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El Gran Gatsby (3)

/upload/fotos/blogs_entradas/el_gran_gatsby_33_med.jpgGatsby es el nuevo héroe del XX, hecho a sí mismo, sin demasiados miramientos, ni demasiados escrúpulos. Es el nuevo dinero. Pero, ante todo, es el nuevo romántico, cuya ética comienza y termina con su deseo. También su vida. Y todas las grandes ambiciones y anhelos de Gatsby parece ser que se han concentrado en uno solo: Daisy Buchanan, traslúcida como la ternura, bella como sus vestidos. En medio del calor de aquel verano derrama su mirada soñadora y lánguida sobre un Gatsby que acaba de salir de las tinieblas para apostarse impecablemente vestido ante los ventanales y así contemplar sus propias fiestas o bien la adorada casa de su amada al otro lado de la bahía.

No ha tenido más remedio que dedicarse a enriquecerse durante algunos años en un mundo oscuro y sin sentido para poder regresar, un buen día de verano, a la vida luminosa y ligera de Daisy. Cae en ella con una deslumbrante mansión, buenos trajes, champán, coches, flores, con todo lo que hace juego con esa voz de Daisy "llena de dinero", con todo lo que le hace creer que por poseer lo que a ella le gusta ya es como ella. Y, sin embargo, la distancia es abismal, la distancia es una profunda herida porque Daisy y su marido respiran en el dinero como los peces en el agua. Un dinero tan antiguo como los fondos de los mares y no recién llegado como el de Gatsby. Gatsby es un fronterizo, un romántico, un aventurero, alguien capaz de arriesgarse hasta las últimas consecuencias por ir detrás de un simple brillo. ¿Y quién no es un poco Gatsby?

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8 de abril de 2008
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Del riesgo al miedo, y vuelta

Con los dos muertos en Castilla y León van a rebrotar las preocupaciones por la enfermedad de las vacas locas. Era un mal olvidado. Uno de esos elementos de lo que el sociólogo Ulrich Beck llamó la "sociedad del riesgo" justo antes del accidente en la central nuclear de Chernóbil en 1986, del que se van a cumplir 22 años y que confirmó de forma trágica su teoría. Las vacas locas -que en buena parte es una enfermedad que se contagia al hombre pero impulsada por algunos hábitos de alimentación impuestos por los hombres a estos animales- llegaron poco después, y entonces empezó a cundir el rechazo a comer carne de vaca por toda Europa. Duró bastante, y, casi de repente, desapareció no la enfermedad ni las costosas medidas para evitar su propagación, sino la cuestión en sí como preocupación. ¿Cuándo? Los atentados del 11 de septiembre de 2001 borraron esos temores de un plumazo para dar paso a la sociedad del miedo, en la que vivimos desde entonces, fruto de la situación, pero también de la política, esencialmente de la Administración de Bush y del Gobierno de Blair que hicieron del miedo su centro. El filósofo esloveno Slavoj ZiZek habla de "la facilidad con la cual la ideología dominante se apropió de la tragedia del 11-S". La cuestión de las vacas locas dejó de ser objeto de las conversaciones. Y la gente volvió a comer carne. Del temor al riesgo se pasó al miedo ante el terrorismo yihadista, a menudo suicida. Pero el miedo empezaba a disiparse (¿hasta cuándo?) y ahora volvemos quizás al temor al riesgo, al de las consecuencias indeseadas de las acciones humanas.

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8 de abril de 2008
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III. La épica del éxodo

La aventura de los éxodos viene a ser siempre materia literaria. El trasiego de culturas, los afectos que se quedan en la lejanía en la vestidura de recuerdos de la infancia, las costumbres ancestrales y las lealtades familiares trasladadas a un paisaje extraño, a veces hostil, o a veces indiferente. Hará falta un niño que recuerde y anote en su cabeza estas sensaciones contradictorias, que describa este universo donde mundos ajenos se rechazan y se cruzan. De allí resultan novelas maestras como La república de los sueños, y Una casa para Mr Bilwas.

Gallegos, hindúes, en las voces de Nélida Piñón y V.S. Naipul. Latinoamericanos que cruzan la frontera en busca del más emblemático sueño americano, el de los Estados Unidos, y donde se cocina hoy una nueva literatura, a veces en español, a veces en inglés, que será capaz de contar la épica del éxodo. Una épica íntima, que enseña como el desarraigo es también parte de la historia pública, y que la historia de un solo emigrante es capaz de alumbrar la historia de las naciones.

Permítanme dejarles la tarea de leer estos dos libros americanos, que deslumbran con su cauda universal. 

