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La rapiña

El humilde puerto pesquero de  Barcelona que antes describía está, pues,  gravemente amenazado. Las embarcaciones de recreo, son apenas utilizadas el fin de semana, pero, al ser triste símbolo de un pretendido status social, su número crece exponencialmente, exigiendo el uso exhaustivo de los muelles, moldeando  la imagen del puerto como espacio para ociosos y arrinconando la treintena de embarcaciones que, saliendo cada día a faenar, configuran un ámbito laborioso, elemental,  entrañable, y desde luego arcaico... pues incompatible con la reducción de toda expresión del esfuerzo humano a su valor de cambio, y de la propia vida humana a mercancía. ¿Anacrónica terminología? Pregúntesele a los habitantes del popular barrio de la Barceloneta contiguo a lo que queda del puertecito pesquero, víctimas del expolio de su espacio por pirañas que (en connivencia con los inspiradores de la Barcelona del diseño) adecentan ciertamente viviendas insalubres... bajo condición de que sean expulsados los habitantes de las mismas.

Expulsión no reconocida sin duda, ni siquiera deseada. Nadie tiene la culpa, se dirán, de que estas personas no hayan logrado seguir el prodigioso ritmo transformador de los últimos años, no hayan  logrado adaptarse a la irreprochable ley por la que una vivienda de treinta metros cuadrados, una vez actualizada, multiplicaba su precio por treinta aunque seguía siendo igual de angosta. Nadie, en suma, tiene la culpa de que en nuestras sociedades sigua habiendo inadaptados. Pues bien:

La total impunidad con  la que en los barrios rehabilitados de Barcelona y de tantas otras ciudades del mundo operan las pirañas que vacían un espacio urbano de gente y de espíritu, vuelve a hacer perceptible algo que durante un tiempo resultaba una evidencia, a saber: que una sociedad dónde el mercado carece de polo moderador no garantiza, en última instancia, más libertad que la del mercado mismo. Mientras esta última no sea vulnerada, el respeto a las demás libertades es de buen tono... pero no requisito para ocupar un lugar en el sol de la  respetabilidad.

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27 de marzo de 2008
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Caníbales

Si tuviéramos en cuenta nuestro estado personal, físico y psíquico, en momentos clave de la relación con los otros descubriríamos en qué gran medida nuestros comentarios, impresiones y juicios dependen del estado de uno mismo (sujeto) y no de la condición del  próximo (objeto).

De un estado personal a otro se deducen opiniones diferentes o, lo que acaba siendo más grave, actuaciones que no podemos corregir y que se dispararon impulsadas por el malestar de nuestro funcionamiento orgánico. El riesgo de injusticias, descalificaciones o enemistades provocadas por una acidez, un cansancio o una jaqueca son tan grandes como muy temibles. Pero así, paso a paso, se hila el tejido relacional y acaso las concepciones establecidas sobre casi cualquier asunto: el interés de un libro y de su autor, la belleza o fealdad de una película, la disposición o indisposición hacia el repetido discurso de un político.

Porque no sólo se presenta la coyuntura en encrucijadas efímeras entre las cuales nuestro criterio se enciende sino que puede además quedar encasquillado y fijo como efecto de una posible repetición o una azarosa coincidencia del síntoma. Ese sujeto que no soportamos viene a comportarse pues como un alimento que no digerimos bien o como un viento o un ambiente que nos desazona. Basta, en ocasiones, un particular rictus del sujeto que desordena nuestro equilibrio fisiológico para que su presencia tienda a  convertirse  en alguna clase de tóxico o veneno. De las personas no sólo recibimos sus atributos humanos sino los gastronómicos, Somos tanto receptores como caníbales. No sólo recibimos sus efectos como sujetos sino también como sensaciones de color, de sabor y de olor que determinan el bienestar o el malestar de nuestro organismo. El saber es sabor, el intelecto huele, la idea crece o decae con la entonación de su cromatismo.

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27 de marzo de 2008
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Angustia de la perfección

Rafael Argullol: En nuestro mundo, llegar al paraíso es una especie de juego sin reglas, cosa que se advierte en nuestros días en que renacen los mitos de la inmortalidad y la eternidad en la medicina, en la genética, en la bioquímica, y hay una especie de lucha de todos contra todos y una incorporación plena de la rapiña capitalista a lo que es la formulación contemporánea de estos mitos.

