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Piratas de Estados fallidos

El secuestro del atunero Playa de Bakio es un perfecto ejemplo de cómo la situación de Estado fallido se traslada al mar. Pues la falta de orden y estado de derecho en Somalia ha hecho que la piratería crezca al amparo de la anarquía, como bien analizó Martin N. Murphy en un excelente estudio sobre el tema titulado, en inglés, Piratería contemporánea y terrorismo marítimo, publicado el año pasado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres.

No es una situación inevitable. Murphy  explica bien cómo Malaisia, debido a la insistencia de su actual primer ministro Abdulá Badawi, Indonesia y Singapur (con cierto apoyo de EE UU) lograron reducir drásticamente la piratería en el Estrecho de Malacca, donde se registraron 80 ataques piratas en 2000, el peor año (En 2007, en el mundo, 433 tripulantes fueron atacados por piratas que los secuestraron o mataron). Era un interés vital para estos países y para otros como China o Japón. Por el Estrecho de Malacca pasa un 80% del petróleo y del comercio que va a la zona, y a diario 80.000 personas a diario y 10.000 pesqueros. Y la piratería podría tornarse fácilmente en terrorismo. Pese a los progresos o Murphy no descarta que la menor actividad criminal se deba a que los piratas hayan decidido esperar a que se reduzca la vigilancia. Y mientras operan contra turistas u otros en otras zonas menos controladas. Cuentan, incluso, con una cierta "aceptación cultural" de esta lucrativa forma de crimen.

En las aguas en torno al Cuerno de África, pese a que diversos países llevan hablando desde hace años de reforzar la vigilancia en esa zona, y EE UU lo ha hecho en algún caso, la piratería ha crecido pese a que esta actividad tenga implicaciones sobre la seguridad internacional. Los piratas disponen en Somalia de lugares en los que refugiarse sin que nadie les venga a molestar mientras negocian los rescates por sus secuestros. Antes del Playa de Bakio fue el Ponant, y antes que él un rompehielos que viajaba de Rusia a Singapur. Su armador pagó 700.000 dólares. En algún caso los piratas han llegado a pedir un millón de dólares de rescate. Aunque han atacado grandes cruceros, estos piratas modernos, que tienen en sus manos armamento efectivo a bajo coste, desde lanzagranadas a fúsiles AK-47, prefieren abordar barcos más pequeños y manejables. Ayer, frente a la costa de Yemen, un petrolero japonés fue atacado por una granada en lo que los expertos interpretan más como un acto de piratería que de terrorismo. Todo esto no es un retorno al pasado, sino que es muy de este siglo XXI.

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22 de abril de 2008
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III. Habrá más hambrientos, y más vehículos

La energía limpia no es más que un mito, sentencia la revista Time: los políticos y el complejo agroindustrial fuerzan la sustitución de los combustibles fósiles por el etanol, y lo que verdaderamente están haciendo es elevando los precios mundiales de los alimentos y empeorando el calentamiento global. En la medida en que los precios del maíz suban, los pobres del mundo comerán menos, y mientras más maíz se siembre para uso de motores, más bosques desaparecerán. Puro ambición de enriquecimiento.

¿Ya habíamos leído eso antes? Claro. En uno de los editoriales del Gramma, suscritos por Fidel Castro, que él suele titular "Reflexiones del Comandante en Jefe", y donde expresa: "Pienso que reducir y además reciclar todos los motores que consumen electricidad y combustible es una necesidad elemental y urgente de toda la humanidad. La tragedia no consiste en reducir esos gastos de energía, sino en la idea de convertir los alimentos en combustible".

Time no cita a Fidel Castro, sino a Lester Brown, experto en alimentos de las Naciones Unidas, quien dice que esta ocurriendo "un crimen contra la humanidad", algo que en términos semejante ya había dicho aquel, sólo que un año antes, pues su editorial data de marzo del 2007, y lo tituló: "Condenados a muerte prematura por hambre y sed más de 3 mil millones de personas en el mundo".

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21 de abril de 2008
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Machos, chulos y otros animales

La semana arrancó alegre, confiada, republicana y callejera. Bebimos un vino, o dos, por Azcona, en un día muy poco cruel del mes de abril. Un buen día, el 14, para seguir brindando como alegres ilusos de una novela de Rafael. Y llegó Zapatero y brindó moderadamente por el guionista. Es sobrio, tiene control y al día siguiente prometía, en compañía de los/las suyas. Y ante el monarca que supo perder con el Getafe y ganar con el Valencia. Los reyes nunca pasan sed.