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8 de abril de 2008
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El deseo moral de morir

No hay decencia alguna compatible con la imagen de unos humanos homologados por el hecho de que la vida de cada uno se reduce a compartir una antesala de la muerte. Y no hay orden social que amamante tal monstruosidad (y hasta se enorgullezca de ella considerándola un símbolo de ordenada gestión de lo inevitable) que no sea intrínsicamente canallesco.

La indecencia y la canallada se acentúan aun cuando el estado físico de los huéspedes de las evocadas instituciones alcanza tal grado de postración que la artificial prolongación de sus vidas parecería resultar de una explícita voluntad perversa, de no darse la "legitimación" ideológico-religiosa, tan interiorizada en ocasiones que la perversión sólo podría ser atribuida al inconsciente de los detractores de toda forma de eutanasia.

"La eutanasia no es pecado" clamaba hace ya 20 años una persona allegada, cuyas convicciones conservadoras en materia social y religiosa no le impedían ser consciente de la auténtica vejación que para ella y los suyos suponía la inútil prolongación de su agonía.

Hay una vida digna y una vida miserable; una vida que alienta en los demás el sentimiento de pertenecer a una noble condición, y una vida cuya sola percepción provoca en el otro una repulsa que puede legítimamente llegar hasta la fobia. Análogamente hay una agonía digna y una agonía miserable, las cuales eventualmente se prolongan en la muerte misma, entendida como presencia ante los otros de aquello que fue cuerpo humano.

La distinción que precede no puede en modo alguno ser relativizada por la connotación de tragedia que acompaña irremediablemente a la agonía y a la muerte. Pues trágica es, desde luego, la vida misma sin que de ello se infiera que la vida es asimismo miserable. De hecho, cabe que la vida empiece precisamente a ser miserable como resultado de que no se da entereza para enfrentarse con decencia a la muerte. Que la vida empiece a ser miserable o lo que es peor: que la vida se prolongue miserablemente en ausencia de decoro.

Figura trágica de todos aquellos abocados a prolongar su existencia, no tanto por voluntad como por pasividad, por obediencia, e incluso por impotencia, por incapacidad material de efectuar el gesto que los liberaría de lo que consideran como una ignominia.

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7 de abril de 2008
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Crímenes, criminales, cobardes y silenciosos

/upload/fotos/blogs_entradas/lamateporque...1_med.jpgToda la semana me estuve acordando de aquel libro de Max Aub, Crímenes ejemplares. Un irónico catálogo de formas y justificaciones del criminal. Cuando se escuchan las historias de esos tarados que matan a mujeres, a adolescentes, a niñas, se tienen pocas ganas de ironizar. Pero la mirada sarcástica de Aub es otra cosa. En su libro se recogían confesiones de los asesinos y, de las muchas justificaciones que contiene, sólo dos fueron de alienados. El resto de los criminales eran gente corriente. El criminal es alguien que te encuentras en tu vida diaria, en un mercado, en la escalera de casa o en un concierto. Una de las razones, de las sinrazones, de esos crímenes de sexo, viene de una errata. Donde dice: "La maté porque era mía", debe decir: "La maté porque no era mía".

No matan en el País Vasco porque tengan una pistola, matan porque no tienen fuerza ni razón.

Hay otras sinrazones, otros criminales. Acabo de ver la película de Manuel Gutiérrez Aragón, Todos estamos invitados -me gustaría haberla visto en el festival de San Sebastián, pero ha tenido que ser en el de Málaga- y allí los asesinos son de otra clase, tienen otra tara. Dramáticamente reales: "Lo maté porque no pensaba como yo". Ésa es una de las perversas sinrazones de muchas muertes en el País Vasco. Viejo impulso animal, sectarismo, cobardía y miedo. Nada que ver con las patrias, ni con las libertades, sino con la incapacidad de convivir con el otro, con el de fuera. No matan porque tengan una pistola, matan porque no tienen fuerza ni razón.

"¿Para qué tratar de convencerle? Era un sectario de lo peor, cerrado de mollera como si fuese Dios Padre. Se la abrí de un golpe, a ver si aprende a discutir. El que no sabe, que calle". Eso pretenden los asesinos de ETA y sus cómplices. Mantener a una sociedad callada por el miedo. Silencio cómplice mientras comemos kokotxas. Cuando Aub escribió su libro, en su exilio, nuestro país seguía secuestrado por el miedo. Un pueblo que conoció aquello no se somete por otros miedos. Nadie podrá matar por esa sinrazón: "Lo maté porque era español". Que la película tenga éxito y que pase a verse como revisión histórica.

