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Impotencia y agitación en el Tibet

El resto del mundo padece de impotencia ante China. No es capaz de ejercer presión alguna para impedir la fuerte represión de la revuelta en Tibet. ¿O no es lo que parece?

Por las declaraciones públicas, diversos políticos europeos reconocen que China es mucha China, y que Europa (y EE UU) necesita más a China que al revés. La situación de la economía globalizada ha puesto a China como un segundo motor de recambio ahora que renquea el primer motor, Estados Unidos. Y sin embargo, es posible que pronto veamos cómo la infección americana se contagia a China y al resto de Asia, y de ahí -y directamente desde EE UU, a Europa.

La impotencia occidental en Asia ya salió cuando se produjo la revuelta de los monjes budistas -como en parte en Tibet- en Myanmar (Birmania). ¿Pero quién se acuerda hoy de éstos? Nadie pudo hacer nada pues hay escasa presencia extranjera y los intereses económicos dominaban. Ante el Tibet, casi nadie quiere poner en peligro sus relaciones con China con un boicoteo, aunque fuera parcial (lo que no parece posible) de los Juegos Olímpicos, que, sin embargo, se han convertido en el talón de Aquiles del régimen de Pekín.

Pero en Tibet lo que está ocurriendo puede que no sea, o no sea únicamente, lo que parece. Está revuelta parecía en buena parte preparada. De hecho, algunos blogs y análisis, como el de Gary Wilson, que me manda Michel Collon, ven detrás de lo que está ocurriendo una organización muy meticulosa de los acontecimientos que estaba preparando esta revuelta desde hace tiempo. Conviene seguir la pista a John Ackerly, presidente de la campaña Internacional sobre Tibet, que, según Wilson ha trabajado con el Gobierno y el Congreso en EE UU en relación con y que anteriormente, durante la Guerra Fría, se encargó de trabajar con disidentes en Europa del Este -es un profesional en apoyar la disidencias-. Ackerly se ha convertido en una fuente de información, o desinformación, básica en EE UU sobre lo que está ocurriendo en Tibet. Wilson añade que hubo reuniones previas en India, y que algunas organizaciones en enero pasado establecieron el Movimiento Tibetano de Sublevación Popular, fijando la fecha de su acción para el 10 de marzo, y con el boicoteo a los Juegos Olímpicos como uno de los objetivos. La CIA (que ya removió esta agua en 1959) tendría un papel en esta agitación que puede constituir en parte una señal de EE UU a Pekín. Todo esto es para tomarlo con cautela, pero indicaría que las cosas no están ocurriendo sólo por casualidad ni se trata sólo de una rebelión espontçanea.

Las teorías conspiratorias a veces sobran. Naturalmente el terreno está abonado por la represión China en Tibet desde hace 49 años. Le agradezco a Jaime de Ojeda su clarificador comentario en este blog (20/03/08)  sobre el racismo y el sentido de superioridad Han en China. Sabe de lo que habla. Pues habla chino y fue embajador español en Pekín.

Y que me disculpe Ray pues ayer me comí, al pegarlo, el final de mi comentario. Ya ha quedado subsanado.

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25 de marzo de 2008
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Coches (2)

Además, sus aparatosos motores funcionaban con gasolina, que era el combustible de la época antes de pasar al hidrógeno y al aceite de girasol, y por eso algunos ardían al colisionar. Por no hablar de las ruedas, un invento que arrancaba de unos cinco mil años atrás y que aún no habían superado.

En los manuales leerán que cuando había que comparar algo malo (infartos, epidemias o catástrofes) con algo peor siempre se comparaba con las bajas por accidentes de tráfico y se preguntarán por qué, si se retiraron los anuncios del tabaco y del alcohol de la televisión, no se retiraron los de coches, o por lo menos no se dejó de enaltecer la sensación de libertad y alegría producidas por la velocidad. Y les resultará bastante contradictorio que junto a uno de estos anuncios engrandeciendo los caballos y potencia de un modelo aparezca otro de Tráfico pidiendo prudencia y sentido común para rebajar las negras estadísticas de cada fin de semana. También les llamará la atención que llegásemos a considerar el coche, no sólo un medio de transporte a falta de algo mejor, sino un complemento más como los zapatos o el reloj, cuando no una armadura, desde cuyo interior ser dueños del mundo. 

