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Leyendas y otros animales de Feria

La Feria sigue, crece, saluda al sol y expone a sus animales en jaulas estrechas, incómodas, municipales y efímeras. Los animales son fauna diversa, imprevisible y llena de manías. Unos, casi invisibles; otros, más visitados que una playa de Benidorm. Estrellas, como aquel oso blanco de cuando fuimos niños y paseantes en la Casa de Fieras. En ese parque nos han pasado muchas cosas emocionales, carnales y lectoras. Cada año, sueltos y sin bozal, regresamos a esa patria de libros. Porque nos quedan algunas patrias: los libros, las librerías y nuestra patria particular: nuestra biblioteca. Somos lo que es nuestra biblioteca. Es decir, un orden incierto, un complejo catálogo que mantiene ritos, mitos y leyendas. Hemos acumulado muchas vidas ajenas, muchas miradas, palabras, historias y fábulas que nos llegaron gracias a ese trinomio que forman escritores, editores y libreros. Artistas principales de la Feria del Libro.

Uno de los animales más conocidos de la Feria, cuarenta años le contemplan, es Jordi Herralde. Ha sido el primer gratificado por los libreros para el Premio Leyenda, un nombre que despista. Uno no se imagina a las leyendas bebiendo cervezas con hermanos libreros, editores y otros oficios como los hermanos Visor. Los visores: dos fieras legendarias, poéticas y festivas, dentro de la Feria y fuera de sus jaulas. Sin duda, Jordi Herralde es una leyenda en nuestra vida lectora.

Desde el año 1969, en que llegó con Enzensberger, hasta nuestros tiempos ha sabido resistir los días y las noches de nuestras principales fieras literarias. Ha soportado sus manías, sus reproches y sus justas, o menos justas, pretensiones dinerarias. Algunos de nuestros escritores no están con él -felizmente hay otros mundos, otros editores-, pero la mayoría o quiso o estuvo con él en un tiempo, en un país. Lejos de nuestros churros, de nuestro casticismo, Herralde nos hizo leer a los escritores que mejor han escrito en las propias patrias de sus idiomas...

La leyenda no tiene enmienda. Y no hablo de leyendas áureas, sino del gerundio de legere. En eso seguimos. En eso se reconocen los humanos en feria. Los que cada año se ponen delante de sus animales preferidos y les solicitan sus monerías. Cada uno con su estilo. Herralde contó algunas de las manías de su tribu. La más tímida, la olvidada en algún sur, Adelaida García Morales. La más estrella, la reina de la manada, Carmen Martín Gaite, una escritora que supo decir, dedicar y actuar como reina de su circo.

Vivo maestro en ese arte de marear sigue siendo Antonio Gala. Reina republicana de nuestra Feria, con su estilo firme y cálido es Almudena Grandes. Lo dijo esa leyenda llamada Herralde. No es de su tribu, pero quienes la leyeron, lo saben.

Artículo publicado en: El País, 8 de junio de 2008.

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9 de junio de 2008
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Más catedrales

Ahora que triunfa la literatura sobre catedrales y su construcción, que más que con piedras y cemento parece que está hecha con sortilegios y secretos ocultos, no tengo más remedio que hablar de la Catedral que se encuentra en Mejorada del Campo, en Madrid. Allí, entre chalets adosados, se eleva una enorme catedral construida con objetos de la calle y materiales sobrantes de otras obras, tales como cristales rotos, baldosas y vigas abandonadas. Con ellos su dueño y único constructor, a lo largo de muchos años, ha ido poniendo una torre aquí, una vidriera allá, una capilla en el otro lado, según se lo iba pidiendo el cuerpo y sin ningún plan determinado porque, como el mundo, el objetivo de esta obra es no ser acabada nunca. Las columnas están empedradas de chapas de cerveza y las cúpulas las cruzan sombríos rayos de luz y alguna paloma.

A veces cuando empiezo a creer en el intelecto humano, en los grandes diseños económicos, en lo que dicen los políticos, cuando incluso empiezo a creer en mí misma,  me voy a contemplar esa mole mastodóntica e íntima, humana y fea, que se alza ante nuestra vista de la misma forma que nuestra civilización, llena de artilugios raros y toscos y sin sentido. ¡Y quién sabe! quizá dentro de doscientos años alguien escriba una novela tratando de desvelar qué significado encierran las chapas de cerveza y coca-cola de sus muros.