Y llegaron los machos, chulos, quintacolumnistas de lo cañí, camisas nuevas del viejo mundo, y se pusieron a escribir chistes de casino. Como patéticos mozos muy jaraneros. No estaban solos, estaban tomando cañas con Berlusconi. También de chulo teñido, subido en sus calzas y con sus televisiones de mujeres neumáticas, de salsas rosas y mamachichos. Flor de la chulería, compañero de viaje de lo peor de esa degradación italiana que vive entre nosotros.

Periodistas de pellizcos furtivos, de acosos en despachos o expertos en misses. Tropa de machotes, chulos con tirantes, morcilleros, pequeños, o altos, escribidores con tribunas pagadas y bendecidas por la reacción. Con ellos el berlusconismo se encuentra en casa. Batallón de modistillos que hacen un ruido incapaz de movilizar a hombres, a mujeres que merezcan la pena. Siguen encerrados en el nicho de los chulos. Una vieja historia.

/upload/fotos/blogs_entradas/cernuda_big_med.jpgHay otros hombres, otros españoles que han escrito desde sus antípodas. Que supieron retratar a los mezquinos en verso. Fuimos a la presentación de la más completa biografía de Luis Cernuda, premio Comillas de biografía, escrita por Rivero Taravillo. Historia de un español, un sevillano amante del norte, del crepúsculo, la niebla, el sherry y el jazz. Años españoles al poeta que quiso ser inglés, que terminó en México deseando volver a su querida y malquerida tierra. Entre la realidad y el deseo nos dejó algunos de los mejores poemas de nuestro idioma. Esteta hasta en el frente, hasta en el batallón de la sierra de Guadarrama, donde tomó armas y uniforme. Soldado de poca fortuna, de pocas semanas. La homofobia no conoce ideologías. Pero no pudieron impedir que su pluma valiera muchas pistolas. Les dedicó -podía haber pensado en machistas de hoy- una respuesta en verso: "Lo cretino, en ti, /No excluye lo ruin. / Lo ruin, en tu sino, /No excluye lo cretino. / Así que eres en fin, / Tan cretino como ruin".

Y recordando a otro poeta que también sufrió y huyó de la soldadesca, José Miguel Ullán, que estrena obras completas, y entender cuáles son nuestras cadenas antes de hacernos los graciosos tabernarios: "Mero ahorro señor, Señor, hubiera sido hacernos todo desmemoria y sexo". Lo malo es que algunos de los animales, aún desmemoriados, escriben.

Artículo publicado en: El País, 20 de abril de 2008.

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21 de abril de 2008
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El arte que habla (1)

En una sala del espléndido Museo de Arte Contemporáneo del Centro Cultural Conde Duque se exhibe la muestra "Retratos con conversación", que su autor, el pintor Félix de la Concha, no considera cerrada sino en expansión porque su mirada aún se encuentra en pleno rendimiento para indagar en los matices que los colores y su habilidad pueden arrancar del alma de los retratados. Sus modelos son escritores, científicos, músicos..., proceden de distintas esferas y desde ahora tienen en común el haber pisado el estudio de De la Concha y compartir las mismas paredes del Museo.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_sol_del_membrillo_med.jpgLos retratos los realiza en movimiento, en el transcurso de dos horas de conversación en que, aunque imperceptiblemente, todo va cambiando de aspecto. Seguramente sólo un pincel y una cámara de fotos son capaces de registrar algo tan pasajero como la luz. Precisamente a explicar cómo se le echa el lazo a un reflejo dedicó Víctor Erice su minuciosa y ejemplar película El sol del membrillo, donde podemos contemplar cómo Antonio López trabaja duramente para retener luces y sombras. Así que no es de extrañar que fuese la pintura la que enseñase al cine cómo manipular la luz y crear la sensación de que una vela iluminaba una cara. Por su parte, Félix de la Concha también trata de apresar el movimiento y por eso no exige que sus modelos se mantengan paralizados, sino que parece considerar que hay que estar en sintonía con ese instante que nunca se detiene. 