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25 de marzo de 2008
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Sin anestesia

Fui uno de tantos que en su momento detestaron Crash, la película de Paul Haggis, y que en consecuencia se quedaron mudos cuando le dieron el Oscar a la mejor película. Ahora volví a quedarme mudo en presencia de su nuevo film, In the Valley of Elah (que aquí en la Argentina se estrenará con el inadecuado título de La conspiración), pero por motivos completamente opuestos. In the Valley of Elah es un drama que no cae en ninguna de las trampas -porque eso eran, trampas: argumentales, sentimentales, políticas- de su predecesora. Su protagonista, Tommy Lee Jones, debería haber sido nominado este año al Mejor Actor, en vez de la candidatura a Mejor Actor de Reparto que obtuvo por No Country For Old Men. Seguramente habría perdido igual con Daniel Day Lewis, cuyo desempeño en There Will Be Blood está siempre al límite del desborde. Pero la actuación de Jones en Elah habría merecido cuanto menos una mención de honor: contenida hasta el límite del minimalismo, es aun así el corazón mismo del relato que protagoniza.

Basada en la historia real de Richard Davis, un veterano de Irak que fue asesinado en los Estados Unidos en el año 2003, In the Valley of Elah se concentra más bien en Lanny Davis, su padre, a quien Haggis rebautiza Hank Deerfield (Jones). Ex policía militar, actualmente retirado, Deerfield recibe un llamado oficial que le informa que su hijo ha desaparecido. Al principio piensa que ha desaparecido en el frente iraquí, pero de inmediato se le informa que su hijo Mike había regresado a los Estados Unidos días atrás. Sorprendido por el hecho de que Mike no le hubiese informado de su vuelta, Deerfield emprende su propia búsqueda. No tarda en enterarse de que su hijo ha sido asesinado, y del modo más brutal: a puñaladas, descuartizado y quemado en un pastizal.

Al tiempo que investiga el crimen por las suyas, Deerfield va comprendiendo cuán diferente era el Mike de los últimos tiempos al chico que creyó criar. Elah narra con gran economía lo que la guerra en Irak (yo sé que todas las guerras son iguales, pero parafraseando al Orwell de Animal Farm, es preciso aclarar que algunas son más iguales que otras) ha producido en el alma de los soldados americanos: no sólo de Mike, sino también en el de sus compañeros de compañía y amigos del alma. Al mismo tiempo Haggis nos fuerza a contemplar los hechos a través de los ojos desapasionados y prácticos de Deerfield, que escapa por naturaleza del sentimentalismo (algunos encontrarán fría la reacción ante el crimen de su hijo, pero la actuación casi zen de Jones sugiere otra cosa bajo su fachada impermeable) para preguntarse qué ocurrió en verdad y qué se puede hacer con las barajas que nos han tocado. En este sentido, Elah me parece infinitamente superior al nihilismo cool de No Country For Old Men. Como su personaje principal, no rehuye nunca el drama que vive pero tampoco deja de preguntarse qué se puede construir, qué se debe construir aunque no se cuente con más material que hueso y cenizas.

Me pareció un drama sólido, convencido de la elocuencia del caso que presenta al punto de no necesitar de discursos ni de escenas gratuitas. (Aquella que escamotea el instante en que Deerfield informa del crimen a su mujer es modélica: sólo advertimos que ella ha derribado la mesa del teléfono cuando la conversación está a punto de terminar.) No es de extrañar que el público americano le haya vuelto la espalda en su momento: In the Valley of Elah es dolorosa y no ofrece analgésicos.

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25 de marzo de 2008
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I. El cadalso de los pecadores

/upload/fotos/blogs_entradas/micrfono_med.jpgEl monstruo que en Estados Unidos devora pecadores en nombre de la moral pública exige víctimas propiciatorias de tiempo en tiempo, y mientras no se siente ahíto, su estómago ruge encabritado. Y es un extraño altar de sacrificios al que los inmolados suben, mientras los sacerdotes vigilan que las amarras están bien ceñidas, y la cabeza entre dentro de las fauces de la bestia, donde va a ser triturada. El altar es la televisión, y el medio de ejecución pública es el micrófono. Y las cámaras, los focos, si queremos prescindir del símil de las fauces sangrientas.

Ya estamos acostumbrados a ver a las víctimas subir al cadalso para hacer su mea culpa, la confesión de que han pecado contra la moral privada, lo que significa ofender a la moral pública, no importa que no se trate de delitos legalmente válidos: adulterios consumados enteramente, o a medias, en una oficina de poco ambiente romántico, encuentros con prostitutas caras en moteles de mala muerte, o en hoteles de lujo. Tímidas cartas escritas por respetable políticos a jovencitos subalternos suyos, en busca de cariño y compañía.