Aunque, pensándolo bien, ojalá que nuestra civilización estuviese tan bien apuntalada como ese monumento al reciclaje continuo porque en este planeta todo son chapuzas a corto plazo y por eso la huelga de transportistas, que ha comenzado hoy ya ha provocado largas colas en  supermercados y gasolineras de gente que cree que se va a quedar sin nada.

Como se dice en la película El odio (Mathieu Kassovitz): "Por ahora todo va bien, por ahora todo va bien, lo peor será la caída". Larga vida a la catedral de Mejorada.

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9 de junio de 2008
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Odette y los cuerpos oscuros

"Bajo los árboles del boulevard, en una oscuridad misteriosa, erraban figuras apenas reconocibles. A intervalos la sombra de una mujer que se acercaba, murmurándole al oído su disposición a acompañarle, provocaba en Swann un estremecimiento. Rozaba ansiosamente estos cuerpos oscuros como si entre los fantasmas de los muertos, en el reino de sombras, se hallara buscando a Eurídice."

/upload/fotos/blogs_entradas/elamordeswann1_med.jpgCuerpos oscuros de muchachas de la calle, cuerpos no susceptibles de apagar el sentimiento de abandono y desarraigo que produce en el protagonista la primera desaparición de la mujer que, desde ese mismo día, está condenado a amar. Y sin embargo todo lector de la Recherche sabe que ese amor de Swann, la tan frívola como ferozmente calculadora Odette de Crecy, sólo por la enferma sublimación de Swann puede interpretar el rôle de Eurídice.

Cierto es que también Swann es de hecho un simulacro de Orfeo, pues su relación con la música lleva la marca estéril de la erudición y cuando realmente la música le afecta se trata de "notas falsas producidas por dedos inexpertos en un piano desafinado". Ni qué decir tiene que tales dedos son las de la propia Odette, la cual sólo se distingue de las sombras del averno como una cocotte astuta se distingue de la muchacha de la calle o del prostíbulo de carretera.

La pericia para instrumentalizar el deseo de hombres poderosos, su instinto adaptativo y su férrea voluntad posibilitan que, a una edad imposible, cuando la muchacha del prostíbulo ha pasado como mucho a funciones de gerencia, la vieja cocotte continúe alimentando los escuálidos fantasmas de un amante, o de un esposo, anciano y en busca de una reconversión "como una tierra ya estéril para la viña sirve aun para el cultivo de remolacha". Amante o esposo al que -a la vez que traiciona- acaricia, consuela y en definitiva cuida, de manera rácana, "pues es mediocre en tal papel como en todos los demás".

Mediocridad de Odette de Crecy en todos los papeles de la vida, excepto en lo referente a la capacidad de medrar, de ocupar un lugar empapado por la luz dorada, luz a la que cada cosa del alma humana (erudición, arte, modales, afectos, deseos, creencias...) es permeable.

Dinero que es mi alma, dinero que, aun sin saberlo el protagonista, guía las palabras brutales de Swann con las que muestra su complacencia por haberse librado de su amor como quien se libra de una amenaza de ruina: "Y pensar que he gastado años de mi vida, que he deseado morir, que he hecho objeto de mi mayor amor a una mujer que, en realidad, no podía gustarme, que no era de mi estilo."

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9 de junio de 2008
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Del ring-ring y otros bang-bangs

Ni hablar, el aparato tiene su sex appeal. Ya lo sabía mi abuela durante su temprana juventud, cuando para poder atender a las ardientes llamadas de ese novio secreto que ya entonces pujaba por hacerse mi abuelo, debía meter pedazos de algodón entre los timbres, de modo que sólo ella pudiese advertir las vibraciones mudas del aparato. No sé con qué frecuencia timbraría el teléfono en aquella casa, pero imagino ya las taquicardias que se desatarían a cada nuevo ring-ring, que sonaría a rrr-rrr una vez aplicado el mute analógico. Sabrá el diablo si al cabo vine al mundo también por las bondades de ese aparato.

