huella, vendría directo a esta ciudad, me escurriría entre sus calles anchas y su medio millón de habitantes y avanzaría solo selva adentro, donde seguramente sucumbiría entre las fauces de un jacaré o bajo los zarpazos de una familia de onzas, si antes no me derrite el puro calor.

     En otras circunstancias evitaría el clima artificial; aquí vivo completamente a su merced. Lamento incluso que no exista un tunel climatizado para llegar del hotel al coche, que se transforma en horno crematorio si se comete la torpeza de estacionarlo al rayo del sol. En tales circunstancias, la mañana y la tarde, con su amplitud oceánica, son de sobra auspiciosas para quien las dedica a leer, escribir y aguardar el arribo del anochecer, con todo y mosquitos. Parecería el infierno, pero hay que estar aquí para empezar a confundirlo con su antípoda. Cortesano de la única Princesa en infinitas leguas a la redonda, preciso de muy pocos adminículos para sobrevivir con la sonrisa puesta y creer firmemente que el paraíso no está ya en la otra esquina, sino frente a la Plaza Floriano Peixoto, entre el lobby, el comedor y la habitación donde ahora mismo me bebo un plato entero del mejor açaí de este país. Pobres de los paulistas, le llaman "açaí" a ese caldo insaboro que en nada se parece a este manjar espeso y deleitoso que baja de la lengua a la garganta en calidad de combustible para gladiadores.


     La pluma, la libreta, el libro, el plato ya vacío de açaí, un billete de cinco reales que uso como separador, tales serían mis vestigios postreros si ahora mismo estirase la pata sobre la cama. Efectos personales, que les llaman. O también, por qué no, efectos especiales. Cada uno a su manera contribuye a crear una suerte de hechicería íntima que me deja sobrevolar Macapá con el viento a favor de las ficciones y el lujo de una fresca ligereza que sería impensable bajo ese sol de plomo que vacía las calles del mediodía a las cuatro de la tarde.

     Son ya más de las tres de la mañana del día de San Valentín, que en Brasil significa poca cosa y todavía menos en Macapá. Guardo el libro, la pluma y la libreta, tengo sueño a pesar del açaí, pero alcanzo a entender que cuando el furibundo Yahvé decidió castigar a Adán y Eva le bastó con desconectar el aire acondicionado. Ello no sólo explica los alcances de la Divina Ira, sino de paso el mal humor de Caín. Con su permiso, voy a santiguarme. No sea la de malas que me lo desconecten.


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14 de febrero de 2008
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Voz de alarma

Este es el más perturbador de nuestros interrogantes: si la tarea legislativa de Zapatero ha sido un impecable ejercicio de sensibilidad social (ley de asistencia a los dependientes, ley de igualdad, derechos de los homosexuales...), si ha puesto un admirable empeño en renovar los principios cívicos de la democracia (Educación para la Ciudadanía) y ha sentado los fundamentos jurídicos de una obligada retribución moral (Ley de la Memoria Histórica), ¿a qué debemos atribuir la pujanza que las recientes encuestas atribuyen al iracundo Partido Popular?

Si durante más de tres años el Partido Popular se ha empecinado en agitar el espantajo de una mentira (la del 11-M y sus secuelas), si sus insidiosos portavoces fueron derrotados por las urnas, si la balbuciente figura de Rajoy no ha despejado la sospecha de ser tan solo el hombre elegido para obedecer a José María Aznar, ¿a qué debemos imputar las dificultades de Zapatero para distanciarse claramente de su agrio competidor?

Durante casi cuatro años el Partido Popular ha hecho todo lo posible para injuriar a Zapatero y sin cesar comete a diario todo género de felonías: ¡le acusa de ser amigo de los terroristas! Tienen razón los socialistas cuando se lamentan: jamás se vio semejante alarde de deslealtad en el principal partido de la oposición.

Hasta ahora han sido muchos los que confiaban en el suicidio político de la derecha española: se suponía que su estulticia y flagrante derechización la alejaría definitivamente del centro moderado, de los ciudadanos sensatos, los que más allá de posibles afinidades doctrinales, conservan intacto un sentido de la mesura y repudian el extremismo de los demagogos.

Pero esta confianza ciega en el país real, la que al parecer ha sido la principal convicción de Zapatero, ¿se verá justificada por los hechos? ¿Saldrán las cuentas el 9 de marzo?

Con un escalofrío va tomando cuerpo la inquietud: ¿y si el país real en el que hoy vivimos no fuera más que la proyección del país virtual construido por los enemigos de Zapatero? ¿Y si la operación de embuste y propaganda puesta en marcha por la gran coalición política, mediática y eclesiástica diera finalmente sus frutos?