Delfín Agudelo: En estos mitos siempre se da la misma condición: el humano toma el papel de Dios. Tu mención a Blade Runner repite lo de Frankenstein: la creación se rebela ante el creador. Por esto se considera la novela de Mary Shelley como una de las primeras obras de ciencia ficción, puesto que es un tema muy recurrente, casi el juego teatral del hombre como dios y su criatura que se va en contra suyo, que no es más que una puesta en escena que sucede una vez se derrumba el esquema cristiano, o la muerte del dios teológico Otro caso claro es 2001: Odisea al espacio, sobre todo cuando el computador central Hal no deja entrar al hombre a la nave espacial, y es la “criatura” diciéndole al creador: “Usted está alterado, no puedo dejarlo entrar, quiero mucho a esta máquina”; es prácticamente la máquina hablando del humano como un virus que no quiere dejar entrar en su cuerpo. La humanidad se ha encargado de hacer variaciones sobre la idea del paraíso perdido, del ser primigenio una vez desarrollado que va en contra.

Rafael Argullol: Son variaciones sobre un esquema mucho más antiguo que el que puede formular la ciencia ficción moderna. En realidad la ciencia ficción moderna es hija directa de la ciencia ficción antigua, que eran los mitos antiguos, incluidos los bíblicos. El problema de Hal en 2001, de los replicantes en Blade Runner o de la criatura en Frankenstein es que nosotros pretendemos la perfección: cuando queremos reconstruir el paraíso queremos reconstruir una perfección respecto a la cual tenemos nostalgia. Al reconstruir esa perfección intentamos precisamente que no tenga nuestros sentimientos imperfectos, nuestras sensaciones e angustias imperfectas. Lo que ocurre es que a través de ese juego de espejos al que antes aludía, resulta que todas esas criaturas, cuanto más perfectas técnicamente las creamos, más incorporan nuestras propias imperfecciones o tensiones y contradicciones espirituales. ¿Qué ocurre con la criatura Frankenstein? Que incorpora problemas típicamente humanos cuando su creador había querido para su criatura una gran perfección física, pero sin las tensiones espirituales típicas humanas. ¿Qué ocurre con los replicantes? Su creador también quería de alguna manera cuerpos perfectos dotados de belleza extraordinaria para funciones determinadas, pero no quería que se incorporara la ambivalencia e inestabilidad emocional, que es lo que finalmente se incorpora, y ellos mismos acaban preguntándose por el tiempo y la muerte. Hasta el ordenador Hal es tan perfecto que en un momento determinado sus combinaciones técnicas le llevan a concebir sentimientos, entre éstos el de los celos, uno de los más manifiestos de nuestra herida simbólica inicial. Esta es la paradoja: cuando nosotros sentimos nostalgia del paraíso, queremos crear un paraíso, pero quisiéramos que este paraíso fuera tan perfecto que no incorporara nuestras propias contradicciones. Pero inevitablemente, como en un juego de contagio, se lo damos; es una rueda cósmica que parece que rige toda la vida.

 

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27 de marzo de 2008
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De íntimo kodachrome

Si creyera en aquella burrada de ingenioso barniz según la cual "una imagen dice más que mil palabras", andaría por la vida cargando una cámara. Quien haya pergeñado ese eslogan con ínfulas de proverbio poco o nada sabrá de la delicia que es encerrarse a acomodar un millar de palabras retobonas. Cuando hacía publicidad -si hubiera de elegir una imagen ideal para ilustrar estas tres palabras, usaría la de una sierva sexual en el retiro- solía escuchar máximas de este tipo, con las cuales podía uno salvar o echar abajo una determinada idea. Dos de ellas me gustaban. De hecho, deberían formar parte del catecismo elemental de cualquier escritor o fotógrafo, toda vez que una y otra son aplicables a los dos quehaceres, y a su modo a cualquier tarea estética:

     1. Escribe con imágenes, ilustra con palabras.

     2. Si ya lo has visto antes, no hagas click.

     En mil palabras caben varias decenas de imágenes, y hasta cientos, si se escribe un poema. Palabras de sabores, olores y colores diferentes, de pesos y medidas tan variables como formas habrá de combinarlas, de duración y resonancia configurable de acuerdo a los conjuros exigidos, de hondura elástica y casi siempre alta temperatura (se habla o se escribe, al fin, para romper el hielo). Escribir con imágenes no es trazar dibujitos insulsos -que es como a mí me salen los dibujitos- y acaso explicativos, sino pujar, sudar y desvivirse por el puro deseo de traer a la luz algo que es más que imagen o palabra. Algo que duele o arde o punza o peturba o desvela o o fascina o perfora o somete o hechiza, o todo al mismo tiempo, si es posible. Algo que parece alguien, de repente. Algo que sólo puede existir de una manera exacta, que sin embargo vemos aún borrosa y es preciso encontrarla de entre tantas variables concebibles. Cual si más que una imagen fuera un espíritu y hubiera que llamarlo a puros gritos en medio de una noche chocarrera.

