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Los caprichos de Mercurio

No existe forma más efectiva de ponderar nuestra existencia que la de analizar nuestra relación con la noción del cambio. Es evidente que estamos destinados a cambiar, y de manera constante. Cambia el vientre de mi mujer, semana tras semana. Y en el interior de ese vientre cambia mi futuro hijo/a a velocidad vertiginosa, pasando en tan sólo nueve meses por todas las fases de la evoluciòn de la especie: célula, pez, anfibio, mamífero berreante.

Ese mismo vértigo del cambio nos acobarda a veces. Todo se transforma de modo abrumador. Para los que vivimos en países con tendencia al melodrama, todo es posible -y casi al mismo tiempo. Revoluciones, dictaduras, contrarrevoluciones, crisis económicas terminales: los argentinos, y tantos otros latinoamericanos, por añadidura- estamos habituados a que nuestro país se autodestruya y rehaga de sus cenizas cada poco tiempo, con un ritmo que no es menos severo que el de las estaciones. Por eso no me sorprende que haya gente que vacacione cada año en el mismo lugar, haciendo exactamente las mismas cosas. Esa rutina les proporciona algo parecido a la tranquilidad. La sensación de que al menos algo, en medio de tanto caos, puede considerarse predecible. Yo mismo, que me considero amigo del cambio -basta con ver cuántas veces cambié de carrera, y también de esposa-, reconozco que en los últimos años encaro cada paso de mi carrera con parsimonia que disfrazo de paciencia, porque prefiero que los cambios se den con tal lentitud que parezcan virtualmente imperceptibles.

Uno de los rostros más reconocibles del cambio es el del viaje. Es insensato lanzarse a la ruta si uno no tiene claro que un cambio -el deseado al tomar la decisión de partir, pero también el azaroso- ocurrirá lo queramos o no. Cambiar es en esencia la medida del éxito de un viaje. Uno debe estar abierto a lo imponderable. Siempre pienso que escribir ficción se parece mucho a viajar: uno puede planear cada paso del derrotero con precisión, pero si no está abierto al disfrute de lo inesperado, de lo que ocurrirá aun cuando no lo hayamos previsto, se perderá buena parte de la gracia del asunto.

Una de las formas más seguras de someterse al cambio es poner la vida en manos de una compañía aérea. Por más que nuestro pasaje tenga fecha y hora manifiesta, sólo Dios -para ser más preciso Mercurio, patrono de los viajes- sabe cuándo y cómo volaremos de verdad. Las compañías sobrevenden pasajes a lo bobo. Hace algunos años, tratando de regresar de México, me dijeron que no tenía lugar en el avión que había pagado y reservado meses atrás. Mi hija Agustina, que por entonces tenía novio en Buenos Aires, puso en juego lo aprendido en sus clases de teatro y lloró tan amargamente que conmovió a los habitualmente imperturbables empleados de la compañía. Ahora que tiene un novio en México, cuando anoche nos dijeron que el vuelo estaba sobrevendido y que nos ofrecían un pasaje abierto por un año para viajar donde quisiésemos, saltó de alegría con tanta efusión que me arrancó sangre del dedo gordo del pie. Mi hija ha cambiado, y no sólo de novio. Me tranquiliza saber que está preparada para vivir en este mundo.

Escribo desde una ciudad que no imaginé que visitaría. Mirando el paisaje lleno de humo desde la ventana de un hotel que nunca reservé. Y con mi dedo gordo lleno de curitas.

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29 de febrero de 2008
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Confianza entre seres de palabra, argumentos kantianos…

"La máxima es el principio subjetivo de la acción y debe ser diferenciado del principio objetivo, es decir de la ley práctica (ley por adecuación a la cual se mide el carácter moral de un comportamiento). La máxima determina en base a las condiciones del sujeto (muy a menudo en base a su ignorancia, o bien a sus inclinaciones) y constituye así el principio en conformidad al cual el sujeto procede, mientras que la ley es el principio objetivo, válido para todo ser razonable, el principio en conformidad al cual debe proceder, o sea un imperativo."

