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Asumir la finitud y reivindicar la libertad

Quizás el argumento más socorrido con vistas a anatematizar a la persona que toma la decisión de poner fin a su vida es el de la ausencia de entereza para asumir las vicisitudes del destino. Su huida del dolor físico, el desarraigo, la ruina o la quiebra afectiva, no serían, en última instancia, más que expresión de llana cobardía. La cosa es un tanto contradictoria pues, como señalaba Cesare Pavese, el suicidio no deja de aparecer como una suerte de heroísmo mítico, cosa que aceptan implícitamente todos aquellos que confiesan carecer de valor para matarse.

Sin embargo el argumento de la cobardía no es el único y quizás ni siquiera el principal. El mayor reproche a quien simplemente barrunta la idea del suicidio, consiste en postular que tal acto producirá una lesión en los seres que aman al potencial suicida, y que tal lesión es quizás irreparable tratándose de niños, a fortiori de hijos. De ahí que el suicida sea considerado un ser insensible a la emoción de los demás, un ser insolidario y egoísta.

Y efectivamente, la sola idea de un niño preguntándose por la razón de que una persona que ama haya decidido abandonar el mundo que comparten, puede quebrar la firmeza de quien estaba un momento antes dispuesto a dar el paso. Mas también aquí rige algún tipo de falacia, y hasta una minusvaloración de la capacidad que tenemos los humanos para entender (desde muy niños) las razones de aquellos que se hallan confrontados a los grandes dilemas de la existencia.

/upload/fotos/blogs_entradas/nino22_med.jpgDejo por el momento de lado los casos efectivamente problemáticos en los que la desaparición de la persona supone la quiebra económica, el abandono social o hasta la indigencia para alguien de cuya vida uno es, por una u otra razón, responsable; pues ahí el suicidio sí podría tener una implicación moral cuyo peso real en otro momento discutiré. Avanzo simplemente que de la vida, como de cualquier otro lugar, hay que irse sin deudas, y el caso que evoco supondría no ya morosidad, sino dejar a un ser del que se es responsable hipotecado. Ateniéndome por el momento a los casos en que la conmoción en el otro es puramente moral, me limitaré a decir, con mi amigo Federico Menéndez, que "el niño goza, sufre, siente y se interroga como el adulto, ante las cuestiones esenciales del ser humano: el amor, el sexo y la muerte".

Un niño es un ser quizás aun no pervertido por una educación a veces canallesca, en esa medida es un ser ingenuo, pero no es un "ángel", y desde luego no es un inocente. Un niño puede no sólo entender y respetar las razones del suicida, sino incluso sentir la mayor empatía respecto a las mismas y, en casos de evidente nobleza en las motivaciones que han llevado a escoger la muerte, encontrar un aliciente para enfrentarse con mayor entereza a su propia vida. Lo que debilita a un niño es la imagen de un adulto genuflexo ante el poder arbitrario, y pusilánime a la hora de contemplar lo inevitable. Su moral nunca puede ser diezmada por aquel que, asumiendo con lucidez su intrínsica finitud, busca en la misma la ocasión de reivindicar y actualizar su libertad.

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24 de abril de 2008
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El oficio de escritor

El escritor parecía hasta hace poco un elegido, un semidios de lazos privilegiados con la inspiración divina proveniente del más allá. Hoy, sin embargo, miles de escuelas enseñan a escribir y ser autor de libros como una actividad artesana más. El oficio de escritor, como el de pintor, son oficios al estilo de los demás y quien posee, además, talento o genio al practicarlos, destaca en sus producciones. No deja por eso, sin embargo, de seguir siendo ser un productor, un mero trabajador del oficio y un ser humano como todos los demás. El culto al escritor, el culto al artista, la veneración, pertenece al pasado. Anacrónico, vetusto, beato, la adoración prestada al artista corresponde a un tiempo en que el arte sustituyó a la religión y la llamada inspiración a las revelaciones del cielo.

Por lo general todos los artistas sufrían entonces al crear, se inmolaban en el alumbramiento de la obra de arte, se comportaban a la manera abnegada y romántica de minicristos que arruinaban su salud, su hacienda y hasta sus amores para entregar a la Humanidad una obra maestra. Una suerte muestra divina que permitía saborear la salvación eterna, fuera por la belleza sublime, la oferta de libertad o la provisión de conocimientos deslumbradores.