Presidentes, gobernadores, senadores, diputados, pastores protestantes, obispos católicos, teleevangelistas, comparecen periódicamente en el altar de los sacrificios para confesar y purgar sus pecados de conscupicencia, pero, siempre, sólo porque otros se dieron cuenta y es inminente la divulgación del pecado, no por propia voluntad penitente.  

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24 de marzo de 2008
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Abierto o cerrado

Soy un fanático del blog de "La petite Claudine". Como llevo varios años leyéndolo tengo una cierta idea (quizá equivocada) de su autora. Me imagino a una persona culta pero de doble cultura: que tiene el clasicismo en su ROM (Read only memory) y la novedad digital en su RAM (Random access memory). Creo necesario añadir algo de fantasía sexual y de gran interés por el diseño para completar una personalidad y tono que no se puede comparar con otra oferta de contenido en la red.

Leyendo el último post, "El mundo en veinte tomos", he descubierto por fin la confirmación de mi sospecha: la autora del blog es una inmigrante en el mundo digital. Una inmigrante de verdad: tuvo otra vida antes en el mundo pre-digital. Se siente cómoda frente a la pantalla, pero su "isla del tesoro" es de papel; en su caso se llama ETJ: El Tesoro de la Juventud. La manera en que Claudine habla de esta obra nos recuerda a todos una emoción sencilla, potente, honda, ineludible: encontrarnos con lo que fuimos por la mera magia del reencuentro con una lectura de nuestra juventud.

/upload/fotos/blogs_entradas/journal_des_voyages_med.jpgDesconozco por completo esta enciclopedia de 7.172 páginas pero, como francés, crecí con algo parecido al ETJ, que era la colección completa del Journal des voyages. Somos también y quizá -sobre todo- lo que hemos leído.

Por eso, al leer el post de "La petite Claudine", que tiene que ver con Nabokov y Cortázar y un cuadro de Joachim Patinir, uno tiene que pensar en lo que hacemos al conectar jóvenes a la red: seres distintos. Mi juventud y el principio de mi vida adulta fue una serie de encuentros con obras cerradas (mejor dicho con libros) que me tenían prisionero y feliz entre sus páginas. ¿Dónde se configura ahora una inteligencia y dónde se ubican las emociones en un sistema abierto? No lo sé pero hay que leer a esta maravilla de la petite Claudine por el mero placer de seguir su emoción y para preguntarnos ¿cuál es el ETJ de la era digital?

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24 de marzo de 2008
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Entre Sauras, músicas y objetos encontrados

Música y religión, un clásico de los matrimonios tradicionales. Siguen casados por la Iglesia desde tiempos inmemoriales. A pesar de que la música, la mejor, no necesita intermediarios para hablar con Dios. Suponiendo que exista. Cada año, en Cuenca se produce el milagro. No creemos en Dios, pero creemos en Bach. Este año sumamos creencias: creemos en Messiaen, un santo tan cercano. Y en otros santos lejanos que se pueden llamar Cristóbal de Morales o Froberger.

Hay otras semanas santas, otras playas, otros paraísos artificiales, pero la de Cuenca tiene más música.

Ya lo decía Cioran, hablando de Bach: "Pensar que tantos teólogos y filósofos han perdido días y noches buscando pruebas de la existencia de Dios. Olvidando la única". Algunas músicas nos hacen pensar en Dios. Aunque si siguiéramos los consejos del contradictorio rumano, pensaríamos en Dios noche y día, lo desgastaríamos. Su uso y trivialización lo harían indiferente. Hace tiempo que Dios es para mí una pasión fugitiva, una moda del espíritu, tal como lo expresó el pensador de la podredumbre. Ahora es una cosa de los otros. De unos que hacen procesiones. De otros que juegan a la Bolsa y hacen las guerras.

Vuelvo a Cuenca para disfrutar con la música. Y con algunas lágrimas que tiene la música. Pero también para encontrarme con los pucheros y sus paganos manipuladores. Y tropezarnos con Antonio Pérez, sus objetos, sus sujetos y sus hallazgos no tan casuales. Doble sorpresa artística en la vieja ciudad levítica: entre los Saura y Esteban Lisa.

Exposición de ese gran desconocido que fue Esteban Lisa. Pintor autodidacta que nunca expuso en vida, manchego exiliado económico, que pasó su juventud durmiendo tras la barra de un bar y dialogando, sin saberlo, con las vanguardias. Me lo dijo Pérez y era verdad. Se puede comprobar en su convento que es su fundación. Tan ibérico Antonio Pérez, tan poco santo y siempre entre muros o caminos donde se encuentran el arte y sus misterios.