Este texto de la kantiana Metafísica de las costumbres, al que aludía al principio de estas reflexiones sobre el simulacro, nos da la clave de dónde se sitúa el pesimismo y el optimismo en materia de comportamiento ético. Kant es optimista, tiene confianza en que el hombre en última instancia no puede ser totalmente ajeno a los imperativos de la razón, actitud que se traduce, entre otras cosas, en un comportamiento ético.

La diferencia jerárquica entre la máxima y la ley estribaría en que la primera sería subjetiva y contingente, mientras que la segunda sería objetiva y necesaria:

Todo ser humano está permanentemente atravesado por aspiraciones subjetivas, que se traducen en deseo respecto a determinado objeto, circunstancia, posición personal etc. Y esta capacidad subjetiva de desear es esencialmente contingente y mutable, subordinada a la variabilidad de individuos y peripecias.

Por el contrario, sea cual sea su circunstancia, el se humano desea tener razón, cuando menos tener razón instrumental, pues de perderla se hallaría en la imposibilidad de alcanzar sus fines, sórdidos o no (para envenenar a alguien hay que poner los medios racionales necesarios). Pero sobre todo el ser humano no podría no desear que el otro ser humano se halle motivado por objetivos que no se reduzcan a intereses subjetivos y mezquinos. Todo ser humano estaría obligado a desear que en el otro se de una parcela que lo convierte cabalmente en una persona, es decir, que esté motivado por intereses universales de la humanidad. Y hasta cabría decir que, de hecho, está convencido de que así es efectivamente, pues de lo contrario, privado de toda confianza, viviría atravesado por el terror y el imperativo de la vigilia permanente.  

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29 de febrero de 2008
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Lo hambriento

Los niños norteamericanos nunca han sabido casi nada de geografía pero todavía les parece demasiado. No quieren saber de ese mundo más allá de su nación que se demuestra a década tras década como altamente irrelevante para sus vidas, cuando no altamente molesto. Ese mundo, si aparece, cuando aparece, viene a ser bajo la forma de Irak, Afganistán o Vietnam. Altamente desagradable y desdichado. No sólo insoportable por sus propias miserias internas y su afán de consumir artículos norteamericanos sino también por las calamidades que trasmiten irredimiblemente a los soldados norteamericanos que acuden allí y regresan, meses más tarde, con el cerebro enloquecido y metidos en el asesinato seriado o la drogadicción.

Estados Unidos no se encuentra pletórico de salud social o de cualquier otra pero mediante estas comprobaciones extranjeras, el exterior deja mucho más que desear. Es decir deja de ser deseado, cesa como objeto de deseo y su conocimiento va perdiendo el escaso interés que pudiera presentar. . ¿Europa? Europa es otra cosa pero sólo a efectos vacacionales o de un veloz y leve turismo cultural. Sin embargo, con el euro tan alto, ni de Europa quiere saberse mucho más por ahora.

Cuenta The New York Times que una encuesta de 2006 de National Geographic reveló que una mitad de los jóvenes norteamericanos entre 18 y 24 años no creen que sea necesario saber dónde se sitúan los países que salen (de tarde en tarde) en sus noticieros. De otra parte, un popular vídeo en YouTube muestra que la joven cantante Kellie Pickler participando en un concurso televisivo (¿Sabes más que un niño de primaria?) dice creer que Europa es un país y que le asombra enterarse de que una nación se llame "Hungary" (Hungría) que le suena a "hambriento" ("hungry") ¿Cómo puede existir un país que se denomina a sí mismo "hambriento"? ¿Cómo va un chico norteamericano a interesarse por ese extraño mundo cargado de tragedias históricas, lenguas innumerables e insondables localizaciones en la ilegible profundidad del mapa?

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29 de febrero de 2008
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¿Fuera burkas?