     Ningún timbre genera la incertidumbre alegre y esperanzadora propia del teléfono. Cierta vez, al atardecer de un domingo largo y hueco, agonizaba yo en la sala de mi casa -inflamado de aquella terquedad masoquista según la cual tal es la hora cero para los suicidas- cuando un súbito ring-ring acudió a rescatarme de la nada. Antes de levantar el auricular -no había identificadores, ni cosa semejante, y hasta los policías en las películas solían pasarlas negras para intentar rastrear una llamada- ya tenía un esbozo de lista mental con mis expectativas más acariciadas. Las guapas, las simpáticas, los secuaces, los cómplices, cualquiera finalmente sería bienvenido. Para mi desazón instantánea, la voz al otro lado pertenecía a un promotor universitario que llamaba para informarme de las actividades culturales de su dependencia. ¡El domingo a las siete, válgame la chingada! ¿Qué iba a hacer? ¿Insultarlo o colgarle? Debe de haberme dado tanta piedad el infeliz que lo escuché hasta el fin de su perorata. Me preguntaba, en tanto, cuan jodido tenía que estar el promotor sin rostro para darse a espantar de tan triste manera a los fantasmas del domingo en la tarde. Y en cuanto a mí, ni hablar; había vuelto al hoyo, sólo que más abajo. Una vez que colgamos, me ganó la risa. Carcajadas inesperadamente contentas. Irónicas. Sardónicas. El ring-ring, al final, me había rescatado.

     En alguna medida todo eso se acabó con el arribo del marketing telefónico. Esto es, desde que los primeros mercachifles se asumieron con el derecho a invadir la privacidad ajena mediante la utilización abusiva de voces humanoides resueltas a vender servicios y productos nunca solicitados, mediante peroratas cuyo solo sonsonete invita a remitirlos al carajo que en silla coja los parió. En un principio lo intenté todo, de indignarme a tratar de indignarlos, con lo cual solamente conseguí que siguieran llamándome nada más para hacerme rabiar. Luego, no eran robots. Cuando al cabo entendí que no podría evitar esas llamadas abusivas -de las que sus autores, meros empleados, no eran exactamente responsables- me enseñé a limitar sus estragos a fuerza de minimizar su duración. Apenas reconozco el sonsonete, cuelgo inmediatamente. Por lo común no insisten.

     De repente son muchas, demasiadas las llamadas de paja para no arrebatar al otrora esperado ring-ring algo de su poder de seducción. Aunque no todo él, y he ahí el problema. El maldito aparato vuelve a sonar y uno, que tiene cosas mejores por hacer, se rinde a su asquerosa curiosidad y corre hacia el tirano antes de que sea tarde, en lugar de bajarle el volumen y enseñarle quién manda en esta casa. ¿Por qué no he de apagarlo, si es mío y no yo suyo? ¿Por qué no he de colgarle al androide que insiste en asestarme una nueva tarjeta de crédito? ¿Por qué debe la vida paralizarse cada vez que resuena un nuevo ring-ring? ¿Por qué la angustia cuando se descompone y el alivio no bien lo reconectan? Tal vez porque al final el ring-ring es la música más dulce de este mundo. No en balde sus efectos estupefacientes aún lo hacen confundible con uno de esos eclipses de soledad que acabaron llenando a mi abuela de nietos. Finalmente, quién puede asegurar que la vida o la muerte no se ocultan detrás del próximo ring-ring.

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9 de junio de 2008
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Ocasión para no morirse tonto

Cuando suena la palabra "filosofía", o bien se desata el terror, o bien una carcajada, o bien la bizquera del sordo ("¿filo qué?"). El primer caso atañe a quienes creen que la filosofía es como la física cuántica, cuando sólo es su fundamento. En el segundo caso es seguro que se ha dicho en un contexto como "la filosofía del entrenador nacional". El tercero es el más general y simpático. Mejor no tener ni idea que creer que se tiene una.