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21 de abril de 2008
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Sobre las ausencias presentes

Una obra maestra puede esperar durante años, pero te acaba encontrando. Así, el "trozo de muro amarillo" pintado por Vermeer que atrapó a Bergotte en el Jeu de Paume para llevarle a la muerte, según cuenta Proust. Aquel pigmento amarillo había pacientado hasta que llegó el día cumplido para mostrarse ante el pintor moribundo. Con toda modestia, me ha sucedido lo mismo gracias a la obra maestra de un ginebrino, "L'Usage du monde".

/upload/fotos/blogs_entradas/monde_med.jpgEl joven Nicolas Bouvier y su amigo el pintor Thierry Vernet se lanzaron a un viaje imposible cuando apenas habían cumplido veinte años. Con un Fiat 500 atravesaron Europa, cruzaron Grecia, Yugoslavia y Turquía, se adentraron en Armenia, Azerbaiján, Irán y fueron a dar a Afganistán para terminar en Bombay año y medio más tarde. Era en 1953 y en esas zonas habían muerto decenas de viajeros curtidos, pero también miles de lugareños por hambre, frío, deshidratación o malaria. Los peligros que sortearon ese par de adolescentes sin dinero ni protección alguna tiene algo de milagroso.

La prosa de Bouvier es íntima, limpia, de una gran elegancia. Y lo más emocionante no es la aventura física, sino la posición del narrador, su dignidad. Bouvier se borra del relato para que los hombres, animales, paisajes, climas y objetos aparezcan con nitidez. Ni una queja, ni una crítica, ni una censura empaña el retrato de unas sociedades forzadas a la criminalidad para sobrevivir a su absoluta miseria. La música, fondo constante de la odisea, pone un velo mágico a la danza popular de la desesperación.

Como a Bergotte, este libro me ha alcanzado cuando era preciso, porque me ha devuelto a mis muertos. Yo no sé si Carlos Trías y Ferrán Lobo lo habían leído, pero he vivido la conversación que ya no podré tener con ellos. Veo a Carlos, que amó la errancia perdidamente, exaltado con sólo oír los nombres de Mahabad, Chiraz o Sungurlu. Veo a Ferrán, en su callada pasión, celebrando la vida de los hombres honestos y libres como Bouvier. No hubo página que no leyera con ellos en voz alta. En la callada voz de la ausencia.

Artículo publicado en: El Periódico, 19 de abril de 2008.

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21 de abril de 2008
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Los jet-lags

El avión no pita. A diferencia del tren, el coche o internet, el avión apenas ha aumentado su velocidad a lo largo de varias décadas. Como consecuencia, se registra la paradoja que al igual que antes el coche, el transiberiaino o la carreta tirada por mulas, un viaje largo en avión equivale a contraer una auténtica enfermedad. Décadas y décadas sin que el avión supere los 900 kilómetros por hora de media lo que siendo una alivio en trayectos domésticos -sin contar las penalidades antes y después del embarque- convierte en un cruel martirio los vuelos transoceánicos. De aquí para allá y de allá para aquí el viaje acaba infligiendo un fardo de malestar general apegado al cuerpo en todas sus distintas porciones, lo que denota el anacronismo de su prestación y, lo que es lo mismo, el fracaso de esta tecnología para procurarnos el normal cruce del espacio sin sufrir el terrible castigo del tiempo. O viceversa.

En suma, cada pasajero es desembarcado en el punto de destino con un malestar general y durable a la manera de haber sufrido la penalidad de un desplazamiento tan imperfecto como mal resuelto.

Las líneas aéreas, los empresarios de la aviación, las autoridades nacionales e internacionales, se comportan ante este problema mundial como si no sucediera nada del otro mundo. Ocurre, sin embargo, que todo pertenece, efectivamente, a la insufrible presencia del otro mundo. De un mundo caducado e incoherente que ante el paradigma contemporáneo de la comunicación súbita y total se comporta rarificando las conexiones y castigando la salud del viajero. Se comporta, de hecho, con una funcionalidad propia de otra época, del tiempo en que todo jet-lag se aceptaba por el culto al vuelo y su actual realidad que remeda los penosos desplazamientos de las viejas carreteras y los vetustos cacharros, nos parecía el no va más. Pero ahora, contrariamente, "no va a más", no pita y nos quebranta con su inconfortabilidad, su lentitud y su insoportable incompetencia.