     Se está desamparado entre tantos fantasmas. Afortunadamente, de eso se trataba. Darse a acomodar uno o varios millares de palabras supone una afición al desamparo que bien puede expresarse en otra máxima, por lo común sarcástica y sin embargo cierta y comprobable como las mismas leyes de Newton, sólo que en territorios del placer. Así, lo que en la burocracia nos parece execrable lo exigimos en la literatura:

     3. ¿Para qué hacer las cosas fáciles, cuando podemos hacerlas difíciles?

     No se sienta uno a escribir una historia pensando en resolver sus problemas, sino antes y encima de eso en hacerlos crecer y multiplicarse. Inventarse acertijos que desembocan en nuevos acertijos, y éstos en otros más, de forma que al final se invoca a un extravío similar al de aquellos intrépidos cósmicos que desafiaron a la psilocibina y se preguntan ya, a media turbamulta sensorial, si les será posible regresar. Por eso nos da risa el necio petulante para quien escribir es "cosa fácil", cuando la verdadera gracia de intentarlo está en hacerlo endemoniadamente difícil. No es en la libertad, sino en la restricción donde quien narra encuentra el cuerpo del deleite. La fórmula es antigua, como el deseo: entre menos se pueda, más se querrá.

     No hay palabra que valga por mil imágenes, pero hay varias que se cotizan en un click. Nunca sabemos en dónde buscarlas, aunque de pronto se aparecen solas y uno sencillamente sabe que son ellas, como quien llamó a un alma en la distancia y reconoce ya su inconfundible pálpito. Conjura con plegarias, predica con espectros, pienso en parafrasear, preguntándome si ésta podría ser tal vez la imagen final, cuando de pronto escucho la música secreta de un botón que hizo click.

     Y amén.

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27 de marzo de 2008
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IV. La imagen de la esposa fiel

No he hablado aún de la verdadera víctima propiciatoria en el caso de la vindicta moral de Estados Unidos versus el gobernador Elliot Spitzer. Ella es su esposa, Silda Wall. He tenido que averiguar su nombre porque en las crónicas no se la menciona, y sólo la he visto frente a las cámaras al lado del marido, cumpliendo con el rito de costumbre impuesto a las esposas de quienes confiesan en público sus delitos sexuales. Por eso es que no necesita nombre, es su imagen la necesaria. La imagen de la esposa fiel al hogar y a la institución del matrimonio, pase lo que pase.

Me llamó la atención la dureza trágica de su rostro cansado, avejentado por el dolor de la humillación al cumplir esa ley no escrita de que la mujer del trasgresor tiene que estar de pie junto al marido para oírlo confesar que es cliente de una prostituta de lujo, y que se arrepiente, y que pide perdón por ello, algo que no se dilucida en la intimidad, entre la pareja, sino frente a los focos de la televisión.

El hogar es ahora el set. El ámbito privado se multiplica en millones de pantallas, el conflicto desborda las paredes de la casa, y se convierte en un asunto de todos. Ella está allí sólo para certificar eso, que ha perdido el control sobre su vida privada, y no tiene más remedio que demostrarlo con su presencia, unos pasos ligeramente atrás y al lado del marido, callando, y fingiendo una dignidad que evidentemente no acude a su rostro.

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27 de marzo de 2008
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¿Una pesquisa inútil?