Sin embargo, la filosofía es lo más simple del mundo: es "el arte de hablar exclusivamente de asuntos que a todos conciernen". Eso sí, deben concernir a todo el mundo, no sólo a los geómetras o a los peluqueros, no sólo a los inteligentes o a los tontos. A todo el mundo. Parece una condición imposible de cumplir y sin embargo es la única sin la cual no hay filosofía. Por ser difícil de cumplir, la filosofía es infrecuente.

/upload/fotos/blogs_entradas/filosofa._interrogantes_que_a_todos_conciernen_med.jpgLa definición de "filosofía" antes mencionada es de un pensador riguroso, Víctor Gómez Pin, en su libro póstumo "Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen" (Espasa). Gómez Pin que comenzó como experto en Aristóteles con sendos tratados sobre el vino y los toros, derivó en sus últimos años de vida hacia la filosofía de la ciencia. Sin embargo, el enigma del vino y los toros nunca le abandonó ya que nada tendría sentido si el sentido no tuviera su raíz en los misterios de la ebriedad y la muerte. Somos animales que deliran, juegan con la muerte y bailan sobre sus propias tumbas. Si la mecánica cuántica es incapaz de decir algo sobre tales asuntos, mejor usarla para construir cyberbarbies.

Dedicar la vida al pensamiento es una tarea peligrosa. No se sabe qué es peor, si que te reconozcan (esas figuras terminales de Ortega y Zubiri), o que te traten como a un mono, que es el destino habitual de quienes tratan de pensar en este país. Gómez Pin no se engañaba sobre la generosidad de su tarea y asumió con total naturalidad su acabamiento. Antes de dejarnos, sin embargo, escribió su testamento. Observen: "Interrogaciones que a todos conciernen". Gran faena final del matador.

Artículo publicado en: El Periódico, 7 de junio de 2008.

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9 de junio de 2008
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La opción por los ricos

El título parafrasea una directiva que la Iglesia difundió hace no muchos años -para ser sincero, parece que hubiese sido siglos atrás- como propia: la de la ‘opción por los pobres', esto es, lo que en aquel entonces aparecía como su decisión manifiesta de trabajar más por aquellos que menos tienen. En su columna de ayer en Página 12, Horacio Verbitsky me reveló la existencia de un periodista del que yo nunca había oído hablar -Gabriel Fernández-, director de una revista alternativa que yo desconocía -La señal medios-, citando un artículo suyo -de Fernández, quiero decir-  titulado La opción por los ricos. Quiero reproducir a continuación algunos de sus pasajes, porque definen un fenómeno insoslayable del presente argentino mucho mejor de lo que yo lo hice en este blog -en textos como El hecho maldito, por ejemplo.

Dice Verbitsky que dijo Fernández: ‘Si antes una franja apreciable de la comunidad media (argentina) abandonaba su confort para cooperar con la liberación en general y con la mejoría en la vida popular en especial, ahora otro sector de ese segmento llamea y se compromete: vamos a luchar por los ricos, esa es nuestra opción. Comerciantes, profesionales y no pocos rascas han resuelto considerar indignante que multimillonarios dirigentes rurales paguen impuestos. Y aún más: evalúan disparatado que el Estado les exija blanquear parte de su producción y su personal. Y así como una generación de muchachos de las capas medias bregaron por la justicia social para todos (Fernández habla de la generación de los años 70, aclaro yo, o sea Figueras), ahora tenemos a una pequeña multitud que lucha para expandir la pobreza'.

‘Debido al exasperante poder de las compañías concentradas y a los efectos del lockout -dice Fernández, refiriéndose por supuesto al todavía vigente lockout agroganadero-, los precios aumentan. En lugar de cuestionar al Estado por no imponer su poder y controlarlos a fondo, (este segmento de gente) se solidariza con los formadores de precios y con los cortes que impiden el paso de las mercaderías... La opción por los ricos atraviesa su ser. Es un compromiso serio, coherente y de larga data, una convicción, un programa activo, una manera de acercarse a la cúspide aunque sea como masa de maniobra'.