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21 de abril de 2008
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La mentira y la muerte

Empecé estas reflexiones, hace meses, meditando sobre la esencia de la disposición filosófica, e intentando establecer un listado de interrogaciones que, por concernir a todos, constituirían el auténtico contenido de la filosofía. Sin embargo, por caminos diversos, he ido a parar a consideraciones más bien sobre la mentira que sobre la verdad, concepto este en el que parece cristalizar la filosofía. He considerado la hipótesis de que la mentira constituyera el verdadero engrasador del orden social, el motor de nuestras máximas efectivas de acción y hasta, en ocasiones, la causa final de las mismas. Ese uso falaz del lenguaje que sería un auténtico universal antropológico (según el listado de Donald Brown al que a un momento dado he hecho referencia), podría asimismo constituir una suerte de estrategia final: mentir por mentir, en lugar del hablar por hablar, al que en ocasiones me he referido.

Falacias de todo tipo y relativas a los más variados temas. Mentiras a las que no se les da importancia en el plano de la política y mentiras en torno al valor de la vida y a la manera como encarar la muerte. He avanzado hace unos días la hipótesis de que la muerte propia sólo pudiera ser contemplada en el contexto de un monumental auto-engaño. Pero esta imposibilidad de adecuación entre el yo que de todo da testimonio y la situación en la que el yo se hallaría ausente, esta imposibilidad trágica de lucidez, poco tiene que ver con la mentira sin pliegues que salivan los voceros de la ortodoxia moral en la materia, en particular en relación al escandaloso tema del rechazo a la eutanasia.

Y si la muerte es objeto de tal trato, si en boca de juristas, legisladores y moralistas no se oye una palabra verídica en relación a cómo enfocarla, excluyendo en todo caso un enfoque compatible con el mantenimiento en toda circunstancia de un ideario de libertad, cabe preguntarse ¿qué esperar entonces de la gestión de otros aspectos de la vida?

En la ciudad de Valladolid, una muchacha de 18 años acaba de obtener un reconocimiento filosófico por haber escrito un pequeño ensayo en el que defiende la imposibilidad de reduccionismo tratándose de los seres humanos. Es imposible, parecía proclamar, que se de cuenta del hombre como se da cuenta del comportamiento de un electrón en el átomo de hidrógeno. Quizás no sólo es así, sino que produce tremendo terror que así sea. De ahí la ciénaga en la que se empantanan las consideraciones sobre todo aquello en lo que nuestra entereza se pone inevitablemente a prueba, de ahí la insoportable falacia del discurso legal y moral sobre el dolor y la muerte.

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21 de abril de 2008
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Estupefaciente tinta

Prefiero que sea negra, si es posible. Tengo esta idea maniática de que la azul no queda bien fija. Negra y espesa, incluso. La Mont Blanc, por ejemplo, no es lo bastante negra. La Waterman, en cambio, roza el cero cromático absoluto. Lo sé no solamente por el tiempo que tarda en secarse y su brillo tenaz sobre el papel; también por la negrura de las manchas que van quedándome en las manos. Una costumbre mal vista en la escuela que hasta hoy, sin embargo, me parece esencial. Encuentro que mancharse manos y antebrazos de la tinta más negra disponible es también una forma de comprometerse. O, si se quiere, un modo de entender la vida y la escritura en conjunto. No es lícito salir completamente limpio de la faena. Vamos, la sola idea me abochorna. Por no hablar del pequeño placer que es embarrar el punto sobre el dorso de la zurda cada vez que una nueva carga lo deja rebosante de tinta.

     Tener que levantarse a recargar el tanque no es propiamente un deber fastidioso, pero la tinta tiene esta fea costumbre de terminarse a la mitad del párrafo, de modo que debe uno saltar en pos del frasco repitiendo la hilera de palabras que ya sacó del horno y no ha podido aún vaciar sobre el papel. Pienso de pronto en esas paradas de la fórmula uno que duran entre seis y nueve segundos y me maldigo por no tener ni un lápiz disponible para las emergencias. Por supuesto, los lápices me parecen indignos de confianza. Pintan las letras de un gris deslavado a todas luces tibio y pusilánime. Y al final ya aprendí a recargar la pluma en nunca más de cuarenta segundos, durante los cuales voy repitiendo la frase pendiente como un mantra, costumbre hoy plenamente integrada al ritual de la tinta.