Esta leyenda, aunque gastada, sigue arrastrándose todavía y, lo que es más grotesco: proclamada aún por algunos autores. De esta farsa, en suma, es ya hora de escapar y, en la emancipación, conseguir una libertad no estrechamente dependiente del don del artista sino que gracias a conservar la independencia de la mente, la obra se juzgue como artículo humano, mejor, peor, superior, inferior, común o excepcional. Y ni solo un paso más.

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24 de abril de 2008
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La nueva diseminación

El Ravel, Barcelona, en www.flickr.com/cabernicola

Rafael Argullol: Con lo cual esas historias que antes comentábamos alrededor del fuego o en la taberna portuaria se han trasladado a la megápolis, se han mezclado y triturado, y tenemos que ver qué saldrá de las grandes megápolis como Bogotá, Saou Paulo o México.

Delfín Agudelo: Hay otro elemento clave si pensamos en la caracterización o poética urbana: el del ciudadano de una megápolis latinoamericana que viene a vivir a una ciudad europea. Desde hace diez años vemos cada vez más el cómo ciertas ciudades europeas -bastacon mencionar Barcelona- se han ido acoplando a unas nuevas costumbres, a unos nuevos planos imaginativos, consagrados y repetidos por grandes poblaciones emigrantes.

R. A.: En Europa en estos últimos veinte años y los que llevamos del siglo XXI se está produciendo lo que será un cambio importante desde el punto de vista artístico y literario: esa imaginación sedimentada, rígida, de coordenadas muy fijadas que antes prevalecía probablemente va a cambiar gracias a las nuevas migraciones que se están produciendo en las grandes ciudades europeas. Pensemos en Barcelona, donde en las calles hay restaurantes de cincuenta países, y hay decenas y decenas de lenguas que se hablan en las calles, como un proceso vertiginoso que ha ocurrido en los últimos quince o veinte años. Todo esto cambiará el imaginario colectivo de la ciudad. Comenzaremos a conocer historias no solo latinoamericanas, sino indias, chinas, pakistaníes, magrebíes, de las distintas comunidades emigrantes, y la fuerza va a revertir en una dinamización y en una especie de nuevo acceso a lo monstruoso por parte del imaginario europeo. Se está produciendo en el terreno de las posibilidades de materia prima literaria una auténtica revolución cuyas consecuencias aún no podemos calibrar, porque se está produciendo en estos momentos. Pero esa literatura europea, anclada en un centro bien determinado, apegada a una tradición bien determinada, está estallando.

En estos momentos diría que gran parte de la mejor literatura en lengua inglesa está siendo escrita por indios, pakistaníes, vietnamitas Parte de la literatura francesa la están escribiendo magrebíes, y no hablemos ya en español, que desde hace años parte de la mejor literatura se está haciendo en Latinoamérica, y a veces por latinoamericanos que viven en ciudades españolas. Si tuviéramos esta conversación dentro de 50 años, en referencia al imaginario y al monstruo como gran criatura del escenario literario, como gran seductor del escenario literario, hablaríamos ya de una manera distinta. Recuerdo cuando era pequeño los primeros restaurantes orientales que abrieron en BarCarnicería, El Raval, en www.flickr.com/cabernicolacelona. Ahora lo que es difícil es encontrar restaurantes que sean de aquí, ya que en su mayoría los restaurantes no sol locales. Y no solo pensando en términos culinarios, porque esto se percibe también en el terreno de la música. La música europea del siglo XX, la mala música clásica, se ha empeñado en una especie de experimentación hasta el abismo de la propia tradición europea a lo largo del siglo XX. En el siglo XXI será completamente distinto: la experimentación será mezclarse con las otras tradiciones del mundo, con lo cual cambia completamente la perspectiva. Creo que en estos momentos ya es más importante el compositor de Barcelona, de Berlín, de cualquier otra ciudad, que tiene en cuenta las tradiciones musicales del mundo que el que, como se hacía antiguamente, mirándose un poco el ombligo, lo va retorciendo, buscando sus últimas consecuencias.