Estuve en el Teatro Real viendo a Anne Sofie von Otter, capaz de pasar de Mahler a Elvis Costello o a esos cantos de Auvernia. Cantos de montaña, canciones en la lengua d'oc, que me hicieron recordar otras músicas tan queridas por los nazis. He leído las conversaciones de Joachim Fest con Albert Speer, el esteta arquitecto que colaboró con Hitler hasta el final. Asesinos que se creían llenos de sentido y sensibilidad. Alguien dijo que Speer no era un hombre corrupto, ni cruel, ni vil. "Era algo mucho peor: era un hombre vacío". "Hombres huecos" que alguna vez pueden decir: "Lo maté porque era de Vinaroz".

Artículo publicado El País, 6 de abril de 2008.

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7 de abril de 2008
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Mala memoria

"No me avergüenzo de los que están fuera, porque mis hijos están fuera" dice Eusebio Leal frente al séptimo congreso de la Unión de los Escritores y Artistas de Cuba. Lo cuenta Mauricio Vicent, el corresponsal del diario El País en Cuba, en un artículo imprescindible. Es imprescindible, pues cualquier persona que conoce Cuba, que sabe lo que fue la actividad de este intelectual cubano como historiador de la ciudad de La Habana, apenas puede creer lo que dice en un discurso de catarsis para negar el pasado. El discurso completo se puede leer en el sitio de Granma, si alguien tiene todavía el apetito para un ejercicio de amnesia después de leer lo que dice, en el mismo artículo de Mauricio Vicent, Alfredo Guevara, ex jefe absoluto del cine cubano, que arremete como siempre en contra del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión) y sus "medios de comunicación neo-coloniales en su programación, estupidizante y dominados por tan descomunal ignorancia que no se saben aliados del capitalismo en su manifestación más soez".

¿De qué se trata? De algo muy repugnante en cualquier país: el momento de alivio de unos intelectuales que actuaron en su época en represión hacia los artistas y temen ser los últimos en el momento de la tímida apertura. Mas allá de los aplausos del congreso a Fidel Castro, proclamado miembro de mérito de la UNEAC, el congreso fue otro síntoma de una ligera apertura. Después de los aparatos electrodomésticos y teléfono celular, parece que los intelectuales y artistas cubanos entran en la lista de los productos "liberados" por la reforma económica. Lo escribo con una ironía muy controlada: los franceses no son ejemplos de honestidad en el momento de hablar de su propia historia. Un artículo terrible (en inglés) de Nelly Kalan lo recuerda en The Nation. Su título: "la zone grise" (la zona gris). Su tema: Irène Nemirovsky, la novelista francesa que más vende en este momento en el mundo, a más de sesenta años de su muerte (en 1942 en Auschwitz).

/upload/fotos/blogs_entradas/suite_francesa_med.jpgEl artículo de Alice Kaplan, largo, preciso, lleno de datos, plantea una buena pregunta: ¿fue el antisemitismo en Francia un accidente favorecido por la ocupación alemana o corresponde a un rasgo fundamental de la sociedad francesa que nunca tuvo el valor de reconocerlo? La respuesta es de una precisión fenomenal (Kaplan es la autora de un libro sobre el proceso de Brasillach, autor fusilado en 1945 por sus escritos durante la ocupación alemana). Kaplan explica cómo Nemirovsky, judía emigrada desde Rusia a Francia, convivió con antisemitas y publicó cuentos hasta su muerte en una revista antisemita. El relato, reproducido en el mundo entero, de cómo fue posible encontrar el manuscrito inédito de Suite francesa (en Salamandra en España) nunca se le añade el contexto. Alice Kaplan lo hace al estudiar otro libro en el mismo artículo: Un secreto de Philippe Grimbert (Tusquets en España), una novela íntima, basada en hechos reales, sobre la vida cotidiana en Francia en la época del antisemitismo implementado por los nazis.

Es el secreto, el negro secreto que produce el malestar de Francia con relación a su historia. Este país hizo leyes antisemitas antes de una pedida formal de los nazis. Y después de la Segunda Guerra Mundial Francia fue incapaz de reconocer sus fallos, su cobardía. Francia es, tal como Cuba contada por sus intelectuales, un país de mala memoria. En Postguerra (Taurus en España), en la historia de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, el historiador británico Tony Judt pone un enfoque específico en la culpabilidad francesa. No por lo que hicieron los franceses sino por su voluntad de minimizar a través del silencio la tragedia de los judíos para no recordar el papel de Francia en una parte muy, pero muy gris de la historia del continente europeo.