A la escritura, como al amor, poco le ayudan las facilidades. Un narrador comodino no es mejor que un amante abúlico, pocas ideas parecen tan repelentes como mezclar los besos con los bostezos. ¿Quién, que no sea un tramposo de muy barata estofa, querría sentarse a escribir un libro fácil? ¿No es verdad que es precisamente en los escollos donde la historia encuentra necesidad, origen, flujo y derrotero? Pero si la facilidad está sobrevaluada por los conformistas, no lo ha sido menos la libertad total por los inconformistas. Escribir sin obstáculos ni restricciones puede ser el infierno en la tierra, y al cabo aburridísimo como todos los juegos carentes de reglas.

     Es posible que la mayor complicación de un texto consista en encontrarle límites y reglas, de manera que en la versión final nada falte, ni sobre, ni estorbe. Pocos artistas lucen tan patéticos como aquellos que pretenden romper las reglas convencionales y no tienen con qué sustituirlas. Destruir mundos es fácil, lo complicado es darse a alumbrarlos de manera que no se derrumben al primer soplido. Y ello exige ajustarse a reglamentos íntimos, renunciar a las tentaciones suicidas del narrador -quien no tendría más que romper sus propias reglas para meterse un plomazo en la sien-, perseguir a la historia con la amorosa incondicionalidad de un romántico extremo.

     Teóricamente, un blog es territorio libérrimo. Puede hacer uno en él cuanto le venga en gana, pero la diversión empieza una vez que se ha echado a andar el mecanismo, y con él los obstáculos, límites y reglas que dan sentido al juego de bloguear. En mi caso, me atraen las zonas negras: esos espacios de misterio parcial o absoluto de los que se alimenta el mutuo morbo, como ignorar el nombre, la pinta y el carácter de los visitantes, y sin embargo convivir con ellos en una suerte de promiscuidad mental de la que casi nadie más tiene noticia. Cada blog es un pueblo de casas sin ventanas, ni puertas, ni rendijas casi. Un pueblo cuyos habitantes se conocen por medio de cartas anónimas y quién sabe si apócrifas. Una cueva platónica llena de monitores y teclados, donde el solo mirar hacia los lados merecería la pena capital.

     Desde aquí, los probables lectores y colaboradores de este blog se miran como sombras dentro del monitor. Yo, a mi vez, elijo trabajar en el espacio negro del titiritero. La misión del autor consiste en esconderse, aun y sobre todo cuando se exhibe. Escribo para exhibirme, corrijo para esconderme. Y aprecio especialmente que al otro lado se miren asimismo varios agazapados. Esta limitación -no conocerlos más que por apodo- me permite excederme en un sentido y contenerme en otro. Puedo ir lejos en la experimentación, en la medida en que la idea quepa dentro del juego y se ajuste a sus reglas particulares.

     ¿Encontrarnos?, dudé, cuando leí la invitación en uno de los comentarios -tampoco me acostumbro a llamarlos post-, y en un tris resolví que era esa una propuesta indecorosa. Es decir, una invitación a la obscenidad. Se supone que estamos escondidos, romper con esa regla sería un atentado contra el juego mismo, seguí craneando, pero al cabo sonaba como una travesura. Romper las reglas por una noche, luego volver a hablarnos de perfil, sin jamás intercambiar un e-mail, cuantimenos una llamada telefónica. Como los cómplices que pintan las paredes. Puesto en términos simples, una noche sin burka.

     El sábado pasado nos encontramos, en una rara mezcla de blind date y gang bang, aunque en la más estricta castidad. Fue algo muy similar a un shock múltiple del que este blog aún no se repone. Cómo romper las reglas de una diaria ficción y no suicidarnos en masa en el intento. Quiero creer que nunca me atreví, pero nueve horas no se ocultan fácilmente. Tengo, además, un cd, un dvd, varias fotografías y una gratitud múltiple que me señalan como infractor. De vuelta tras las faldas de El Boomeran(g), cuento con la película y el cd para salir del pasmo y volver a mirarlos a todos como sombras y reptar sigiloso por entre las trincheras, que al fin tal es el juego y tales sus misterios.