No es mi intención ofender a los fans del inspector Kurt Wallander, pero tampoco sería honesto de mi parte fingir una reverencia que no siento. Digamos que un interés personal me llevó en las últimas semanas a investigar en las modalidades más recientes del relato policial. El prestigio y la popularidad de que gozan las novelas de Henning Mankell (1948, Suecia) me sugirieron que las historias de su creación más notable, el detective Wallander, eran una parada insoslayable en mi camino. Aun antes de comprarme sus libros, consulté con algunos amigos en cuyo criterio confío y no hicieron otra cosa que certificarme lo que había leído en tanto artículo de prensa: las novelas de Mankell, me dijeron, les gustaban mucho. Y fue así que al fin me detuve en la librería de mi barrio, muy formalmente llamada Casassa & Lorenzo, para llevarme los dos primeros libros de la serie, editados en español por Tusquets: Asesinos sin rostro y Los perros de Riga.

Leí la primera y no me gustó nada. Insistí con la segunda, tratando de probarme a mí mismo que estaba equivocado, pero tampoco tuve éxito. A pesar de que me seducía el escenario -la Suecia del invierno eterno nos suena exótica a todos los latinos- y la visión del mundo que intuía detrás (Mankell me parece un hombre interesante, una frase suya hablando del SIDA en Africa me dejó dando vueltas, la cito de memoria: "Pobres los jóvenes de hoy, que no pueden amar sin arriesgarse a morir"), las novelas en sí mismas me dejaron -la broma es predecible, pero oportuna- más que frío. Las encontré elementales, demasiado lineales, casi escolares en su redacción. Y que conste que no hablo como escritor, puesto que como escritor soy Nadie con mayúsculas al mejor estilo de Ulises, mientras que Mankell es una figura internacional. Pero sí hablo como lector, y en condición de tal reclamo de Mankell lo mismo que espero tanto de Agatha Christie como de Saul Bellow: que me entretenga su historia y que me fascine la manera en que la cuenta, dos tareas que quizás suenen diferentes pero que son parte de la misma urdimbre.

/upload/fotos/blogs_entradas/richard_price_med.jpgAdmito que Wallander es un policía contemporáneo, ciudadano de un mundo que en Estocolmo, Buenos Aires y Nueva York no ofrece demasiadas certidumbres: no hay institución que no sea violenta en esencia (Dickens ya lo sugirió, para que Bellow lo refrendase más tarde) y no existe hombre que no sea corruptible. Pero más allá de la puesta al día moral, las dos historias de Wallander que leí me impresionaron por su convencionalismo. De no ser por lo oscuro del paisaje contemporáneo que transitan, me huelen a retroceso, a marcha atrás: las encuentro infinitamente menores que las ya viejas historias de Hammett, Chandler, Goodis y compañía. Hasta donde alcanzo a ver, para policiales negros con ambición literaria me quedo con las novelas de Richard Price (que acaba de sacar Lush Life, me muero por leerla) y de Dennis Lehane, el autor de Mystic River.

¿Hago mal en pensar que cualquier novela que trate sobre crímenes en el mundo contemporáneo debería aunque más no fuese inquietarnos, por su visión pero también por su prosa? (¿Cómo hablar de crimen y de violencia hoy en día y resultar tranquilizador?) ¿Estoy equivocado en pretender de Mankell algo más que un policial para pasar el rato?

Si ustedes tienen respuestas, soy todo oídos.

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27 de marzo de 2008
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Londres-París y París-Berlín

Sarkozy está en Londres donde quiere escenificar lo que pretende es el nuevo eje franco-británico, pese a no ser tan novedoso. Así compensaría sus malas relaciones con Angela Merkel y lo mal que va el eje franco-alemán. Es entender mal las cosas. La UE a 27 y en el siglo XXI necesita para avanzar de estos dos ejes, que en ocasiones (por ejemplo en las negociaciones con Irán o en algunos casos en Naciones Unidas). Es condición necesaria, aunque no suficiente, pues los demás en esta Unión ampliada, también cuenta.

Las relaciones entre Londres y París son necesarias para hacer avanzar esa parte de la Europa política que es la Europa de la defensa. Son las mayores potencias militares, las dos únicas nucleares en la UE. Y de ellas salió en Saint Malo en 1998, entre Blair (bastante distinto de Brown) y Chirac (algo diferente de Sarkozy), el impulso para avanzar el la política europea de seguridad y de defensa, que, discretamente, se está poniendo en marcha. Si se añade el acercamiento de Francia a la estructura militar de la OTAN, con un eventual reingreso en ella, tendremos un auténtico nuevo pilar de Europa. El pero, es que Londres -que refleja en esto las posiciones de EE UU- no quiere ni crear un polo europeo en la OTAN, ni crear fuera de ésta una auténtica estructura militar europea, ni siquiera unos cuarteles centrales europeos operativos. La UE actuaría así en los casos en lo que EE UU no quisiera involucrarse. Francia pretende durante su próxima presidencia del Consejo de la UE actualizar la doctrina estratégica de la UE. Será una evolución, no una revolución.