‘Con sus vocecitas amplificadas (por los medios, aclaro yo, o sea Figueras), opacan las voces de quienes necesitamos cuestionar aspectos centrales de la política oficial con el objetivo de debatir empleo, industria, energía, recursos naturales, finanzas, impuestos e ingresos desde una perspectiva nacional y popular... Miles de argentinos han resuelto luchar por los señorones. Ya lo han hecho antes, con éxito, y han contribuido a hundir una gran nación. Tendremos que reflexionar a fondo qué haremos nosotros'.

Inteligente, este Fernández. Espero preguntarle hoy a Verbitsky dónde conseguir La señal medios, y ver si tiene versión en la red. Cualquier cosa, les aviso.

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9 de junio de 2008
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Soledad querida

La soledad voluntaria reaparece como una dulce y trasparente envoltura de silencio. Estar a pelo con uno mismo deja de ser un suplicio para convertirse en un consuelo. Del aprovechamiento de la soledad se va creando una nueva conciencia del ser completo. Entre los artistas la creación empieza a manifestarse como un producto nacido genuinamente de uno mismo gracias tal vez a la seguridad de que morirá a solas. Mujeres que en la madurez pintan, hombres que encuadernan o cultivan bonsais, una ristra de personas mayores atesoran una soledad representada en la guarida de una afición y esto tiende a ser lo único visible de su espíritu.

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9 de junio de 2008
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Galería de espectros: el ángel de la melancolía

Alberto Durero, "La melancolía", 1514Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto sentado en un rincón al ángel de la melancolía.

Delfín Agudelo: Te refieres al ángel de Durero.

R.A.: Al ángel de Durero que es uno de los personajes más enigmáticos de la historia del arte, tal como se plantea en su grabado. Está presente toda la contradicción entre el poder y la soledad; el conocimiento y el propio aislamiento que produce el saber. Me gusta mucho toda la composición del grabado, todo el espacio repleto de elementos que nos remiten a la revolución científica del renacimiento, pero también a una fuerte presencia astrológica. Durero recoge muy bien un momento histórico de nuestra cultura en el cual la astrología y la astronomía se superponían, por tanto todos los símbolos esotéricos tenían una gran importancia. El grabado está lleno de elementos que nos llaman la atención incluso por su carácter totalmente excepcional, como la figura geométrica que aparece en el grabado, pero evidentemente el protagonista principal es el ángel, un ángel que recoge de un lado la riquísima tradición iconográfica de la melancolía, que parece ser que se remonta al arte egipcio y a los artes mesopotámicos, que normalmente es esta disposición de la cabeza o cara apoyada en el puño.

Lo que ocurre es que en esa encarnación magistral que hace Durero se da un paso más allá y el ángel viene a significar la paradoja esencial en la que se encuentra el hombre moderno: por un lado se ha librado, por así decirlo, de la dictadura teológica del dios medieval; por otro lado ha asegurado su propio poder de conocimiento sobre la naturaleza; pero entre ambos estadios hay una especie de vacío existencial o abismo absolutamente insuperable, que es el que nos lleva al concepto de melancolía, que para mí no es ni tristeza ni nostalgia. La tristeza es emoción directamente vinculada con el dolor, y la nostalgia es un sentimiento evocador del pasado, mientras que la melancolía es una suerte de salto al vacío en el que nos encontramos cuando dicho metafóricamente no podemos estar ni con Dios ni sin Dios, y ese no poder estar con o sin Dios; es decir, no poder estar con la compañía del espíritu trascendente pero tampoco poder prescindir de él. Este punto mágico, intenso, creativo y fecundo es el terreno abonado de la melancolía.

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9 de junio de 2008
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Regreso a Río Fugitivo

A principios de los noventa, intenté escribir una novela sobre el último año del colegio. Pensaba que era un año clave, de transición --el fin simbólico de la adolescencia, el principio de los desafíos del mundo adulto--, que merecía ser mitificado en una novela. La novela se titulaba Fin de fiesta y de ella apenas escribí setenta páginas antes de abandonarla; descubrí, mientras la escribía, que no estaba listo porque todavía me dominaba el pudor: me avergonzaba de algunas experiencias juveniles que servían de base autobiográfica a la novela. Y ya lo sabemos, uno de los requisitos esenciales para ser escritor es la capacidad de poder escribir cosas de las que uno se avergonzaría si las contara en público.