    Alguna vez, de niño, pude ver unos cuantos capítulos, que ya entonces me parecían viejísimos, de la serie En la cuerda floja, donde el actor Mike Connors encarnaba a un policía infiltrado en el hampa, que al final del capítulo escapaba en la confusión. Según entiendo el juego, mi trabajo consiste en cometer el desaguisado y esfumarme en mitad de la confusión. Intentar, atentar y ojalá que tentar. Andar también a tientas y en la penumbra enviar señales de humo. Complicarse la vida. Esconderse. Escaparse. Emboscarse. Jugar.

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29 de febrero de 2008
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Galería de espectros: Los muertos de Böcklin


Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros, he visto las siluetas de los que se alejaban por la barca hacia "La isla de los muertos" de Böcklin.

Delfín Agudelo: Jamás sé si los cipreses saludan o despiden al viajero que entra o sale de la isla de los muertos.

R.A.: Esas siluetas son realmente potentes porque están suspendidas en medio de la niebla. Se nos recrea el tema clásico del cruce de la laguna Estigia para llegar al Hades. Böcklin recupera el tema de que los vivos, al morir, cruzaban la laguna Estigia en la barca de Caronte, pero lo transforma de una manera muy moderna para situarnos en un terreno onírico, para-real, proponiendo así una suerte de doble visión. Una es la visión tradicional, que también sería de raíz griega, según la cual los muertos llegan a un Hades en el que se dan puras sombras sin vitalidad. Esa visión sería directamente sombría. Pero creo que Böcklin, de acuerdo con lo que tú has dicho, también introduce una segunda visión en que la isla de los muertos es también una especie de Arcadia, un lugar de armonía y reposo. El espectador, ante este cuadro excepcional, tiene la sensación por un lado de que se pierde respecto a la vida de los sentidos, en un sentido terrestre; pero por otro lado está a punto de adentrarse en una Arcadia oscura de la cual nada sabe, pero no por esto es negativa o es abismal, sino que también puede ser evocadora de una extraña serenidad. También me ha llamado la atención de ese cuadro la potencia recreadora que ha tenido en espacios arquitectónicos y urbanos. En Granada hay una fundación, lo que era una de las quintas cerca de la Alhambra, que se llama Rodríguez de Acosta, cuyo autor estaba tan obsesionado con este cuadro que intentó reproducirlo en su propia quinta, donde iba a vivir. Toda la quinta de la actual Fundación Rodríguez de Acosta al lado de la Alhambra es una traslación al terreno de la arquitectura de “La isla de los muertos”. Pero a veces pienso que en la propia Barcelona el monumento a Jacinto Verdaguer, en el cruce entre Diagonal y Paseo de San Juan, es también una recreación, en este caso, escultórica, de la isla de los muertos, con el mismo juego de la simetría, de los cipreses, y la búsqueda de esta especie de serenidad onírica.

 

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29 de febrero de 2008
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II. Juegos de malabares

Bardem ha traído a los cómicos desde la penumbra del anonimato, una ralea de sombras despreciadas por los dueños del éxito fulgurante, en las tablas y en los negocios, o en la política, el éxito de quienes hablan siempre como primeras estrellas. Los cómicos ambulantes del teatro La Barraca de García Lorca, llevando el teatro por los pueblos de España durante los años efímeros de la república, subieron con Bardem al escenario del teatro Kodak. La dignidad y el orgullo del oficio representados por un actor entero, que ha podido superar esa triste barrera invisible que Hollywood ha colocado desde siempre delante de los actores hispanos,  para limitarlos a papeles pintorescos en los que reina el color local. El membrete fatal del "latin lover", que encasilla y frustra cualquier pretensión de universalidad, la vieja marca comercial de Valentino, y de la que apenas pudo zafarse Raúl Juliá.

Ahora la palabra cómico tendrá un nuevo sentido, o nada más recuperará su viejo sentido, el de una dedicación en la que se pone de por medio la vida, y que podemos extender a todos los que de alguna manera suben a los escenarios, con máscara o sin ella. Actores, bailarines, recitadores, ilusionistas, y por qué no, los escritores, que juegan al malabar con las palabras, y engañan con ellas y trastocan la realidad con ellas.

