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Dispárenle al pajarraco

Por 6 de marzo de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Siento una antipatía natural por las armas de fuego. Temo que baste con tener una entre manos para empezar a convertirse en imbécil. Hasta hoy, mi padre se pregunta cómo alguna vez cometió la insensatez de poner en mis manos un rifle de diábolos. Según él, iba a conformarme con disparar a blancos inertes. Un bote, un palo, una diana de papel, nada que se parezca a la emoción que prueba un treceañero cuando le mete al vecinito un diábolo en la nuca. "Y da gracias que no te dejé tuerto", le grité todavía, de pie sobre la barda que dividía a su casa de la mía, mientras él se quejaba entre lágrimas frescas. "Ya me diste en la madre…", repetía, sin aún calibrar las ventajas genuinas de haber volteado a tiempo la cabeza. Pues lo que yo quería era sacarle un ojo.

     Para suerte de todos, el rifle se rompió unos meses después, cuando apenas había enviado a dos vecinos a la enfermería. ¿Cómo explicar esos ataques de furia, durante cuyo incendiario transcurso -les lanzaba asimismo botellas llenas de gasolina y tapadas con un trapo en llamas- no pensaba sino en hacerme respetar? ¿Cómo justificar los ataques de risa que los reemplazaban? De entonces para acá, he entendido que sólo necesito de un arma para ser el idiota de mis pesadillas.

     Varios años después del rifle roto, otro vecino, recién llegado, me presentó a su esposa, y un minuto después sacó la pistola. Una era rubia y vulgar, de falda mínima y chamorros obsequiosos; la otra me pareció espeluznante, no tanto por su amenazador calibre .009 como por el orgullo de niño mimado con que la levantaba su feliz poseedor. "Es un súper juguete", se ufanaba, mirando hacia la rubia y sobando el cañón, mientras yo paladeaba la idea juguetona de meterle una noche un diábolo en la nuca, nada más por mamón.

     Nunca se me ocurrió matar a un pájaro. Los pájaros no me tiraban piedras, como lo hizo el vecino antes del diabolazo, pero ya habría dado cualquier cosa por derribar a un pájaro robotizado. Aún en estos momentos, luego de haberlos visto en un documental, donde sus creadores afirman que serán usados para efectuar labores de espionaje, me pregunto si no tendría que irme consiguiendo un rifle de caza, de manera que cuando vea pasar al primero lo pueda recibir tal como se merece. Imaginemos un cielo ennegrecido por parvadas de animales mecánicos equipados con cámaras de alta precisión. ¿Quién no querría cegar a esos bicharajos entrometidos de un plomazo en el motherboard?

     Un pájaro con cámaras y sensores en lugar de ojos es un robot armado. Puede fisgar y registrar la vida privada de quién le dé la gana al que lo maneja, sin dejar de volar. ¿Cómo evitar que semejante juguete caiga en manos de gente capaz de idiotizarse fácilmente no bien dispone de un pequeño poder? ¿Se toparán siquiera con un mínimo escollo legal los pájaros robóticos para invadir los cielos impunemente? ¿Nos acostumbraremos a verlos como parte regular del paisaje, hasta que los ilegales no sean ya ellos sino nosotros?

     Desde el balcón donde mañana con mañana me siento a escribir -casi siempre entre pájaros de verdad, que raramente cesan de cantar y de pronto se posan en la baranda- me digo que ahora sí debería conseguir un rifle. Hay que estar preparado, insisto, mientras de las bocinas escapa una canción de Vanessa da Mata cuyos ecos pueblan de la escena de otras aves, sin duda preferibles. Tiempo de descartar los demás escenarios y entregarse a volar sin miramientos.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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