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7 de abril de 2008
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El Gran Gatsby (2)

/upload/fotos/blogs_entradas/francis_scott_key_fitzgerald_med.jpgEl gran Gatsby revolucionó la narrativa del siglo XX porque logró inmortalizar el presente. Fue escrita por un auténtico genio, que vivió y entendió su tiempo, F. Scott Fitzgerald. La novela se publicó en 1925, en el corazón de la era del jazz, de unos años en que como se dice en ella: "un centenar de pares de zapatos de plata y oro levantaban un polvo luminoso". Desolada, irónica, poética, cruel, tierna, hermosa hasta lograr hacer de la frivolidad  y de las enormes gafas del doctor T.J. Eckleburg dos trágicos referentes de la vida contemporánea, cuya esencia es el matrimonio Buchanan, dedicado a entretener su tedio como puede, pero que en el fondo es intocable e inalcanzable tanto para la patética alegría de Myrtle (amante de Tom Buchanan) como para la seriedad de Gatsby (enamorado de Daisy Buchanan), ante los que Tom y Daisy han sacado palomas del sombrero y pañuelos de las mangas sin confesarles nunca que se trataba de un simple truco.

Los personajes y las atmósferas están compuestos por infinitos matices, que nos llegan a través de Nick Carraway, como ya sabemos vecino de Gatsby y primo de Daisy, convertido de esta manera en nuestros ojos y en nuestra mente. Un hallazgo de narrador sin cuya controlada participación, sin cuya mirada mitad distanciada mitad involucrada, esta historia sólo habría sido una tragedia o una comedia.

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7 de abril de 2008
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El sentir del cuerpo

Un buen consejo que recibí tras sufrir la última y mayor desgracia no fue dirigirme a un psicólogo sino matricularme en un gimnasio. De esa experiencia aprendí -y me gustaría difundir- que las emociones se  reciben directamente y por el organismo en lo más físico y fisiológico de su constitución, como también parece seguro que las transmitimos a partir de complicado sistema. En las relaciones más estrechas la desazón de uno se comunica a otro y el optimismo también. Las personas alegres o tristes lo son no por causa de una sede abstracta o mental que anida en su cuerpo sino por el estado de sus parcelas corporales y de cuya coordinación se desprende no un aroma espiritual sino un humor de la misma especie que los olores o las sudoraciones. Podemos jactarnos de ser algo más complejos que los animales  pero no somos, fundamentalmente, de otra especial naturaleza. Del mismo modo que se admite una química para el amor o la amistad, hay una química (o bioquímica) para el resto de los estados de ánimo que vivimos y compartimos. Entendiendo por estado de ánimo no una derivación del estado del ánima sino del fluir de jugos internos. La gimnasia modifica así el estado de ánimo a través de promover el desarrollo de elementos que nos mejoran el punto de vista. Mejoran la visión y perfeccionan la lucidez a la vez que con esa claridad disminuyen la oscuridad de la tragedia y procuran, en fin, una mayor resistencia al pesar tal como si la musculación general ayudara a cargar mayores pesos. La debilidad física lleva al desfallecimiento con suma facilidad y conduce a la claudicación con extrema frecuencia. El cuerpo nos mata o nos defiende, se doblega o resiste. La alegría o la pena no se incorporan exactamente, totalmente, desde afuera sino que constituyen en parte circunstancias procedentes del cuerpo mismo. 

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7 de abril de 2008
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Más grande que la vida misma

Ocurrió durante muchos años, en plena Semana Santa. Era un tiempo en que no existían los videoclubes y mucho menos los DVDs, por lo que no quedaba más remedio que ver cine en el cine (o malamente por TV.) Como solía pasar, la inminencia de las Pascuas sugería a distribuidores y exhibidores la conveniencia de ponerse piadosos. En televisión programaban Rey de reyes y Marcelino pan y vino. Pero había un cine -el Gaumont sobre la avenida Rivadavia, que tenía una maravillosa pantalla de 70 mm-, que reponía siempre la misma película, esa que yo acudía a ver año tras año en mi peculiar versión de lo que debía ser una peregrinación. Se trataba de Ben Hur, dirigida por William Wyler y protagonizada por Charlton Heston. La reponían porque Jesús tenía algo que ver con el asunto, pero yo iba a verla por otras razones. Las secuencias en las galeras -ah, ese mar que se curvaba eterno en la pantalla de cinemascope-, la carrera de cuadrigas en el estadio colosal, el horror que me producían el cuerpo mutilado de Messala y las llagas de las mujeres leprosas. La primera vez que la vi, mi madre aceptó taparme los ojos cada vez que aparecían Miriam y Tirzah, madre y hermana de Judah Ben Hur, enfermas de lepra por obra de la perfidia del villano. Con sucesivas visiones advertí que no había nada monstruoso en ellas. El horror estaba tan sólo en el interior de mi cabeza -y en las acciones de los hombres.