París-Berlín es otro tipo de eje. Es el fundacional de los entonces Seis. Y sigue siendo básico. Durante décadas, más que una conjunción de intereses, lo que ha representado es un cruce de ellos. Era como un intercambio de cromos. Ahora ambos países, por el tamaño de su economía, están en el centro de la Unión Monetaria (donde no está el Reino Unido) y del avance hacia una Europa política. En materia de energía, Sarkozy puede acercarse al Reino Unido en cuanto a ampliar las centrales nucleares, pero el país de allende La Mancha sigue siendo una isla energética, mientras Alemania, pese a su oposición a las nucleares,  es central para las exportaciones frabcesas de energía de origen nuclear.

Es decir, que esta Unión Europea es mucho más compleja que la original. Necesita, como los grandes camiones, de varios ejes de ruedas, siempre con Francia en todos ellos. ¿Y España? Ahí está el desafío. Podía en estos años pasados, y aún puede ahora, contribuir a superar los recelos entre Francia y Alemania. Sobre todo, ante esta configuración, se debe situar bien con ambos ejes y meterse en la medida en que sea posible en la triada Londres-París-Bonn, aunque Merkel no fuera al principio muy partidaria de ellos. Y apostar también por el Sur, con Italia y Portugal, y con los nuevos Estados miembros que, como país, nos resultan aún demasiado desconocidos.

 

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27 de marzo de 2008
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Recuérdame que llore

Seguramente no lo haré, no me vendrán las lágrimas. Sería fácil. Llorar un poco y seguir como si no sintiéramos la muerte. No lloraré, pero no puedo evitar el cabreo. Esa inútil rebelión contra la muerte. El rebelde educado que era Rafael Azcona ha muerto  en silencio, discreta y secretamente. Amante de lo estrafalario en su obra supo vivir sin nada estrafalario hasta su último suspiro. Murió Azcona en secreto y sin ritos. Tal como había vivido la mayor parte de su vida. No había concedido entrevistas, no recogía los premios, no aparecía en lugares de famosos y no se hacía fotos... Hasta que un día se cansó de su ser anacoreta. Y salió de sus armarios.

/upload/fotos/blogs_entradas/losmuertosno1_med.jpgTuvimos la suerte de haberle conocido hace ya más de veinte años y nunca se parecía a ese hombre oculto que los otros nos contaban. Fue generoso con su inteligencia y supo repartir su genio entre los amigos. Le gustaba hablar, comer, beber y reír. Le gustaban otras cosas. Le gustaba la vida aunque tantas veces hablara de la muerte. Desde su primera obra: Los muertos no se tocan, nene, que dedicó "a las Pompas Fúnebres, porque sin su concurso la muerte no sería cosa de tanto lucimiento". Gran burlador que nos privó del lucimiento de su entierro. Nos liberó de pompas y de circunstancias. Listo y descreído hasta el final, tierno y rebelde, enemigo de los repelentes y ajeno a los pedantes, Rafael no quería recordarnos llorando. Y menos llorando por su muerte.

Trabajó hasta el final pero nunca dejó de soñar con que le tocara la lotería, las quinielas o los ciegos y dedicarse a no hacer nada. Un español de toda la vida. No lo consiguió. Supo mirar y contar el mundo con la ternura y la crueldad que se merece. Y sin él no hubiéramos tenido las mejores películas de nuestro cine. Sin él, nuestro cine, hubiera sido pobre, paralítico y muerto.

Creo que no lo conseguiré, que todavía no estoy preparado, pero me gustaría que me recordaran que debo llorar. Me prepararé viendo Plácido, una de las más duras películas sobre cómo fuimos, cómo somos o cómo podremos llegar a ser. Entre pobres y miserables. Hay días que no nos merecemos.

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26 de marzo de 2008
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Ociosos y pirañas

...ben a la vora del ma/ tindrem la mida de totes les coses/ només en dir-nos que ens seguim amant.