     Cuando se escribe un texto que, se teme, superará las seiscientas cuartillas -esto es, más del millón de caracteres- cargar tinta permite la satisfacción de percibir o dar por sentado un avance palpable: seis o siete cuartillas efectivas, probablemente el uno por ciento del proyecto en bruto. Si acontece que en una semana debo llenar el tanque más de dos veces, gano la sensación de que emprendí una fuga en una moto y los de azul jamás van a agarrarme. Un estímulo grande, cuando lo que se intenta es construir una historia verosímil. Puede que sea por eso que, así como otros gozan del olor de la gasolina o la pólvora, me quedo a veces instantes de más con la nariz sobre la boca del tintero.

     Si uno insiste en creer que escribir equivale a atentar, el olor de la tinta le llevará lejos. Inhalarlo es lanzarse hechizo arriba, con las manos manchadas del delito que no piensa ocultar, menos aún hacerse perdonar. Cuando el tintero muere, hay un doble placer en salir de excursión a por el nuevo. ¿Prefiero el ingrediente autolimpiador de la Mont Blanc o la oscura espesura de la Waterman? ¿Y si cargo dos plumas, una con cada una de las tintas? ¿Y si mejor me llevo la entrañable Skrip? Tras dos horas de consideraciones golosas, vuelvo a la cueva con al menos un frasco apergollado. El segundo deleite sobreviene a la hora de hacer girar la rosca por primera vez. Nada hay como el aroma de cincuenta mililitros de sangre negra y fresca, lista para empezar a ser succionada.

     Imposible explicarlo, sólo sé que funciona. ¿Placebo? Puede ser. ¿Vicio? Seguramente. ¿Brujería? Ojalá.

 

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21 de abril de 2008
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Galería de espectros: el oyente de Salinas

Fray Luis de LeónRafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he escuchado al oyente de Salinas.

Delfín Agudelo: ¿El que está presente en la “Oda a Salinas” de Fray Luis de León?

Rafael Argullol: Sí. Siempre he estado pensando en cómo podía ser el oyente que rememora Fray Luis de León en su maravilloso poema. Y he pensado que ese oyente privilegiado muy posiblemente era un oyente que en Salamanca escuchaba a Salinas interpretar el órgano, y que era a partir de esa interpretación concreta de Salinas que se iniciaba el prodigioso viaje cantado por Fray Luis de León. Es éste el más puro de los viajes platónicos que se han cantado en la historia de la poesía europea. Porque el oyente, ese oyente privilegiado, en el momento mismo de escuchar la música del órgano interpretado por Salinas, él mismo sufre una metamorfosis honda, por la cual lo que estaba despierto se duerme y lo que estaba dormido despierta. La captación sensorial de los fenómenos puramente superficiales quedan congelados, detenidos, y en medio de esa corteza fenoménica superficial abruptamente surge otro plano que estaba dormido, el plano del alma, el plano de la belleza esencial que es la que es despertada a partir de los sones concretos de la música de Salinas. Y esa suerte de belleza esencial avanza entonces por el espacio como si fuera sonambúlica, arrastra al propio oyente, arrastra al oyente a ser él mismo un sonámbulo, y ese sonámbulo viaja a través de un espacio distinto, viaja a través de los cielos, de las estrellas, de las esferas, hasta llegar a una conexión con una especie de espacio de inmovilidad esencial que sería el espacio de la belleza esencial. Todo ello tratado como en un estado de conciencia para-real propia del sonámbulo y ese estar despierto a lo que antes estaba dormido y vise versa hace que el oyente se convierta ya no en el oyente concreto del órgano de Salinas sino en el oyente de la música del cosmos, del universo.

Así avanza de manera elegantísima el poema, hasta llegar a las estrofas finales, preciosas pero también dolorosas, en las cuales el oyente ha llegado a percibir hasta tal grado la riqueza de la música, la riqueza de la belleza, que manifiesta no querer dejar ya ese estado sonambúlico en el que se encuentra, pero que lamentablemente deberá abandonar para volver a la condición cotidiana humana, a la condición de vigilia, a la condición de despierto respecto a lo superficial y dormido respecto a lo profundo. Y ese abandono final del estado sonambúlico en el que deberá caer, esa salida del estado sonambúlico, le crea una maravillosa nostalgia, que es la nostalgia con la que se cierra el poema. Ese oyente que viaja sonámbulo a través de la música de las estrellas verdaderamente es uno de los personajes más maravillosos que nos ha dado la poesía.
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21 de abril de 2008
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El último espectador (4)