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24 de abril de 2008
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VI. Un sueño o un desvarío

Según Time, si se toma en cuenta el efecto de la deforestación, el etanol de maíz y el biodiesel de soya vienen a provocar el doble de las emisiones de carbono causados la gasolina. Y para los países pobres del mundo, la oferta de producir maíz y oleaginosas para combustibles, viene a resultar en un descalabro. ¿Según Time, o según Fidel Castro? Según Fidel Castro: "aplíquese esta receta a los países del Tercer Mundo y verán cuántas personas dejarán de consumir maíz entre las masas hambrientas de nuestro planeta. O algo peor: présteseles financiamiento a los países pobres para producir etanol del maíz o de cualquier otro tipo de alimento y no quedará un árbol para defender la humanidad del cambio climático".

Y aunque Time se muestra benévola respecto al uso de la caña de azúcar para producir alcohol carburante, Fidel Castro cierra filas contra todo lo que huela al uso de los suelos agrícolas para esos fines, sea soya, maíz, o caña, y da un no rotundo a la diplomacia del etanol de Lula:

"...Independientemente de la excelente tecnología brasileña para producir alcohol, en Cuba el empleo de tal tecnología para la producción directa de alcohol a partir del jugo de caña no constituye más que un sueño o un desvarío de los que se ilusionan con esa idea. En nuestro país, las tierras dedicadas a la producción directa de alcohol pueden ser mucho más útiles en la producción de alimentos para el pueblo y en la protección del medio ambiente".

El próximo editorial de la revista Time, lo puede escribir Fidel Castro. 

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24 de abril de 2008
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El último espectador (7)

La experiencia de vivir se parece hoy a lo que Peter Weir narra en The Truman Show. El nuestro es un universo artificial, que llega a extremos con tal de evitarnos la angustia y los cuestionamientos que de ella derivarían. Un ecosistema donde casi todo está guionado. ¿No repetimos las palabras y las ideas que nos proporcionan los medios, sin siquiera desmenuzarlas? ¿No filtramos nuestra vida emocional por el tamiz de los relatos, amando como en los culebrones, fingiéndonos duros a la manera que el cine nos mostró?

Tal como Truman descubre arriesgando el pellejo, vivir de verdad supone encontrar la puerta oculta en el decorado. No podemos esperar que los que armaron el tinglado nos la enseñen, iría en contra de sus intereses. Pero sí podríamos, deberíamos contar con lo que Piglia define como ‘el pelotón de vanguardia', en términos militarísticos que me producen escozor; preferiría decir ‘la banda de los rebeldes'. Si el común de la gente no recibe el mensaje subversivo de sus artistas, por cifrado que esté, asegurándole que la puerta existe a pesar de la apariencia en contrario, ¿con quién contarán?

La gente busca en los narradores la verdad que el mundo les niega. No me refiero a verdades con mayúsculas, sino a pequeñas verdades operativas. Si los narradores dejasen de escribir desde la seguridad de la impostura, si dejasen de esconderse detrás de la tradición o de las fórmulas ‘novedosas', si se arriesgasen a conocer la intemperie, muchísima gente leería ficción concebida desde Latinoamérica, porque el acto de leerla volvería a ser indispensable para encontrar nuevos modos de mirar el mundo. Como fue hace décadas con sus pros y sus contras. Como ya no lo es.

Estas pequeñas verdades (por ejemplo el compromiso de los narradores a intentar lo imposible en vez de lo dictado por la preceptiva) podrían sentar las bases de un nuevo pacto con la gente, una alianza que reconstruyese los puentes rotos. Ahora bien, si esto ocurriese -tengámoslo claro- el mundo intentaría despreciar el pacto de inmediato, tildándolo de populista o de conservador, epítetos tan caros a las minorías iluminadas. Pero el escritor y el lector, pero el cineasta y el espectador, todavía podrían encontrarse en el umbral de la puerta escondida.

La pregunta surge, inevitable: ¿cómo demonios se logra esto? Mi respuesta es simple. Vean lo que Piglia hace.

Llegó el momento de develar su plan secreto. 

                                                      (Continuará.) 

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24 de abril de 2008
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Vitoria-Gasteiz

Escrito el 18 de abril.