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29 de febrero de 2008
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La política al desnudo

Acostumbrado a desconfiar de los discursos elaborados para darme satisfacción, he sentido siempre una natural inclinación por la crítica que los deja al desnudo.

Creo que ha sido esta sana costumbre la que me ha salvado de padecer la más común de las dolencias intelectuales de nuestro tiempo: la credulidad. Esa tendencia emocional a dar por bueno lo que se oye. Ya sea para elogiarlo o denostarlo.

Sin embargo, me veo obligado a reconocer mi reciente desconcierto. He leído las declaraciones de Barack Obama en la edición española de la revista Esquire y me pregunto con asombro de dónde procede la similitud entre su discurso y el de Zapatero.

Las figuras retóricas de nuestro presidente, que tanto me irritan por su aspecto de sermón moral, las maneja el candidato Obama con la misma desenvoltura, fuerza y convicción.

"Aprendí de mi madre el disgusto por la crueldad, la falta de consideración y el abuso de poder", "a nadie le gusta vivir con miedo", "quiero acabar con la guerra de Irak y cerrar Guantánamo", "los caminos del corazón son tan variados y mi vida tan imperfecta que no me siento cualificado para ser el arbitro moral de nadie", "hay que hablar con el enemigo directamente"...

Los motivos personales de Obama coinciden exactamente con las razones que hacen deseable su victoria como nuevo presidente de los USA.

Pero sigue vigente el origen de la sospecha que nos hace ser tan injustamente agrios con estos oradores: ¿puede una bondad programática corregir los vicios y abusos del poder?

Lo que uno se teme, cuando rechaza la benéfica invitación a la sinceridad colectiva no es la farragosa ínfula religiosa que agita sobre nuestras cabezas, sino que la convocatoria de los buenos sentimientos, en lugar de organizar la regeneración social, sólo haga más llevadera la hipnosis institucional y disfrace de nuevo la descarnada realidad de la corrupción.

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28 de febrero de 2008
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Papel o digital

Son apasionantes los que comentarios que se generan en un blog como el de Pierre Assouline, el blog literario más conocido de Francia. Se trata de la doble difusión de un libro muy oficial: Rapport de la commission pour la liberation de croissance française (Informe de la comisión para la liberación del crecimiento de la economía francesa). Es un informe preparado por un grupo de expertos bajo el mando del economista Jacques Attali. Como es un informe muy oficial, preparado para el presidente de la República, la Documentation française, servicio estatal de difusión de documentos y estudios, pone en línea una excelente versión PDF. El fichero ofrece las herramientas clásicas de Adobe para buscar palabras y viajar entre los capítulos. Y, claro, el acceso al fichero es totalmente gratuito.

Aquella gratuidad provoca un montón de preguntas sobre la presencia del mismo libro en el tercer rango de la lista de los libros más vendidos de L'Express. Tiene un título un poquito más seductor: 300 décisions pour changer la France (300 decisiones para cambiar a Francia) pero vale 18,90 euros, lo que genera los comentarios del diario Le Figaro sobre la capacidad de seducción del papel con relación a los textos leídos en pantalla. Ya se vendieron más de cincuenta mil ejemplares del libro en papel. Las librerías recibieron 80.000 ejemplares. ¿Cómo puede ser? Respuesta muy sencilla: más allá del descubrimiento de un contenido, un libro ofrece una experiencia. Y no es la misma con una versión numérica.

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28 de febrero de 2008
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Vivir bien

Ni Séneca conseguía dar en el clavo a la hora de proponer una fórmula para vivir mejor. Perora, amonesta, susurra y, finalmente, en su osado opúsculo, Tratado sobre la brevedad de la vida, el único consejo neto que se deduce de su cansino texto es la idea de la quietud.

En su parecer, nada más idóneo que acaso lo inorgánico para llegar a ser feliz. O, siendo más laxos, el universo vegetal sería el modelo que cumpliría con mayor perfección sus enseñanzas. Pero ¿cómo, siendo humano, vivir sin arrebatos y pasiones, sin afanes o ilusiones, sin ambición ni ira?