"Me consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad", debería decir al igual que Borges en Pierre Menard, autor del Quijote. Pero aun así intentaré explicarme. Yo creo que muchos narradores perdieron el camino en este laberinto. De los motivos de este extravío mencionaré apenas dos. El primero, tomándolo de un viejo artículo de C. E. Feiling titulado ¿Por qué escribo tan mal? Refiriéndose a este argumento de Piglia-vía-Borges que sostiene que sólo podemos releer -esta historia oficial de la literatura argentina que Piglia conjeturó y otros canonizaron-, Feiling dice: "La historia oficial tiende a generar una literatura asfixiante, que se desvive por inscribirse en esa misma historia y sólo se ocupa de ella".

Yo creo que Piglia también es víctima de esta asfixia de la que Feiling habla. Estoy convencido de que siente que respirar en el mundo de la literatura se le hace cada vez más difícil, lo cual lo empuja -a confesión de partes, relevo de pruebas- a inclinarse por los métodos artificiales. Lo acepta casi al pasar en la entrevista con Graciela Speranza, cuando elogia a Paul Schrader, el guionista de Taxi Driver. ¿Cómo lo ensalza? Diciendo que este hombre "consigue narrar historias, que en literatura ya es muy difícil". ¿Qué está diciendo Piglia aquí? Al mencionar que Taxi Driver parece una versión de Memorias del subsuelo sugiere que uno todavía puede llegar a ser Dostoievski en el cine, pero en la literatura no. En literatura ya es muy difícil, son sus palabras. Esta es la situación que está describiendo, un diagnóstico del quehacer hispanomericano actual: a los escritores les cuesta cada vez más escribir. Suena absurdo, pero no por eso es menos real.

El segundo motivo del extravío en el laberinto podría ser el siguiente. Todo artista siente la tentación de ser moderno, el mandato de la innovación. (Que a veces, por cierto, opera como una condena.) En este mundo nuestro, no hay nada más moderno que los medios electrónicos y la fragmentación del relato que producen. Nuestro modo de ver y de leer se está convirtiendo cada vez más en nuestro modo de conocer: el zapping, el chateo, Google, YouTube, los mensajes telefónicos. Nos dicen que ya nadie lee novelas, que nadie escucha discos completos, la gente baja temas sueltos de la red que incluyen bits de otras canciones: melodías clásicas reducidas a moneda de cambio, a campana de Pavlov que nos llena la boca de saliva. Enfrentados a la biblioteca infinita que asfixia, a este relato ‘oficial' según el cual narrar historias en literatura se ha vuelto difícil, muchos escritores se ven tentados por los brillos de estas nuevas formas y deciden imitarlas.

Y así fragmentan sus relatos, producen digresiones interminables, buscan la desconexión que surge de saltar de un texto a otro, la sensación de choque entre distintos registros. Algunos compran el argumento de que la profusión de blogs expresa la necesidad de subjetividad extrema, y se limitan a escribir sobre sí mismos. O rindiéndose a la presunta supremacía de estas formas, renuncian a la construcción del relato y escriben lo que les viene a la mente, confundiendo perorar con narrar.

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La piedra de toque de la literatura de hoy es el monólogo de Samuel L. Jackson en Pulp Fiction, donde se habla de cómo rebautizan en Francia a los productos de McDonald's. Hemos dejado de preguntarnos cómo escribir un Quijote acorde a estos tiempos, una obra que transforme la manera en la que ‘leemos' la realidad. Casi nadie arriesga su vida a la manera del protagonista de Las ruinas circulares, dedicándose a soñar un personaje tan vívido que escape de las páginas y opere sobre el mundo: no esperen encontrarse en breve con un nuevo Ahab, con un nuevo Raskolnikov, con un nuevo Erdosain. Ahora nos conformamos con saber la diferencia entre el Quarter Pound y el Royale with cheese.

Para emplear términos caros a la historia argentina reciente: lo que muchos narradores hacen es decretar un lock-out a los lectores. No son los lectores los que se declaran en huelga, son los mismos escritores que deciden no proveerlos más de libros inolvidables. Convencidos de que ya no queda más remedio que escribir notas al pie de la Gran Literatura, eligen narrar contra el lector creyendo hostigar así a la cultura de masas.  

                                                      (Continuará.) 

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21 de abril de 2008
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