Me dirijo a Vitoria-Gasteiz para dar una conferencia en el Palacio de Villa Suso. El viaje en tren dura casi más que mi estancia en la ciudad. Es un Intercity que cruza durante toda una mañana campos verdes rebosantes de melancolía, lo que me pone tristona y a la vez feliz. Me olvido de todo, ahora mismo sólo existen las nubes negras del cielo y tejados aplastados por el agua. Cuando llego a Vitoria hace frío y viento, pero menos que hace un rato, según me cuentan, el suelo está encharcado. ¿Qué me espera en esta ciudad? Hace tiempo unos amigos me invitaban  de vez en cuando a un pueblo llamado Subijana, y de Vitoria pasaba de largo, pero hoy estoy aquí. Conoceré a lectores que nunca he visto antes, tal vez me lleve algún amigo de vuelta. Por lo pronto, se trata de un lugar donde van a levantar una estatua a un escritor vivo, Ken Follet. Tal vez algún día también se la levanten a Iker Jiménez (Cuarto Milenio en la Cuatro), hijo de la ciudad, y ¿por qué no? a algún lector.

Y ésta fue la maravillosa sorpresa que me esperaba en Vitoria: mi encuentro con Mónica Pardo, una de las lectoras más voraces que he conocido. Su entusiasmo, su necesidad del libro merecen un auténtico monumento. Mónica no quiere perderse nada y no es de los que dejan la lectura en cuanto no les atrapa suficientemente,  justificándose con eso de que el tiempo es muy valioso. Ella siempre le da una oportunidad a la novela, para no quedarse con la cosilla -dice- de perderse algo bueno que puede que esté más adelante. De vuelta a casa, pienso que Mónica nos dio una lección a todos de amor a la lectura, hasta el punto de confesarme que cuando los fines de semana no puede leerse los suplementos literarios sufre porque siente que ya no está completamente al día y que tal vez se le escape algo extraordinario.

¿A que Mónica es emocionante? Su naturalidad y ganas por lo que la vida le ofrece. ¡Ah! y encima le queda tiempo para escribir un blog de cocina: milcoloresmil.com. No se lo pierdan.

Ya casi no me queda espacio para dar las gracias a mi anfitrión, Josemi Beltrán, y a mi presentadora, la joven y lúcida periodista Elena Zudaire. Hasta otra.

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24 de abril de 2008
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Que siga el combate

El veredicto de los medios en EE UU fue ayer prácticamente unánime: el combate entre Hillary Clinton y Barack Obama en las largas primarias demócratas debe seguir. En el escrutinio de Pensilvania (¿Por qué tenemos que escribirlo así en español?), Clinton le ha sacado 10 puntos de ventaja a Obama. Suficientes para permanecer en la carrera, pero no para cambiar la situación, no para que el senador por Illinois desista, ni ella tampoco. Es un grandioso, aunque caro, espectáculo de democracia. Ha votado el triple de ciudadanos en ese Estado que en las primarias de hace cuatro y ocho años. Eso no es garantía de que acudan a las urnas en masa en noviembre, pero sí indica un despertar ciudadano.

Se suele decir que esta pelea está favoreciendo al único candidato republicano que queda, John McCain, en detrimento de unos demócratas que parecen divididos. Tal afirmación está por probarse en esta carrera inhumanamente larga. Lo que probablemente los electores de Clinton o de Obama no tolerarían es que la decisión final la tomaran en la convención el próximo verano los llamados superdelegados, altos cargos del partido. Aunque las reglas del juego les permitan convertirse en los decisores finales, deberían decantarse por lo que han elegido mayoritariamente los ciudadanos en las urnas y los caucuses, previsiblemente, Obama.

Tal posición no está exenta de problemas pues tenderán a volcarse por el candidato con más posibilidades de ganar a McCain. Obama ha demostrado tener un problema entre los votantes hombres blancos, sin los cuales sería difícil vencer en noviembre. Tiene el voto negro, mientras que el hispano parece más proclive a Clinton. Obama ha impulsado, sobre todo, la fuerza vital de los nuevos votantes jóvenes, los que se han movilizado en estas primarias. Pero no consigue ganar en los Estados grandes que serán los decisivos en noviembre.

En cuanto al dream team demócrata, Obama-Clinton o Clinton-Obama, es algo que los electores verían con buenos ojos, pero, desgracia aunque comprensiblemente, no los protagonistas. Sea como sea, tras Pensilvania, como se decía ayer en EE UU, the show must go on.

