Marcelo Figueras
Piglia se angustia ante la biblioteca infinita, por eso verbaliza esta ‘dificultad para narrar’. Pero en el mundo del cine funciona como outsider. Un clandestino, un hostigador más en la banda de los rebeldes. A diferencia de la biblioteca infinita, la cinemateca no lo ahoga. En el territorio extranjero del cine se permite avanzar sin mapas, defendiendo su derecho a cagarse en los condicionamientos de la policía cultural a la que muchos creen que pertenece. (Yo sospecho, más bien, que está interpretando el Tema del traidor y del héroe, que en realidad es un agente infiltrado.)
Le consta que la tradición del cine existe, y que a los escritores no suele irles bien en su seno. Pero en una entrevista con Andrés Di Tella, confiesa lo que le ocurre cuando narra en ese registro. Hablando de una experiencia con Nicolás Sarquís que nunca llegó a filmarse, dice: "Trabajé con gran libertad, sin ninguna limitación externa a la historia que estaba narrando". ¿Qué es lo que Piglia señala como valor supremo? La ausencia de limitaciones externas al hecho de narrar. Escribir una novela es difícil cuando uno se siente obligado a estar a la altura de su leyenda, cuando se desconfía de los críticos, cuando nos desvela el eco que obtendrá en la universidad. Productores y directores no piensan en los suplementos ni en las universidades, y cada vez menos en los críticos. Lo único que le reclaman al guionista es lo esencial: que la narración funcione.
El primer guión de Piglia que llegó al cine fue Comodines, un golpe al plexo de la policía cultural. ¿Qué es Comodines? Una comedia, lo que suele llamarse buddy movie, concebida por el más comercial de los productores de la TV argentina. Comodines procede como si la serie de Lethal Weapon dirigida por Richard Donner no hubiese existido nunca. Piglia hace funcionar la máquina narrativa sin emitir guiños de complicidad al espectador. No hay tarantineada alguna en Comodines. La película narra como si inventase la forma en el camino.
La sonámbula practica la ciencia ficción como si fuese el registro más natural del cine argentino. Corazón iluminado es un drama intimista, más preocupado por contar una historia que a Piglia lo conmueve que por cuestionar formas narrativas. En el bosque de Sherwood del cine -donde en vez de asfixiarse puede complotar contra el sistema, donde cuenta con cómplices (otro guionista, el director)-, Piglia hace lo que tanto le cuesta en el seno del canon literario. Narrar libremente. Respirar por medios naturales.
Lo que confirma mi tesis es Plata quemada. Piglia escribe la novela haciéndole eco a Sergei Tretyakov, inventor de la teoría de la literatura fakta. Tretyakov sostiene que la ficción debe trabajar con el documento crudo, con el montaje de textos, con el testimonio directo, con la técnica del reportaje. Plata quemada la novela procede así, narrando la historia central de modo indirecto, mediante registros como la crónica de los diarios y el informe psiquiátrico.
Cuando le compran los derechos, Piglia declina la opción de escribir el guión. ¿Por qué? Porque de haber aceptado habría sufrido la tentación de ser fiel a la novela. Esto habría redundado en un film cuya historia sólo se vería de lejos, borrosa e incompleta, algo que habría entusiasmado al Godard que Piglia admira… y propiciado el suicidio de sus productores. Esa película habría llamado la atención sobre su mecanismo narrativo, perdiéndose la oportunidad de ser revulsiva en el sentido del acápite de Brecht que Piglia puso a la novela. ¿Qué es más delito: fundar un banco o robarlo?
Si hubiese respetado las formas de la novela, Plata quemada se habría convertido en una película ‘rara’, en el mismo sentido de la literatura ‘rara’ que nos conminan a escribir. Parafraseando a Brecht, ¿qué hubiese sido más delito: suscribir una película ‘rara’, políticamente correcta en el sentido alentado por la policía cultural, o una película que narra sin complejos una historia en la que todo el mundo carece de integridad -los funcionarios, la policía, los periodistas, los psiquiatras, la turba ávida de sangre- salvo sus protagonistas, que para mayor dato son ladrones, asesinos, drogadictos, homosexuales -y están enamorados?
La única opción que le quedaba, de aceptar, era traicionarse a sí mismo. De hacerlo se habría revelado como un conjurado. Y por eso prefirió que lo traicionasen otros, en este caso el director Marcelo Piñeyro y yo. Porque a diferencia de Comodines, de La sonámbula y de Corazón iluminado, Piglia no habría sido libre para narrar Plata quemada en el cine. El peso de la obra literaria habría acotado su capacidad de maniobra.
Y si hay algo que Piglia disfruta del cine es la libertad que le otorga.
(Continuará.)