 

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13 de febrero de 2008
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El acto más radical

Rafael Argullol: Y sin embargo no se habla jamás del suicidio.
 
Delfín Agudelo: Guardan silencio aquellos que lo han vivido de cerca; los demás, a duras penas podrían decir algo.
 
R.A.: Desde pequeño he estado rodeado de susurros suicidas: es decir, a veces oías el murmullo, el susurro, una conversación indirecta de que en tu familia o en otra hubo un suicidio, pero se ocultaba de manera muy celosa la verdad real del suicidio Aquí, recientemente, ha habido personajes de relevancia que se han suicidado y se ha negado y ocultado. Recuerdo el caso de hace unos años el caso del poeta   José Agustín Goytisolo, aquí en Barcelona. Esto pesa mucho. Respecto al suicidio artístico, habría un matiz: un artista se suicida más allá de las infelicidades personales que pueden determinarlo bien porque ya no tiene nada que decir, o tiene tanto que decir de manera que no puede decirlo por medios artísticos. Hay un suicidio por déficit, y hay otro por exceso. Eso, en el personaje que se suicida. Para el espectador, o para el lector que sigue la obra de ese artista, tiene algo siempre de interrupción de un proceso en el cual se sentía copartícipe. Te quedas solo porque claro, el lector, en el sentido fuerte del término, acaba siendo un coautor, y por lo tanto un cómplice muy íntimo del escritor o del artista.
El suicido es un acto radical, quizás el más radical de la vida humana. Hay un cierto suicido falso adolescente, en el cual el adolescente no piensa tanto en matarse sino asistir desde atrás a su entierro para ver cómo sus padres están sufriendo. Pero este suicidio, o pseudosuicidio narcisista del adolescente es un falso suicidio: el radical es aquél que se emprende como un acto irreversible. Es verdad que nuestra época también se ha propagado de lo que podríamos llamar nuestro suicidio narcisista e inducido que es suicidarse después de matar. Por ejemplo, recientemente el caso de aquél estudiante en Estados Unidos, que se mató después de matar a decenas de estudiantes, y filmándose todo: ha llegado a nuestra época el cultivo del narcicismo de la imagen hasta tal punto que ha incluido en algunos casos lo que podríamos llamar ejemplos de este pseudosuicidio. Pero esto lo considero excluido del testamento artístico del suicidio.
 
D.A.: ¿Cuál sería el inmediato contrario de la nota de suicidio? ¿La carta de amor? Imaginemos una nota de suicidio que a la vez fuera una carta de amor. Habría tanta tensión en esa escritura que sería de difícil legibilidad

R.A.: Yo creo que si. De la misma manera que antes hablaba de la alegría que se manifestó en estos días anteriores al suicidio de Kleist, él mismo, mientras estaba a punto de suicidarse, le envió a su amante una carta de amor preciosa. En ese sentido creo yo que cuando se llega al tipo de madurez en la cultura del suicidio que tuvo Kleist o Zweig es muy posible que aquí rece una energía que también se pueda traducir en amor. También es bueno recordar el poema de Leopardi: el amor y la muerte tienen una comunicación estrechísima. Yo, que pienso que todo amor es amor propio, no creo que pueda amar aquél que no tiene una dosis sólida de amor propio porque el amor es un exceso. Por tanto, no lo veo como la negación del amor.

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13 de febrero de 2008
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Con perdón de Belmondo

No es difícil, para un espectador convulso, alimentar cierta debilidad narcisista por los héroes románticos. Piensa uno que en el fondo se les asemeja, apostaría de pronto a que en su sitio haría lo mismo que ellos, pero no porque quiera o lo decida sino por esa senda vertiginosa que le sugiere imperativamente desafiar toda obvia conveniencia, presa del fatalismo redentor que apenas un canalla o un imbécil se atrevería a eludir. Eso es lo que uno cree, con firmeza fanática y ánimo combativo. Por eso cuando asiste a la historia lo hace con más enjundia que curiosidad, resuelto a sucumbir junto a sus héroes antes que conceder lugar al conformismo vergonzoso de procurar refugio en las certezas vanas, que por lo general son casi todas.

     A los ojos de un héroe romántico nunca parece demasiado tarde, aunque casi. Por eso tiene prisa, pero también paciencia sin medida. Irá hasta donde tenga que ir por la oportunidad de tirar los dados y jugárselo todo en un solo tiro. "Todo o nada", declara, desde ya despreciando a la medianía puesto que nada en ella le impresiona. Y uno acá en la butaca no hace sino asentir con devoción equivalente y nunca menos sed de pasión. Se desea la luna, o en su defecto se acepta la ruina. No con otra intención hemos desembarcado en un destino incierto y acto seguido incendiado las naves.