Misterioso asunto era la desaparición de la Fundación Antonio Saura, otro conquense adoptivo. Uno de los artistas españoles que convivieron con esa ciudad de pecados y pecadores, de penitentes silenciosos y de ruidosas turbas. Antonio Saura después de muerto, en viva compañía de su hermano Carlos, el fotógrafo que hizo cine, ya tiene lugar abierto para dejarse mirar en pinturas y en su obra gráfica. No fue fácil, todavía hay litigios pendientes. Ya se sabe que las fundaciones siempre tienen muchos líos, muchos intereses y muchos novios. Le pasaba a santa Teresa. Les sigue pasando a los artistas vivos o muertos. Tan cerca del mercado, tan lejos de las santidades.

Hay otras semanas santas, otras playas, otros paraísos artificiales, pero la de Cuenca tiene más música. Y a Dios de su parte.

Artículo publicado en: El País, 23 de marzo de 2008.

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24 de marzo de 2008
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Sesión IX. Textos comentados.

Esta larga semana nos ha resultado bastante productiva e interesante, pues nos ha permitido ver y contestar -con un poco más de tiempo del habitual- los muchos planteamientos con que los participantes han resuelto nuestra propuesta. La gran mayoría de los amigos que han enviado sus textos nos han demostrado que supieron captar la esencia de lo que les sugerimos, es decir, el valor de la metonimia y la elipsis, la gran potencia que adquiere un relato cuando el narrador maneja los silencios y convierte las páginas de su ficción en un territorio lleno de sugerencias, invitando así a que sea el lector el que tome parte activa del desarrollo de la historia con sus opiniones. Para ello era necesario que tomáramos un objeto -la piedra lanzada en el estanque- y lo cargáramos de sentido, de todo el sentido de aquello que no decimos en el texto. Dando pequeñas pistas, haciendo algunas alusiones, acicateando la curiosidad del lector terminamos por trasladar la fuerza de lo que contamos, el verdadero meollo de la cuestión, a ese acto de lanzar la piedra en el estanque.  En algunos casos, no obstante, además de cargar de sentido ese objeto, esa actitud, se ha contado demasiado, perdiéndose así lo que se proponía. Pero nos han sorprendido muy gratamente el nivel (no sólo de participación) de los resultados. Colgamos tres de esos ejemplos para que todos podamos ver en qué se ha cumplido la propuesta y en que ha fallado. Esperamos pues sus comentarios y sus sugerencias.

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24 de marzo de 2008
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La llamada fatal

Ah los teléfonos. En los últimos tiempos sólo se habla de ellos para dar fe de su ubicuidad. Allí donde nosotros estamos, ellos están. La mayoría de la publicidad televisiva se va en anuncios de las compañías telefónicas, que celebran los nuevos y presuntamente maravillosos servicios que agregan semana tras semana, reduciendo nuestras vidas a poco más que nuestro rol en la lucha por la preeminencia entre Tal o Cual. Ya sé, los aparatejos tienen su utilidad, pero qué quieren que les diga: a mí la perspectiva de estar ubicable por satélites en cualquier parte y a cualquier hora no deja de inquietarme. La primera vez que me compré un teléfono móvil fue cuando me separé, porque quería que mis hijas pudiesen estar en contacto conmigo cuando quisiesen. Lo único que logré fue hacerme accesible a toda hora para mis ex mujeres y mis acreedores.

Ayer tuve una conversación sobre otros tiempos telefónicos. Durante décadas los argentinos protestaban por la dificultad para acceder a una línea, y por las deficiencias en el servicio de la comunicación. La gente se encomendaba a la empresa (por entonces) estatal, llamada Entel. Se le encendían velas, se celebraban los cumpleaños de las solicitudes desoidas. La comunicación es vida, dicen. Pero hubo épocas en las que también podía ser muerte. Ayer sonó en mi mesa el relato de unos jóvenes que formaban parte de una agrupación scout de la provincia de Buenos Aires, durante la década del 70. Visitaban asilos de ancianos e institutos de menores, haciendo trabajo social. La mayoría de ellos desapareció durante la dictadura. Los que se salvaron lo hicieron porque tuvieron una extraña fortuna. Como Entel seguía sin atender sus reclamos de una línea telefónica, sus nombres, datos y números no figuraban en las agendas de ninguno de los secuestrados. Por eso se salvaron. Porque Entel no les ponía un maldito teléfono.