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24 de abril de 2008
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Una por Don Vittorio

Don Vittorio no ladra, ni llora, ni gime siquiera. Me mira fijamente y jadea. Hace una hora que entra y sale de aquí, sólo que cada vez se queda más tiempo. Si lo acaricio se me va pegando, en un descuido se me acurruca. Quiere algo, por supuesto, pero aún no consigo imaginarme qué. Amparado por la ley del menor esfuerzo, vuelvo al texto del blog, que sigo sin poder empezar, y me digo que debe de ser el calor. Me levanto y encuentro el plato lleno de agua. Vuelvo al texto pensando que tengo que calmarme, acaricio al muchacho con la derecha y recorro el teclado con la izquierda. ¿De qué me dije que iba a tratar el post?

     No me ha dado la gana todavía reconocer que tengo los nervios de punta. Trato de concentrarme en la pantalla y a un lado se aparecen los ojos achinados de Vittorio. Un momento. Él no tiene los ojos achinados. Me le acerco, lo miro de frente. Nunca le había visto esa mirada. En realidad es una mirada extrañísima. Miro a Boris, después a Vittorio. Claro que son los mismos, pero esos ojos chinos me desconciertan. Parecería que estamos en el principio de una pesadilla, cuando la realidad comienza a torcerse. Una hora y media de verlo entrar y salir, con ese frenesí en la mirada, más el jadeo que sube a cada rato de intensidad, y ya no puedo ni ver la pantalla.

     Miro el reloj. Son ya casi las dos de la madrugada. Me acerco a mi muchacho, le palpo las costillas y por fin gime. Palpo de nuevo: esa hinchazón no estaba ahí hace rato. Miro otra vez sus ojos, y hasta entonces entiendo que se le han puesto chinos por el dolor. Todavía no lo sé, y afortunadamente no tardaré en saberlo, que hace una hora y media que Vittorio me ruega que le salve la vida. Pero ya vamos los dos hacia el coche. Me doy cuenta que apenas puede caminar, lo cargo como puedo y en un par de minutos estamos en la calle.

     Don Vittorio conoce los quirófanos. Sabe que de ahí se sale mejor que como se entra. No bien llegamos, casi se arrastra hasta el pie de la mesa. Está desesperado, ha ido perdiendo fuerza en cosa de minutos. El médico de guardia lo toca, mueve la cabeza. La hinchazón es enorme, preocupante. Me dice que por suerte lo he traído rápido, de otro modo se habría quedado en el trance. Le pincha el esternón, la barriga comienza a desinflarse. Lo acaricio, lo rasco, le hablo quedo al oído. Su mandíbula sigue tensa de dolor. Son ya las dos y media de la mañana, tenemos puestas sendas batas antirradiaciones. Si la radiografía lo confirma, va a ser precisa la cirugía mayor.

     Hace unas horas lo miraba correr, ahora lo van a abrir en canal. Pasa un rato, llegan los dos doctores que esperábamos y entre los tres lo suben a una distinta mesa, entre el coro de aullidos de los otros enfermos, a sus espaldas. A estas alturas, Don Vittorio está totalmente dopado. Uno de los doctores se me acerca: tiene el estómago torcido, no saben todavía si gangrenado. Van a hacer lo que puedan por salvarlo. Dicho esto, se lo llevan al quirófano.

     (No hace mucho, me topé con un par de líneas de Javier Marías donde el narrador habla de lo mucho que duele perder a quien queremos, y más aún perder a quien nos quiere.)

     Pienso en el joven Boris, que se quedó chillando como un endemoniado. Pienso en cualquier idea que me saque de la cabeza esta ansiedad. Hago cuentas estúpidas con el calendario. Me pregunto de nuevo de qué diablos iba a tratar el post de hoy y nada, lo olvidé por completo. Pasan ya de las cuatro cuando veo salir a los doctores. Hasta ahora, me dicen, todo ha ido bien. Hay que esperar a que se recupere. Cuarenta y ocho horas, por lo menos.