     No escribo de memoria, ni busco teorizar, aunque aprovecho la oportunidad para echarle una trompetilla a Jean-Luc Godard, cuyo canonizado A bout de souffle me sigue pareciendo abominable desde que vi por primera vez Breathless. Dispárenme, si quieren, pero hasta ahora sigo sin querer nada con aquel Belmondo que agoniza insultando a su postrera amante traicionera. Vi tres veces aquella historia pretenciosa y très cool, al principio buscándole los famosos encantos y ya después sólo por ubicar el origen remoto de mi favorita, donde el protagonista es un ladrón de coches que irrumpe con la ayuda de una ganzúa en el departamento de la heroína, transportando una flor entre los dientes, listo para apostar su resto a ojos cerrados.

 

     Conozco la aversión que a numerosos contemporáneos les inspira la penúltima década del siglo pasado, y a lo mejor por eso se las restriego aquí. Me hace ilusión que algunos me condenen, y si es posible que se escandalicen. Linda palabra: escándalo. Supongo al fin que preferir, por leguas de ventaja irremontable, a un producto ochentero californiano sobre un ícono sacro de la Nouvelle Vague, me ganará un lugar seguro en el infierno, que como bien sabemos está repleto de héroes románticos.

     Jesse Lujack, se llama el héroe de la segunda versión de Sin aliento, aunque la policía también lo conoce como Jack Burns. Si el afán fuese disecar la película, podría pasarme párrafos incontables recorriéndola de escena en escena, luego de haberla visto algo así como veinte veces, cuando menos, con los pies hasta el fondo de las botas de Lujack y los ojos en la estudiante de arquitectura que lo sigue en mitad de una fuga romántica al extremo de lo tóxico. De Philip Glass a Chrissie Hynde, y asimismo de Elvis a Jerry Lee Lewis, el héroe de la historia (un Richard Gere sin canas que para bien de todos aún no ha conocido a Julia Roberts) jamás se cansa de doblar la apuesta. Ahora mismo, de noche, con la lluvia selvática estallando allá afuera y el Amazonas rugiendo a unas cuantas decenas de metros, alzo un vaso repleto de cachaça emocional por aquellos que un día se hayan visto en el espejo de Jesse Lujack, seguramente el único héroe romántico capaz de arrodillarse ante el Silver Surfer y hacerle ciertos ascos al mismo William Faulkner, por el pecado de elegir a la pena sobre la nada.

 

     "It's all-or-nothing with me!", sentencia Lujack y alguien adentro de uno aplaude a rabiar. Vamos, Jesse, se dice sin decirse porque de tiempo atrás lo sabe y lo respalda, no te quiebres ahora, que los dados ya ruedan sobre el tapete; que la vida se apuesta de todas maneras y las naves quedaron hechas ceniza; que los héroes románticos desdeñan el peligro y no existe confort que los detenga. "Va mi resto, señoras y señores", le dice uno al espejo retrovisor y acelera dispuesto a morar en el cielo o morir en la raya.

     Antes la nada entera que un todo en pedacitos.

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13 de febrero de 2008
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Hospitales (3)

Pero a las cuatro horas de habitación, ya nos hemos curado de tonterías. Porque para los acompañantes más incómodo que el olor es la silla, y con suerte el sillón, donde tendremos que pasar la noche. Lo que no es para tanto porque si llegamos a coger el sueño, con el cuello torcido y los pies hinchados, será como viajar en turista. En cualquier caso, el sueño no será muy largo porque las enfermeras con sus continuas entradas y salidas nos recuerdan que esto no es un hotel. Sin embargo, no nos prohíben estar aquí mortificándonos, lo que en el fondo sería un alivio porque nos descargarían de la responsabilidad de tener que estar aquí todo el tiempo, descansaríamos más y podríamos hacer frente a la situación en mejores condiciones.

Es curioso porque la habitación, sobre todo si es de la Seguridad Social (lo digo porque es compartida), acaba abduciéndonos. Llegamos a conocer la vida del de la cama de al lado con pelos y señales, a sentirnos sus cómplices, a llamar al timbre si se le agota el suero. Llegamos a conocer a su marido o mujer, a sus hijos o padres y a saber quién se preocupa más por el enfermo, y cuando le trasladan o le dan el alta, casi le echamos de menos. Al fin y al cabo, una habitación de hospital es parecida a una novela o una película: el protagonista está en la cama y el resto de los personajes de su historia van y vienen formando un cuadro borroso de su vida hasta para él mismo. A veces incluso se convierte en el camarote de los hermanos Marx y tiene que llegar un sanitario a poner orden.

