Andrés Ortega
Con los dos muertos en Castilla y León van a rebrotar las preocupaciones por la enfermedad de las vacas locas. Era un mal olvidado. Uno de esos elementos de lo que el sociólogo Ulrich Beck llamó la "sociedad del riesgo" justo antes del accidente en la central nuclear de Chernóbil en 1986, del que se van a cumplir 22 años y que confirmó de forma trágica su teoría. Las vacas locas -que en buena parte es una enfermedad que se contagia al hombre pero impulsada por algunos hábitos de alimentación impuestos por los hombres a estos animales- llegaron poco después, y entonces empezó a cundir el rechazo a comer carne de vaca por toda Europa. Duró bastante, y, casi de repente, desapareció no la enfermedad ni las costosas medidas para evitar su propagación, sino la cuestión en sí como preocupación. ¿Cuándo? Los atentados del 11 de septiembre de 2001 borraron esos temores de un plumazo para dar paso a la sociedad del miedo, en la que vivimos desde entonces, fruto de la situación, pero también de la política, esencialmente de la Administración de Bush y del Gobierno de Blair que hicieron del miedo su centro. El filósofo esloveno Slavoj ZiZek habla de "la facilidad con la cual la ideología dominante se apropió de la tragedia del 11-S". La cuestión de las vacas locas dejó de ser objeto de las conversaciones. Y la gente volvió a comer carne. Del temor al riesgo se pasó al miedo ante el terrorismo yihadista, a menudo suicida. Pero el miedo empezaba a disiparse (¿hasta cuándo?) y ahora volvemos quizás al temor al riesgo, al de las consecuencias indeseadas de las acciones humanas.