Como suele ocurrir cada semana, en esta ocasión también hemos recibido un buen número de textos, «de comentarios críticos» sobre esas películas inexistentes de las cuales todos los participantes han propuesto únicamente sus títulos, títulos jocosos, intensos, emotivos, ingeniosos y en algunos casos muy sugerentes que han actuado como disparador para recrear un argumento que en algunos casos ha resultado complejo, como podrán observar en los ejemplos que colgamos esta semana, y muy bien resuelto, además, toda vez que el ejercicio consistía en imaginar que esa película era real y que nuestra labor se limitaba a comentarla. Creemos que es una buena fórmula si no para estimular la creación -que también- al menos para entender que los argumentos para la ficción (cualquier tipo de ficción) resultan en su génesis bastante menos difíciles de aparecer de lo que habitualmente pensamos y que esto tiene que ver más con una disposición creativa alerta y siempre estimulada, que con la fortuna de «encontrarnos» con una buena historia o con la más romántica idea de que la inspiración es un proceso arbitrario y antojadizo que golpea delicada - o contundentemente- con su varita en la cabeza del creador afortunado. Nada de eso, como podemos deducir de los textos que colgamos hoy viernes y también de aquellos que durante la semana estaremos enviando a los demás participantes; un simple título, una frase, una imagen, pueden resultar el disparador perfecto para quien sabe leer en lo cotidiano.
Ahora bien, a nadie se le escapa que la propuesta tenía además la exigencia formal del tinte periodístico o informativo con que se suele escribir este tipo de reseñas o críticas cinematográficas, así como que un texto de estas características no es un cuento, ni muchos menos una novela... pero sí puede ser el germen del primero, el embrión apenas visible de la segunda, pues a la hora de elaborar sus argumentos «cinematográficos», aunque sea de esa manera un tanto a vuela pluma y tangencial con que les solicitamos que lo hicieran (apenas un comentario, una reseña) seguramente en más de un caso ustedes han sido capaces de vislumbrar algo más, algo que podría incluso servir como argumento para un relato... y por eso en esta ocasión nos limitaremos a colgar los textos con un comentario general a todos ellos, para que ustedes puedan leerlos y escudriñar si en los mismos se cumple el lenguaje «periodístico» requerido en su elaboración pero sobre todo si en ellos hay un argumento para un cuento o incluso para una novela. Como dijo Alicia en el blog « Cuando elaboré los títulos de películas inevitablemente se disparó el proceso creativo de su correspondiente historia. Al principio sólo esbozos, y luego fueron tomando forma, individual y/o colectiva. O sea podían ser tres cuentos o podía ser uno solo que abarcara los tres títulos. Luego me encariñé con uno, le fui dando forma...» ¿A ustedes no les ocurre lo mismo con alguna de las reseñas que colgamos? Si lo ven, si creen que hay algún buen punto de partida para un cuento, escríbanlo, explínquelo en el blog. NO los cuentos, sólo el argumento que creen atisbar en alguna de las críticas... Naturalmente se trata de un simple ejercicio sobre un ejercicio, pero insistimos en que nos parece muy interesante que todos ustedes observen que la génesis de una ficción puede resultar más asequible de lo que pensamos. Y que la eficacia de ésta, su posterior elaboración y eficacia, dependen de la perseverancia puesta en desentrañar sus propias claves. A veces suelen estar allí, escondidas, «en el corazón mismo de la rutina», como advertía Conrad.

Después vuelvo a Vila-Matas, su último libro, El viento ligero en Parma, me recuerda que hubo un tiempo que me sentí muy cercano a Kafka. Había cosas en mi vida que me acercaban a Kafka. Hace tiempo que se muy bien que no soy Kafka, aunque quiera mucho a una Milena. Que nunca seré Kafka. Entre otras cosas porque el domingo votaré. No me imagino a Kafka preocupado con ese pequeño ejercicio de ilusión democrática. No lo imagino votando. Kafka es aquél de sus diarios, el que en agosto de 1914 escribía: "Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar"
Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Dorian Gray.
He avanzado aquí en múltiples ocasiones la tesis de que persona alguna necesita "profesores de virtud", que todo ser de razón repugna la imagen de la fuerza abusiva y, en suma, que en un registro profundo los seres de lenguaje somos seres morales. Ello tiene su corolario para estudiantes de filosofía eventuales profesores futuros de ética: su tarea no consistiría en enseñar a nadie lo que hay que hacer, si no en poner sobre el tapete las razones kantianas para afirmar que nadie se equivoca -en lo esencial- al respecto. Lo cual no es óbice para ser conscientes de que, a la hora de la aplicación, la moralidad entre en interno desgarro, por ejemplo según la polaridad ley clara-ley oscura, polaridad tan presente en la tragedia griega, y más cerca de nosotros en el emblemático personaje interpretado por Joseph Cotten en El tercer hombre (contrapunto del personaje de una pieza, fiel sólo a la ley oscura, que interpreta de forma conmovedora Alida Valli)

En mitad de El último lector, de Ricardo Piglia, me encontré con una anécdota sobre el Che Guevara que me dejó obsesionado. Historia personal de la lectura, como modo de definir la invención de la conciencia moderna (Hamlet y el Quijote son ante todo lectores, y dan a luz en simultáneo al hombre contemporáneo), El último lector se detiene en Ernesto Guevara de la Serna concibiéndolo como Aquel Que Nunca Habría Sido el Che Guevara -de no ser por la influencia transformadora de la lectura.
El gesto final del Che es revelador. La noche previa a su fusilamiento la maestra de La Higuera, Julia Cortés, le lleva un plato de guiso. Las últimas palabras de Guevara son para señalar un error en la frase escrita en el pizarrón del aula. "Le falta el acento", dice el Che. Una vez corregida, la frase expresa al fin el mensaje que Guevara quiere dejar, que deja delante de las narices de sus victimarios sin que lo adviertan, como ocurre en La carta robada de Edgar Allan Poe.



Si pensamos que cultura es algo más que unas fotos, unas canciones, una referencia al canon o la cita de famosos cantautores hay que tener un oído del que carezco para saber qué piensan hacer con la cultura los principales candidatos a presidir el país. No es nuevo, la cultura es un adorno para los mítines, es una foto para la feria de vanidades, es la cita fácil de un libro que los asesores han recomendado.
Claro que es muy diferente presentarse con Almodóvar, por ejemplo, que con Arturo Fernández, con perdón. Si nos fiamos por las presencias, si tuviéramos que dar el voto por personalidades de la cultura al lado de uno u otro, no tendríamos dudas.