/upload/fotos/blogs_entradas/charles_heston_as_benhur._med.jpgDurante mucho tiempo sentí un poco de vergüenza cada vez que confesaba que Ben Hur me encantaba. (Y me encanta todavía: no hace tanto que la he vuelto a ver, y me sigue produciendo las mismas emociones.) Para muchos no es una película seria, les suena a sinónimo de esos mamotretos de capa y espada que por entonces estaban de moda... y ahora también. Qué quieren que les diga, al lado de Gladiator, Ben Hur me sigue pareciendo una obra de arte. Nunca dejará de ser una de las películas que marcó mi vida.

Enterarme ayer de la muerte de Charlton Heston me produjo tristeza. Decir que me gustaba como actor también me dio siempre un poco de vergüenza, en especial desde que se hizo republicano y defendía el derecho a portar armas de sus compatriotas. Michael Moore puso al viejo en ridículo en Bowling for Columbine. Yo prefiero creer que el asunto no era ajeno a sus problemas con el alcohol y el diagnóstico de Alzheimer. Pero durante muchos años, Heston fue para mi el sinónimo de ‘la' estrella de cine, la clase de actor que me movía a ver películas tan sólo porque aparecía en ellas. Le debo una larga lista de films para mí inolvidables: Marabunta, La agonía y el éxtasis (siempre fui fanático de Miguel Angel), A Touch of Evil, El planeta de los simios, Soylent Green... Ahora me arrepiento de no haber comprado la nueva edición de El Cid en DVD, que codicié en París durante mi último viaje.

Para mí fue siempre sinónimo del actor más grande que la vida misma -tenía esas facciones que parecían esculpidas por el mismísimo Michelangelo-, y en condición de tal me inspiraba a vivir la vida como una Aventura con las mayúsculas de rigor. En un tiempo que insiste en tratarnos como enanos y sugiere que ya no podemos narrar ni siquiera nuestras propias vidas, aquellas viejas películas de Heston me recuerdan por qué decidí vivir la mía en 70 mm y cinemascope. 

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7 de abril de 2008
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El producto nacional más bruto

Todos los países tienen el parque temático que se merecen. Es el mejor retrato del inconsciente nacional. Lo que suele ocultarse por vergüenza o buen gusto se exhibe en el parque de un modo impúdico y orgiástico. En consecuencia, pregunté dónde estaba el parque temático de Suiza, país mas raro que un ornitorrinco. Tras varias consultas me dijeron que lo mas parecido a un parque temático, articulo desconocido en la Confederación, era la aldea de Gruyères, cantón de Friburgo, el lugar más visitado de Suiza y donde se puede ver en directo la fabricación del queso de Gruyère, monumento nacional indiscutible.

Allí me fui, intrigado por los campos de cultivo del agujero que llevan esos quesos. Para mi decepción, descubrí que el queso de Gruyère no lleva agujeros y que es un error confundir el gruyère con el emmental. Era la segunda vez que patinaba. La primera fue hacerle caso a Orson Welles y preguntar por el mejor lugar para comprar un reloj de cuco. Los amigos suizos ponían caras de consternación porque en Suiza nunca se han fabricado relojes de cuco, pero desde que Welles dijera que es lo único que el mundo debe agradecer a los suizos se ven en la obligación de importarlos por toneladas desde Alemania para satisfacer al turismo.

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La aldea de Gruyères, en efecto, es un parque temático con el detalle de ser verdadero, algo imperdonable en un parque temático. Tiene hoteles, restaurantes, castillo, visita a una fabrica de queso y cuanto exige un lugar sobre el que cae un millón de ociosos al año, pero todo es de verdad, lo que decepciona un poco. El castillo es real, el queso se come, los hoteles y restaurantes son honrados. Una calamidad. Por fortuna, hay un lugar propiamente temático: un bar y un museo dedicados a la película "Alien" porque H.R. Giger, diseñador de aquellos costillares, espinazos, calaveras oblongas y demás horrores, es suizo. No puedo describir lo que se siente al beber una pera Williams sobre fondo de cien cabezas de bebé comidas por gusanos. Piramidal. A Fernando Savater le chiflaría este cruce de queso con mitomanía, todo en el mismo agujero. El viaje estaba salvado. 

Artículo publicado en: El Periódico, 5 de abril de 2008.

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7 de abril de 2008
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