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13 de febrero de 2008
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La salud

La salud es la base de la creación, de la acción y del carácter. O, al menos, del carácter aplicado.

Una gran mayoría de nuestras conductas y comportamientos, nuestras palabras y nuestros enjuiciamientos, correlacionan circunstancialmente con nuestro grado de bienestar personal y dentro de él, con el bienestar orgánico que termina convertido en un fundamental "punto de vista".

Las personas cambiamos de parecer sobre paisajes, personajes y viajes, en buena medida según nuestro estado físico y es una obviedad que el avinagrado se conduce agriamente a partir de sus secreciones internas como también para ser solícito es preciso que la energía interior circule suficientemente bien.

Cualquier visita, paseo, película o programa de la tele es diferente a través de un receptor fatigado o no. El programa es el dato fijo y el sujeto la variable. De este modo, todo empeño en mejorar la salud se relaciona directamente con perfeccionar las oportunidades de felicidad. De la salud personal deriva la salubridad óptica del mundo y su contemplación positiva sigue esta misma dirección.

Los amables aspectos de una visión aumentan y las figuras rehundidas aparecen como susceptibles de volver a flotar y lucir. No hay optimista sin buena salud como no hay pesimista más tenaz que el del achaque crónico. El cuerpo nos significa y nos indica, el cuerpo nos lleva y nos introduce en la intelección y acaba siendo en la encrucijada el juez ecuánime o no, el animal bondadoso o la fiera de cuya desazón deriva el desgarro de sí o del otro. La funesta negación de las ocasiones propicias, la denegación de oportunidades, el rencor casi constante se proyecta sobre el análisis de la coyuntura y de la propia estructura. Toda perspectiva pictórica depende así no sólo del ángulo escogido sino de la misma luz del ojo que dirime. Tanto el ángulo torcido como la claridad adolorida condicionan el espíritu y la vida del cuadro. Con mala salud se puede crear pero no hay creación enferma que en primer lugar, como debe ser, premie con gozo a su demiurgo.  

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13 de febrero de 2008
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III. Cisnes y elefantes

Las elecciones en Estados Unidos ya se sabe que son un asunto mundial, y lo queramos o no, nos ocupamos de ellas porque sentimos que nos concierne a todos, igual que sus gobernantes piensan que a ellos les concierne todo el mundo, al que quisieran a su imagen y semejanza.

Asunto de más o menos. Mientras los bautistas se han extendido por todo el planeta, los mormones solo tienen una presencia exigua, de modo que un presidente mormón hubiera sido una verdadera novedad, si es que Romney no tira la toalla después de los resultados del "super martes", que le fueron negativos.

/upload/fotos/blogs_entradas/joseph_smith_med.jpgEl de los mormones es el único credo que no llegó a los Estados Unidos desde Europa con los inmigrantes, sino que tuvo su origen en el año de 1830, en su propio territorio. Su fundador, Joseph Smith, anunció que había recibido del ángel Moroni el Libro Mormón  escrito en lengua egipcia sobre planchas de oro, una suerte de nuevo testamento en el que se establece que Jesús volvió a nacer en el continente americano, al que sus habitantes originarios habían llegado desde Israel por mar, apenas seiscientos años antes del nacimiento de Cristo. Establecieron una civilización floreciente, luego desaparecida, pues sabían fundir el acero para fabricar espadas y ruedas, y criaban caballos, vacas, corderos, y cabras, y no sólo aves de corral, sino también cisnes, y por si no bastara, elefantes.

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13 de febrero de 2008
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Digresión: no hay héroe melancólico

Todo ser humano proyecta sobre una u otra persona una plenitud mirífica de tal manera que esa imagen se convierte en una suerte de garantía de la riqueza propia. Mas este ideal puede jugar un papel muy diferente en función de múltiples variables, la mayoría sometidas a la pura suerte, de las que depende que una persona se configure como alguien que afirma la vida o más bien como alguien que, por nihilismo, la repudia. Pues bien:

Paradigma del segundo tipo es una cierta versión del "héroe" romántico que podríamos concretizar en el personaje de Werther. Este en efecto no muere por causa alguna cuya realización exija el sacrificio de la propia vida. Por la muerte de Werther nada se fertiliza ni engrandece. Nadie la esperaba como sacrificio generador de riqueza o libertad, nadie la toma como inevitable momento de duelo liberador. Tal muerte genera en todo caso resentida -y oculta- satisfacción en el celoso marido de Charlotte. Todos los demás experimentarán un sentimiento de pura desolación por una vida estérilmente segada.