A mediados de los noventa, volví al proyecto, que constaba, esta vez, de otros ingredientes: tenía como texto modélico La ciudad y los perros (soñaba con hacer con un colegio católico lo que Vargas Llosa había hecho con el colegio militar); creía haber aprendido, bajo el influjo de dos novelas de Javier Marías -Mañana en la batalla piensa en mí, Corazón tan blanco--, el arte de la digresión, de poder hablar de otros temas sin perder de vista el eje narrativo central; quería homenajear a y despedirme del género policial, que tanto me había acompañado durante la adolescencia. La novela se llamaba ahora Una estela blanca en Chinatown (sólo leyendo el libro se entiende el porqué de ese título).

La novela fue terminada en 1997. En ese entonces no lo veía así, pero ahora está muy claro que para la creación de mi ciudad imaginaria, el Río Fugitivo en el que después transcurrirían tres novelas -Sueños digitales, La materia del deseo, El delirio de Turing- fue fundamental el Onetti de La vida breve. Gracias a la intermediación de Ana Merino y de su padre, el gran José María Merino, Río Fugitivo -así se llamaba ahora la novela-- fue publicada en 1998 por Alfaguara en Bolivia (con esta novela, yo iniciaría mi relación con Alfaguara, editorial que considero mi casa). El libro sólo circuló de verdad en Bolivia y Perú. La edición se agotó, y luego no hubo una segunda edición. Con los años, se fue convirtiendo en un libro fantasma: la gente me lo mencionaba, pero eran cada vez menos los que lo habían leído.

Diez años después, Libros del Asteroide reedita en España una versión corregida y revisada de la novela. Descubro que pocas cosas conmueven tanto como que un editor se interese por un libro tuyo publicado hace mucho y ya muy encaminado hacia el olvido. De pronto, la novela revive, y tiene, quizás, la oportunidad de encontrar otros lectores, y de que otros lectores la mantengan viva por algunos años más, hasta que, como quería Borges, el tiempo haga su antología. Quienes han hecho posible esta edición son, en primer lugar, Luis Miguel Solano, editor de Libros del Asteroide; Eduardo Jordá y Dani Capó, defensores a rajatabla de la novela; Diego Salazar y Álvaro Martínez, lectores minuciosos que ayudaron a que esta versión no tenga las redundancias, los giros estilísticos innecesarios de la anterior; Juan Gabriel Vásquez, un escritor que admiro y que escribió un prólogo muy generoso.

Este jueves 12, a las 8 de la noche en Casa de América, Diego y yo conversaremos sobre la novela como parte del ciclo Ciudades imaginadas. Están invitados.

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9 de junio de 2008
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II. El viejo rabo entre los pliegues de la toga

La "emergencia gitana" del gobierno de Berlusconi, trae consigo una legislación por la que se concede poderes especiales a la policía y a los jueces para enfrentar "el peligro gitano", que parte de una concepción simple, que es también de vieja data: la culpa, o la sospecha de culpa, se basa en la procedencia étnica; y así la culpa, si es que existe, vas más allá de la persona, y se extiende a su familia, a sus descendientes, a todo su entorno.

Semejante falacia derriba sin pudor uno de los principios fundamentales del orden jurídico, y de las garantías procesales, que figura en todas las constituciones del mundo: el delito  nunca trasciende a la persona del delincuente, cuando hay un delincuente. Es el viejo rabo del fascismo que asoma cada vez que puede, chamuscado de azufre, entre los pliegos de las togas de los magistrados.

Todos los gitanos, bajo el principio primitivo de la culpa extendida, son entonces ladrones, sus mujeres prostitutas. Sucios, pestilentes, malvados, promiscuos.  No hay excepciones. Son los que roban niños para asesinarlos y vender sus órganos, como cree el pequeño estudiante del colegio de Monticelli, que ha visto como rociaban gasolina en sus chabolas, y eran obligados a correr para salvar sus vidas; y ese niño siente que con un acto así, sus padres lo están protegiendo de ser alguna vez secuestrado, y descuartizado a cuchillo.

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9 de junio de 2008
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