Vicente Verdú
La buena educación es un quehacer que mejora extraordinariamente el curso de la vida. No hace falta ser obsequioso ni demasiado cortés, sólo tener en cuenta los diferentes estados del otro, puesto que portarse con educación significa marcar los vínculos entre personas sin olvidar, desdeñar o ignorar al prójimo.
La buena educación enseña a dar las gracias y a acusar recibo, vale para reconocer, en suma, que la otra parte nos importa en la comunicación y no descuidamos el valor de sus sentimientos, su presencia, su necesidad, en fin, de ser tenido en cuenta. De ese modo se demuestra que su entidad, cualquiera que sea, cuenta o pesa en nuestro interior y consecuentemente le concedemos peso, dimensión, volumen, ocasión de existir. De existir a través de nuestro respeto o, lo que sería lo mismo, a través de nuestra atención: la atención que repara en él y no lo sortea.
El ser se hace visible y pervive en el trato educado que sin buscar, en principio, beneficio alguno otorga ocasión de ser, de influir o determinar recíprocamente. Nuestra conducta denotará el impacto de su acción y, a la vez, toda acción mutua denota respetuosamente la consistencia del contacto. Su vida vive en la vida que le devolvemos al vivirle expresamente. Un acto expreso de amor.
"Qué alegría vivir, sintiéndose vivido", exclamaba Pedro Salinas en La voz a ti debida. La voz debida a quien nos interroga, la llamada debida a quien la necesita, la respuesta correcta a quien no solicita. El amor cunde naturalmente de la buena educación mientras el desgaste, la destrucción o el dolor siguen a la rudeza.