"Esclavo, es quien prefiere la vida a la libertad" reza una sentencia hegeliana ya universalizada o universalizable Y como la condición de esclavo es incompatible con la cabalmente humana, puede decirse que entre los rasgos del hombre consta el de no querer vivir a cualquier precio, y desde luego no al precio de la genuflexión.

Pero una cosa es no querer vivir a cualquier precio y otra muy diferente es querer morir literalmente por nada, querer morir por nihilista sentimiento de que cosa alguna, salvo el evocado ideal que el melancólico vive como intrínsicamente perdido, merece la pena de ser considerado y eventualmente de luchar por ello. Puesto que hacía alusión a un protagonista literario convertido en operístico, evocaré un segundo personaje de este mismo género:

/upload/fotos/blogs_entradas/tosca_med.jpgEl papel de Mario Cavaradosi, en la ópera de Puccini Tosca, se inicia con un aria brillante en la que se refleja su esplendida fortuna, pues en el vigor de la juventud, a la vez se recrea como artista y es apasionadamente amado por la diva Tosca. De tal sobreabundancia surge casi naturalmente su compromiso militante en contra de Scarpia quien, ajeno al arte y despreciado por Tosca, sirve rastreramente a un régimen tiránico, complaciéndose en el abuso y tortura de los débiles. El compromiso hace caer a Cavaradosi en manos de Scarpia y, por su fidelidad a la palabra compartida, es brutalmente torturado y finalmente (por complejos derroteros) fusilado.

En una hipotética continuación de la trama, es de suponer que la muerte de Cavaradosi se traduce para el pueblo de Roma en ineludible exigencia de abandonar la actitud genuflexa y acabar con la tiranía. Pues bien: esta fertilidad de la muerte de Cavaradosi se halla en las antípodas de la muerte melancólica, la muerte como resultado de que el alma propia se apaga y en consecuencia el entorno queda para uno, privado de luz.

Afortunados aquellos que en plena sobreabundancia y precisamente por sentimiento de la misma, precipitan eventualmente su confrontación con la muerte, sabiendo que de todas maneras ésta es algo inevitable. En ellos se realiza plenamente el ideal griego de la andreia, es decir, de esa hombría atribuible tanto a hombres como a mujeres sin la cual no cabe hablar de auténtica asunción de nuestra singular naturaleza.

Corolario de lo que precede es que la actitud heroica en nada esta reñida con la plena inserción en aquello que constituye la urdimbre de la vida de los hombres. El héroe está sin duda atravesado por cierta pulsión a traspasar los límites, una pulsión de infinitud. Mas al decir de Hegel "en el amor del hombre por la naturaleza, por su familia, por su patria hay como una inmanencia de lo infinito en lo finito". Una manera de proclamar que lo que se juega en este triple registro tiene importancia enorme y en consecuencia, el triunfo o el fracaso (quizás la suerte o su ausencia) en estos ámbitos, determinan que el espíritu esté o no en condiciones de relativizar el peso de la vida... por sobreabundancia. El héroe, en suma, nunca repudia el mundo, sino que por el contrario lo hace suyo plenamente, y sólo por tal reconciliación es capaz de distanciarse del mismo y de su propio ser. De ahí la imposibilidad de un héroe melancólico.

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13 de febrero de 2008
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Prólogo a la edición italiana del «Diccionario de las artes»

Más de diez años han pasado desde que, en un orden azaroso y según variaban mis lecturas, redacté estas notas con el propósito de averiguar qué pensaba yo sobre las artes actuales o sobre el estado de cosas del Arte. Dentro de unas pocas páginas verá el lector la diferencia entre "las artes" (la vieja tradición de los oficios, la "técnica") y "el Arte" (la categoría trascendental de la estética idealista), por lo que me permito no extenderme aquí sobre la cuestión. El caso es que repasando ahora el viejo texto con el fin de darlo a la reedición, constato que nada ha cambiado en ese ámbito y que si debiera subrayar algún elemento éste sería justamente el de un acelerado desaparecer, un esfumarse, una silenciosa extinción del Arte y una explosión o metástasis de las artes. Como ya suponía entonces, el final de las prácticas artísticas rigurosas no ha tenido lugar como un acontecimiento, un suceso, un "acto", sino como un vacío. Llegará un día, pensaba, en que a nadie le importará lo más mínimo ese asunto llamado "Arte" y el silencio se encargará de destruir todos los contenidos de esa noción. Así ha sido, o por lo menos así está siendo.

La edición italiana de Diccionario de las artes será publicada en otoño.



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13 de febrero de 2008
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