Hoy se cumplen 32 años del comienzo de la más inmunda dictadura que la Argentina conoció. En inglés no se dice ‘tengo 32 años', sino ‘tengo 32 años de viejo': I'm 32 years old. Mis documentos dicen una cifra mayor, pero si tuviese que atenerme a la expresión en inglés, debería decir también que hoy se cumplen 32 años en que empecé a ser viejo.

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24 de marzo de 2008
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Naufragio cultural

Cuesta creerlo, pero queda todavía mucho intelectual jactancioso aferrado a la cultura que no existe. Esa cultura libresca ya no existe pero duele a la manera violenta de los órganos mutilados que se resisten a no ser nada en la atención del cuerpo.

Estos intelectuales que rechazan la sociedad de consumo, la televisión, el móvil, los i-TAL y toda su significación, se aferran al saber del siglo pasado o el anterior. Se aferran como náufragos pero suponen que lo hacen además como mártires y santos. Lo mismo es. La muerte de sus creencias se cumplirá necesariamente en paralelo a la desaparición de sus objetos de culto. Incluso ellos mismos perciben esta fatalidad  pero, se dicen, ¿será así para siempre? ¿No sobrevendrá una reacción de la especie en un determinado punto que impida al fin esta barbarie? No vendrá. La decadencia no se encuentra en los nuevos modelos que les horrorizan sino en los elementos carcomidos que estrechan contra su pecho. Morirán juntos y esto es, sin duda, lo mejor. Moriremos juntos, la cultura escrita y nuestra biografía, y así la consolación será tan silenciosa como plena. No habrá cerebro que aúlle registrando el dolor puesto que habrá desaparecido ese artefacto orgánico preparado para gozar o sufrir en un sistema cultural que está siendo destazado. ¿Un mal para el alma de la especie? ¿De qué alma especial se habla? ¿De qué mal particular se trata? Nuestra ética se funde con una ideología segregada por las condiciones materiales o estructurales a la manera de Marx. Cuando la estructura se transforma (abunda la telecomunicación, el intertexto, el hedonismo, el sensacionalismo, lo audiovisual) la ética general se altera, la ideología cambia y la metamorfosis alcanza también a los mitos y, al cabo, la Naturaleza interminable lo factura. 

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24 de marzo de 2008
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En los días más santos del año

El filósofo G.W.F Hegel, que es el Platón de la era moderna, idolatrado o execrado, pero ineludible, escribió que la religión cristiana murió cuando Lutero puso en marcha la Reforma protestante. A partir de entonces la palabra de Dios traducida al alemán podía ser interpretada libremente por los creyentes sin ayuda de los sacerdotes, y aquellos restos de paganismo que subsistían en el catolicismo fueron borrados de los templos reformados. La religión cristiana pasaba a ser filosofía cristiana.

Eso escribió la mejor cabeza del siglo XIX, pero hoy lo constatamos sin el esfuerzo de leerle. En el sur paganizante la Semana Santa es ya como el Día de la Madre, una excusa para gastar dinero en viajes, banquetes, diversiones o saraos. En el norte reformado la santidad de la semana hace decenios que desapareció, sustituida por una referencia administrativa.

En el sur las procesiones barrocas (no sólo las españolas sino las más escalofriantes de Sicilia y Nápoles) mantienen la tortura y el asesinato del Justo como un espectáculo popular que muestra las enseñanzas de la muerte a un público más dado a las emociones que a la reflexión. En el norte es el recogimiento de las familias, allí donde aún subsisten, lo que lleva a pensar que quizás aún queda alguien en casa apesadumbrado por la crueldad de los humanos, la arrogancia de los poderosos, la vileza de la plebe y el asesinato de los inocentes justificado por el cinismo de estado. Pues esa y no otra es la historia de Jesús de Nazaret y por eso su ejecución merece ser recordada.

Lo que nadie podía prever es la unidad que se ha producido entre norte y sur gracias al arte menos material, más sutil, más intangible. En todas las ciudades de Europa, de Oslo a Cuenca, de Minsk a Lisboa, suena durante estos días alguna de las Pasiones de J.S Bach. El severo compositor alemán se quedaría estupefacto si supiera que aquella música que él escribió para ser oída una sola vez, es ahora la única celebración realmente piadosa y magnífica del asesinato del Justo en todo un continente.

Artículo publicado en: El Periódico, 22 de marzo de 2008.

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24 de marzo de 2008
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