En un muelle del puerto de Barcelona hay una escultura férrea de Joan Salvat Papasseit fijada la mirada en dirección de su mar. Y digo en dirección porque lo que en realidad se abarca de ninguna manera es atmósfera para sus conmovidos versos. Difícil será para amante alguno alcanzar en tal ámbito la cifra o medida de todas las cosas.

La efigie del poeta se ubica sobre un muelle, paralelo al paseo Colón, que cierra una inmensa piscina- garaje, donde se apiñan centenares de embarcaciones de recreo, es decir, destinadas explícitamente a llenar las vidas de un complemento de vacuidad. Sobrevolando tal piscina su mirada tropieza enfrente con el llamado maremagnum. Y a la derecha, a fin de impedir realmente todo atisbo de mar, se encuentra la inmensa mole del Barcelona Trade Center, monumento este al único Señor hoy universalmente reconocido y venerado, donde, en lengua inglesa, se conjuga efectivamente la frase según la cual el negocio es el negocio.

Si se bordea el maremagnum, se tropieza de nuevo con el garaje para barcos de plaisance, que por este flanco exhibe asimismo una obscena muestra de lujo en forma de cruceros privados (protegidos por vallas que impiden la excesiva proximidad de los curiosos), en los cuales más de un responsable ve con orgullo un auténtico emblema de la imagen futura de la ciudad. Pues bien:

Si al contornear el maremagnum el consumidor de ocio fija sus ojos en la torreta del reloj, podrá contemplar, como un espejismo, el humanizado paisaje que al principio describía. Paisaje que debe constituir un anacronismo casi provocador para los gestores del carnaval consumista, para los voceros de la reducción de una ciudad a parque temático y desde luego para las pirañas del espacio urbanizable, sea de titularidad pública o privada.

Pues se cierne sobre el conjunto el fantasma de una rápida reconversión. Se dice que las amarras ampliarán la capacidad de recepción de yates o cruceros, y en torno a los actuales barracones y la lonja se erigirán bien diseñados inmuebles que ampliaran a esa zona el espacio de ocio. El terreno es de propiedad pública, pero nadie duda de que se dará, una vez más, el necesario entendimiento con sectores privados. Nadie duda, en suma, del triunfo de la alianza entre administración y dinero... arquitectos y diseñadores alternándose en la función de palanganeros.

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26 de marzo de 2008
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La renovación

Rafael Argullol: . Llega un momento en que el tema de ese juego nostálgico del paraíso lleva a la necesidad de recuperarlo. Es cuando nace esa fuerza fundamental, demoníaca y llena de contradicciones del hombre moderno.

Delfín Agudelo: De alguna manera es crear un paralelismo de renovación del paraíso mediante creaciones artísticas, pero que de una u otra manera son viciadas por la condición humana misma: al pretender una recuperación impoluta, al buscar una neutralidad que permita traer a colación de nuevo el tema de la recuperación, las características de nuestra condición terrenal subyacen en la creación misma.

Rafael Argullol: Es el proceso de la búsqueda de la renovación del paraíso sin aclarar instancias ultramundanas, sino en la propia tierra. Es muy significativo, yendo a la referencia del Paraíso perdido de Milton, que es una obra que no podía haber surgido antes de la época cuando surgió. El Paraíso Perdido surge en el momento justo en que se ha destrozado el universo medieval, en que aquél juego de esferas perfectas que era la Divina Comedia ha saltado por los aires. Y en ese sentido, Milton plantea con una grandeza literaria extraordinaria una especie de inversión de alianzas: si ya Dios no es el que tiene que conducirnos al nuevo paraíso, dirijámonos a Satán, al demonio. Se produce una inversión de alianzas del hombre que pasa de estar aliado con Dios al demonio para ver si realmente, a efectos de la construcción del paraíso en la tierra, sirve. El Doctor Frankenstein y Fausto tienen su vocación en esa inversión de alianzas. Te diría Maquiavelo, incluso: "El fin justifica los medios"; el fin es llegar al paraíso, no importa cómo. En el camino de la tradición religiosa cristiana llegar al paraíso estaba calificado de manera muy estricta. En nuestro mundo, llegar al paraíso es una especie de juego sin reglas, cosa que se advierte en nuestros días en que renacen los mitos de la inmortalidad y la eternidad en la medicina, en la genética, en la bioquímica, y hay una especie de lucha de todos contra todos y una incorporación plena de la rapiña capitalista a lo que es la formulación contemporánea de estos mitos.

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26 de marzo de 2008
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