     Vuelvo a la casa, Boris se me abalanza. Descubro entonces que no soy el único que se ha quedado con los nervios de punta. Abro de vuelta la computadora, sin importarme más de que me dije que iba a tratar el post. Recuerdo al muchachote con la sonda metida hasta el estómago, derrumbado sobre la mesa de operaciones. Me digo que está vivo. De milagro. Hago rewind mental: qué noche intensa. Son ya casi las cinco de la mañana cuando por fin consigo la primera línea. Asumo desde ya que hoy no podré escribir sobre otra cosa. En un par de horas más, la noche habrá acabado de capitular.

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23 de abril de 2008
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Gelman con Cervantes

No ha sido fácil su vida, tampoco la de su compañero de letras e infortunios, tampoco la de Miguel fue fácil. Hace años, cuando los malos, los peores quiero decir, gobernaban en su país le llamaban traidor. Y era verdad. Era traidor a los malos, a los peores. Y se tuvo que ir como otros, como tantos, como los mejores. Y allí, en su tierra, dejó el dolor, la muerte, el recuerdo de un tiempo en que pudieron ser felices. De unos tiempos en que lo fueron. Mataron a los suyos, una forma de matarlo a él. Pero siguieron vivos. Dispersos, perdidos, desconocidos, exiliados y alejados. Pasó el tiempo de los peores. Pasó el tiempo. Y Juan Gelman, el compañero de Cervantes, el escritor de muchos infortunios, encontró a la hija de sus hijos. Y volvió a sonreír. No se olvida del dolor, de la ausencia, de la muerte pero celebra la vida.

Hoy besará a los suyos. Tomará alguna copa, fumará mucho y de vez en cuando volverá a sonreír. Hoy la poesía está contenta. No olvida pero sabe supervivir. Y se venga con alegrías, dudas y preguntas.

/upload/fotos/blogs_entradas/mundar_med.jpgHace unos meses, el poeta que hoy está más cerca de Cervantes, publicó su último libro, Mundar, con él comenzaba una nueva colección poética. Con él hoy celebraré la lectura de algunos poemas.

 

"¿Qué se sabe?

 

Del poema, nada. Llega, tiembla

y raspa un fósforo apagado.

¿Se le ve algo? Nada. Tiende una

mano para aferrar

las olitas de tiempo que pasan

por la voz de un jilguero. ¿Qué

agarró? Nada. La

ave se fue a lo no sonado

en un cuarto que gira sin

recordación ni espérames.

Hay muchos nombres en la lluvia.

¿Qué sabe el poema? Nada"

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23 de abril de 2008
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Rafael Lozano

No conocí mucho al doctor Lozano que murió anteayer, y a quien mi amigo Juan Cruz veneraba. No estuve con él más de dos o tres veces pero siempre, a través de Juan, hice una interpretación gloriosa de los poderes que poseía. Era él una armoniosa suma de facultades orientadas a procurar la curación y parecía que lo lograba como un don, natural y elaborado, fundado en el bien universal. No solamente trascendía generosidad y confortabilidad absolutas, daba además la sensación de dominar el secreto de la salud para administrarlo benévolamente a quien se ponía en sus manos. Con la mayor humildad, sin hacer alarde de conocimiento superior, entregaba un magno saber básico que consistía, ante todo, en el amor por sentirse bien consigo. Curaba haciendo el bien y haciendo bueno al enfermo a través de su fe. El pensamiento torcido nos torcería, el pensamiento limpio nos depuraba. Su figura despedía siempre, sin importar su circunstancia, esta mágica suerte de pensamiento como agua natural y bajo cuyo influjo deseábamos dejarnos bañar y deshacernos así de todos los males. Unos males que veíamos entonces como absurdas adherencias y extrañas contracturas provocadas por nuestro propio yo torpe, egoísta, ansioso, desnortado. Rafael Lozano nos propiciaba la salud sin medicinas. El mismo, como médico entero, se constituía en una farmacia esencial. El gran medicamento de su presencia imponente y su palabra suave, la compañía terapéutica que nos sanaba por la directa imantación de su nobleza y su convincente verdad. La medicina tuvo durante su vida la oportunidad de revelarse como un elemento más que como una ciencia, más como un mundo asociado más con la paz que con la farmacopea, más con el humor que con el hospital, más, en fin con la plática que con la píldora y la cirugía.

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23 de abril de 2008
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El Boomeran(g)
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