Precisamente él mismo fue condenado a morir "por suicidio" (cortándose las venas de las manos y de las rodillas, de las piernas hasta llegar a sorber un intenso veneno para concluir de una vez) acusado de participar en una confabulación contra Nerón a quien, de otra parte, había formado como a un hijo desde su adolescencia. Como también fue el mismo Séneca quien despertó los recelos del emperador y toda la corte cuando sus riquezas (una fortuna acumulada no menor a 17.500.000 dracmas, un fortunón, según Dión Casio) no provenían de orígenes transparentes.

Su Tratado sobre la brevedad de la vida está escrito cuando estaba cerca de cumplir 70 y ya no formaba parte de la vida pública y sus ajetreos lo que convierte sus reflexiones en un balance de su brega anterior y que entonces consideraba ya carente de atracción y sentido.

No es breve la vida humana, dirá. Sólo parece breve si uno se afana en la tarea de acumular bienes y honores. El retiro del vulgo y la voluntaria quietud personal comportan, sin embargo, lo contrario. Es decir, la quietud favorecida por el alejamiento del bullicio urbano (Roma contaba casi con un millón de habitantes en esos años 60 después de Cristo) y basada en el pacífico equilibrio de la virtud, cultivada con despacioso esmero.

El "vive bien" de Séneca al final de sus días tiene así que ver con la idea de no complicarse la vida, no meterse en enredos económicos o políticos sino con la regla de poseer sólo lo necesario y acaso un poco más para eliminar , a la vez, la inquietud de pasar hambre. Al igual que las plantas, el máximo bien sería vivir con lo mínimo y sin pena, sentir algo pero al modo epiceno de la naturaleza, sin diatriba, sin finalidad, integrado suavemente en el devenir espontáneo del mundo y acabar, silenciosamente, apegado o camuflado en él.

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28 de febrero de 2008
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Salambó y las orillas oscuras

Me gusta el escritor José María Merino. Hace ya más de veinte años leí una novela suya, sin demasiado arrebato, sin pasión, sin desdeño. /upload/fotos/blogs_entradas/la_glorieta_de_los_fugitivos_med.jpgDespués encontré algunos de sus cuentos, me gustaron mucho más. Y así, de manera arbitraria y desigual, he seguido su obra. Sin entusiasmo, con placidez. Su último libro, La glorieta de los fugitivos, ha sido el ganador del curioso, arriesgado, arbitrario y singular premio Salambó. Nada menos que el premio que un jurado de narradores en español y catalán concede al que consideran el mejor libro publicado en esos idiomas. Del premio en catalán desconozco casi todo, pero el premio en castellano me interesa porque es un premio de colegas. Es decir, es un premio de envidias, celos, manías, fobias y odios. Además, un premio, porque sí, sin un duro, sin mucha historia, sin mucho criterio y sin demasiada repercusión. Un premio cada año más querido, más deseado, más...maniobrado, pensaba decir y no digo.

Después de aplaudir el libro, pequeño, bonito, suave, inteligente y útil de Merino -además en una editorial pequeña, esforzada y merecedora de mejor sitio, "Páginas de espuma"- tengo que confesar que a todos, casi todos, sorprendió que ese fuera el mejor de los libros en español del pasado año. Los del jurado son muy suyos, se parecen a los ciudadanos. Son capaces de votar a quien no conocen, a quien no han leído y a quien no piensan leer. Son gentes que tienen orillas oscuras. Es decir, son como nosotros: raros, pequeños, tramposos, interesados y vanidosos. Los hay mejores, pero no son jurados. Volveré al libro de Merino. Volveré a esa región literaria. E intentaré callar lo que tuve que escuchar- no en contra de Merino- sobre lo que piensan, odian, desprecian, desconocen e ignoran de la literatura reciente española. ¡Joder!, espero no perder del todo la memoria, Algún día tendré que contar algo de mi memoria de pequeñas historias. Mejor me callo, de momento... ¡Qué tropa!

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28 de febrero de 2008
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